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Memoria histórica
Sorginak, ¿haberlas haylas?
¿Existieron o no existieron las brujas? En Euskal Herria, la tierra del akelarre, también se dirime el debate feminista entre su inexistencia histórica y la recuperación artística y activista, clave para entender un fenómeno tan antiguo como contemporáneo.
“Si se las quemaba es que existían, si existían es que podían existir fuera del orden impuesto por Dios y por los hombres; si se podía existir fuera de ese orden es que el mismo no era inmutable, si no era inmutable es que no era necesario o por lo menos imprescindible, si no era necesario o imprescindible es que no era perfecto… y si no era perfecto, era perfectible. Las brujas son mujeres que descubrieron que la organización social es perfectible”.
(Las brujas son mujeres, Xabier Lizarraga, 2010).
Las brujas no existen
Instituto Plaza de la Cruz, Iruñea, abril de 2019: una sala a oscuras, abarrotada por mujeres de todas las edades, escucha con la emoción a flor de piel el parlamento de una joven vestida a la moda del siglo XVII que, iluminada por una luz roja, habla de brujería. Pero no es un akelarre, sino una representación del Grupo feminista mirandés Mujeres en la calle, en los preámbulos del I Encuentro feminista sobre la historia de la caza de brujas. Y la anciana, de aspecto frágil y circunspecto, que sube a continuación al estrado, y a la que se dirigen todas las miradas, no es la sacerdotisa de un culto satánico, sino una intelectual feminista de prestigio mundial que ha venido desde Nueva York para dar la conferencia inaugural. Silvia Federici, autora de Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpos y acumulación originaria (Traficantes de sueños, 2004), propone una nueva interpretación del fenómeno de la caza de brujas.
Según su teoría, de raíces marxistas, las brujas no existieron. Lo que hubo fue una estrategia patriarcal del capitalismo emergente para obtener la “acumulación originaria”, en un contexto de cercamiento de los comunes, con represión de las herejías y levantamientos campesinos en Europa, esclavización en África y colonización de América. Y para explicarlo se sirve de las figuras shakesperianas de Calibán, el caribeño-caníbal, y Sycorax, su madre bruja: indígenas y mujeres salvajes que hay que domesticar y cuyos cuerpos, nuevos bienes comunes, hay que expropiar para la reproducción de la fuerza de trabajo.
“Las brujas no existieron, lo que hubo fue una estrategia patriarcal capitalista de acumulación originaria, en un contexto de cercamiento de los comunes, represión de las herejías, levantamientos campesinos, esclavización y colonización”
Su teoría es confirmada por la investigación de la historiadora navarra Amaia Nausia. En una sesión formativa en 2019 del grupo de trabajo de Iruñea, creado en el centro social Katakrak a partir del primer encuentro, Desmontando a la bruja de Blancanieves. La caza de brujas en Navarra (s. XVI-XVII), basado en su tesis sobre las viudas de esos siglos, deshace “tópicos” con datos incontestables. Efectivamente, las brujas no existieron. Las víctimas de la caza fueron entre un 70 y un 90% mujeres, en su mayoría mayores, pobres, solteras o viudas, a las que el naciente capitalismo patriarcal quería disciplinar y someter.
Este tipo de mujeres “solas, pasada la edad reproductiva, no sujetas a ningún hombre, resultaban peligrosas”. Disponían de experiencia en el terreno sexual así como para ejercer el derecho foral a administrar su herencia en usufructo, lo cual las enemistaba con sus familias. Nausia apunta también a su conocimiento del cuerpo, el parto y la sanación como origen de denuncias de intrusismo profesional y, especialmente, de prácticas abortivas, contrarias a las políticas natalistas que se impulsaron ante la crisis demográfica de la época. Y rechaza, como explicación principal, la represión política vinculada a la conquista de Nafarroa.
Las brujas existen
Se celebra una suerte de danza circular en la plaza del Castillo de Iruñea. Pero no, tampoco es un akelarre, sino la concentración mañanera del 8 de marzo de 2020, Día internacional de la mujer.
