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Crisis climática
Entre esperanza y desesperación: nos rebelamos por el clima en 2020
En estos tiempos donde es posible nuestra propia extinción, el lema “rebelión o extinción” nos permite transformar nuestro dolor en rabia, en energía para la rebelión por el clima y por nuestra vida. No nos queda otra alternativa.
El año 2019 cerró con una COP25 sin resultados significativos. Cuatro años después del “histórico” Acuerdo de París, seguimos sin compromisos suficientes para limitar el aumento de temperaturas a 1,5ºC. De hecho, vamos camino de una subida de más de 3ºC, muy probablemente sobrepasando varios puntos de inflexión y desencadenado un calentamiento aún mucho mayor y catastrófico.
No obstante, el 2019 también fue el año de la mayor movilización climática. Desde el informe del IPCC de octubre de 2018, que nos avisaba de que “es probable que el calentamiento global llegue a 1,5°C entre 2030 y 2052 si continúa aumentando al ritmo actual”, algo ha cambiado. Algo hemos cambiado.
Ya a lo largo de 2018 hablamos de la necesidad de cerrar la brecha entre nuestro diagnostico —la emergencia climática— y nuestra acción. Bajo ese objetivo fui con esperanza al Quorum Global en Málaga en octubre de 2018, pero volví a casa desesperada. Porque detrás del discurso radical de colapso sistémico había la respuesta de siempre: unas formaciones, más educación medioambiental y concienciación, lo que suponía una brecha gigante entre diagnostico y acción. ¿Dónde estaba pues la rebelión?
Si bien en 2018 no podíamos hablar de un movimiento por la justicia climática ni movilización significativa en las calles, ahora sí podemosPero surgieron otros espacios que se enfrentaban también a este reto de cerrar la brecha: By 2020 We Rise Up a nivel europeo (nacido de Climate Justice Action), Extinction Rebellion (en ese momento solo en Reino Unido) y las huelgas estudiantiles. Algo estaba pasando que sí daba esperanza. Algo estábamos organizando para nutrir nuestra esperanza y cambiar el mundo, poniendo la vida en el centro.
Esperanza: Nos estamos movilizando
Nuestros avances en 2019 dan motivos para la esperanza. Si bien en 2018 no podíamos hablar de un movimiento por la justicia climática ni movilización significativa en las calles, ahora sí podemos. El 2019 comenzó creando Extinction Rebellion España, con una primera reunión en Madrid en enero, y hemos empezado a construir a 2020 Rebelión por el clima, que nació en un encuentro en febrero de 2019.
Entre medias, tuvo lugar la primera huelga mundial, organizada por los estudiantes (estas cosas no simplemente pasan) a nivel del Estado español: el 15M climático. Tan solo un mes después, desde Extinction Rebellion nos lanzamos a nuestra primera acción de desobediencia civil durante la primera semana de rebelión bloqueando la sede de Repsol en Madrid; una primera acción pequeña, pero un paso importante.
En julio del pasado año participamos desde 2020 Rebelión por el clima en la acampada Camp-in-Gas en Portugal, formándonos y tomando parte en otra acción de desobediencia civil. Y formamos a personas formadoras, organizando formaciones en acción directa no violenta y desobediencia civil en una multitud de ciudades en el Estado español.
En mayo, la IPBES publicó su informe devastador de la biodiversidad a nivel mundial, alertándonos del riesgo de desaparición de un millón de especies en las próximas décadas
Y ya durante la semana del 20 al 27 de septiembre organizamos una multitud de acciones en todo el país, como parte de la movilización para una segunda huelga mundial. El de 30 de septiembre bloqueamos el Palacio de San Telmo en Sevilla, sede de la Junta de Andalucía. Y el 7 de octubre, durante la primera ola de By 2020 We Rise Up y la segunda semana de rebelión de XR, bloqueamos el puente de Raimundo Fernández de Villaverde cerca de Nuevos Ministerios con 300 personas, y montamos la acampada por el clima frente del Ministerio de Transición Ecológica. Primeros atisbos de rebelión, aún pequeña, pero ¿qué acto de rebelión no empieza con pequeños actos de desobediencia?
