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Extrema derecha
Llámalo X: cómo y por qué las élites tecnológicas cabalgan la ola del posfascismo
TG: @p_elorduy
Antes de que una utopía comience a hacerse realidad, la lengua la prefigura. Quienes tienen la capacidad y el poder de plantear un mundo a su imagen y semejanza, ejecutan una serie de cambios en el lenguaje que ponen de moda unos conceptos y echan otros a la papelera de la historia. En la tormenta de acciones que la administración de Donald Trump ha llevado a cabo en sus primeros días después de su regreso a la Casa Blanca, una ha sido la orden de eliminación de palabras y conceptos en el uso cotidiano de las agencias gubernamentales.
Un artículo publicado el 7 de marzo de 2025 en The New York Times establecía patrones en el borrado y tuneado de más de 5.000 documentos oficiales. En el mundo deseado por Trump debían dejar de existir palabras como ‘mujer’, ‘antirracista’, ‘desigualdades’, ‘nativo americano’, ‘no binario’, ‘injusticia’ o ‘justicia social’. En la utopía que Trump inauguró en enero hay conceptos y palabras que están amenazadas. Igual que aquellas personas, comunidades y grupos a las que nombran.
Si el primer mandato de Trump concluyó con la tragicomedia desmadrada de una masa de partidarios del expresidente convocados por el conspiracionismo de QAnon, en enero de 2025 el escenario era el mismo —el Capitolio, en Washington DC—, pero en lugar de señores vestidos de bisonte y rednecks las que aparecían eran algunas de las personas más ricas del mundo rindiendo pleitesía al nuevo César global.
A pesar de los anuncios de que estaba distanciado con Trump, Musk estuvo presente en uno de los momentos más delirantes de la historia del Despacho Oval: la reprimenda a Ramaphosa
El nacionalismo cristiano, la extrema derecha de la alt right y los ‘broligarcas’ surgidos de la llamada “Mafia paypal”, a la que pertenecen Peter Thiel y Elon Musk, encontraron en Trump un caudillo capaz de acabar con el “Estado administrativo” y, en palabras de los neorreaccionarios, con “La Catedral”, que es el conjunto de instituciones culturales y universitarias que, según sostienen, expanden el pensamiento progresista.
Son seis visiones tecnoutópicas derivadas de la ‘T’ de transhumanismo. La última de ellas, el largolplacismo, ha sido imaginada por Nick Bostrom, quien se ha visto envuelto en polémicas como la publicación de un correo de los 90 en el que decía que los “negros son más estúpidos que los blancos”.
Ilustración oscura
Proyecto 2025
Documento con propuestas políticas de 900 páginas publicado por la Fundación Heritage, punto de encuentro del nacionalismo cristiano y la nueva derecha. En teoría Trump no sigue esa guía sino su propia “Agenda 47”, que no deja de ser un calco del Proyecto 25.
Maga
El eslogan “Make America Great Again” es el mínimo común denominador del trumpismo ejercido por las distintas ramas del pensamiento reaccionario, aunque fue enunciado primero por la campaña de Ronald Reagan en los 80. Se considera un silbato de perro (dogwhistle) para enviar mensajes racistas.
Musk: un paso para adelante, un paso para atrás
El final abrupto del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) tras 130 días ha lanzado la idea de un Musk derrotado. Una imagen hasta cierto punto reconocida por él, que ha anunciado que dará un paso atrás en su papel como donante en procesos electorales tras haber donado 300 millones de dólares a Trump para las elecciones de 2025. Los nubarrones sobre Tesla y el anunciado deterioro de la relación con el presidente estadounidense durante la crisis arancelaria han debilitado al que, solo hace un mes, parecía el hombre más poderoso del mundo. El porcentaje de población que tiene mala opinión sobre él ha crecido desde dos de cada diez hace cinco años hasta más de la mitad en la actualidad.
Sin embargo, el plan de Musk aparentemente no ha cambiado. Ya anunció que su estancia en el Gobierno a través de DOGE tenía el límite de 130 días —que es el plazo máximo en el que no estaba obligado a cumplir los requisitos de transparencia y supervisión del Congreso estadounidense— y, aunque la reducción del gasto ha sido una vigésima parte de lo anunciado inicialmente, el objetivo ideológico de señalar programas presuntamente woke como USAID o la radio pública NPR sí se ha visto satisfecho.