Entre bailes y cantos, un grupo de jóvenes vestidas de negro, con el rostro pintado de morado, alza orgulloso un cartel escrito a mano: “Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar”. Este lema, variante del “somos los nietos de los obreros que no pudisteis matar”, cada vez más popular en manifestaciones feministas, es un eco y síntesis de la filosofía de WITCH (Women’s International Terrorist Conspiracy from Hell), grupo activista fundado en 1968, aficionado a la performance brujeril, que declara: “Somos brujas, somos mujeres. Somos liberación. Somos nosotras (…) también una estrategia, un medio de subversión: la brujería”. Una de sus seguidoras, Mona Chollet, jefa de edición de Le Monde Diplomatique, autora de Brujas. La potencia indómita de las mujeres, señala que la bruja “encarna a la mujer liberada de las dominaciones y limitaciones”, sobre la que se ejerció una persecución similar al antisemitismo, y reclama que “la Iglesia se disculpe”.
WITCH: “Somos brujas, somos mujeres. Somos liberación. Somos nosotras, también una estrategia, un medio de subversión: la brujería”
En la época del MeToo, la llamada más destacada en esta línea ha sido el manifiesto internacional de 2019 Brujas de todos los países ¡uníos!, con amplia difusión en la cultura francófona. Alrededor de 200 firmantes, entre escritoras, políticas, artistas e intelectuales —como la actriz francesa Charlotte Gainsbourg o la estadounidense Eve Ensler, autora de Monólogos de la Vagina—, afirman: “Nosotras, mujeres, decimos que somos herederas, hijas y hermanas de aquellas injustamente llamadas brujas (…). Reconocemos en ellas a las actrices, a veces involuntarias, de una de las luchas más largas y difíciles de la humanidad: aquella por la igualdad y los derechos de las mujeres”. Y concluyen: “Todas nos declaramos hijas espirituales de las brujas, libres y sabias. Brujas mujeres y hombres que nos apoyáis, manifestemos alto y fuerte nuestra solidaridad y sororidad”.
Pero la revisión de la figura de la bruja no tiene únicamente un sesgo reivindicativo. El movimiento Wicca, nacido en Estados Unidos en 1954 a partir de las teorías de la antropóloga Margaret Murray, sostiene que la bruja es la figura central de una antigua religión pagana matrifocal. Alentadas por la corriente New Age, este tipo de visión espiritualista recoge tanto elementos ecofeministas (Mary Daly, Starhawk, Barbara Ehrenreich, Deirdre English, Carolyn Merchant, Camille Ducellier o Chloé Delaume, entre otras) como mixtificaciones espurias. La otra cara de este enfoque la representan iniciativas como Templo Satánico, que desde su ateísmo militante explota paródicamente la imaginería brujeril, para promover la separación entre Iglesia y Estado burlándose del agresivo proselitismo protestante en el ámbito educativo. Tanto promocionan la instalación de la escultura de un Baphomet (diablo en forma de gran macho cabrío) junto a unos niños amorosos frente al Capitolio de Oklahoma, como ofrecen su programa After School Satan, clases extraescolares de satanismo, incluidos libros para colorear.
Las brujas existen y no existen
Una gigantesca mujer de melena blanca recita salmodias con voz cavernosa en la penumbra. Pero no, no es María de Zozaya, “maestra de hechicería”, sino la proyección de la actriz irlandesa Olwen Fouéré en una sala del Museo Guggenheim de Bilbao. Temblad, temblad es una instalación de la artista irlandesa Jesse Jones, creada originalmente para la 57ª Bienal de Venecia, que recorre museos de medio mundo e incorpora elementos etnográficos de cada lugar donde se exhibe, en este caso, amuletos y la argizaiola vasca. Inspirada en el debate sobre el aborto en Irlanda y en colaboración con la propia Silvia Federici, este personaje proclama la instauración de un nuevo orden jurídico, In utera Gigantae, que invalida cualquier otra forma de gobierno.
Pero es que la revisión de la brujería también ha inspirado a artistas locales. La fotógrafa Bego Antón, en su serie de 2017 Haiek Danak Sorginak (Todas ellas brujas), recrea ambiguas escenas de la caza de brujas basadas en testimonios obtenidos bajo tortura. El proyecto Emen Hetan Witchy Bitchy Ding Dong It’s Sabbat Time, expuesto en el Centro de Arte de Huarte en mayo de 2019, explora la metamorfosis de la figura de la bruja. Bernad Hausseguy, Béranger Laymon y Maia Villot, bajo la mirada de Federici, Starhawk y Anna Collin, la interpretan como transgresor icono contracultural.
