Opinión
Reconoce un estado inexistente pero no pares un genocidio de verdad

Arabista en la Universidad Autónoma de Madrid.
Un escalofrío gélido nos recorrió la espina dorsal la noche del 22 de septiembre: la Secretaria de Estado para Relaciones Exteriores de Reino Unido, Hon Yvette Cooper, anunciaba que su país reconocía formalmente el Estado de Palestina en el marco de la “solución de los dos estados”. En 1947 otro representante británico defendió la creación de dos estados en el territorio histórico de Palestina, en el marco esta vez de una comisión de Naciones Unidas que terminó proponiendo la resolución 181. Aquella iniciativa, que dio lugar a la imposición del Estado de Israel, marca el inicio de un genocidio del pueblo palestino que se ha ido desarrollando a un ritmo sostenido durante los últimos 75 años. La guerra de 1948, en realidad una campaña de expansión orquestada por las milicias sionistas ante la mirada complaciente de la propia Gran Bretaña y las potencias mundiales de entonces, dio lugar en su momento a la expulsión del 80% de los habitantes de la Palestina histórica y la sujeción de quienes permanecieron a un sistema de discriminación política y social que perdura hasta hoy. Miles de aldeas palestinas han sido borradas del mapa, reconvertidas en parques nacionales, centros turísticos o localidades ocupadas por colonos traídos de todos los confines del mundo. Colonos que, por cierto, como muchos hoy, no sabían por lo general dónde estaba Palestina ni, en determinados casos, tenían vínculos históricos sólidos con la comunidad religiosa “suprema” a la que decían pertenecer.
Sí, la campaña de genocidio en Palestina en general y Gaza en particular no comenzó tras la invasión de las hordas de Tel Aviv a finales de 2023. Lo que estamos viendo en directo hoy no es otra cosa que un salto cualitativo en la estrategia de expulsión y ocupación que viene ejerciendo el proyecto sionista desde 1948. Hemos pasado a un nuevo estadio que intenta corregir el “error” del 48 (así lo llaman los promotores modernos del colonialismo sionista) al dejar un número elevado de palestinos dentro de los territorios usurpados. Entonces necesitaban a un porcentaje de palestinos como mano de obra disponible y barata. Hoy no los quieren para nada, ni en Gaza ni en Cisjordania. Y ya veremos con los palestinos con nacionalidad israelí, un 20% del total, de quienes se ocuparán cuando arreglen el asunto de los territorios ocupados. Hoy, el sionismo ha entrado en su particular solución final y lo que de verdad le importa es vaciar la tierra de cualquier referencia a la identidad palestina y pasar definitivamente de un proyecto colonial a un estado de pleno derecho incrustado, como potencia hegemónica además, en el corazón de Oriente Medio.
La imagen de Abbás profiriendo sus consabidas quejas y demandas huecas a través de una pantalla de televisión aporta el mejor resumen de qué significa este supuesto Estado palestino
El discurso de la representante británica, que venía a confirmar la declaración institucional efectuada por su primer ministro Keir Starmer un día antes en Londres, presagia un futuro negro, más incluso que el actual, para los palestinos. Reconocer algo que no existe ni tiene visos de existir, sometido por completo a la voluntad de un estado racista, expansionista y belicoso al máximo, es un absurdo. Lo más parecido a un sistema de gobierno que pueda haber hoy en los territorios ocupados es la Autoridad Nacional Palestina, corrupta, ineficaz y dirigida por una elite oportunista que reprime a su población y colabora con la ocupación israelí en la detención de los miembros de la resistencia palestina. Ni su presidente Mahmud Abbas ni sus ministros, secretarios y la larga nómina de arribistas que se aprovechan de las migajas de privilegios particulares que les concede el régimen de Tel Aviv pintan ni han pintado mucho en todo esto. Tan poco que la Administración del fatuo y estúpido Trump ni siquiera se ha molestado en permitirles la entrada en Estados Unidos para asistir a las sesiones de Nueva York, ante la impotencia o connivencia de los rectores de la ONU, que deberían haber hecho valer los acuerdos fundacionales de las NN.UU. en 1947 (el país donde se halla la sede no podrá impedir la entrada de invitados a las sesiones de la Organización). La imagen de Abbás profiriendo sus consabidas quejas y demandas huecas a través de una pantalla de televisión aporta el mejor resumen de qué significa este supuesto Estado palestino. Ni gobierno ni economía ni fronteras seguras ni fuerzas armadas ni control sobre su espacio aéreo y marítimo… ¿Qué Estado pretenden construir así?
