Política
Sobre la neoliberalización de la verdad: ¿qué tienen en común Trump, Ayuso o Netanyahu?

En el neoliberalismo de las narrativas, con ‘lobbies’ propagandísticos, medios y algoritmos de tu parte, cada cual adapta su discurso a su ‘target’ de consumo y se monta su propia película, que ya habrá un público que se la compre.
Sarah Babiker
1 mar 2024 08:01

En estos tiempos de aceleración de la historia en los que vivimos acontecimientos políticos globales cada dos días, y dramas más locales que no se acaban de cerrar, es difícil seguir el hilo entre los hechos, leer algo inteligible entre acontecimientos, registrar los deslizamientos subterráneos que ocultan cambios de paradigma que nos están transformando el mañana. Si uno piensa que entender sirve para algo (lo cual tristemente parece cada vez más discutible), hay que tener una disciplina para no dejar que el ayer o el anteayer se nos vayan alocados sin aprender algo de ellos.

El 2016 pasó algo fundamental: la pretensión de verdad sucumbió sonoramente, llegaba la posverdad de la mano de Trump, erigiéndose palabra del año. La política espectáculo se maceró en sí misma y perdió toda la vergüenza, asumiendo las formas de la telerrealidad. La apariencia de verdad se vació de todo sentido: lo importante era apostar fuerte por un relato u otro. A la fe, convertida en el sustrato de base de las lealtades políticas, los hechos, las causas y las explicaciones nunca le han parecido especialmente vinculantes.

Es esta apelación a la creencia por encima de cualquier dato, por mucho que los datos no sean nunca objetivos o inocentes, la que blinda algunos liderazgos que proyectan largas sombras sobre el presente y el futuro. Sombras bajo las que se extienden el sufrimiento y la muerte. Pues, ¿qué tienen en común figuras como Trump, Ayuso o Netanyahu? Que los hechos se las traen al pairo, no van con ellos, pues operan en el marco de su verdad, de un relato emancipado de lo que vemos, oímos y sufrimos.

Basta con tener a quienes cortan el bacalao de tu parte y muchos followers, palmeros que vean en ti la esperanza que han perdido en un mundo que no les da el lugar que creían merecer, gente con miedo

En el neoliberalismo de las narrativas, con lobbies propagandísticos, medios y algoritmos de tu parte, cada cual adapta su discurso a su target de consumo y se monta su propia película, que ya habrá un público que se la compre. Se opera un extractivismo de la legitimidad democrática obtenida de aquellos a quienes ya se ha despojado de todo espíritu crítico, a través del bombardeo de mensajes y la sutil manipulación.

Y es que los relatos no son democráticos: no hace falta que te crea una mayoría, porque total, no es precisamente la mayoría quien tiene poder para hacer nada. ¿Quién necesita convencer a un montón de personas impotentes? Basta con tener a quienes cortan el bacalao de tu parte y muchos followers, palmeros que vean en ti la esperanza que han perdido en un mundo que no les da el lugar que creían merecer, gente con miedo que encuentra en tu odio explícito hacia el otro, en tu desprecio a quienes ellos desprecian, validación a su propio racismo y un muro de contención ante lo que considera una amenaza: palestinos, migrantes, comunismo, feministas, lo que toque. La gente con miedo piensa poco, así que diseña una posverdad pavorosa y erígete como el possalvador.

La posverdad, aplicada a la limpieza étnica, provoca genocidios discutibles que hay que demostrar con pruebas ante la justicia internacional, como si no viéramos cada día sus efectos, como si Gaza no hubiera sido arrasada ante nuestros ojos. El relato se emancipa de las ruinas, de la sangre, de los cuerpos destrozados que pueblan las pantallas: esto que está usted viendo no es un genocidio, es legítima defensa, nos aleccionan los Netanyahus. Y vamos a continuar con nuestro no-genocidio hasta colonizar toda la franja, añaden entre risas y bailes los ministros más ultras del sionismo, mientras caen con todas sus sofisticadas armas sobre los edificios y las carpas en las que buscan refugio los supervivientes de este holocausto en prime time, tan lucrativo para la industria armamentística. Mientras, los fast media despachan verdades ultraprocesadas, supremacismo low cost al por mayor.

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La “victoria” genocida del sionismo sobre el pueblo nativo de Palestina o un horizonte de descolonización con una Palestina libre del río al mar parecen ser los dos únicos finales posibles a una herida colonial que nunca acaba de cerrarse.

A los Netanyahus les respalda la posverdad de la IHRA, que postula en su web: “Un mundo que recuerda el holocausto es un mundo sin genocidio”. Más o menos cuando andábamos descubriendo las mieles ficticias de la posverdad con Trump, la IHRA asentaba el marco del relato difundiendo su versión del antisemitismo: una versión que blindaba al sionismo y a Israel de las críticas, que serían entendidas como ataques al pueblo judío, y también, si se tercia, complicidad con el “terrorismo”. Desde 2017 hasta mayo de 2023, la IHRA ha impuesto su definición de antisemitismo en 43 países.  Con rotundo éxito, como hemos podido comprobar en la última temporada otoño invierno, en la que acusar a todo quisqui de ser Hamás ha sido el último grito.


La posverdad emborrona el pasado, el presente, la humanidad, las causas, solo resplandecen como letreros fluorescentes esos mantras donde los países democráticos se defienden de los salvajes, Estados Unidos recupera su grandeza sobre la violencia contra las personas que migran, o la Comunidad de Madrid defiende su derecho a la alegría y a la libertad frente a los comunistas tan insistentes en hablar de ancianos muertos, mientras no rinden cuentas por quienes murieron bajo el estalinismo y en las checas.

