Crisis climática
El talón de Aquiles del capitalismo se llama petroagricultura

Lectura insólita, a modo de resumen, del capítulo diez de El Capitalismo en la Trama de la Vida, de Jason W. Moore.
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Fotografía: Viktor Kharlashkin, en Unsplash.

La traducción al castellano y publicación de El Capitalismo en la Trama de la Vida (editorial Traficantes de Sueños) y de la compilación de entrevistas La Trama de la Vida en los umbrales del Capitaloceno (Bajo Tierra ediciones) del historiador norteamericano Jason W. Moore, representa una oportunidad de oro para resituar el urgente debate sobre el destino del régimen neoliberal y del capitalismo como civilización en crisis. Pero el innovador análisis de Moore corre el peligro de quedarse encerrado en los límites de la áspera jerga universitaria a la que sólo minorías muy ilustradas pueden acceder, perdiéndose así la oportunidad de actualizar la que debería ser la función básica de la teoría y de la reflexión histórica: dotar de herramientas analíticas, sentimentales y políticas a los movimientos sociales y las iniciativas activistas alternativas y emancipadoras.

Por ello, a la sombra de un robledal acosado pero aún hermoso de un territorio tan marginal para el capital como central para la vida, he intentando hacer un resumen del capitulo 10 del libro de Moore, que no por casualidad es el más extenso de su magna obra, con la intención de que quizás así puedan alcanzar mayor difusión unas ideas que considero muy pertinentes e incluso esperanzadoras, pero que serían prácticamente inútiles si quedaran circunscritas al mundo académico. En las próximas líneas me abstendré de entrecomillar o citar referencias, consideren todo lo que viene a continuación como un “plagio creativo”, en el que me limito a recrear el citado capítulo del profesor y maestro Jason W. Moore.

La larga revolución verde: la vida y el tiempo de los alimentos en el largo siglo XX

El precio de los alimentos es tan importante porque condiciona el valor de la Fuerza de Trabajo. La agricultura capitalista ha servido para aumentar la productividad y reducir el gasto salarial en alimentos, pero además ha posibilitado el maridaje entre las dinámicas de proletarización y el incremento de la productividad al “liberar” al campesinado de la atadura a la Tierra y al reducir el costo de la Fuerza de Trabajo aumentando así la tasa de explotación. Las sucesivas revoluciones agrícolas de la Modernidad dieron un salto cualitativo al excedente alimentario abaratando el coste de la reproducción de la clase trabajadora, las revoluciones agrícolas han sido centrales en el surgimiento de las sucesivas hegemonías holandesa, inglesa y norteamericana en la historia del capitalismo mundial.

Los alimentos y la agricultura tienen que ver tanto con el poder mundial como con la acumulación mundial, las hegemonías son proyectos ecológicos y cada gran potencia urdió revoluciones agrícolas internas y externas que les dieron la primacía en la economía-mundo. En la época neoliberal no sólo se ha ralentizado el crecimiento de la productividad agrícola, es que hay indicios de un revés sin precedentes, lo que Braudel llama “revolución agrícola a la inversa”, de modo que la crisis de la hegemonía americana y la crisis de la agricultura mundial están vinculadas.

Los alimentos y la agricultura tienen que ver tanto con el poder mundial como con la acumulación mundial, las hegemonías son proyectos ecológicos y cada gran potencia urdió revoluciones agrícolas internas y externas que les dieron la primacía en la economía-mundo

Hagamos un poco de historia: en el siglo XVII la revolución agrícola inglesa se despliega en un doble movimiento: hacia dentro los pastos ricos se transforman en tierras arables (cercamiento de los comunes) abriendo la frontera interna del nitrógeno, y hacia fuera instaurando los innovadores (aunque crueles) monocultivos de azúcar en el Caribe. La restauración de un régimen de alimentos baratos bajo la hegemonía americana en el siglo XIX tiene lugar combinando también productividad y saqueo: innovaciones técnicas (barcos de vapor, ferrocarril, mecanización…) y un extraordinario movimiento de fronteras en Norteamérica. La industrialización inglesa (1840-1870) sucede cuando el Medio Oeste americano se convierte en el nuevo granero del capitalismo.

