Opinión
ETA, de principio a fin
La primera víctima planificada de ETA, en la llamada Operación Sagarra, fue Melitón Manzanas, jefe de la Brigada Político-Social de Gipuzkoa. Recibió siete balazos en 1968. Había sido colaborador de la Gestapo nazi ayudando a detener a judíos que huían por el sur de Francia. Disfrutaba torturando a comunistas, libertarios, abertzales y socialistas que luchaban contra la dictadura franquista. María Mercedes Ancheta murió después de pasar por sus manos, tras sufrir la picana, la bolsa y la bañera. Tenía cortes por todo el cuerpo y la vagina destrozada.
Carlos Sáenz de Tejada y Diego Salvá fueron las dos últimas víctimas premeditadas de ETA. Eran guardias civiles que trabajaban en Calviá, un pueblo mallorquín. Una bomba lapa en los bajos de su coche patrulla acabó con ellos en 2009. El día anterior, una furgoneta con 700 kilos de amonal explotó a las cuatro de la madrugada frente a la casa cuartel de Burgos. Dejó un cráter de seis metros de diámetro y dos de profundidad pero no falleció nadie.
“ETA fue derrotada militarmente, tras haber llevado al conjunto de la izquierda abertzale al aislamiento social y al borde del colapso político en varios momentos de la última fase”
El arco narrativo de ETA tiene muchos capítulos, pero el principio y el final reflejan su transformación. En un extremo, la ekintza contra un destacado represor de un régimen sin libertades, llevada a cabo sin posibilidad de daños a terceros. En la otra punta, un explosivo y un coche bomba, contra policías anónimos del escalafón más bajo, y contra un edificio repleto de familiares y civiles, en un régimen con derechos burgueses y libertades civiles. La evolución ética, política, ideológica, operativa y estratégica de la organización armada es total. No toda violencia política es terrorismo, pero cuando se persevera en dinámicas y métodos cuyas consecuencias trágicas son previsibles, sí que lo es.
ETA fue derrotada militarmente, tras haber llevado al conjunto de la izquierda abertzale al aislamiento social y al borde del colapso político en varios momentos de la última fase. Tras su cese definitivo, hace diez años, y su disolución hace tres y medio, el conflicto vasco tiene todavía unos cuantos flecos sin resolver. En parte, porque el Estado español defiende un relato sesgado que, entre otras cosas, lo inhabilita para imponer su hegemonía en Euskal Herria.
Tiene centenares de muertos a sus espaldas, si no miles, sin contabilizar, en las dos décadas que van desde el final de la Guerra Civil en 1939 hasta el comienzo de ETA en 1959. Y ello dejando al margen los fusilamientos de la posguerra y la hambruna de los años 40, o las ejecuciones extrajudiciales cometidas en el marco de la guerra sucia. Además, no reconoce que combinó el Estado de derecho con el Estado de excepción, y que aplicó este último de forma sistemática. Su praxis penitenciaria vigente muestra las pulsiones autoritarias.
Por otro lado, ETA, o quien se reivindique de su legado, en todo o en parte, sigue sin hacer una valoración política, ética y revolucionaria, de la violencia desatada durante casi 50 años. Y sin esa revisión crítica, exhaustiva y honesta, pública y en profundidad, es imposible pasar página.
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