Además, Musk ha obtenido, durante estos 130 días, un beneficio suplementario. Un informe de Public Citizen del pasado 8 de mayo, señala que el empresario ha tenido intereses comerciales directos en más del 70 % de las agencias y departamentos que DOGE ha atacado desde su creación. La organización señala posibles colusiones en el Departamento de Defensa, la Oficina para la Protección Financiera del Consumidor y la Administración de Alimentos y Medicamentos entre otras.
Esta semana, coincidiendo con la retirada de Musk de DOGE, la escritora Amanda Marcotte exponía sus dudas sobre esa retirada de la primera línea política: “Es demasiado adicto al poder y la atención que recibe de la política como para vivir la aburrida vida de un hombre de negocios respetable centrado en la gestión responsable”, desarrolla. Marcotte recuerda que el dueño de X ya ha hecho aspavientos en esa dirección en el pasado y también que, a pesar de estar aparentemente alejado de Trump, el sudafricano estuvo presente en uno de los momentos más delirantes y abiertamente racistas de la historia del Despacho Oval: la reprimenda del presidente estadounidense a su homólogo sudafricano, Cyril Ramaphosa, con acusaciones sobre un imaginario “genocidio blanco” cometido por su gobierno contra la población afrikaner.
Opinión
Opinión Elon Musk da un paso atrás y eso hay que celebrarlo
Peter Thiel, la mirada de las mil yardas
La melodía de la segunda etapa de Trump ya no es solo la elegía rural hillbilly de los desarraigados, el movimiento aupado por el evangelismo familiarista, nativista y armado hasta los dientes cuyos partidarios asaltaron el Capitolio –aquellos a los que se ha llamado los perdedores de la globalización– sino que ahora suena con fuerza la música que proponen los gurús de las nuevas tecnologías, a su vez inspirados por ideologías elitistas como la llamada Ilustración Oscura y por la corriente filosófica del transhumanismo.
“Ya no creo que la libertad y la democracia sean compatibles”, escribió Thiel en un artículo de 2009 citado por los principales teóricos del movimiento neorreaccionario. Hoy, la influencia del fundador de Palantir —una de las empresas punteras en inteligencia artificial militar— llega hasta el despacho oval a través de JD Vance, vicepresidente del Gobierno, cuyo ascenso político se debe a las donaciones millonarias de Thiel. Pese a no creer que votar cambie nada, Thiel se convirtió en un donante de candidatos paleoconservadores (Ron Paul) ultraderechistas (Ted Cruz) o del propio Trump antes de que esto estuviese de moda en Silicon Valley.
El transhumanismo, el tronco del que surgen las ideologías Tescreal, plantea la aparición por medio de inteligencia artificial y biotecnología de poshumanos con capacidades superiores a las del homo sapiens.
Fue Thiel, criado también en Sudáfrica de los años 70 inmortalizada por la película Una árida estación blanca (Euzhan Palcy, 1989), quien organizó la reunión del 14 de diciembre de 2016 que supuso la primera toma de contacto de Trump con el sector. A ese encuentro acudieron Bezos, Cook (Apple), Page (Google) y por supuesto Musk.
La alianza entre ambos es extensa. DOGE ha sido interpretado como una interpretación de la partitura escrita por Thiel. Los dos comparten pasado —la experiencia en Paypal— y presente, dado que Thiel es uno de los inversores de Space X y Tesla. La estancia de Musk en el Gobierno ha podido perjudicar a Tesla, pero, por el contrario, ha mejorado los números de Palantir, la principal compañía de Thiel, que desde la elección de Trump, ha visto cómo sus acciones subían un 90%. Además, otra de sus compañías participadas, Anduril, alcanzó un acuerdo con el ejército estadounidense que puede llegar a mover más de 20.000 millones de dólares.
Inteligencia artificial
Militarismo La máquina de los asesinatos en masa: Silicon Valley abraza la guerra
Un reportaje de Bloomberg destacaba la relación de 14 altos cargos gubernamentales con el entramado de las empresas de Thiel. Comenzando por el vicepresidente Vance, siguiendo por el Jefe de Estado Mayor del Subsecretario de Defensa, que ha trabajado en Anduril, hasta llegar al zar de las criptomonedas, el asesor presidencial de Ciencia y Tecnología o toda la red generada en torno a DOGE.
