Navarra
Del Monumento infame y pedagogía antifascista
Este ominoso panteón franquista, levantado en 1942 a mayor gloria del general golpista Emilio Mola, lleva varias décadas en el limbo. Pasó de iglesia cruzada a sala de exposiciones municipal, hasta que fue clausurada. Tras ser exhumado en 2016 el cadáver de Mola, situado en la cripta -que podrá ser desacralizada para impedir las misas golpistas de la carlista Hermandad de voluntarios de la Cruz-, durante el primer ‘gobierno del cambio’ (2015-2019) se inició un proceso de revisión de su destino. A las jornadas de la asociación ZER en 2017, protagonizadas por artistas y activistas de la memoria histórica, siguieron unas jornadas municipales en 2018, que contaron con la participación de varios expertos nacionales e internacionales. Finalmente, se abrió un concurso de ideas en 2019 que acabó en fiasco; no se eligió un proyecto ganador de entre los siete seleccionados, y el propio concurso se vio cuestionado, y paralizado por denuncias.
Sin embargo, el panorama ha dado un vuelco radical durante el segundo ‘gobierno del cambio’, propiciado por la moción de censura a Cristina Ibarrola, la alcaldesa de UPN, que le devolvió en 2023 la makila a Joseba Asirón, el cual aunó el apoyo de EH Bildu, Geroa Bai, Contigo-Zurekin, y traspasando por vez primera sus líneas rojas, del PSN. La noticia del desatasco del proceso ha llegado en noviembre de 2024, con el anuncio del polémico Acuerdo político apoyado por una mayoría municipal, que apuesta por la demolición parcial y la llamada ‘resignificación’, del cual ha quedado excluido Contigo-Zurekin, partidario del derribo total.
Las claves de la polémica
¿Pero cuales son las claves de la polémica? La primera, la complejidad de las respectivas posiciones, por ejemplo, entre los partidos abertzales, cuya militancia se dividía entre derribo y resignificación, para tener que aceptar ahora la conservación parcial, siendo esta incluso bendecida por LAB y Arnaldo Otegi, para recibir el apoyo del PSN. Un Partido Socialista que tiene en el Valle de Cuelgamuros una patata caliente equivalente, con la significativa diferencia de que, mientras que en Iruñea el edificio, ya desacralizado, se destina a centro de interpretación antifascista, en Madrid se respeta la sacralidad del espacio y se consiente la presencia de la abadía benedictina.
Por otra parte, Contigo-Zurekin y la mayoría de asociaciones memorialistas son furibundas partidarias del derribo, lo que provoca grietas en el gobierno municipal. Begoña Alfaro, su líder y consejera de vivienda de Navarra, ha declarado, sin matices, que “utilizar un monumento, todo él, de exaltación de los asesinos del franquismo para dignificar la memoria de sus víctimas, es un profundo error en términos de memoria histórica, y contrario al espíritu de todas las leyes de memoria democrática, tanto de la ley navarra como la española, que abogan por retirar la simbología franquista. (…) Además, este error va a llevar a que muchas familias de las víctimas, no quieran que su nombre aparezca asociado a ese edificio pues se interpreta como un insulto a las mismas”.
Finalmente, enfrente, la derecha navarra, que apoya la iniciativa de reconvertir el edificio en un Museo de Pamplona, con el objetivo inconfesable de blanquear el sangriento golpe del 36 (más de 3.500 asesinados) y la feroz represión de la dictadura franquista.