Frente al cine y la literatura, mayoritariamente entregados a la fantasía y el terror, el arte contemporáneo parece decidido a problematizar la iconografía brujeril, introduciendo una desmitificadora mirada feminista. No obstante, la historiadora del arte Pilar Pedraza, en Brujas, Sapos y Aquelarres, se muestra muy crítica: “La brujería artística (…) carece de fuerza porque no tiene implantación. Tan valiosa como innecesaria, postmoderna y anacrónica, es narcisista, masoquista y pequeño-burguesa. Su akelarre es privado y sororal, no popular; su ecologismo se queda en la superficie. Ni siquiera puede detener el feminicidio (…). A finales del siglo XX, mientras se masacraba a trabajadoras y amas de casa, se oficiaban refinadas performances de autotortura en galerías de las que el arte hacía tiempo desertó”.
“El arte contemporáneo parece decidido a problematizar la iconografía brujeril, introduciendo una desmitificadora mirada feminista”
Un severo juicio, pero aunque el arte feminista más reciente, conceptualmente más maduro y riguroso, haya superado ese cierto exhibicionismo, en general, se muestra interesadamente ambiguo respecto a la realidad de las brujas. Ya sea para explorar nuestros miedos ancestrales o para jugar a una remitificación artística, no responde —ni acaso deba hacerlo—, de manera definitiva sobre su existencia.
En memoria de las brujas
¿Qué hacer con la memoria de las brujas? ¿Dejarla en manos de la investigación académica? ¿Abrir otra vía de la memoria histórica? En marzo de 2019, el Parlamento de Navarra aprobó, con los votos de la mayoría progresista, una declaración de apoyo a la memoria de las brujas. Con ella instaba a la Dirección de Paz, Convivencia y Derechos Humanos a investigar el feminicidio de la caza de brujas, así como a elaborar un mapa de lugares de memoria y a producir materiales didácticos. Una resolución loable —denigrada por la derecha— que, sin iniciativas de la sociedad civil, puede caer en saco roto.
Lo cierto es que combatir la mitología y el estereotipo de la bruja —mujer mayor, nariz ganchuda, aspecto desastrado, que prepara pócimas y vuela en su escoba— se ha convertido en una tarea ciclópea... una vez que Hollywood y Halloween se han aliado para hacerlo fantasioso y simpático. Las tiendas del pueblo de Sara venden muñecas de brujas horripilantes y, en FITUR, el Gobierno navarro anima a los programadores turísticos publicitando las esencias forales con una performance absurda de brujas bailoteando en torno a Akerbeltz.
Pero es una guerra cultural que no es en absoluto banal. Del mismo modo que el genocidio judío de la Shoah no puede dejarse al albur de la falsedad de las teorías negacionistas, la memoria de las mujeres asesinadas por brujería no puede ser pasto del merchandising turístico y las fantasías históricas irresponsables.
“La memoria de las mujeres asesinadas por brujería no puede ser pasto del merchandising turístico y las fantasías históricas irresponsables”
Entre tanto, este fenómeno que en Occidente tiene un perfil memorialístico y cultural, en Asia, Hispanomérica y Africa sigue activo gracias a una combinación de pervivencia de viejas supersticiones y auge del fanatismo protestante. En la primavera de 2021, se celebrará en Madrid la segunda edición del Encuentro feminista sobre la Historia de la caza de las brujas, que recogerá el trabajo de los diversos grupos organizados en Euskal Herria (Araba e Iruñea), Castilla, Canarias, Quito y Nueva York. Su propósito es incidir en la investigación del pasado para interpretar nuestro presente. Entre otras cuestiones, se abordará la continuidad de las persecución de las brujas entre España y América Latina y su papel en la colonización; la caza de brujas; la construcción del Estado moderno español y el papel de los gitanos, judíos y moriscos; la criminalización de las mujeres anticapitalistas consideradas brujas; la caza de brujas en África y Asia; el extractivismo y criminalización de mujeres de Ecuador y Bolivia; la extrema derecha religiosa en América Latina y el papel de las iglesias pentecostales en la comunidad gitana en España.