El pensamiento neorreaccionario y el transhumanismo
Al filósofo e historiador intelectual Émile P. Torres se le atribuye la creación del acrónimo ‘Tescreal’, con el que ha querido dar a conocer las distintas ramas de un pensamiento que explica en buena medida el escoramiento a la derecha de Musk, Thiel y otros empresarios de Silicon Valley como Marc Andreessen. Con referencias claras en el pensamiento de Platón y trazas de milenarismo, el transhumanismo, el tronco del que surgen las ideologías Tescreal, plantea la aparición por medio de inteligencia artificial y biotecnología de poshumanos con capacidades superiores a las del homo sapiens.
En la versión largoplacista enunciada por el filósofo sueco Nick Bostrom, la humanidad puede crecer y multiplicarse asombrosamente hasta una unidad seguida de 58 ceros. La cuestión es que esa humanidad estaría formada por unos y ceros y despojada de sus “sacos de carne”, o sea, de aquello que nos convierte en seres humanos completos.
“El largoplacismo le dice a personas como Musk que es moralmente superior por pensar en la colonización del espacio en lugar de centrarse en la pobreza mundial”, explica Antonio Diéguez
Bostrom, inicialmente crítico con la inteligencia artificial, ha asociado el éxito de la humanidad al desarrollo de la inteligencia artificial general (IAG), un tipo de IA que excede la inteligencia humana promedio en cuya carrera están las principales empresas tecnológicas del mundo, incluida, claro está, xAI, la empresa de Elon Musk que recientemente ha adquirido X (la antigua Twitter).
Según el largoplacismo, todos los esfuerzos políticos y sociales deben dirigirse hacia esa meta trascendental, que garantizará además la felicidad plena de esos entes poshumanos. Así, “masacres gigantes para el hombre”, según este filósofo, no son más que “pequeños pasos en falso para la humanidad”. El genocidio de Israel en Gaza, el holocausto durante la II Guerra Mundial o las muertes prematuras creadas por la crisis climática no llegan a anécdotas en la historia del universo, en el que esa versión de la humanidad podría sobrevivir durante otros 10^40 años (un uno seguido de 40 ceros).
Musk ha mostrado en varias ocasiones su cercanía con el largoplacismo y financió el Instituto del Futuro de la Humanidad de Oxford, en el que trabajaba Nick Bostrom, que cerró como consecuencia de distintas polémicas, entre ellas el aroma a eugenesia de algunas de sus propuestas. Thiel ha donado grandes cantidades de dinero al Machine Intelligence Research Institute “cuya misión de salvar a la humanidad de las máquinas superinteligentes está profundamente entrelazada con los valores largoplacistas”, señalaba Torres en la web Aeon.
Los transhumanistas hablan de una “eugenesia liberal” que centra la selección de la especie y la creación de superhumanos en el deseo de los progenitores y no de los Estados. En cualquier caso, el transhumanismo busca que entre los superhumanos del futuro no se reproduzcan los seres “menos inteligentes”.
El filósofo de la Universidad de Málaga Antonio Diéguez señala en entrevista con El Salto una de las principales razones por las que el transhumanismo y sus variantes ha calado hondo en las tendencias ideológicas de moda entre las élites de Silicon Valley: “El largoplacismo le dice a personas como Musk que es moralmente superior por pensar en la colonización del espacio, desarrollar una IA avanzada y encontrar formas de fusionar nuestros cerebros con la IA —que es lo que intenta hacer con su empresa Neuralink— en lugar de centrarse en los problemas actuales como la pobreza mundial”.
Es decir, este pensamiento asocia el afán de lucro con una coartada moral y un cierto tipo de espiritualidad alejada de las religiones clásicas. Diéguez, que en 2017 publicó el libro Transhumanismo (Herder), comenta que en sus conferencias solía recalcar que no temía a la inteligencia artificial sino a Elon Musk. Eso era antes de la victoria de Trump. Ahora, Diéguez confiesa estar preocupado. Los largoplacistas “tienen un proyecto de país y una idea de lo que es el ser humano. Yo creo que es cercano a lo demencial. Y están dispuestos a llevarlo a cabo”, advierte.
El fin del populismo
Una de las citas falsas más bellas de la historia atribuye a Zhou Enlai, primer ministro de la República Popular China entre 1949 y 1976, haber dicho que no podía evaluar las consecuencias de la revolución francesa (1789) porque era “demasiado pronto para saber”. Enlai no dijo eso –que quedara para la historia fue fruto de un error de traducción–, pero el espíritu de la frase ha permanecido para determinar la imprudencia de juzgar los acontecimientos históricos con precipitación.
