Opinión
La crisis de la escuela es la crisis de todo lo demás

Los autores inician con este texto un programa de investigación en torno a la escuela. ¿Cuáles son sus funciones reales en el contexto concreto del ocaso económico, industrial y demográfico de Navarra y la CAV?
Ikastola pública en Iruñea
Israel Gonzalez Ikastola pública en Pamplona-Iruña

@armandocasitas0

3 nov 2025 07:01

El curso 2024-2025 fue rico en titulares dedicados a la escuela pública tanto en Navarra como en la Comunidad Autónoma Vasca. En invierno los periódicos hablaban de huelgas, de conflictos con las administraciones y de luchas por la educación pública. En primavera llegaron los acuerdos, las firmas, las fotos, las caras de satisfacción. Primero Navarra, en abril, con un acuerdo que suscribieron sólo tres sindicatos (ANFE, AFAPNA y UGT) y del que se desvincularon cuatro (ELA, LAB, Steilas y CCOO). Luego la CAV, en mayo, con mayor consenso: sólo ELA se resistió a firmar. La situación desde entonces parece calmada. Pero, ¿lo está? ¿Se ha avanzado en la resolución de los problemas que hasta hace poco parecían amenazar el buen funcionamiento del sistema educativo?

Nos gustaría dedicarle algo de atención a esto: poner la vista un poco más allá de las crónicas de actualidad y considerar los males de la escuela en un contexto más amplio y un arco temporal más largo. En el texto que sigue proponemos algunas lecturas de la coyuntura en educación y adelantamos las líneas principales de un proceso de investigación del que daremos cuenta en próximas entregas.

La escuela no está hecha para igualar

Empecemos por lo general. La escuela no es hoy un espacio de igualación social sino un espacio de segregación. Y no es una cuestión circunstancial. En una sociedad de clases, la educación representa a escala el hojaldrado social y lo perpetúa. Advertimos esto porque es una fantasía muy extendida que la escuela produce igualdad. Al menos igualdad de oportunidades, ese sucedáneo que nadie sabe muy bien en qué consiste. Algunos autores, sin embargo, señalan ya desde hace tiempo que eso no es así y que, en realidad, la escuela es una herramienta de reproducción de las condiciones de clase. Es decir, una institución destinada a que cada cual siga en su posición. O, en este caso, en la de sus padres. 

Si tenemos en cuenta que la crisis se ha establecido —como mínimo— desde 2008 como fase permanente de una economía capitalista atascada, al menos en la provincia europea, no nos será difícil entender las causas del estado actual de la educación. Estado calamitoso, a juzgar por muy variados indicadores: es incapaz de garantizar un futuro digno para el alumnado; no proporciona una formación técnica moderadamente aceptable; los contenidos pierden peso frente a los procedimientos; se reducen los instrumentos de control democrático por parte de los trabajadores de la educación y del alumnado… Por nombrar algunos elementos que, creemos, pueden ser compartidos por cualquiera que tenga una mirada crítica sobre el asunto.

“Es una fantasía muy extendida que la escuela produce igualdad”

Estirando la analogía y el marco temporal: si las grandes crisis, como la de 2008 o la de 1973, son recurrentes, ¿no podríamos entender los sucesivos intentos de reforma educativa como otros tantos intentos de gobernar esta serie de crisis mediante la puesta en práctica de mecanismos de integración y exclusión del alumnado?

Tres ideas sobre la función de la escuela

Frente a la idea de que la escuela fue en algún momento no muy lejano de la historia un instrumento de liberación para las clases subalternas, o al menos un espacio de igualación de clase en el que el proletariado industrial pudo acceder en mejores condiciones a la educación superior, queremos señalar, al menos, tres ideas principales que pueden servirnos como marco teórico provisional:

En primer lugar, la escuela, como cualquier institución, varía sus funciones según el contexto histórico. No contiene una esencia positiva ni opera al margen del capitalismo. Ni siquiera en el supuesto de que fuera totalmente pública, universal, con recursos suficientes, con un profesorado vocacional y con métodos antiautoritarios. Podemos imaginar la mejor de las escuelas posibles, pero otra cosa es que pueda materializarse en una sociedad tardocapitalista.