La agroindustrialización fue más que un asunto técnico, fue sobre todo un despliegue de poder, capital y ciencia con el objetivo de apropiarse de la riqueza de un continente, que provocó el exterminio de los indios nativos, de los bisontes, (genocidio más ecocidio) etc., y la producción innovadora de nuevas naturalezas sociales abstractas: una nueva cuadrícula espacial y los estudios geológicos que hicieron legible el continente para la acumulación de capital. El Medio Oeste y las grandes llanuras ofrecían milenios de nutrientes y agua acumulados que sostuvieron el avance de la agricultura industrial en las últimas décadas del siglo XIX. Este modelo entra en declive en las primeras décadas del XX a causa de la estrategia agrícola de “minería del suelo” y pasa a ser contraproducente al cerrarse la frontera.

La larga Revolución Verde

La larga Revolución Verde surge en USA en la década de los 30 y supone un éxito de productividad: la producción mundial de cereales creció un 126% entre 1950-80, y el rendimiento de grano por hectárea creció un 60% entre 1960-80. Hubo producción de alimentos baratos y hasta sobreproducción, los precios disminuyeron un 3% anual en los 50, 60, 70 y 80… La revolución agrícola de posguerra cumplió los requisitos necesarios para sostener la nueva hegemonía americana: expansión revolucionaria del excedente alimentario durante (y para) una expansión revolucionaria del proletariado mundial.

Se trata del ciclo de domesticación: cuanto más domestica el capitalismo a los procesos naturales, más se salen estos de control, lo que provoca nuevas medidas de domesticación más agresivas con resultados más catastróficos

El maíz híbrido y las variedades de trigo de alto rendimiento son los iconos de esta “revolución híbrida”. Estos híbridos, unidos a la financiación estatal masiva en investigación agrícola, a una nueva fase de capitalización que incluye la mecanización (⅔ menos de obra, y 213% más de maquinaria entre 1935 y 1970), y a un aumento del 1.338% (!) en el empleo de fertilizantes y pesticidas dan como resultado el nuevo complejo “híbrido petroquímico” que combina nuevas plantas, fertilizantes, pesticidas y planes de riego. El maíz híbrido multiplicó por 4 sus rendimientos entre 1930-80, la productividad del trabajo agrario se disparó un 3,8% anual entre 1930-65, doblando la del trabajo industrial. La hibridación fue una cuña estratégica para la capitalización de la agricultura: la relación entre insumos de mercado y “naturales” en la producción agrícola se invirtió: los insumos adquiridos se multiplicaron por 2, y los naturales se redujeron a la mitad. Esto implicó la quiebra de los agricultores no competitivos: 4 millones de explotaciones agrícolas desaparecieron entre 1935 y 1970 en los USA, fecha en la que el 53% de la producción procedía de sólo el 7% de los grandes productores. Paralelamente, el gasto en alimentación cayó del 24% al 14% de los ingresos familiares promedio.

Agroecología
La agroecología no es un (viejo e insostenible) Nuevo Plan Verde
¿Qué nos están proponiendo esos “pactos verdes” dentro de la llamada Europa Verde y Digital? ¿Es posible la transición ecológica en ese marco?

Esta capitalización fue posible por la extraordinaria alquimia de convertir el petróleo y el gas natural en alimentos: la petroagricultura. Y esto provocó dos transiciones fundamentales:

1. La agricultura capitalista pasó a ser altamente ineficiente en el uso de energía; en los años 30 se consumían 2,5 calorías de energía para conseguir 1 caloría de alimentos, en los 50 la relación era 7,5/1, en los 70 10/1, y en el siglo XXI estamos empleando entre 15 y 20 calorías para obtener sólo una de alimentos.
2. La toxicidad: por primera vez en la historia la agricultura se convirtió en una de las primeras causas de toxicidad. USA emplea en torno a 455 millones de kilos de pesticidas y herbicidas al año.

La globalización de la petroagricultura produjo una expansión significativa de la superficie agraria (que creció un 0,83% anual), pero lo verdaderamente revolucionario fue la expansión del eje subterráneo de agua y energía baratas: el consumo de agua creció en un 80% en USA y la apropiación de energía fue aún mayor ya que el consumo de fertilizantes creció un 729% (!) entre 1950-80.

La Revolución Verde hizo crecer el excedente de la ecología-mundo mediante reconfiguraciones brutales de las ecologías campesinas del mundo en general pero especialmente en Asia, y debió su éxito tanto a la productividad como al saqueo.

