Extrema derecha
Defender lo común para sobrevivir al delirio tecnomacho

Los antihéroes ultra se han convertido, a través de consignas y discursos plagados de violencia política, en los referentes ideológicos de miles de jóvenes. Hoy, la resistencia ante ese eje del mal está construyéndose silenciosa pero tenazmente en las asambleas de los barrios y en aquellos espacios autoorganizados donde los cuidados colectivos adquieren un lugar predominante.
19 mar 2025 06:00

Este mes tuve la fortuna de leer el primer ensayo del ilustrador, músico e historietista Mauro Entrialgo, Malismo, La ostentación del mal como propaganda (Capitán Swing, 2024). En la obra, el dibujante acuña el término “malismo” para referirse al “antiintuitivo mecanismo propagandístico que consiste en la ostentación pública de acciones o deseos tradicionalmente reprobables con la finalidad de conseguir un beneficio social, electoral o comercial”. Con ese humor ácido y sarcástico que tanto le caracteriza, Entrialgo describe cómo cada vez más líderes de extrema derecha arrojan discursos abiertamente destructivos para ganar popularidad. Acciones que antes se enmascaraban o al menos disimulaban ligeramete para esquivar la crítica social ahora se jalean a los cuatro vientos: presumir de futuros recortes en “gasto” social y despidos públicos masivos o promover actos violentos contra minorías raciales son hoy por hoy los estandartes electorales de líderes internacionales como Javier Milei, Benjamin Netanyahu y Donald Trump.

Este último exhibió músculo malista el pasado 28 de febrero cuando, en una rueda de prensa junto a Vlodimir Zelenski en Washington DC, se dedicó a humillar y menospreciar en directo al dirigente ucraniano. No fue un enfrentamiento político ni una batalla dialéctica. Trump y los suyos performaron un espectáculo lamentable al estilo de cualquier bully de instituto cuando quiere exhibir autoridad delante de sus compañeros: Brian Glenn, corresponsal jefe de la Casa Blanca para la cadena Real America's Voice, le ridiculizó por llevar uniforme militar, traje que por cierto viste en solidaridad con los soldados que están actualmente combatiendo en el frente de guerra. Durante su conversación con el líder republicano, éste se dedicó a interrumpirle constantemente y no dudó en recordarle, a cada oportunidad que se le presentaba, su posición de debilidad en el conflicto con Rusia. El pequeño David contra un Goliat que no duda en usar hasta las armas más sucias y rastreras para imponer su voluntad.

Humor
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El dibujante de viñetas y tebeos Mauro Entrialgo ha escrito un ensayo, 'Malismo', en el que habla de un nuevo factor de atracción de votantes: el comportarse como auténticos hijos de perra.

Dejando a un lado la bochornosa actitud de Trump, en los últimos meses hemos asistido en todo el mundo a una escenificación creciente -vista como electoralmente favorable- de la violencia política. Desde la ya mítica motosierra de Javier Milei, símbolo del recorte masivo de presupuesto para los servicios públicos en Argentina, hasta la propaganda necropolítica de Netanyahu. Esta semana, el primer ministro israelí ha anunciado a bombo y platillo el corte de suministro eléctrico en Gaza casi una semana después de haber impedido el flujo de ayuda humanitaria en la región. Si echamos la vista atrás, veremos que la propaganda del mal viene de largo en el Estado sionista.

En el ensayo, Mauro recuerda cómo muchos soldados hebreos compartieron durante el genocidio crueles fotografías suyas en las casas derruidas de los palestinos. Los israelíes aparecían junto a juguetes, vestidos y todo tipo de objetos de valor, burlándose de sus antiguos moradores y jactándose de haber convertido sus vidas en un infierno en la tierra.

El tablero geopolítico global está hoy en manos de individuos ostentosamente violentos, misóginos y abusones de patio de colegio. Hombres cuyas reglas del juego se basan en humillar, pisotear al indefenso e imponer su criterio con descaro. La bronca, el individualismo feroz, el derribar al oponente con descalificativos o el uso de bulos (o mentiras de toda la vida) para ganar la discusión se han normalizado entre los adalides de la ultraderecha internacional.

La industria del malismo político elevado a la máxima potencia ha triunfado, ha llegado la era del delirio tecnomacho. La violencia está de moda en esta época de tecnocracias y neoimperialismos testosterónicos

Sin embargo, casi es más preocupante que todo ello les esté reportando beneficio político y no un rechazo unánime, como cabría esperar. Tipos como Trump, quien recientemente llamó “isla flotante de basura” a Puerto Rico o como Milei, que ha comparado recientemente la homosexualidad como la pedofilia y ha presumido de que eliminará el feminicidio del Código Penal argentino. La industria del malismo político elevado a la máxima potencia ha triunfado, ha llegado la era del delirio tecnomacho. La violencia está de moda en esta época de tecnocracias y neoimperialismos testosterónicos.

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Extrema derecha Un año del experimento Milei: 12 meses de ajuste y crueldad en Argentina
Este 10 de diciembre se cumple un año de Gobierno de La Libertad Avanza, un año de políticas ultraliberales, de recortes, despidos y privatizaciones que no han encontrado, al menos por ahora, nadie que lo detenga.