En las sesiones del congreso orquestado en las Naciones Unidas sobre la “solución de los dos estados” casi nadie ha hablado de genocidio ni de detener como sea la barbarie sionista en Gaza ni de adoptar sanciones contra una fuerza de ocupación criminal. En el discurso mismo de la referida representante británica, y en otros similares de gobiernos occidentales, se citaba más veces a Hamás que a Israel. “El ataque bárbaro del 7 de octubre”, “la odiosa visión de Hamás”, “Hamás no puede tener futuro”… componen frases muy contundentes, pero ni una sola crítica directa con nombres y apellidos al régimen de Tel Aviv. Si los ataques de Hamás se califican de barbarie, ¿cómo referirnos a las salvajadas que está cometiendo la tropa sionista en Gaza desde hace casi dos años? Para los países occidentales que han orquestado con gran pompa este congreso, ayudados por los regímenes árabes venales que se han convertido en el gran apoyo internacional del régimen israelí junto con Trump y su caterva —¡qué cosas, la matraca que nos han dado los gobiernos árabes durante décadas con la defensa del pueblo hermano palestino!— la historia de los dos estados es una ocurrencia para seguir defendiendo a su gran aliado en Tel Aviv. El presidente francés Emmanuel Macron ha repetido los días pasados una frase ya conocida en Washington y otras capitales occidentales, eso de que “hay que salvar a Israel de sí misma”. Asegurar que siga en pie, corregir las tendencias extremistas y los “actos excesivos” (como los de Gaza) para evitar la caída del proyecto sionista en su conjunto. El Estado palestino no es una garantía de vida para los palestinos, la seguridad de que no se cometerá un exterminio contra ellos; se ha convertido en mecanismo para desviar la atención del foco principal, que no es otro que las carnicerías cometidas por el régimen de Tel Aviv en Gaza y la incesante ocupación de más territorios en Cisjordania.
Volver a hablar sobre un Estado palestino equivale, una vez más, a legitimar al agresor y allanar el camino, ojalá nos equivoquemos, a un nuevo desastre para el pueblo palestino
En la sede de la ONU más de un delegado occidental se felicitaba de que más de 150 estados en el mundo han reconocido al de Palestina. ¿De qué ha servido? El régimen de Tel Aviv sigue matando con sus misiles a una media de cien gazatíes al día, a lo que suman las muertes por inanición y falta de atención médica, mientras sus ministros anuncian nuevos asentamientos y la expulsión de más palestinos en Cisjordania. Los delegados de los países árabes que se han convertido en la mano ejecutora de la visión estadounidense de un Oriente Medio dominado por Israel sostienen que el reconocimiento del Estado palestino traerá la paz a la región; pero no dicen cómo si nadie está haciendo nada para detener las matanzas israelíes.
Al contrario, reconocemos a un Estado que ni existe ni van a dejar que exista mientras miramos de refilón a una campaña brutal de exterminio contra una población indefensa que algunos quieren disfrazar con intrincados debates sobre cómo llamarla, si genocidio, masacres o “uso excesivo de la fuerza” como suele decir nuestra diplomacia europea. Los promotores de este nuevo Estado que nadie sabe dónde está suelen hablar del “día después”. Echar a Hamás como sea, reconstruir la Franja, crear un engendro de sistema político palestino inerme y dócil que esté a disposición de Israel y hacer como si nada. Seguir con el refuerzo de las relaciones diplomáticas entre el régimen de Tel Aviv y los países árabes, retomar el proyecto económico y comercial del Gran Oriente Medio comandado por Israel y pasar a una nueva etapa. Si no se expulsa a la población de Gaza, encapsular al menos la Franja y asegurarnos, esta vez sí, de que no vuelven a resistir.
Nadie en Occidente, desde los ámbitos oficiales, ha exigido cuentas al régimen israelí por sus crímenes en 1948 y los años siguientes. La expulsión de los legítimos habitantes de un país y la inserción de cientos de miles de emigrados, con derecho divino a la tierra, constituyen un ejemplo claro de explotación colonial, pero en Europa lo hemos disfrazado de “conflicto entre dos pueblos y dos discursos”. Volver a hablar sobre un Estado palestino equivale, una vez más, a legitimar al agresor y allanar el camino, ojalá nos equivoquemos, a un nuevo desastre para el pueblo palestino, la gran víctima de esta mascarada de criminales sionistas, gerifaltes occidentales hipócritas y dirigentes árabes colaboracionistas.
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