Cerramos el año con la movilización del 6 de diciembre. Medio millón de personas marcharon en Madrid en la marcha por el clima. En tan solo cuatro semanas se logró una organización impresionante. Y se montó la cumbre social por el clima, un espacio importante de encuentro; estuvimos cerrando la brecha entre nuestro diagnóstico de una emergencia y nuestra acción. Estuvimos trabajando para rebelarnos, por el clima, por la vida, nutriendo nuestra esperanza, aprendiendo en el camino.
Desesperación: La emergencia climática y ecológica se acelera
Mientras tenían lugar estas movilizaciones, no dejaron de suceder esas noticias cada vez más preocupantes.
Durante todo el año se publicaron diversos informes sobre la aceleración del deshielo del Ártico, con graves consecuencias para el permafrost en la tundra siberiana, y el deshielo de Antártida, que se ha acelerado en un 280% en las últimas cuatro décadas. Especialmente llamativos fueron los miles de incendios en la selva amazónica, y no fueron los únicos: Siberia y Alaska, Indonesia, Angola y Congo, y ahora en Australia.
El cambio climático ya en marcha ha aumentado la intensidad de estos incendios, y al mismo tiempo estos destruyen la selva tropical y otros bosques y emiten enormes cantidades de CO2. En mayo, la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) publicó su informe devastador de la biodiversidad a nivel mundial, alertándonos del riesgo de desaparición de un millón de especies en las próximas décadas.
En noviembre salió otro informe devastador, alertándonos de que más de la mitad de los puntos de inflexión climáticos identificados hace una década ahora están “activos”. El coautor Johan Rockström, director del Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático, señalaba que “no son solo las presiones humanas en la Tierra las que continúan aumentando a niveles sin precedentes. También es que a medida que la ciencia avanza, debemos admitir que hemos subestimado los riesgos de desatar cambios irreversibles, donde el planeta autoamplifica el calentamiento global. Esto es lo que ahora comenzamos a ver, ya a 1°C de calentamiento global”.
En noviembre salió otro informe devastador, alertándonos de que más de la mitad de los puntos de inflexión climáticos identificados hace una década ahora están “activos”
Este mismo mes, en un acto sin precedentes, más de 11.000 científicos de más de 150 países advirtieron de una emergencia climática y exigieron “transformaciones enormes en la forma en que funciona nuestra sociedad global y su interacción con los ecosistemas naturales”.
Si bien un año antes, en noviembre de 2018, el Programa de la ONU para el Medio Ambiente dijo que “los países deben triplicar con urgencia sus compromisos para reducir el calentamiento global a 2°C”, un año más tarde esta misma institución dijo que “la ambición del Acuerdo de París debe quintuplicarse para evitar una catástrofe climática”: “A menos que las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero caigan un 7,6% cada año entre 2020 y 2030, el mundo no alcanzará el objetivo de limitar el calentamiento global a 1,5°C por encima de los niveles preindustriales establecido en el Acuerdo de París”. Dos semanas después terminaba la COP25 sin nuevos compromisos y sin acuerdos significativos. Un desastre.
Desesperación y dudas. Dudas sobre si, aunque nos estamos movilizándonos para cerrar la brecha entre diagnostico y acción, esta brecha se esta abriendo aún más. Dudas que aumentan la desesperación.
Esperanza para 2020
Aunque todos estos informes y datos son base suficiente para la desesperanza (yo misma reconozco haber comenzado el año en dicho estado), es importante darnos cuenta también de nuestros avances, de nuestros pequeños éxitos, y construir la rebelión de 2020 en base a estos.
Como recoge una encuesta realizada para El País, hemos cambiado de conciencia: “Un 59,5% considera que es ‘muy urgente’ tomar medidas para combatir el cambio climático. Un 31% afirma que es ‘bastante urgente’. Es decir: nueve de cada diez españoles cree ‘urgente’ dar un paso adelante”.