Alimentar el neoliberalismo: una revolución agrícola no revolucionaria

A pesar de la demanda en alza, los precios de los alimentos proletarios siguieron descendiendo hasta 2002, y eso pese a la ralentización progresiva de la productividad agrícola, ¿cómo se consiguió restaurar el bajo precio de los alimentos después de la crisis del 73? La novedad de la revolución agrícola neoliberal es una extraña combinación de finanzas e imperio, aliñada con una sobreproducción coercitiva y un infraconsumo forzoso, sin revolución de la productividad.

Por un lado, el dinero barato proveniente de la combinación de capital sobreacumulado en el Norte y los petrodólares de la zona OPEP ayudaron a crear las condiciones para una sobrecapacidad sostenida en los sectores agrícolas y de materias primas. Por otro, la crisis de la deuda de los 80 va a reforzar la superabundancia de exportaciones de productos básicos, ya que el nuevo régimen de la deuda presionó a los estados del Sur para que intensificaran la mercantilización de la Tierra y del Trabajo, la tierra y los recursos naturales fueron objeto de estrategias de exportación para generar divisas con que pagar la deuda. Tras la crisis del 73 se logró abaratar el alimento también por la capitalización de los complejos alimentarios del Norte. En 2010, el Norte producía 11.741 calorías per cápita al día gracias a la concentración de la producción agrícola en grandes explotaciones, de modo que, con la liberalización del mercado mundial y los ajustes estructurales tras las crisis de deuda de los 80, los alimentos baratos del Norte fluyeron al Sur, lo que desplazó a millones de campesinos, en un palpable ejemplo de cómo alimentos baratos y liberalización producen TRABAJO BARATO pero no seguridad alimentaria y fin del hambre.

Uno de los rasgos más originales e inspiradores del marxismo revivificado de Moore es que impugna la escisión cartesiana que divide Sociedad y Naturaleza, para Moore las sociedades humanas son naturaleza, la historia humana es un despliegue de/en la trama de la vida toda

Pero a partir de 2003 los precios de los alimentos suben, en 2008 eran un 62% superiores, en 2011 un 77%. El agua y las energías baratas están desapareciendo y aunque la biotecnología y la biopiratería han enriquecido mucho a algunos capitales, no han conseguido restaurar el régimen de alimentos baratos, y no hay indicios de que la nueva potencia hegemónica del capitalismo global (China) esté al borde de una revolución agrícola que alimente al mundo y lleva al capitalismo a una nueva época dorada.

El alza de precios de los alimentos está unido al de la energía y al de los metales (el boom de las commodities), la agricultura cerealista americana ha incrementado sus costes a lomos de la subida de los precios de la energía, la soja triplicó su coste de producción después de 2002… Todo esto anuncia un colapso en curso de los mecanismos para arreglar los picos de precios de las mercancias. El boom de las commodities es una restricción de la acumulación mundial y hace resurgir la infraproducción como contradicción dinámica del proceso de acumulación. Hay aquí una crisis indicativa del neoliberalismo como régimen: ya no puede apropiarse de trabajo/energía no remunerado con más rapidez que con la que se acumula la creciente masa de excedente; cuando cae la proporción de trabajo y energía apropiados (saqueados), los costes de los Cuatro Baratos (trabajo, energía, alimentos y materias primas) suben y la acumulación flaquea.

Biotecnología, ¿revolución agrícola?

El neoliberalismo pone sus esperanzas en una nueva revolución agrícola basada en la biotecnología y una nueva ronda de cercamientos (en el caso de la soja latinoamericana, la revolución de la soja se ha realizado a través de la tala masiva de bosques para convertirlos en tierra arable). El régimen biotecnológico neoliberal, si bien redistribuye poder y riqueza en favor del gran capital, no incrementa los rendimientos de manera que se facilite una expansión del proletariado y un abaratamiento de los alimentos de ese proletariado (condición sine qua non de un nuevo ciclo de acumulación). No sólo es que la biotecnología no haya logrado acelerar el crecimiento de la productividad agrícola, es que hay fenómenos nuevos que minan la posibilidad de abaratar los precios de los alimentos: el drástico impacto de las supermalezas que obligan a un incremento de los costes en herbicidas. Esta revolución acelerada de malezas resistentes a los herbicidas es la vanguardia del efecto de las supermalezas: la tensión entre el esfuerzo del capitalismo para controlar y medir la naturaleza extrahumana y la capacidad coevolutiva de esta para eludir y resistir a ese control. Se trata del ciclo de domesticación: cuanto más domestica el capitalismo a los procesos naturales, más se salen estos de control, lo que provoca nuevas medidas de domesticación más agresivas con resultados más catastróficos.

