Opinión
Necesitamos un cambio estructural más allá de la gestión de la Violencia Machista

La violencia machista se está normalizando en el debate público debido al auge de discursos que niegan la existencia del machismo, sosteniendo que “los hombres también son maltratados” o deslegitimando a mujeres agredidas.

Itaiako kidea

Militante de Itaia
25 nov 2025 05:14

La violencia machista es un problema estructural profundamente arraigado en nuestra sociedad, que sigue cobrando vidas y dejando cicatrices invisibles en miles de mujeres. Sin embargo, el debate político y social en torno a la violencia machista sigue centrado principalmente en la mera gestión de este problema, en vez de procurar cómo erradicarlo de raíz. En lugar de cuestionar las estructuras que sostienen el machismo, nos encontramos atrapados en un ciclo de parches legales y medidas preventivas sin atajar el principal causante de la violencia machista: un sistema que subordina a las mujeres a nivel económico, político y cultural, convirtiéndonos en objetos de violencia.

Es imposible abordar la violencia machista sin reconocer la realidad cruda y desoladora en la que se inscribe. Cada día, las estadísticas nos golpean con cifras escalofriantes de mujeres asesinadas, de denuncias por violencia de género y de situaciones de maltrato y explotación sexual. Aun así, la respuesta política en muchos casos es minimizar la gravedad de la situación. Políticos de partidos como el PP o VOX, continúan cuestionando la magnitud del problema: restan importancia a los asesinatos machistas, eliminan recursos de apoyo para mujeres que sufren violencia machista, niegan el machismo y, en última instancia, sirven de palanca para normalizar el machismo.

La institucionalización de la lucha, junto con el abandono de un marco político revolucionario, ha hecho que ciertos sectores del feminismo enfrenten hoy una desorientación ideológica y política alarmante

Pero no son los únicos. La violencia machista también se está normalizando en el debate público debido al auge de discursos que niegan la existencia del machismo, sosteniendo que “los hombres también son maltratados” o deslegitimando a mujeres agredidas. Estos discursos, con fuertes tintes fascistas, se han ido consolidando en los últimos años, principalmente a través de los medios de comunicación y las redes sociales. Esta distorsión de la realidad tiene un efecto directo en la sociedad, permitiendo que el machismo se normalice.

Simultáneamente, las instituciones encargadas de atender a la violencia machista se enfrentan a un sistema estructuralmente deficiente, incapaz de ofrecer respuestas eficaces, a pesar de las reformas legislativas promovidas en materia de género. Los recursos con los que cuentan las víctimas son insuficientes y cada vez más escasos en tiempos de crisis, mientras las barreras burocráticas y sociales continúan existiendo: muchas mujeres ven cómo se cuestiona su palabra en las comisarías, son tratadas con indiferencia en la administración pública y se topan con listas de espera interminables para acceder a cualquier servicio público.

A pesar de ello, los partidos de izquierda y ciertos sectores del feminismo siguen planteando respuestas dentro del marco capitalista. Aunque el feminismo logró una presencia hegemónica en el discurso social en el anterior ciclo político, también reveló los límites de su propuesta política, especialmente al institucionalizar la lucha dentro de las estructuras del Estado burgués. La políticas feministas impulsadas por el Estado han estado dirigidas principalmente a la clase media, dejando de lado las necesidades de las mujeres más vulnerables y ha terminado por reforzar el marco estatal, en lugar de cuestionarlo.

Ese proceso de institucionalización de la lucha, junto con el abandono de un marco político revolucionario, ha hecho que ciertos sectores del feminismo enfrenten hoy una desorientación ideológica y política alarmante: por un lado, se interpreta el auge de las posiciones reaccionarias como resultado a los avances del feminismo, sin hacer una autocrítica de los límites que ha demostrado la propuesta feminista. Y es que ese mismo vacío que ha demostrado la propuesta socialdemocrata ha sido aprovechado por la derecha, que ha logrado ganar terreno al canalizar las frustraciones populares. Por otro lado, esa lectura les ha llevado a confundirse de enemigo, llegando a tachar incluso a los sectores marxistas dentro de la ‘reacción’ por ser críticos con la propuesta reformista del feminismo, y con ello, negar la propia línea revolucionaria como una posibilidad emancipatoria para las mujeres trabajadoras.