Segundo: si se quiere afirmar que la escuela de los años 80 era mejor —en el sentido de que ofrecía una formación más integral del individuo, contenidos teóricos de mayor calidad, etc.— es preciso no perder de vista el contexto de una relativa expansión del estado de bienestar durante los primeros gobiernos del PSOE en el estado español. Es decir, que el vínculo —a nuestro entender permanente a lo largo de la historia de la educación— entre escuela y mercado laboral exigía en estos años una mano de obra más cualificada y destinada a puestos de trabajo más estables.

“La escuela no ha funcionado como un espacio donde la neutralidad garantizara la libertad de pensamiento. Muy al contrario, a lo largo de las distintas etapas históricas, ha desempeñado un papel activo en la estabilización ideológica”

Y, en tercer lugar, la escuela dista mucho de haber sido una institución neutra, infranqueable a las ideologías o a los factores externos. No ha funcionado como un espacio donde la supuesta neutralidad garantizara la libertad de pensamiento. Muy al contrario, a lo largo de las distintas etapas históricas, ha desempeñado un papel activo en la estabilización ideológica. En el marco del sistema capitalista actual, la escuela cumple la función de normalizar las relaciones sociales propias de dicho modelo. Mediante diversos mecanismos, consigue que el alumnado interiorice como naturales las dinámicas sociales que deberá asumir en su vida adulta.

La escuela en su conjunto, en todos sus segmentos (pública, concertada y privada) ha funcionado siempre como una herramienta de gestión de la fuerza de trabajo y su afuera, lo que podemos llamar “población excedente”. Para entender esto es preciso considerar los mecanismos de integración —la meritocracia, los programas especiales para escuelas en barrios de menor renta, las becas, la enseñanza de idiomas— pero aún más los mecanismos de exclusión. La escuela en los 80 y ahora ha sido un enorme “aparcamiento” de pobres para los que continuamente se crean itinerarios, programas, especialidades y centros específicos. Hoy, en Navarra, nada representa más claramente esta última función que la FP Básica. Estos apartaderos, lejos de ser un elemento accesorio de la educación, a nuestro entender, conforman una de sus funciones principales.

Si partimos de lo que sugieren autores como Emmanuel Rodríguez, ¿cuál puede ser la función de la escuela en un contexto en el que los salarios se devalúan de forma continua, al menos desde los años 70? Más aún: ¿qué función puede tener la escuela en una sociedad en la que un trabajo estable y que garantice unos niveles mínimos de bienestar va a ser cada vez más escaso? ¿Qué escuela proyectan las diversas reformas educativas estatales y autonómicas en relación a esta devaluación del trabajo en tanto que elemento que dota de sentido a nuestras vidas? 

Sobre todo nos preguntamos, en la medida en que nos consideramos personas preocupadas por el futuro de los niños y niñas que atraviesan el sistema educativo en Navarra: ¿Qué mecanismos de sometimiento ideológico padecerá esa porción “inempleable”, no integrable, que supone un porcentaje cada vez mayor de la población activa?

“Un rasgo distintivo de la escuela de nuestro tiempo es la impermeabilidad de la institución a cualquier tipo de demanda obrera, en contraste con el eco inmediato que tienen las demandas de la clase media”

La educación es de clase media

A nuestro modo de ver, un rasgo distintivo de la escuela de nuestro tiempo es la impermeabilidad de la institución a cualquier tipo de demanda obrera, en contraste con el eco inmediato que tienen las demandas de la clase media. Podemos poner como ejemplo paradigmático los constantes recortes en atención a la diversidad (tanto en CREENA como en centros concretos) o el hecho de que cada vez más centros nieguen el derecho a la huelga al alumnado.

Podemos oponer estos casos a la introducción del inglés en la red en castellano y la introducción de las “nuevas pedagogías” como reivindicaciones educativas que han sido impulsadas por la clase media autóctona, entendida esta si se quiere como convención social (quien se cree clase media) más que como realidad material (quien tiene realmente rentas medias).