Ecología
Insecticidio No hay plan b para la extinción de las abejas
Drones con forma de abeja, cultivos modificados que no necesitan polinización, súper insectos resistentes a los agrotóxicos... La industria busca sin éxito soluciones técnicas a la extinción de las abejas y otros insectos clave para la vida en el planeta.

La cuestión central del ciclo de domesticación es su relación con la “compresión espacio tiempo”. En el capitalismo histórico la naturaleza extrahumana (uno de los rasgos más originales e inspiradores del marxismo revivificado de Moore es que impugna la escisión cartesiana que divide Sociedad y Naturaleza, para Moore las sociedades humanas son naturaleza, la historia humana es un despliegue de/en la trama de la vida toda, y así la fuerza de trabajo es una fuerza de la naturaleza y el capitalismo una forma de coproducir en la naturaleza, por eso habla de naturalezas humanas y naturalezas extrahumanas que incluyen no sólo a los animales y las plantas, sino todas las complejas realidades biofísicas y geológicas: ríos, mares, minerales del subsuelo, dinamismo atmosférico, etc.) se movía más lenta que las estrategias de los seres humanos para regirla y dominarla. Eso eludió (pero no abolió) la evolución de las naturalezas extrahumanas que impugnaban y resistían las estrategias radicales de simplificación del capitalismo. Durante siglos la posibilidad de moverse a nuevas fronteras de rapiña y apropiación creó el espejismo de que se podían suspender los aspectos más problemáticos del ciclo de domesticación. Pero a medida de que se han cerrando las fronteras de apropiación, el propio dinamismo del sistema intensifica la respuesta evolutiva y ahora las naturalezas extrahumanas están evolucionando con más rapidez que los controles que se le imponen.

Los arreglos cortoplacistas no sólo son cada vez menos duraderos sino que son cada vez más tóxicos. El capitalismo del siglo XXI confronta una naturaleza histórica distinta a la de los siglos anteriores

El efecto de las supermalezas habla de las respuestas de las naturalezas extrahumanas a las disciplinas actuales del capitalismo, respuestas que cada vez son más impredecibles y desenfrenadamente proliferantes. La larga historia del capitalismo (que para Moore arranca en el siglo XVI) con regímenes de control agroecológicos empieza con los monocultivos y unas disciplinas de trabajo muy reglamentadas en las primeras plantaciones modernas esclavistas, hoy ha cruzado un umbral histórico mundial con proyectos moleculares y disciplinarios. La funcionalidad de la naturaleza abstracta se está descompniendo, este cambio supone una nueva época de resistencia por parte de la naturaleza extrahumana, en la que los arreglos cortoplacistas no sólo son cada vez menos duraderos sino que son cada vez más tóxicos. El capitalismo del siglo XXI confronta una naturaleza histórica distinta a la de los siglos anteriores.

Alimentos baratos, mal clima: de la plusvalía al valor negativo

La respuesta evolutiva de las supermalezas está vinculada a un cambio profundo en la historia del capitalismo: la transición de la plusvalía al valor negativo. En esta transición las antiguas contradicciones de sobreexplotación se están encontrando con nuevas contradicciones de residuos y toxicidad. La intoxicación directa e indirecta de la agricultura capitalista alimenta nuevas formas de valor negativo: cambio climático, la epidemia de cáncer, etc. En este sentido, los obstáculos a una nueva revolución agrícola son extraordinarios y la lista de desafíos biofísicos destacados empieza sin duda con el cambio climático, que ya está suprimiendo potencial de trabajo/energía. A ello le podemos añadir la subida de los precios de la energía, la creciente competencia por la tierra debido a los agrocombustibles, la proliferación de especies invasoras, las supermalezas, el final del agua barata y el descenso de la eficacia de los fertilizantes para incrementar los rendimientos de las cosechas.

Pero el cambio climático no es otra mera “cuestión medioambientalista” a añadir a las calamidades acumuladas por el capitalismo. La apertura de la atmósfera en el siglo XIX como vertedero planetario para la contaminación del capitalismo ha llegado ahora a su punto crítico. Aquí aparece lo que Moore llama “doble internalidad”: la naturaleza internaliza las contradicciones del capitalismo y ahora el capitalismo internaliza el cambio en la biosfera.