Y hemos cambiado el discurso político. Ahora es casi mainstream hablar de “emergencia climática” y de la necesidad de tomar medidas contundentes (la practica es otra). Hemos conseguido una multitud de declaraciones de emergencia climática: Catalunya en mayo de 2019, Sevilla en julio de 2019, el Congreso en septiembre de 2019, Barcelona a partir de 1 de enero de 2020 y el Gobierno este martes, entre otras.
Desafortunadamente, salvo casos excepcionales, estas declaraciones se han quedado vacías, sin un cambio mínimo de las políticas relacionadas con las emisiones de CO2. Siguen los proyectos de ampliación de aeropuertos (Barcelona, Málaga, Sevilla, y hay planes para Madrid), no obstante la emergencia climática. Sigue la promoción del turismo y de un crecimiento económico. “Emergencia climática” en el discurso, “lo de siempre” en la practica.
La COP26, a finales de noviembre en Escocia, solo será un punto de verificación de decisiones importantes tomadas antes por los gobiernos de los países
Pero dentro de nuestros movimientos hemos conseguido instalar la idea de un escalada de tácticas y de la necesidad de una desobediencia civil contundente. Aunque no todos los colectivos y todas las organizaciones pueden dar un paso a la desobediencia (a la rebelión), pocas dudan la necesidad. Además, dentro de nuestros movimientos hemos construido un discurso claro sobre la necesidad de una justicia climática, de un cambio sistémico y de seguir apostando por la interseccionalidad para la construcción de un movimiento de movimientos. Y, aunque estamos lejos de haberlo conseguido, hemos sentado algunas de las bases para seguir construyéndolo.
Empezamos 2020, por tanto, con una base mucho más potente, con mayor experiencia y con mayor movilización. Tanto que ahora sí es posible imaginarnos rebelándonos (de verdad) este año. Va a ser un esfuerzo enorme, pero esta rebelión por el clima ya forma parte de nuestro imaginario para 2020. ¡Organicémosla!
¿Hacia dónde ir? (preguntas estratégicas)
Pero, ¿hacia dónde deberíamos ir en 2020? ¿Hasta dónde deberíamos llegar para prevenir la catástrofe climática? ¿Solo tenemos once meses hasta finales de 2020 para el éxito?
Inger Andersen, directora ejecutiva del Programa para el Medio Ambiento de la ONU, dijo que “se necesitan progresos rápidos para reducir emisiones tanto como sea posible en 2020 y luego impulsar las contribuciones determinadas a nivel nacional provocando grandes transformaciones de las economías y las sociedades. Necesitamos ponernos al día con los años en que postergamos. Si no hacemos esto, la meta de 1,5°C estará fuera de alcance antes de 2030”.
Sin duda, 2020 será un año clave, como bien dice Andersen. El informe del IPCC de octubre de 2018 ya habló de la necesidad de un pico de emisiones en 2020. Pasar de un aumento anual de emisiones (aunque del 2%) a una reducción anual de 7,6% parece imposible. Es poco probable qué estos 7,6% se puede alcanzar en 2020, ni en 2021. Pero, para lograr las reducciones de emisiones necesarias a partir de 2021 o 2022 la política ecológica y económica tiene qué cambiar radicalmente, y las decisiones se tienen que tomar en 2020.
La COP26, a finales de noviembre en Escocia, solo será un punto de verificación de decisiones importantes tomadas antes por los gobiernos de los países. Es decir, aumentar la presión en noviembre sería demasiado tarde. Tenemos que rebelarnos de manera más contundente antes. No obstante, no se trata de un éxito o fracaso total. A partir de 2021 tendremos una larga lucha para seguir aumentando la presión y conseguir el cambio sistémico necesario.