“Ninguna reivindicación sindical de las últimas huelgas educativas en la CAV y en Navarra apuntaba a la lucha por un modelo educativo que pusiera en el centro las necesidades del alumnado de clase trabajadora, migrante, pobre o de rentas bajas”

Otra muestra preocupante de la misma tendencia es la lista de reivindicaciones sindicales de las últimas huelgas educativas tanto en Navarra como en la CAV. Ninguna de ellas apuntaba a la lucha por un modelo educativo que pusiera en el centro las necesidades del alumnado de clase trabajadora, migrante, pobre o de rentas bajas. Abundaban, en cambio, las demandas salariales y las pequeñas concesiones a la atención a la diversidad del alumnado o a la cuestión lingüística, sin atender en ningún momento a los niveles de renta o la clase social de los posibles beneficiarios de esas mejoras minúsculas en la calidad educativa. No solo la escuela es impermeable a las demandas de las clases subalternas sino que, según parece, gran parte del profesorado y de las organizaciones sindicales, pese a colocarse a sí mismas en el espectro ideológico de la izquierda, también lo son.

Uno de los objetivos principales de nuestra investigación es confrontar dialécticamente con la conceptualización que se hace de la escuela por parte de una posición que podríamos llamar “ilustrada”, en la medida en que reivindica la escuela como un triunfo de la Ilustración y, al mismo tiempo, una victoria del movimiento obrero. Según defienden Carlos Fernández Liria, Olga García y Enrique Galindo en “Escuela o barbarie”, la educación habría logrado una mejora de las condiciones de vida de la clase obrera durante los siglos XIX y XX. No sería una exageración afirmar que esta posición es el núcleo de un consenso que, con algunos matices, defiende tanto el conjunto de lo que podemos llamar “izquierda” como la mayoría sindical. 

Aunque, sin ninguna duda, podemos compartir algunas de las críticas que hacen estos autores —y la izquierda en general— a la deriva neoliberal de la educación, a la introducción de determinados contenidos como el emprendizaje o la cultura del esfuerzo —provenientes, fundamentalmente, de la reforma educativa emprendida por el Partido Popular en 2013, denominada LOMCE— creemos que comparten mucho más de lo que podría pensarse a primera vista con las recomendaciones que la OCDE transmite a sus estados miembros en materia de educación y que, en no pocas ocasiones, son bastante progresistas.

Sin embargo, tanto las recomendaciones de la OCDE, como el espíritu de la reforma educativa, como las críticas de la izquierda comparten, a nuestro entender, dos ideas básicas: la educación debe estar controlada y regulada por el estado y la escuela es (o puede llegar a ser) un espacio libre de antagonismos de clase. Nos parece que ambas ideas, en un contexto global en el que es difícil encontrar una separación clara entre estado y capitalismo, contribuyen a cerrar el espacio de la discusión política en lugar de ampliarlo. Nuestra economía y nuestra sociedad están gobernadas por una sencilla ley de hierro: el capital está obligado a producir más capital. La escuela cumple, afortunadamente de forma imperfecta, una función subordinada a esa ley.

“En tiempos de repliegue político, es fácil defender a la concertada laica vasca bajo el engañoso paraguas de lo público-comunitario, obviando la evidente segregación con respecto al alumnado migrante y de rentas bajas”

Si obviamos, además, que la escuela es también un espacio donde se dirimen intereses de clase, donde las demandas de la clase obrera son constantemente ninguneadas o ni siquiera llegan a considerarse como tales, tenemos el cultivo perfecto para que prolifere un sano ecosistema que garantice la reproducción de las desigualdades.

Capitalismo, estado, crisis, escuela… son palabras que suenan quizá vagas o rimbombantes en tiempos de ensalzamiento de la eficacia y la buena gestión. Habrá quienes, qué duda cabe, consideren poco menos que integrismo el mero intento de preguntarse qué función cumple la escuela bajo condiciones capitalistas.