Así, la verdad que producen los Netanyahus, Trumps y Ayusos, dopada de algoritmos, décadas de embrutecimiento e intereses económicos de las élites, se distancia de lo que vivimos cada día.  No estamos ante una democratización de la verdad, sino ante la triste comunicación política de la posdemocracia, donde cualquier pretensión de alcanzar la igualdad o el bien común, cualquier apuesta por una paz justa, es tachada de woke, comunista (sic) o antisemita.

Esta posverdad, lejos de ser un delirio caprichoso, se alimenta de la retórica hipócrita y la cobardía de quienes dicen querer proteger los derechos humanos y legislan o actúan para ponerlos en peligro

Pero esta posverdad, lejos de ser un delirio caprichoso, se alimenta de la retórica hipócrita y la cobardía de quienes dicen querer proteger los derechos humanos y legislan o actúan para ponerlos en peligro: antes del Donald Trump que basa su campaña en la deportación masiva de migrantes,  hubo un Obama que se ganó el título de Deportador jefe por sus políticas de frontera. Sí, hay un sentido común excluyente y deshumanizador que algunos ondean orgullosos en sus banderas políticas del odio, y otros ejecutan con sonrisa progresista, guardando la compostura mientras perpetran las mismas violaciones de derechos.

Detrás de Ayuso desentendiéndose de las personas mayores, condenándolas a la muerte en la pandemia, hay un sentido común neoliberal que pone a los cuidados en la periferia de todo, que descuida a las franjas de población consideradas no productivas, despoja a lo público de lo necesario, y luego permite que fondos de inversión se lucren de las necesidades de las personas mayores, comiéndose un amplio margen entre el dinero que absorben y el que dedican a pagar a sus trabajadoras.

Y detrás del Netanyahu que lidera un gobierno de guerra lleno de nazis, hay un sionismo progresista que depende de la misma colonización para existir, que no cuestiona el apartheid, ni es capaz de ver a las personas palestinas como seres humanos. Partidos considerados moderados que se sustentan sin cuestionarlo en un campo podrido de colonialismo, y que pasado mañana, cuando Netanyahu haya sido despejado del camino, seguirán robando y discriminando con menos boato. 

Condenemos con toda la contundencia a los netanyahus, los trumps y las ayusos de la vida, mientras anuncian sin pudor el exterminio de miles de personas, planean la deportación de millones, o avalan y justifican la muerte en soledad de cientos. Pero no olvidemos nunca que, mientras, los Yair Lapid de turno se preparan para continuar el genocidio más discretamente, los Biden siguen financiando a espuertas la matanza de niños palestinos mientras apenas se les escucha alguna regañina a Israel, y el bipartidismo mantiene intacto un modelo de cuidados (sanitarios, a la tercera edad) infrafinanciado y externalizado, que permite a la sanidad privada y a las empresas adjudicatarias de las residencias seguirse lucrando a costa de nuestra salud y nuestra vida.

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MCarmen
MCarmen
3/3/2024 19:46

Muy buen artículo. La pregunta es ¿hay algo que podamos hacer o ya tienen ganado el discurso y la batalla?

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Max Montoya
Max Montoya
3/3/2024 18:44

Potente artículo. La Posverdad es ese neologismo que apunta al hecho más evidente desde que el Homo sapiens obtuvo su neocortex: el lenguaje sirve para comunicar ideas y nos permite socializarnos mejor, pero su mayor ventaja, como nos indican los biólogos con su cultural evolution, es manipular a los demás en nuestro propio beneficio. La presión natural hace que mentir sea ventajoso en muchos casos en que necesitamos que los demás nos ayuden, se agrupen con nosotros, o simplemente acepten nuestra mentira. Cuando la fenomenología Heideggeriana y la hermenéutica Gadameriana se frotan las manos hablando de que la verdad (aletheia) de la existencia, del ser-ahí (Dasein) se desvela en el lenguaje (Heidegger) o que en el consenso entre los seres humanos se halla una verdad más profunda y práctica que la de la ciencia (Gadamer), se olvida lo que ya dijera Dawkins: que el lenguaje sirve ante todo (su función es) para manipular en nuestra ventaja. Lo de la Posverdad es algo nuevo en el sentido de que el engaño, la manipulación ya no intenta presentarse como verdad, no existe ese grado de virtud llamado «hipocresía»; la Posverdad es simplemente la mentira diciendo que no le importan los hechos (la verdad), sino su visión personal de los hechos (opinión, falsedad). Dicen que la Posverdad es consecuencia lógica del Postmodernismo: no hay sistema; todos los sistemas importan lo mismo. Al Postestructuralismo de Roland Barthes no le importaba el autor de un texto. El autor había muerto. Solo existe el texto y las interpretaciones de los lectores. No había verdad autorial intentada. Pues de la Universidad y estos intelectuales ha pasado a la política: no hay autor, no hay verdad, hay interpretaciones. Heidegger, Gadamer, Sartre, Barthes, Foucault, Derrida et al. no querían saber nada de la verdad científica (Popper). Pues mirad lo que han conseguido. Ahora se ha extendido como algo normal a toda la prensa de masas, a todos los medios, a la democracia. Todo es interpretación. Gracias Heidegger, Gadamer, Derrida, Barthes. Habrá que decir que tenemos que volver a reivindicar la razón y la ciencia de la Ilustración Radical para no volver a matarnos en otra Tercera Guerra Mundial?

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Acaido
2/3/2024 2:03

Que cruda es la verdad.

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