Entonces, ¡nos rebelaremos este año! Pero, ¿cómo? Aumentar el apoyo es importante, pero no suficiente. Apoyo no es lo mismo que participación activa. Y participación ¿en que? Manifestaciones como la del 6 de diciembre son importantes, pero no son suficientes. “Las protestas de vacaciones no paran la guerra”, dijo Arundhati Roy sobre las protestas contra la guerra de Irak del 15 de febrero de 2003, y mucho menos pararán la emergencia climática. Por eso hablamos de la necesidad de un escalada de tácticas y de una rebelión por el clima.
El objetivo es lograr provocar decisiones por parte de nuestros gobiernos para iniciar cambios profundos en la economía e iniciar reducciones de emisiones alrededor de 7,6-8% anualmente a partir de 2021
Especialmente desde Extinction Rebellion se habla mucho de los 3,5% de la población que habría que activar (basándose en el trabajo de Erica Chenoweth y Maria Stephan). En el Estado español 3,5% significaría 1,65 millones de personas participando activamente. Pero, ¿qué deberían hacer ese 3,5% de la población? En una entrevista Erica Chenoweth responde a esta pregunta: “Suena como un número muy pequeño, pero en términos absolutos es un número impresionante de personas. En los EE UU , serían alrededor de 11,5 millones de personas hoy en día. ¿Podrías imaginarte si 11,5 millones de personas —eso es aproximadamente tres veces el tamaño de la Marcha de las Mujeres de 2017— estuvieran haciendo algo como la no cooperación masiva de manera sostenida durante nueve a 18 meses? Las cosas serían totalmente diferentes en este país”. También en el nuestro.
Es decir, no estamos hablando ni solo de participación en manifestaciones ni de acciones puntuales. El reto es aun más grande. Para llegar a activar este 3,5% deberíamos hacer despegar un torbellino bastante grande. Aunque puede que no hagan falta ese 3,5% en 2020, ya que nuestro objetivo (para este año) no es el cambio sistémico (no aún). El objetivo es lograr provocar decisiones por parte de nuestros gobiernos para iniciar cambios profundos en la economía e iniciar reducciones de emisiones alrededor de 7,6-8% anualmente a partir de 2021.
Para lograr estas decisiones, ¿cuáles son las fuerzas principales que las impiden? ¿Dónde deberíamos actuar y ejercer presión? Apunto algunas ideas, si bien creo que sería importante un análisis más profundo.
• La industria de energía (fósil) y su infraestructura. Esta industria tienes sus intereses en la explotación de las reservas de energías fósiles, y el valor de estas empresas en gran parte se basa en el valor de sus reservas de petróleo, gas, y carbón. Según Bill McKibben, uno de les fundadores de 350.org, “tenemos que mantener bajo tierra el 80% de las reservas de combustibles fósiles que conocemos”. Si los gobiernos realmente tomaran medidas contundentes para reducir las emisiones —es decir, reducir de energías fósiles—, el valor de dichas reservas colapsaría, y con esto el valor de estas empresas (reservas que se quedan bajo de tierra no tienen ningún valor económico).
• La industria financiera (la banca, los fondos de inversión y otros grandes inversores). Esta industria es la que financia al extractivismo, tanto de energías fósiles como de minerales. Pese a sus buenas palabras, en su práctica estos grandes bancos han aumentado las inversiones en energías fósiles desde el Acuerdo de París. Según un informe de la ONG BankTrack, han pasado de 612.000 millones dolares en 2016 a 654.000 millones en 2018. Con nuestro dinero, por tanto, los bancos están financiando el colapso de nuestro clima.
• El “dios” del crecimiento. Aunque hemos cambiado el discurso sobre la emergencia clima, no hemos conseguido derrotar al dios de verdad: el crecimiento económico. Un informe de la Oficina del Medio Ambiente de la Unión Europea de julio de 2019 lo dice claramente: “La conclusión es a la vez abrumadoramente clara y aleccionadora: no solo no hay pruebas empíricas que apoyen la existencia de una desacoplamiento entre el crecimiento económico y las presiones medioambientales en una escala cercana a la necesaria para hacer frente a la degradación medioambiental, sino que además, y quizás lo más importante, dicho desacoplamiento parece poco probable que se produzca en el futuro”. Pese a esto aún no estamos hablando abiertamente de acabar con este dios del crecimiento, y creo que sería importante dar algunos primeros pasos en esta dirección durante 2020.