El cambio climático es el momento paradigmático de la transición al valor negativo. No existe una manera concebible de que el capitalismo pueda abordar el cambio del clima de una manera significativa, en tanto este plantea un desafío fundamental para el antiguo modelo productivista…, cualquier respuesta eficaz al cambio climático tendrá que salir adelante sin el mito (ni la práctica) del trabajo no remunerado y los residuos no remunerados. Los proceso de apropiación de trabajo/energía no remunerados e intoxicar gratis la biosfera han llegado a un límite crítico. La acumulación de valor negativo, inmanente aunque latente desde los orígenes del capitalismo, está ahora emitiendo contradicciones que ya no se pueden ajustar mediante reestructuraciones técnicas, organizativas o imperiales. Si el capitalismo es una “economía de costes no remunerados”, las facturas están a punto de vencer.

El cambio climático es el momento paradigmático de la transición al valor negativo. No existe una manera concebible de que el capitalismo pueda abordar el cambio del clima de una manera significativa

Estas contradicciones dentro del capitalismo que surgen del valor negativo, suponen en la actualidad un cambio sin precedentes que da aliento a una política ontológica radical más allá del capital, una política que encuentra su expresión drástica en el movimiento de “soberanía alimentaria”, que mantiene que la sostenibilidad, la democracia y al autodeterminación cultural son inseparables en lo referente a la comida. Esta política plantea una alternativa: holismo relacional frente a las perspectivas fragmentadas de la burguesía, y amenaza con desestabilizar los puntos cruciales del consenso del sistema-mundo moderno: ¿qué son los alimentos?, ¿qué es la naturaleza?, ¿qué es valioso?.

El surgimiento del valor negativo

La nueva política del movimiento de justicia alimentaria se puede entender como una respuesta al agotamiento de la revolución agrícola capitalista. La tecnología capitalista (sin poder ya apropiarse de nuevas corrientes de trabajo y energía no remunerados) es incapaz de rendir avances considerables en el crecimiento de la productividad laboral desde 1970. La situación es más explosiva que una simple sobreexplotación de recursos y nutrientes, ya que el cierre de “la frontera de residuos” (aquí el paradigma es el cambio climático) activa un nuevo conjunto de límites acerca de la naturaleza como “sumidero”. Esta contradicción entre la naturaleza-como-fuente y la naturaleza-como-sumidero formula límites de nuevo tipo: los límites del valor negativo.

Crisis climática
Crisis climática Los sumideros de carbono, el 'greenwashing' que elevará las hambrunas
Entre el 1 y el 12 de noviembre, la Cumbre del Clima se reunirá en Glasgow. “Es una oportunidad para acordar una auténtica reducción de las emisiones de carbono, pero existe el riesgo de que Gobiernos y grandes empresas se escondan tras una maraña de endebles compromisos para lograr cero emisiones netas en 2050”, advierte Oxfam, mediante el uso de sumideros de carbono.

El valor negativo se puede entender así como la acumulación de límites al capitalismo en la trama de la vida que obstaculizan la restauración de los Cuatro Baratos: alimento, fuerza de trabajo, energía y materias primas. La acumulación de valor negativo es por lo tanto una contradicción inmanente a la producción de plusvalía en el circuito del capital, se refiere a la sobreexplotación de recursos y al incremento de los costes de producción, pero cada vez más consiste también, y sobre todo, en las destrucción de las condiciones de estabilidad de la biosfera y de la salud biológica heredada de siglos e incluso milenios. El valor negativo es el medio de situar tres problemas en un marco unificado de comprensión: 1. Los cambios en curso, inminentes y no lineales, de la biosfera y sus sistemas biológicos, 2. El aumento de los costes de producción, y 3. La sobreacumulación actual de capital.