En el retorno al nacionalismo, los valores tradicionales y el clasismo más salvaje la opresión y la violencia sobre la mujeres unicamente puede ir a peor

En cambio, la reacción responde a una cultura, ideología y visión política generada por la destrucción de las condiciones de vida de ciertos sectores privilegiados en momentos de crisis capitalista. Una respuesta autoritaria del capitalismo y una forma cultural que plantea un retorno al nacionalismo, a los valores tradicionales y al clasismo más salvajes. Un giro en el que la opresión y la violencia sobre la mujeres unicamente puede ir a peor y en el que se vuelve más urgente la necesidad de una perspectiva realmente transformadora.

Cuando hablamos de violencia machista, la visión política debe orientarse a derribar los cimientos que sostienen el machismo. Nuestras acciones, por tanto, deben estructurarse dentro de esta perspectiva desde hoy. Esta es la base para abordar de forma adecuada y transformadora otros debates dentro de este mismo campo.

En este sentido, una de las tareas más apremiantes es construir organizaciones políticas fuertes que trabajen de manera independiente al arco parlamentario y pongan en primer plano la lucha de la mujer trabajadora, convirtiéndola en un sujeto político irrevocable.

Esto implica, por un lado, responder con firmeza a cada caso de violencia machista, para dejar claro, ante el conjunto de la sociedad, que tales actos son completamente inaceptables. A través de estas respuestas, debemos educar al proletariado en una nueva ética basada en el respeto y el bienestar de todas las personas, en la que la violencia machista no tenga cabida. De la misma manera, esta lucha debe generar condiciones para que cada vez más mujeres se unan a esta causa.

Por otro lado, la lucha contra la violencia machista debe, enfocarse en las estructuras que sostienen y perpetúan el machismo en la sociedad. No solo se trata de enfrentar los actos de violencia, sino también de atacar las bases que permiten que estas agresiones se sigan reproduciendo.

Entre estas estructuras, destacan la industria cultural, que no solo normaliza, sino que convierte en espectáculo la violencia machista; la persistente división sexual del trabajo, que sigue relegando a las mujeres a tareas de cuidado, creando una forma de dependencia económica y social que nos mantiene en una posición de vulnerabilidad permanente; el modelo de familia burguesa, que sigue siendo un dispositivo que condena a muchísimas mujeres al aislamiento del hogar; así como la prostitución y la industria del sexo que continúan reduciéndonos a objetos sexuales y de placer, profundizando la idea de que somo sujetos de segunda. Golpear estas estructuras es una tarea fundamental si realmente queremos erradicar la violencia machista y transformar la sociedad en una verdadera sociedad de igualdad.

Ante el aumento del fascismo y la normalización del machismo, nunca ha sido tan urgente tomarse en serio esta lucha y plantearla desde una perspectiva verdaderamente transformadora

Por eso, el debate debe centrarse en la creación de un nuevo poder, uno que no se base en la rentabilidad económica y que no tenga como necesidad estructural la opresión de ciertos sectores de la clase trabajadora, sino en el bienestar colectivo y la igualdad real de todos los individuos.

Ante el aumento del fascismo y la normalización del machismo, nunca ha sido tan urgente tomarse en serio esta lucha y plantearla desde una perspectiva verdaderamente transformadora. El avance de ideologías que niegan la violencia machista o la minimizan debe frenarse con una respuesta política contundente y radical, que cuestione las estructuras que permiten que el machismo siga vigente. No podemos permitir ni un paso más atrás.

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