El historiador Steven Forti advierte en ese sentido que es demasiado pronto para definir el tiempo en el que estamos, una nueva época “que podríamos llamar posliberal y posdemocrática, pero sabiendo que es una definición a medias”. Ponerle nombre a la cosa, así pues, tiene la dificultad de que la humanidad está en los albores de un nuevo momento, que evoluciona ante nuestros ojos y que mezcla varias ideologías, algunas de ellas contradictorias entre sí, pero en comunión bajo el mandato de Trump.
Con la expansión de la inteligencia artificial y la retórica de los viajes a Marte, el discurso ha ido virando hacia algo que la catedrática de filosofía Montserrat Galcerán llama “tecnocapitalismo neofascista”
Algunas de las personas consultadas para este reportaje optan por el extendido concepto de posfascismo, que fue enunciado por Enzo Traverso en el libro Las nuevas caras de la derecha (Siglo XXI, 2019). Como explicaba el propio pensador italiano, esta noción “ayuda a describir un fenómeno transitorio, en transformación, que todavía no ha cristalizado”. Hasta hace unos años, por ejemplo, era difícil rastrear la presencia del transhumanismo y era el evangelismo el que atraía todas las miradas. Con la expansión de la inteligencia artificial y la retórica de los viajes a Marte, el discurso ha ido virando hacia algo que la catedrática de filosofía Montserrat Galcerán llama “tecnocapitalismo neofascista”. Una definición apropiada en tanto “señala la continuidad con el capitalismo en una versión tecnológica altamente desarrollada, sin que esta tenga atisbo emancipatorio ninguno para el común de las poblaciones”, apunta.
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Enzo Traverso “Los movimientos sociales, con toda su potencialidad, son incapaces de proyectar una utopía”
También, indica Galcerán, es importante añadir los rasgos fascistas de este movimiento, “en especial su fuerte contenido belicista”, antes de expresar algunas de las diferencias entre épocas. La fundamental es que si el antagonista principal del fascismo clásico europeo era el movimiento obrero revolucionario, en la actualidad, y como ilustran las palabras prohibidas enumeradas por la Administración Trump, los nuevos adversarios son los movimientos feministas, el ecologismo, el antirracismo, las personas no binarias o los pueblos originarios.
En la década pasada, el pensamiento político contemporáneo optó por la etiqueta de populismo como una forma de equiparación entre incipientes movimientos de una extrema derecha renovada y las experiencias de partidos poscomunistas o de izquierdas como Syriza en Grecia o Podemos en España, inspirados a su vez en las experiencias populistas latinoamericanas. Luciana Cadahia, que es profesora de Filosofía Política, escribió en esa época un libro junto con Paula Biglieri en el que negaba que el mote populista fuera útil para los experimentos de la nueva derecha: “Se asumía que no era pertinente hablar del fascismo porque el fascismo pertenecía a un tiempo histórico determinado, pero nos parecía que era apropiado en términos conceptuales identificar el experimento de extrema derecha con el fascismo y también dábamos un paso más que consistía en mostrar que el fascismo no había desaparecido en el interior del mundo libre”.
“Desde la crisis de 2008 se venía repitiendo constantemente que el neoliberalismo estaba en crisis como modelo hegemónico, y era cierto. Sin embargo, hemos entrado en otra etapa en la que el neoliberalismo ha tomado la iniciativa e intenta ser nuevamente hegemónico”, indica Forti, autor de Democracias en extinción (Akal, 2024). No se trata de populismo, llámalo X.
La historia rima a su manera y Patri Friedman, uno de los nietos del ejecutor del programa liberal en Chile, es transhumanista y uno de los pensadores más destacados del movimiento neorreaccionario
La tendencia en la que se ha entrado desde 2024 es aún incierta, pero parece claro, considera Cadahia, que aquel diagnóstico era correcto y que los elementos que hace solo tres años servían para pensar la realidad política han quedado en suspenso. Los experimentos del posfascismo, define esta profesora, se centran en propalar la idea de que la democracia es un estorbo para la libertad, buscan la destrucción de la justicia social y apuestan por una “reestructuración de la noción de Estado” que lo ponga al servicio del capitalismo financiero.
La profesora de filosofía Fernanda Rodríguez, autora en el libro colectivo Familia, raza y nación en tiempos de posfascismo (Traficantes de Sueños, 2020), añade otro elemento: a su juicio, los posfascismos se mantienen en el marco de la democracia liberal “sin pretender que van a hacer una gran transformación social, pero identifican las instituciones existentes como propiedad de los nativos y que solo los nativos son aptas para ellas”.