El edificio de Los Caídos tiene tapados los símbolos franquistas, pero todavía presenta en su cúpula una suerte de delirante cómic carlista nacional-católico de la historia de Navarra
La segunda clave reside en el discutido valor estético del edificio, diseñado por los arquitectos del régimen, José Yarnoz y Víctor Eusa. Justamente este último es artífice de los edificios más emblemáticos del II Ensanche pamplonés, al tiempo que miembro de la Junta Carlista y chófer de Mola, además de responsable de asesinatos y atrocidades durante el golpe. Su nombre también se ha visto envuelto recientemente en una agria polémica acerca de la retirada de su nombre dedicado a una calle pamplonesa. La decisión ha sido aplaudida por todos los memorialistas, pero criticada por Alfonso Alzugaray, secretario de la Junta Directiva del Colegio Oficial de Arquitectos Vasco Navarro, que, todo hay que decirlo, es sobrino nieto de José Alzugaray, quien se encargara durante un tiempo de las obras del Monumento.
El edificio, una imponente basílica neoclásica adornada por un estanque y un parque, tiene tapados los símbolos franquistas, pero todavía presenta en su cúpula los frescos del Ramón Stolz, una suerte de delirante cómic carlista nacional-católico de la historia de Navarra. Para unos el edificio es un adefesio solo digno de derribo, para otros una noble edificación aprovechable para otros fines, y, para algunos, una oportunidad para la resignificación o la conversión en centro memorialista.
La tercera clave es la confusión conceptual, museística y política, que envuelve el debate e impide el diálogo y el consenso. Nadie sabe a ciencia cierta qué significa ‘resignificación’, término que probablemente se confunde con algún tipo de reutilización. Las diferentes posiciones se identifican básicamente con las posturas de cada partido navarro, las cuales se convierten en banderas ideológicas diferenciadas y nichos de votos. La acritud del debate sobre el enfoque ético y las supuestas ofensas de la operación ha polarizado internamente -hasta la descalificación- al conjunto del activismo memorialista, embarrando cualquier vía de resolución concertada.
La consecuencia, como cuarta clave, más allá de la conservación total, la remodelación parcial o el derribo, es la carencia a día de hoy de un enfoque y programación para el futuro centro de interpretación antifranquista, puesto que carece de proyecto previo que lo oriente. Se ha prometido un proceso participativo y se abrirá un nuevo concurso arquitectónico, tareas que deberá guiar el consejo asesor de “altísimo nivel” recién nombrado. Consejo que está compuesto por catorce figuras y dominado por la expertise de perfiles locales e internacionales sobre el activismo. Sin embargo, por el momento, nada sabemos de un aspecto fundamental: la autonomía legal y la dirección del futuro centro, esenciales para su continuidad, ni del abordaje de otros problemas como la inevitable gentrificación y la especulación inmobiliaria de la zona tras su remodelación.
Enfoques contrapuestos
Para posicionarse en torno a estas claves han surgido algunas iniciativas más o menos explícitamente beligerantes, manifestaciones incluidas, especialmente ruidosas en la prensa. No obstante, entre la campaña misionera pro-derribo titulada Francamente no y la revista derechista Pregón que publicó en abril un amplio monográfico cantando los méritos artísticos del Monumento, surge la iniciativa rompedora de la editorial Katakrak, impulsada por el colectivo Caídos Irauli / Dale la vuelta a Los Caídos, que se ha atrevido a publicar un heteróclito libro de colaboraciones de activistas, docentes y artistas con el propósito de abogar por la conservación del edificio, si quiera parcial o alterada, así como la creación de un centro de interpretación antifascista, pero sin entrar al trapo de la engañosa y empobrecedora disyuntiva. De ahí, justamente, su provocador título: Ni derribo ni resignificación. El Monumento a los Caídos como herramienta contra los fascismos.
Desde la inicviativa Caídos Irauli se aboga por la conservación del edificio, si quiera parcial o alterada, así como la creación de un centro de interpretación antifascista
Según recoge el prólogo del libro: “Sin negar la legitimidad de ambas posiciones, algunas recogidas en sus artículos, salir del juego polarizador entre ambas posiciones, para poner el acento en el carácter pedagógico del uso del edificio como herramienta no solo memorialista, sino directamente antifascista. (...) En este aspecto, también en el ámbito memorialista, y de manera destacada por su valor en el imaginario político intergeneracional, todo lo que no es antifascismo bien articulado le hace el juego a este (neo)fascismo. Nunca más un Monumento a los Caídos. Contra el fascismo, démosle la vuelta”.