“En la primavera de 2021, se celebrará en Madrid la segunda edición del Encuentro feminista sobre la Historia de la caza de las brujas, que recogerá el trabajo de los diversos grupos organizados”
Todavía en 1936, la familia Sagardía —Juana Josefa, la madre embarazada, y sus seis hijos menores— fue arrojada a una sima en Gaztelu (Donamaría), en uno de los casos más espeluznantes de la limpieza ideológica de la Guerra Civil. Quizá fuera “la última bruja asesinada en Euskal Herria”, en palabras de Santxikorrota, pues como recoge José Mari Esparza, autor de La sima: ¿qué fue de la familia Sagardía?, “la madre de Juana Josefa creía en los antiguos dioses de los vascos”.
Aun hoy, en 2020, la identificación inconsciente entre bruja y mujer (feminista) está tan arraigada que el contagio del coronavirus en Madrid ha sido atribuido a la manifestación feminista del 8 de marzo. Como antaño a las brujas emponzoñadoras... No hay duda, queda mucho trabajo por hacer.
Paradojas brujeriles
Es obvio que sobre la caza de brujas queda mucho por investigar, divulgar y denunciar aunque, pese a la poderosa mirada de la razón feminista, surgen paradojas dignas de ser atendidas.
Las mujeres ajusticiadas en Salem o Zugarramurdi no eran brujas. Pero entre las miles de mujeres ajusticiadas durante la brujomanía sobrevivía el chamanismo sincrético de hechiceras que utilizaba psicotrópicos y enteógenos. La teoría de la Diosa Madre y del matriarcado ha sido eficazmente cuestionada pero ha revelado la supervivencia de un fondo chamánico vinculado a lo femenino, llámese Diana o Mari.
Por otra parte, históricamente, sí han existido brujas y brujos, genuinamente satanistas, practicantes de la magia negra. Curiosamente, vinculadas a la nobleza, como Guilles de Rais, el Mariscal de Francia que inspiró el cuento de Barba Azul, que en el siglo XV torturó y asesinó a más de 200 infantes; o la húngara Erzsébet Báthory, la “condesa sangrienta”, responsable de 650 asesinatos de muchachas campesinas en cuya sangre rejuvenecedora se bañaba, ya en el siglo XVII.
Desde entonces hasta la actualidad han proliferado personajes decadentes y libertinos como Aleister Crowley, La Gran Bestia, y las sectas satánicas de distinto signo, algunas no por disparatadas menos peligrosas (recientemente el actor Mel Gibson denunciaba horrorizado haber sido invitado a misas negras con sacrificios infantiles). Y, por último, contra todo pronóstico, perviven tradiciones, no solo en la literatura y el cine, en torno a ‘brujas buenas’ practicantes de magia blanca, como las voladoras de la comarca de Mira en Ecuador, al parecer descendientes de brujas peninsulares.
“Una nueva generación de sorginak feministas tiene el propósito de honrar la memoria de las mujeres ajusticiadas y hacer realidad el mito de la sorgina”
¿Existieron o no las brujas? Una bruja posmoderna acariciaría con picardía el gato negro de Schrödinger y nos diría que no existieron y al mismo tiempo existieron. Y añadiría que, en la actualidad, una nueva generación de sorginak feministas tiene el propósito de honrar la memoria de las mujeres ajusticiadas y hacer realidad el mito de la sorgina de manera insospechada. Como recoge cierta leyenda de Ataun: “Ezkerala, bagerala, mila ta bosteun eman gerala” (Que no somos, que sí somos, que mil quinientas aquí estamos).
Feminismos
Silvia Federici: “La caza de brujas contribuyó a destruir el poder social de la mujer”
La activista y teórica feminista Silvia Federici está de gira por el Estado español. La autora de Calibán y la Bruja abordará uno de sus temas de estudio fundamentales, la memoria histórica de la caza de brujas, en un encuentro que tendrá lugar el próximo fin de semana en Pamplona.
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Bueno.
Creo lo primero es dejar de hablar de brujas. Es un concepto religioso que ofende. Fueron mujeres señaladas... Torturadas y sacrificadas por capricho del "pastor" de turno.
Fueron mujeres, muchachas paganas con otras i quietudes...No brujas...
Muchas mujeres (pero muchas , ojo) fueron señaladas como brujas por otras mujeres...las autoridades se encargaban de hacer el resto
Buenas tardes. Lo de Mel Gibson es una fake new. Por lo demás, genial artículo. Un saludo!