Hace años todos los llevábamos las manos a la cabeza cuando el rey emérito espetó un cortante “por qué no te callas” al entonces presidente venezolano Hugo Chávez. Parecía un comentario del todo impropio para un monarca, a quien se exige cierta moderación a la hora de discutir. Años después, sin embargo, Elon Musk se dirige a su exaltado público con un saludo nazi entre aplausos y ovaciones. Señalarlo como lo que realmente es, un comportamiento más que censurable, atentaría, para muchos, contra su legítima libertad de expresión.

Lo grave es que Musk no es un fascista cualquiera, es un señor que actualmente ostenta un cargo político en el gobierno de la mayor potencia económica del planeta. Si nadie en la Casa Blanca le sancionó ese 20 de enero por enaltecer el nazismo es porque en realidad gestos como ese son los que más cimentan su popularidad.

Lo que vende del personaje es precisamente esa suerte de rebeldía antisistema que desprende entre los suyos cada vez que hace gala de su desprecio a las instituciones democráticas. Los antihéroes se han convertido, a través de sus consignas malistas, en los nuevos ídolos de masas y referentes de las nuevas generaciones. El horizonte al que muchos jóvenes aspiran hoy es a convertirse en magnates que juegan a ser dios dirigiendo imperios tecnológicos al estilo Zuckerberg. Pocos fantasean con construir un mundo más justo y habitable. De hecho, cada vez más chavales ven factibles los regímenes dictatoriales y/o totalitarios porque los consideran más eficientes que una democracia al uso.

Según una encuesta, uno de cada cuatro varones (25,9%) de entre 18 y 26 años optaría por un régimen autoritario en determinadas circunstancias y el 18,3% de ellas elegiría una dictadura

Según una encuesta del 40db (publicada en septiembre de 2024 por El País), uno de cada cuatro varones (25,9%) de entre 18 y 26 años optaría por un régimen autoritario en determinadas circunstancias y el 18,3% de ellas elegiría una dictadura. Esto no es casualidad, es el resultado de discursos, ideologías y conductas malistas que, lejos de provocar rechazo, exaltan a las nuevas generaciones ávidas de referentes “antisistema”.

Como resultado del liderazgo internacional de la machosfera tecnológica, X (antes Twitter) ya ha dejado de ser desde hace tiempo un espacio para compartir contenidos y debatir ideas: ahora es un circo romano donde la fachosfera esparce sin miramientos toda clase de barbaridades racistas, negacionistas y LGTBIfóbicas, cebándose casi siempre con el más vulnerable. Las dinámicas y acciones que promueven todos estos señores del mal representan la antítesis de lo que ha sostenido históricamente la vida: los mayores avances de la humanidad se han conseguido no a través del despotismo y la apología de la desigualdad social sino mediante la cooperación continuada.

También, y en esencia, gracias a los cuidados colectivos, sin los cuales ninguno de estos autojaleados “triunfadores” habrían podido poner en práctica sus ideas de negocio. Las políticas belicistas, extractivistas y neocolonialistas que reivindica hoy la reacción ultra no solo nos impiden avanzar en derechos sino que nos catapultan inevitablemente a la extinción. La megalomanía patológica que defienden algunos es incompatible, entre otras cosas, con la vida misma del planeta y la salud democrática de sus habitantes. Por contra, sabemos que el apoyo mutuo, la ternura y las redes colectivas permiten que todas tengamos acceso a los recursos básicos y podamos relacionarnos pacíficamente.

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Es en la repetición en la que reside la pedagogía de la crueldad de la que Israel ha hecho su especialidad, crear una rutina de la barbarie, una reiteración imparable de los mismos crímenes de guerra.

Hoy muchas estamos hilvanando resistencias contra quienes pretenden convertir el mundo en un estercolero de bronca, odio y competitividad. Lo estamos haciendo sin apenas presencia en grandes espacios televisivos ni eslóganes que acaparan portadas en los grandes medios de comunicación. La oposición al eje del mal está construyéndose silenciosa pero tenazmente en las asambleas de los barrios, en los espacios ecofeministas donde se cocinan alternativas al modelo económico neoliberal de producción o en los colectivos que luchan por los derechos de las disidencias. Durante los meses más crudos de la pandemia, la vida de miles de familias se sostuvo gracias a las redes de cuidados construidas en los centros sociales autogestionados, tan denostados por las administraciones e instituciones del Estado.

Quizás, en tiempos de caos malista, lo verdaderamente revolucionario (e imprescindible) es aquello que siempre nos vendieron como accesorio

Ocurrió lo mismo cuando otras tantas en València lo perdieron todo tras la dana: fueron las vecinas organizadas bajo estructuras cooperativas y asamblearias las que se movilizaron para responder a la emergencia social mientras las instituciones no estuvieron a la altura. Quizás, en tiempos de caos malista, lo verdaderamente revolucionario (e imprescindible) es aquello que siempre nos vendieron como accesorio. Trabajar en lo común, compartir saberes y ponerlos a disposición de la comunidad para vivir mejor, más tranquilas. Para que nadie quede atrás cuando todo se tambalea debemos soñar con la utopía de un mundo orgullosamente colaborativo, justo, amable y habitable. Si queremos avanzar hacia esa utopía, habrá que hacer por volver a hacer de la generosidad en una meta ansiada y un rasgo político celebrado, que el malismo deje de una vez de ser sexy.

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