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“Ideología de género” y estrategias políticas de clase en el auge de los fascismos
El Salto publica un capítulo del libro Familia, raza y nación en tiempos de posfascismo, editado por la Fundación de los Comunes. En él, la autora desgrana la historia del concepto “ideología de género” y de cómo la derecha encontró en las formas militantes una salida para su propia crisis.
Una ideología centenaria
Experiencias como el Chile del golpista Augusto Pinochet y su Constitución dirigida por el laboratorio de ideas de los Chicago Boys, vinculados al pensador económico Milton Friedman, o como el más reciente “uribismo” colombiano, avalan la idea de una imbricación entre neoliberalismo y fascismo que hoy parece más evidente que hace una década. En ese proyecto, el Estado no desaparece, pero sí pierde cualquier carácter de reparación de las desigualdades. Ya no ejerce de administrador o supuesto árbitro en el conflicto entre los intereses de las grandes corporaciones y los de las mayorías sociales, sino que defiende un proyecto de las élites por medio de inversiones, políticas de desregulación, y una determinada visión del proteccionismo, pero también de la aplicación de la mano dura en virtud del monopolio de la violencia.
La historia rima a su manera y Patri Friedman, uno de los nietos del ejecutor del programa liberal en Chile, es transhumanista y uno de los pensadores más destacados del movimiento neorreaccionario al que se adscribe Peter Thiel, quien ha financiado los proyectos de colonización marina de Friedman: comunidades autónomas flotantes que pretenden funcionar al margen de cualquier Estado, en línea con lo que se ha dado en llamar “anarcocapitalismo”.
Javier Milei es el más famoso de los anarcocapitalistas, una definición que, como la de libertario, irrita a las personas con ideología anarquista, pero las excentricidades del presidente argentino no distan mucho del programa de las autocracias posliberales, en las que gana peso otro tipo de modelo mucho más tradicional: el absolutismo. En Estados Unidos se habla desde comienzos de esta década del “César rojo” –porque rojo es el color del Partido Republicano– que lidera un “Gobierno unipersonal: a medio camino entre la monarquía y la tiranía”, según el ideólogo y asesor de Trump, Michael Anton.
A pesar de que Trump no es conocido por su amor hacia ningún tipo de pensamiento político teórico, este magma de ideas, que se puede resumir en la idea de que la democracia es un sistema fracasado, le ha influido a la hora de lanzar alguna de sus últimas provocaciones. Una de ellas es una imagen a imitación del semanario Time con Trump coronado y el lema “Larga vida al rey”, publicado por la Casa Blanca en X el 19 de febrero. El meme sacudió el panorama político estadounidense en un momento en el que las críticas a Trump se dirigían al abuso que, durante las primeras semanas de su mandato, hizo de las órdenes ejecutivas. En mayo, repitió la operación publicando otra imagen generada por inteligencia artificial que le mostraba como Papa.
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Opinión IA: la nueva estética del fascismo
El antiestatismo de Milei es una versión turbo de las ideas económicas de los llamados paleolibertarios, un movimiento creado en torno a la figura de Murray Rothbard, gran inspirador del anarcocapitalismo, asociado económicamente con los magnates petroleros Koch. El hilo que conecta estas tendencias es un anti igualitarismo de raíz milenaria, enunciado por autores como Joseph de Maistre, Louis de Bonald o Edmund Burke en la época moderna, y más recientemente por el neofascista italiano Julius Evola o el nacional-conservador israelí Yoram Hazoni.
La utilización en los últimos años del término woke por parte de la extrema derecha ha sustituido al más elitista y especializado concepto de “marxismo cultural”
Rothbard, por ejemplo, criticaba que las mujeres hubiesen obtenido el derecho al voto porque eso había agrandado el Estado de bienestar. Son ideas “que se transforman o adaptan al contexto histórico, geográfico y político; no repiten lo mismo desde hace 200 años, pero beben de esa condena a la ilustración”, señala Steven Forti. El corpus teórico del absolutismo se remonta varios siglos y tiene varias fechas malditas. Una es la Revolución Francesa, el experimento de la Comuna de París de finales del siglo XXI, la Revolución Rusa o la sacudida de Mayo de 1968 en todo el mundo. Son los antepasados, pero la reacción también se ha conjurado contra explosiones como las llamadas Primaveras Árabes, los movimientos de las plazas en la Península Ibérica, Grecia o Londres y, en el caso de Estados Unidos, Occupy Wall Street y Black Lives Matter.