Toda esta zarabanda entre la disputa memorialista, el urbanismo especulativo y la baja política tiene obnubilada a la ciudadanía, que no se pregunta por las cuestiones de fondo, marcadas por el ascenso del neofascismo, las cuales podrían sintetizarse en la pregunta: ¿Qué tipo de memoria histórica puede combatirlo con mayor eficacia? Si esta mira al pasado, el derribo parece justificado, pero si se dirige también al presente y al futuro, a las nuevas generaciones, su conservación resulta extraordinariamente valiosa. Una doble y dislocada mirada, como la del ángel de Walter Benjamin, que, lamentablemente, el Acuerdo municipal, con sus componendas y guiños para contentar a casi todos, no asume.
El reto del (anti)fascismo
Mientras proliferan en el mundo los saludos a la romana y el imperialismo belicista se impone, los partidos ultras avanzan bajo el ala siniestra del trumpismo, consolidando alternativas proto-fascistas como la alianza PP-Vox. Su expectativa abre el escenario de la deriva de nuestras débiles democracias liberales hacia el modelo del régimen autocrático. Cuyas inconfesables raíces espirituales se hallan, justamente, en la estética funeraria en torno a los héroes sangrientos, como la del “mulo Mola” (Pablo Neruda) en el Monumento, aquel que proclamó durante el golpe: “Es necesario crear una atmósfera de terror, hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todo el que no piense como nosotros. Tenemos que causar una gran impresión, todo aquel que sea abierta o secretamente defensor del Frente Popular debe ser fusilado”. Y que, en un alarde de radical coherencia, confesó :“Yo veo a mi padre en las filas contrarias y lo fusilo”.
Iruñea, a partir del Monumento y de una red memorialista con hitos fuertes, requiere de audacia política e inteligencia pedagógica para convertirse en capital antifa del norte
En este convulso contexto de guerra cultural, ¿qué papel puede jugar el Monumento a los Caídos, el segundo de este tipo en envergadura del Estado? Iruñea, a partir del Monumento y de una red memorialista con hitos como el Fuerte de San Cristóbal o el Parque de Sartaguda, si tuviera suficiente audacia política e inteligencia pedagógica, podría alejarse de su fama como capital de la provincia laureada con la ‘berza’ franquista para convertirse en capital antifa del norte.
El debate de Iruñea es, en última instancia, un debate a nivel estatal, pero también una pieza fundacional de la Europa de la posguerra acerca de la herencia incómoda del fascismo, como los casos de la casa natal de Mussolini en Predappio o la de Hitler en Braunau. Bosques de memoria, la reciente exposición en el Museo San Telmo, da fe en su presentación de la complejidad de la situación: “¿Cómo se transforma una sociedad bajo un régimen totalitario? ¿Cuáles son esas huellas que imprime en toda sociedad? ¿Cómo las asumimos? ¿Cuántas historias se cubren y descubren con ellas? ¿Qué relatos nos dejan? ¿Qué relatos disputamos?”.
No cabe duda de que, frente a este reto, en tiempos del fascismo 2.0, la nueva versión del “fascismo eterno” teorizado por Umberto Eco, no existe un sentido en la lucha antifascista determinado previamente. Será en la conversación, en la polémica, en el cordial (des)acuerdo, en definitiva, en el “valor de discordia” (Gabi Dolff-Bonekämper), donde hallemos la respuesta, solo que esa respuesta será siempre un proceso abierto.
Mientras en el interior del edificio todavía abandonado las palomas repintan los murales con sus deyecciones, parejas de adolescentes latinos aprovechan de noche sus hornacinas para hacer manitas y, cada Sanfermines, la gente menuda disfruta del parque infantil de juegos entre sus columnas… Mientras disputamos sobre el Monumento infame y el fascismo se despierta, la vida sigue.
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