Naturaleza-como-fuente, naturaleza-como-sumidero: combinación de valor negativo y desarrollo desigual

El curso del dinamismo tecnológico capitalista no sólo no resuelve lo problemas de energía, nutrientes y recursos, sino que estos problemas empeoran, y empeoran más allá de cualquier expectativa de función lineal. Las dimensiones acumulativas y cíclicas de la naturaleza como fuente se están encontrando ahora con la dimensión acumulativa de la naturaleza como sumidero. La dimensión de los residuos es por lo tanto una relación crucial que faltaba en el modelo de explicación (marxista y tradicional) de acumulación y crisis. Valor y residuos están vinculados en términos dialécticos en una relación acumulativa desproporcionada. La agricultura no asumió una función de vanguardia de la intoxicación (de suelos, agua y aire envenenados por la petroagricultura) hasta que no apareció la revolución verde. La urbanización, la minería y la industria habían generado ya un problema creciente de residuos desde el siglo XVI, pero la agricultura ha pasado ahora a tener una posición de primera línea en la carrera por contaminar la tierra, en parte por la alta intensidad de energía y químicos que emplea, pero también por su función en la deforestación de bosques que deberían capturar carbono.

La agricultura ha pasado ahora a tener una posición de primera línea en la carrera por contaminar la tierra, en parte por la alta intensidad de energía y químicos que emplea, pero también por su función en la deforestación

El doble estrujón del capitalismo sobre fuentes y sumideros está desbordando los sumideros y vertiéndose en los libros contables del capital. La conexión entre los cambios de estado de la biosfera y la crisis de acumulación es más íntima de lo que se suele reconocer, pero es que además hay otro problema más profundo: la temporalidad de la naturaleza-como-fuente difiere considerablemente de la temporalidad de la naturaleza-como-sumidero. Hay una ley general de sobrecontaminación: la tendencia a cercar y llenar fronteras de residuos más rápido de lo que se ubican otras nuevas. A medida que desciende la “calidad de los recursos” no sólo es más costoso extraer trabajo/energía, sino que también pasa a ser más tóxico (el fracking es un buen ejemplo). Esta desagradable convergencia de la naturaleza como fuente y como sumidero mina con rapidez la posibilidad de que sobreviva el capitalismo “normal” en los próximos 20-30 años. Las contradicciones del capitalismo hasta ahora han sido eludibles porque había vías de escape: un campesinado que se podía proletarizar, nuevos pozos de petróleo, nuevos bosques que se podían tumbar y arar… estos procesos continúan despiadadamente pero el capitalismo está erigiendo límites de un carácter totalmente distinto.

Dos corrientes de valor negativo

La primera es el cambio climático: la agricultura y la silvicultura (el desmonte) contribuyen entre ¼ y ⅓ de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) por delante ya de la industria y la energía, y esto está afectando ya a los cuatro grandes cultivos de grano (arroz, trigo, maíz y soja), cambiando el régimen de precipitaciones, sofocando la productividad del trabajo agrícola en verano y aún peor: la concentración de CO2 altera el contenido nutricional de las cosechas de cereales justo en la dirección equivocada, reduciendo el contenido de proteínas, zinc y hierro en un momento en que las dificultades nutricionales afectan ya a 3000 millones de personas.

La combinación de antibióticos, cambio climático y flujos globales de naturaleza humana y extrahumana apunta a la enfermedad como un importante nexo de valor negativo para las próximas décadas (esto está escrito bastante antes de la “pandemia” de la COVID)

La segunda corriente de valor negativo es la de las supermalezas, es la tendencia de las naturalezas extrahumanas a evolucionar más rápidamente que las disciplinas tecnológicas de la agricultura capitalista. El efecto de las supermalezas es la coevolución de formas de trabajo/energía que son hostiles a la acumulación capitalista y cuya hostilidad no se puede mitigar de un plumazo con las estrategias habituales del ciclo de domesticación: las resistencias a los antibióticos que nos colocan ante una inminente crisis de salud pública, las superbacterias, ¾ partes de las enfermedades contagiosas que surgen provienen de los animales y sus productos… La combinación de antibióticos, cambio climático y flujos globales de naturaleza humana y extrahumana apunta a la enfermedad como un importante nexo de valor negativo para las próximas décadas (esto está escrito bastante antes de la “pandemia” de la COVID). Otro ejemplo es que dependemos directa e indirectamente de la polinización animal (abejas) para un tercio de los alimentos que ingerimos: “el síndrome de colapso de la colmenas es, digamos, el canario en la mina”.