La reacción hacia esos movimientos por la justicia social y la digestión de estas influencias ha dado lugar al movimiento de la Ilustración Oscura promovida por Curtis Yarvin y Nick Land. En 2012, Land planteó una hoja de ruta basada primero en “jubilar a todos los empleados del Gobierno”, palabras cuyas siglas en inglés forman RAGE (rabia), que recuerda fonéticamente y en su propósito al programa DOGE lanzado por Musk. En segundo lugar, el poder político lo tomaría un govcorp, gobierno de las corporaciones, en las que la sociedad sería dirigida como una empresa. Es lo que los autores Dante Sabatto y Nicolás Pohl han llamado un “totalitarismo de mercado”, que define mejor a Milei que la etiqueta anarcocapitalismo.

La lucha contra lo 'woke'
El 20 de enero, la Casa Blanca lanzaba una orden ejecutiva destinada a “poner fin a los programas gubernamentales radicales y derrochadores de DEI”. DEI son las siglas de “diversidad, equidad e inclusión” y forma parte de una cultura empresarial que se ha derrumbado con el segundo advenimiento de Trump. Grupos financieros como BlackRock, Citigroup, JPMorgan Chase y Morgan Stanley y las compañías más conocidas del planeta —Coca-Cola o Disney, entre otras—, además de las empresas del big tech, han revisado sus políticas DEI al son que se marcaba desde el gabinete presidencial. “La defensa de la sociedad abierta, de una serie de derechos civiles, de la igualdad racial o de género, que el mundo empresarial, por ejemplo en Silicon Valley, venía defendiendo, ahora ya no las defienden”, resume Steven Forti.
El objetivo es eliminar el pensamiento, y por tanto, las decisiones de contratación, marketing o lavado de cara corporativo que procedan de “La Catedral” o, en su versión más popular, alejarse de todo aquello que suene woke. Literalmente ‘despierto’, pero traducido más a menudo como ‘consciente’, woke, la palabra de moda entre la extrema derecha internacional nació entre las comunidades negras estadounidenses para alertar de las desigualdades sociales y de raza. Su utilización en los últimos años por parte de la extrema derecha ha sustituido al más elitista y especializado concepto de “marxismo cultural”, que nació a finales del siglo XX como herramienta de denuncia contra el supuesto socavamiento de la cultura occidental blanca.
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Historia El infinito regreso al futuro de la Comuna de París
La denuncia de ese “marxismo cultural” estuvo muy extendida entre los paleoconservadores, una corriente del Partido Republicano que se remonta al siglo XIX, pero no ha sido hasta que se ha producido el estallido de la memética en internet cuando aquellas ideas reaccionarias se han hecho hegemónicas en la cultura occidental. Woke es un pastiche perfecto, que se devora como bollería industrial y no requiere conocimientos previos de ningún tipo.
Esa carga ha estallado en tres direcciones básicas: contra la población migrante y, en el caso de Estados Unidos y otros países, también contra la población no blanca y los pueblos originarios; contra las disidencias o minorías sexuales; y contra las mujeres. Es decir, contra todo aquello que, según los posfascismos, no permite a la nación —o a la raza— expresarse en su plenitud; una idea que bebe de la filosofía de Martin Heidegger y de su utilización —con la aquiescencia del filósofo— por parte del III Reich alemán. Se trata de una revisión poco sutil de la búsqueda del enemigo exterior —con preferencia por la población musulmana— y el enemigo interior “degenerado”.
El concepto de libertad, surgido como una expresión republicana y antiautoritaria, ocupa hoy un lugar central en el posfascismo
Fernanda Rodríguez enuncia algunas de las características comunes: “Los posfascismos hablan de una nación amenazada por elementos externos e internos y de cómo, para regenerar la nación, se debe entrar en batalla contra esos otros culpables del debilitamiento y de la decadencia nacional”. Se trata, señala Rodríguez, de un planteamiento biopolítico en el sentido planteado por el filósofo francés Michel Foucault. “Para hacer más fuerte y más saludable a la nación, esa batalla obliga a una especie de populismo punitivista: es decir, ya no se trata solo de hacer políticas migratorias fuertes, sino de buscar la adhesión de la gente hacia esas políticas”, indica esta maestra de Filosofía.
En el caso de las sexualidades disidentes, el posfascismo, como en las experiencias europeas del siglo XX, se refugia en un sentido lineal de la familia: “La familia es el corazón del Estado-nación y, desde ese punto de vista, se encuentra amenazado por la migración y por la ideología woke”, recalca Rodríguez. Se busca, asimismo, implantar una sola forma de ser hombre o mujer.