En tiempos de repliegue político, es fácil dejarse llevar por la tentación de “defender lo público”, que nos coloca en la posición de tener que admitir y hasta proclamar que lo que hay, lo que tenemos, es una educación “de calidad” y de excelencia frente, por ejemplo, la concertada. O de defender a la concertada laica vasca bajo el engañoso paraguas de lo público-comunitario, obviando la evidente segregación con respecto al alumnado migrante y de rentas bajas. O a cerrar filas en torno a los docentes, cuando es evidente que la distancia en cuanto a clase social, niveles de renta, idiomas, formas de ocio y acceso a vivienda entre estos y un alumnado cada vez más precarizado —especialmente en la escuela pública en castellano— no hace más que crecer, lo que deviene en una divergencia en sus intereses objetivos.

Sin organización y sin un mínimo de lazos comunitarios es imposible que confluyan los intereses de quienes vamos a estar dos meses de vacaciones en nuestra furgoneta camperizada y quienes van a pasarse el verano ayudando a sus padres en el bar o cuidando a sus hermanos menores.

Una propuesta de investigación

Es por eso que queremos lanzar un modesto programa de investigación en torno a la escuela. Nos proponemos analizar sus funciones reales, más allá de velos ideológicos, en el contexto concreto del ocaso económico, industrial y demográfico de Navarra y la CAV. Tenemos, de momento, cinco hipótesis preliminares. Algunas son poco más que intuiciones, mientras que otras nos parecen ya realidades incontestables.

Nuestra primera hipótesis es que la escuela es un mecanismo de reproducción de clases. Los mecanismos de segregación en Navarra y en el resto del estado operan de una forma diferente a como podríamos imaginar en un principio. No es tanto que expulsen del sistema al alumnado con rentas más bajas, sino que generan guetos “por arriba”: centros educativos tanto públicos como concertados en los que la educación sigue cumpliendo la función de garantizar credenciales educativas con cierto valor de mercado que aún permiten acceder a puestos de trabajo relativamente bien pagados.

“La escuela es un mecanismo de reproducción de clases”

En segundo lugar, consideramos que la escuela nunca funcionó como ascensor social para la clase trabajadora, ni siquiera en su época dorada. Incluso en sus momentos de expansión, que coinciden con la extensión del precario Estado de Bienestar español en los años sesenta y setenta del siglo XX. Este proceso se aceleró notablemente entre 1959 y 1975, coincidiendo con el crecimiento económico y la modernización social impulsada por el régimen, pero tuvo mucho más éxito a la hora de legitimar ideológicamente la meritocracia que en lo que se refiere a promover una igualdad de oportunidades real.

La tercera hipótesis que queremos poner a prueba es si los sistemas educativos desplegados por los estados —ya sea en forma de educación pública o concertada— han tenido históricamente la función de contención de las revueltas, la organización de clase o la insubordinación frente al trabajo y, en general, ha promovido la naturalización de las relaciones sociales capitalistas. Creemos que es posible demostrar, mediante el análisis de las llamadas “nuevas metodologías” que esta función sigue vigente en el sistema educativo de Navarra.

En cuarto lugar, queremos plantear que, aunque podemos hablar de la infinita secuencia de reformas educativas emprendidas tanto por el estado español como por las autonomías, creemos que el término Reforma Educativa como esfuerzo constante y consciente por parte del Estado de adaptar la educación al mercado laboral y a las exigencias de un capitalismo en crisis constante desde, al menos, los años 70, se ajusta mejor a la realidad. No se trata de reformas puntuales inconexas ni mucho menos antagónicas, sino que lo entendemos como el resultado inevitable de la crisis capitalista: el capital encuentra cada vez menos oportunidades de rentabilización de las inversiones y esto, a su vez, desvaloriza el trabajo.

Si la escuela es, en gran medida, una inversión estatal para generar trabajadores rentables, ¿qué sucede con la educación cuando el mercado de trabajo reclama cada vez menos trabajadores? Dicho de otra manera: las distintas reformas legislativas son la cara más visible de una reforma permanente de la escuela que responde a la crisis, también permanente, del capitalismo actual.

