Opinión
Solo la clase salva a la clase
Vuelve el invierno, vuelve el frío. Cientos de personas durmiendo en la calle y en no-lugares, en habitáculos inmundos de lugares abandonados. Vidas indignas que se deshacen entre charcos y suciedad. Etxabakoitz, Egia, Zorrotzaure, Martutene. Una emergencia habitacional protagonizada principalmente por jóvenes magrebíes y subsaharianos. No es nueva, pero en contextos como el vasconavarro, con varios miles de cuerpos en la picota y servicios sociales raquíticos, el fenómeno va a más. Esta urgencia descarnada nos plantea tres desafíos.
El reto material. No esperemos gran cosa de los políticos profesionales que gestionan las administraciones. No van a abordar la cuestión de manera integral y audaz: están demasiado ocupados en parecer solventes mientras ponen parches. No van a prohibir los pisos turísticos, ni van a fiscalizar la vivienda vacía en propiedad de bancos y fondos de inversión. Menos todavía van a establecer una moratoria para la construcción exclusiva de vivienda pública. Construyamos pues nuestras instituciones del común. Convirtamos centros sociales, locales de colectivos y empresas políticas en herramientas para la reproducción de las vidas más precarias. Montemos albergues temporales, hagamos colectas, construyamos alianzas con el último peldaño de la clase trabajadora.
El reto político. Debemos recuperar el terreno perdido en el combate ideológico. Frente al programa xenófobo y racista de la extrema derecha, que partiendo de arriba está permeando las clases subalternas, hay que tener claras varias ideas. Una: que el nuevo proletariado migrante viene como consecuencia de la complicidad entre el capitalismo occidental —vasconavarro incluido— y las corruptas élites del sur global. Dos: que mientras viajar, como hacen las clases medias nativas, es un capricho, emigrar es un derecho. Tres: que la participación de ese sector del trabajo es imprescindible para mantener las conquistas sociales logradas en las últimas décadas. Y cuatro: que los problemas derivados de la marginalidad y la pobreza extrema no se solucionan con más policía.
El reto religioso. Urge una clarificación política para vivir en sociedades en las que los diferentes sectores religiosos y laicos podamos construir lazos de apoyo mutuo. Ninguna concesión ante la agenda de las extremas derechas protestantes o musulmanas, pero tampoco hacía los privilegios de la jerarquía católica, cuyos inmuebles deben ponerse al servicio de la emergencia habitacional. En tiempos en que las críticas al patriarcado islámico o evangélico son puro oportunismo político, las comunidades de base debemos impulsar acciones de solidaridad concreta que no se basen en el asistencialismo. Fragüemos una ética universal que supere la codiciosa amoralidad capitalista. Manos a la obra.
Migración
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