Un artículo de Amanda Marcotte explicaba recientemente cómo el pastor Joel Webbon, uno de los aliados religiosos del movimiento MAGA (Make America Great Again), expresaba su deseo de retirar el voto a las mujeres en Estados Unidos y que el actual secretario de Defensa, Pete Hegseth, ha expresado pensamientos en esa línea.
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La lengua del posfascismo
“Es muy difícil mantener una democracia estable con el nivel actual de desigualdad, precariedad y disminución de los niveles de vida, una situación que solo empeorará a medida que los efectos del cambio climático se agraven”, sintetiza el investigador de la Universidad de East London y director de cine Alexander Thomas. “Por lo tanto, los multimillonarios tienen dos opciones: pueden aceptar políticas que desafíen su exceso de riqueza y poder, o pueden tratar de distraer la atención con campañas que promuevan el odio hacia los grupos marginados y vulnerables. Y no es de extrañar que elijan esta última opción”, señala Thomas.
El sector tecnológico ha aprovechado décadas de investigación pública y un ecosistema mediático a estrenar, que da a los ‘broligarcas’ “la oportunidad de crear una alianza que les permita solicitar enormes contratos gubernamentales, evitar las regulaciones, pagar menos impuestos y, al mismo tiempo, desarrollar herramientas que apoyen estructuralmente este tipo de nuevo autoritarismo tecnológico”, explica Thomas.
Galcerán habla de “demagogia de masas” para caracterizar el encuentro entre las ideas posfascistas y el gran público. Esto no es ajeno a la historia de los fascismos clásicos, que ya emplearon el cine y la radio para espectacularizar y expandir sus ideas, pero, por medio del scroll infinito de las redes sociales, su capacidad de penetración es aún mayor.

Reproducido millones de veces, el saludo nazi de Elon Musk durante el nombramiento de Trump el 20 de enero de 2025 ha jugado en el campo minado de la ironía y la literalidad. Para entender cuál es el campo semántico en el que Musk se permitió hacer aquel gesto es necesario remontarse al nacimiento en 2003 de un portal digital marginal y friki de aficionados al manga japonés: 4Chan.
El documental La red antisocial. De los memes al caos (Arthur Jones, Giorgio Angelini, 2024) es un recorrido que ilustra cómo chavales desubicados, hackers bromistas, mangurrianes con tiempo libre y supremacistas blancos establecieron en ese sitio de internet códigos y un lenguaje que degeneró en el complotismo que dio lugar al asalto al Capitolio de 2021.
El uso del ‘humor’ para afirmar una cosa y burlarse de quien la toma en serio es una de las diferencias fundamentales entre las tácticas de manipulación del posfascismo y el fascismo clásico
Desde el espacio colectivo de reflexión Proyecto Una, que en 2024 publicó La viralidad del mal (Descontrol), se explica cómo aquello que se hacía en 4Chan hace 15 años, “bromas con cosas nazis, racismo y misoginia” no era sino “jugar con los límites de un nuevo medio” como era el internet de comienzos de siglo, en el que todas esas provocaciones se diseminaban por centenares de blogs, páginas y foros. Sin embargo, en esta época, el modelo ha cambiado y “todo lo que pasa en internet en realidad pasa en las redes sociales del big tech, que son cinco”, explican desde Proyecto Una.
De nuevo, se produce un cruce de caminos entre las ideas más tóxicas del internet-jauja de comienzos de siglo y el interés económico de Silicon Valley, que extrae la parte divertida de una herramienta —o supuestamente divertida— y la privatiza con un programa político definido. El uso del ‘humor’ para afirmar una cosa y burlarse de quien la toma en serio es una de las diferencias fundamentales entre las tácticas de manipulación del posfascismo y el fascismo clásico, que no usó el humor voluntario para sus puestas en escena.
El youtuber Mozo Yefimovich, que ha analizado en su canal a los nuevos gurús del entretenimiento y cómo sus discursos se han desplazado a la derecha, explica cómo se usa hoy día para viralizar ideas: “El humor permite generar una comunicación de performance: ‘hablo de la realidad, pero fuera de ella’, e intentar desmontar ese mecanismo es muy complicado porque hacerlo desde la seriedad queda ridículo”. Así, bajo el pretexto del humor, Musk es exonerado por aliados como el presunto criminal de guerra Benjamin Netanyahu y organizaciones como la Liga Antidifamación, más interesados en mantener sus lazos con el empresario que en medir el saludo nazi o las bromas sobre el holocausto con la misma vara con la que se persigue a los manifestantes propalestinos. “Se genera un círculo vicioso de cinismo nihilista —explica Yefimovich—, si nada termina de decirse completamente en serio, nada de lo que se dice parece importar y terminamos insensibilizados ante la próxima barbaridad”.