Hacia una ecología-mundo socialista

La biotecnología capitalista no ha podido reproducir el modelo de revolución agrícola de la modernidad. Por contra se puede obtener una productividad agrícola muy elevada con prácticas alternativas basadas en la agroecología, la permacultura, la regeneración integral de ecosistemas y otras agronomías no capitalistas. Esta vía alternativa sólo puede emprenderse mediente la lucha de clases entendida como una contienda sobre la configuración del oikeios (el hogar común de todas las especies y los procesos biogeoquímicos), se trata de una lucha de clases como relación de producción y reproducción, de poder y riqueza, en la trama de la vida. A este respecto los obstáculos a una nueva revolución agraria capitalista no se limitan a las naturalezas biofísicas como tales, también se coproducen a través de la lucha de clases, que a su vez se coproduce a través de la naturaleza. Los alimentos se han convertido en el punto central de la lucha de clases que en el siglo XXI girará en torno a como respondamos a las preguntas de qué son los alimentos, qué es la naturaleza y qué es lo valioso.

Crisis climática
Capitalismo verde, exterminio amable

Si la COP25 fue un claro ejemplo de cómo las grandes compañías deforman la realidad e imponen su falaz relato mientras nos abocan al desastre, la Cumbre Social por el Clima y toda la panoplia de movilizaciones ecologistas que han sacudido el globo durante el pasado 2019 evidencian que la sociedad civil ha abierto los ojos.

La alternativa agroecológica es una vía que indica una salida al capitalismo y hacia una ecología-mundo socialista, dicha alternativa sólo puede organizarse en el presente mediante una lucha de clases que redefina qué es lo valioso (y qué no) en la nueva civilización que queremos construir. ¿Cómo será una valorización socialista de los seres humanos y del resto de la naturaleza?, hay indicios de respuesta a esta pregunta en las minoritarias agriculturas ecológicas urbanas de guerrilla de las ciudades norteamericanas, en las comunidades permaculturales, en las cosmovisiones indígenas… Los alimentos y la agricultura se han convertido en el campo decisivo de la lucha de clases mundial. Ya no se trata mayormente del campesinado contra el señorío; la seguridad y la soberanía alimentarias, la prevención y la sostenibilidad han pasado a ser centrales en la vida cotidiana del proletariado mundial desde Beijing a Boston. El surgimiento de la Vía Campesina es un avance importante en la historia mundial de los alimentos, la soberanía alimentaria en el mejor de los casos reivindica una ontología revolucionaria de los alimentos que son al mismo tiempo elementos de la biosfera, y elementos democráticos y culturales.

Conclusión

Hoy habitamos una transición trascendental: la agricultura capitalista ha pasado de contribuir a la acumulación de capital reduciendo los costes de la fuerza de trabajo a socavar incluso las condiciones para que se renueve la acumulación, incrementando el valor negativo. A nivel biosférico el carácter energético intensivo de la agricultura capitalista alimenta una espiral de calentamiento global que limita cada vez más al capitalismo como un todo. El cambio climático es una amenaza fundamental no sólo para la humanidad sino, de forma inmediata y directa, para el propio capitalismo. La condición para mantener el valor negativo en su estado latente estaba en la posibilidad de sacar la entropía de la producción de mercancía; hoy ya no se puede sacar ese valor negativo latente porque los cambios biosféricos penetran las relaciones de producción y reproducción mundiales con un poder y una prominencia inusuales.

Los alimentos y la agricultura se han convertido en el campo decisivo de la lucha de clases mundial. Ya no se trata mayormente del campesinado contra el señorío; la seguridad y la soberanía alimentarias, la prevención y la sostenibilidad han pasado a ser centrales en la vida cotidiana del proletariado mundial desde Beijing a Boston

En los próximos 20 años el calentamiento global va a movilizar muy a fondo el valor negativo que hasta ahora estaba latente, tanto que es difícil ver cómo puede sobrevivir la agricultura capitalista. El valor negativo desestabiliza la plusvalía y al hacerlo posibilita nuevas perspectivas emancipatorias e igualitarias. El valor negativo según se va a ir solidificando constituye un obstáculo para el capitalismo como tal y al alentar nuevas políticas ontológicas conlleva la posibilidad de valorizaciones alternativas de los alimentos, de la naturaleza y de todo lo demás. Dichas valorizaciones alternativas serán fundamentales para traducir el actual valor negativo en valorizaciones ético-políticas alternativas y transformadoras. Al revelar el valor del capitalismo como “el valor de nada”, las nuevas contradicciones y los nuevos movimientos, juntos, llaman a cuestionar el valor de todo. El final de los alimentos baratos puede ser también el final de la modernidad y el comienzo de algo mucho mejor.

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