• Desmontar las falsas soluciones: Este último punto es relacionado con soluciones falsas que están promoviendo las élites, como el Foro Económico Mundial de Davos: el Green New Deal o otras formas de un capitalismo verde, la Cuarta Revolución Industrial u otras soluciones basadas en tecnofantasías. Con el avance de la emergencia climática y de nuestra movilización, las élites van a promover cada vez más estas falsas soluciones, y deberíamos prepararnos para denunciarlas.
Con nuestras acciones de rebelión, es decir, nuestras acciones de desobediencia, deberíamos perturbar el funcionamiento de estos aspectos del sistema actual. No sirve hacer buenos espectáculos cómo una DISCObediencia o similares en el centro de Madrid. Deberíamos atacar los nervios del sistema extractivista y productivista y bloquear sus infraestructuras de forma coordinada. El Tsunami Democràtic debería parecer pequeño e irrelevante. Aquí está el reto, y no es poco.
¿Esperanza? ¡Rabia!
Resulta difícil mantener o reencontrar la esperanza en tiempos de emergencia climática y ecológica. Resulta difícil encontrar la energía para luchar sin esperanza. ¿De dónde tomar pues esta esperanza? ¿De qué podría nutrirse, cuando los informes científicos son cada vez más alarmantes y las acciones decisivas para la reducción de emisiones quedan pendientes? El tiempo, nuestro tiempo, se esta acabando. Estamos jodidas.
Quizás en estos tiempos de desesperanza y de emergencia climática y ecológica podemos aprender algo de los movimientos queer. En la crisis de SIDA de los Estados Unidos de los años 1990, el contexto homofóbico provocó que la pérdida de vidas queer no fueran entendidas como merecedoras de ser lloradas, impidiendo pasar por el dolor y aceptar así estas pérdidas. Del mismo modo, quizás deberíamos aceptar nuestro luto por las especies, hábitats y ecosistemas perdidos, que en nuestra cultura occidental no merecen ser llorados, y reconocer ese luto para transformar nuestro dolor y rabia en militancia.
El movimiento queer Act UP creó el lema “silencio = muerte”, que permitió convertir este luto y dolor por la pérdida de seres queridos en rabia. Quizás en estos tiempos donde es posible nuestra propia extinción el lema “rebelión o extinción” viene a expresar algo similar, y nos permite transformar nuestro dolor en rabia, en energía para la rebelión por el clima y por nuestra vida. No nos queda otra alternativa.
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Todo lo dicho es cierto. Me gustaría apuntar que el movimiento ecologista debería también mirar dentro de sus propias incoherencias para no perder fuerza (uso de plásticos y materiales contaminantes e importados, smartphones como centro de las movilizaciones). Principalmente porque constituyen un punto débil que, aunque se menosprecie por parte de las activistas a través de “el bien justifica los medios”, es precisamente el argumento más usado por las personas que no se deciden a movilizarse: "Si al final todos somos iguales, todos contaminamos con nuestras actividades y ganas de llamar la atención, sea el objetivo el que sea, no hay diferencia". Un pequeño esfuerzo (o grande, que tampoco pasa nada por ser coherente), marca una diferencia abismal y realmente anima a la gente a unirse a un movimiento que tiene todo pensado, y no pospone la renuncia de comodidades y la búsqueda de soluciones alternativas, sostenibles, locales y artesanales con la excusa de que esto es una crisis. Primero, porque es lo mismo que hacen los gobiernos barriendo la responsabilidad y aduciendo a una "imposibilidad técnica". Y segundo, porque es evidente que habrá que hacer frente tarde o temprano a cómo desarrollar el arte y la expresividad a partir de lo que nos da la Tierra, con nuestras propias manos, sin expolio ni privilegios.
ya pero no les pidas que renuncien a las comodidades del capitalismo, conformemonos con el postureo que proyectan