Ese uso del humor no es la única novedad de la extrema derecha del siglo XXI con respecto a la comunicación política de los fascismo clásicos. “Este fascismo contemporáneo nace en el corazón del mundo libre del relato del mundo libre, la consigna ahora es la libertad”, detalla Luciana Cadahia. El concepto de libertad, surgido como una expresión republicana y antiautoritaria, ocupa hoy un lugar central en el posfascismo, cuando no era el motor en torno al que se organizaba la praxis fascista, volcada en las ideas de tradición y autoridad.
En la lengua de la nueva derecha son importantes los conceptos que se incorporan, pero también aquellos que sirven para aumentar la confusión y, finalmente, pierden toda utilidad. Entre las distintas nociones de libertad, la “libertad de expresión” es uno de los arietes predilectos de la extrema derecha, pero también las “guerras culturales”, un significante chicle que ha dejado KO a la izquierda en los últimos años. “El concepto de batalla cultural no existe, no tiene recorrido académico, ni político, ni social, y lo mismo sirve para criticar una huelga, una película de Disney o cualquier chorrada que haya pasado en los medios”, explican en Proyecto Una.
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Laura Camargo “Trump, igual que Ayuso, quiere que hablemos todo el rato de lo que dice y no de lo que hace”
Ese método “sigue una estrategia comunicativa que consiste en ‘llenar la zona de mierda’ como decía Steve Bannon, asesor de Trump en su primer mandato”, denuncian estas activistas. Elon Musk es propietario del medio de producción de sentido más influyente de nuestra época, X, y al mismo tiempo, alguien que ha imaginado una utopía en la que sobran o son redundantes los seres humanos, empezando por los más pobres. La tecnología es el motor con el que la extrema derecha oligárquica transmite su ideología a través de la lengua y, al mismo tiempo, el material básico en la que los países en los que ha funcionado hasta ahora la democracia liberal depositan sus esperanzas de crecimiento.
Alexander Thomas hace un diagnóstico pesimista: “Quizá solo se trate de hacer que la gente se dé cuenta de lo que realmente está pasando, pero incluso eso es muy difícil en esta nueva ecología mediática en la que estamos inundados de información. Los algoritmos pueden identificar nuestros miedos, nuestras debilidades, lo que presiona nuestros botones y usarlos para manipularnos. Nuestro sentido común de la realidad se está fracturando cada vez más”, concluye.
La futurista y diseñadora especulativa Monika Bielskyte reflexionaba recientemente en una entrevista acerca de que, a lo largo de la historia de la humanidad, las utopías más extendidas a través de películas y novelas han sido eugenésicas y excluyentes. Ahora sabemos también que sus propagandistas las introducen a través de nuestras pantallas por medio de un scroll que se promete infinito, como la vida de entes formados por unos y ceros en el universo. El proyecto encabezado por Elon Musk, Peter Thiel y los ideólogos de la Ilustración Oscura obliga a la humanidad a emplearse en una alfabetización sobre el futuro en el corto plazo, sostiene Bielskyte. Pensar en otros futuros posibles antes de que su utopía termine con nuestros queridos sacos de carne.
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Madrid
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El comportamiento de esa "élite technobro" con ese uso y abuso del poder que han llegado alcanzar, me trae la idea de estos abusadores que abusan hasta matar a su víctima y luego se matan ellos. Me parece una huida hacia delante, igual que hacen los technobros. Una huida para evitar hacer hueso con su propio dolor-frustración, así se la hacen pagar a los demás y mantienen el supuesto control del tiempo en sus manos. Claro, que también mueren. Estaría bien que empezaran por matarse, ya que es lo único que son capaces de hacer. Pero ya que no lo van a hacer, habrá que empezar a crear legislatura para crear y mantener asuntos, cosas, instituciones... que no es posible comprar por mucho dinero que tengas. Hay que poner límites al dinero. Y sobre todo a educar en el respeto.
Un gran análisis de la situación ideológica que conlleva el modelo económico de las nuevas tecnoesteucturas. He echado de menos una referencia a Yanis Varoufakis y su concepto de tecnofeudalismo. Buen trabajo Pablo.