La quinta hipótesis de nuestra investigación trata de cuestionar si la escuela actual está preparando al alumnado para un mundo en el que el empleo tiene una capacidad cada vez menor de integrar a grandes masas asalariadas. Esta cuestión cobra relevancia en el contexto actual de una Navarra afectada por los cierres de empresas, deslocalizaciones, caída de las exportaciones y, en general, la progresiva pérdida de dinamismo de la economía productiva.

Y, por último, partimos de la premisa de que la integración, exclusión y segregación no son procesos separados entre sí sino distintas facetas de una misma estrategia de gestión y disciplinamiento del alumnado. La escuela en Navarra integra porque escolariza con carácter universal. Al mismo tiempo excluye, porque conduce a una parte de sus alumnos por itinerarios sin salida (ya hemos mencionado el caso de la FP Básica). Y sin lugar a dudas segrega, habilitando espacios separados, con expectativas diferentes y futuros también muy desiguales, para distintos sectores del alumnado. Necesitamos avanzar en la investigación para entender mejor y describir con más detalle cómo funciona esta tríada de integración, exclusión y segregación. Lo que nos parece incontestable es que van de la mano.

Descargo y conclusiones

Sabemos que en este texto se realizan afirmaciones que pueden parecer extremas o injustas para con el sistema educativo. No son pocas las personas que, en su día a día, ponen todo su empeño en limitar el autoritarismo en su aula o en su centro, en poner por delante los intereses del alumnado más precarizado o incluso en desvelar las relaciones sociales capitalistas dentro y fuera del aula. Tampoco dudamos de que muchas personas tienen en cuenta la perspectiva de clase en cuestiones que pueden parecer secundarias pero que no lo son en absoluto, como las fiestas de final de curso de su colegio o los precios de las excursiones de graduación de su centro.

Sería ingenuo por nuestra parte caracterizar la escuela actual como un mecanismo de reproducción de clase perfecto y sin fisuras. Tampoco podemos afirmar que sea un espacio de adoctrinamiento vertical donde se prepara para la precariedad a todo el alumnado sin excepción. Existe una pléyade de pequeñas prácticas de resistencia por parte del alumnado y de la comunidad educativa, así como algunos rescoldos de organización que, de forma intermitente, interrumpen el funcionamiento normal del sistema. Además, es justo reconocer que, de forma paralela al control del alumnado, los sistemas educativos han sido capaces de promover en ocasiones el pensamiento crítico, a pesar de las burocracias estatales.

“No dudamos de que muchas personas tienen en cuenta la perspectiva de clase en cuestiones que pueden parecer secundarias pero que no lo son en absoluto, como las fiestas de final de curso de su colegio o los precios de las excursiones de graduación de su centro”.

Aun reconociendo todo lo anterior, la intención de esta investigación no es reconfortar a los docentes ni emitir un juicio de valor acerca de las decisiones individuales que realizan las familias sobre la escolarización de sus hijos, sino analizar la función que cumple la escuela en el marco de las relaciones sociales capitalistas en Nafarroa. De hecho, nos gustaría que el malestar que puedan causar nuestras hipótesis (siempre provisionales) animaran a otras personas interesadas en la discusión a escribir, contestar y probar (a ser posible aportando datos) que son erróneas o que no se ajustan a lo que verdaderamente está pasando.

El pacto entre las clases medias y altas para convertir la educación en un espacio de defensa de sus intereses en medio de una crisis sin precedentes, con la colaboración entusiasta de los gobiernos estatales, forales y locales y de una parte importante de las burocracias sindicales y partidarias, nos parece ya un hecho. Para que este pacto se haga efectivo, necesita presentar la escuela como un espacio en el que no existen los antagonismos de clase.

Esta investigación pretende señalar y analizar críticamente ambos hechos, con la intención de dar así herramientas a aquellos a quienes se pretende excluir del banquete antes siquiera de alcanzar la mayoría de edad.

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