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El consumerismo busca que nos organicemos para defender colectivamente nuestros derechos ante los abusos y las malas prácticas empresariales. Pero no es la única propuesta que nos apela en nuestro rol de consumidoras. La otra gran corriente que pretende nuestra implicación es el consumo consciente, al que dedicamos este artículo.
¿QUÉ ES EL CONSUMO CONSCIENTE?
Según un reciente informe de la OCU, el 73% de la población española toma algunas de sus decisiones de consumo teniendo en cuenta criterios sociales y/o ambientales (otro estudio habla de “9 de cada 10”). En eso consiste la propuesta del consumo consciente (o consumo responsable), en incluir nuestros valores éticos entre los motores de nuestras elecciones de consumo. No se trata de dejar completamente de lado otras motivaciones (como las clásicas “3 bes” —bueno, bonito barato—), pero sí de que calidad, precio o comodidad no sean los únicos criterios que nos muevan.El consumo consciente se extiende más significativamente en nuestro país desde finales del siglo pasado. El ahorro energético, la reducción de residuos, la movilidad sostenible o el comercio justo fueron las prácticas más conocidas en sus inicios. Con el tiempo han ido ganando terreno alternativas como el consumo agroecológico (tiendas,mercados, cestas a domicilio, grupos de consumo), la banca ética o las cooperativas eléctricas.
Hay 200 mil clientes de banca ética, 100 mil de cooperativas eléctricas, y decenas de miles de familias participando en cientos de grupos de consumo agroecológico
Como vemos, hay algunas diferencias entre el consumerismo y consumo consciente. El consumerismo nace principalmente para la defensa de los intereses de las consumidoras ante las empresas y administraciones públicas. El consumo consciente, por su parte, está más vinculado tanto a la creación de alternativas, también empresariales, por lo que no ve a todas las empresas como “posibles enemigos”, sino que se compromete con en el apoyo a las más afines a sus valores. Además, está más imbricado con otros movimientos sociales (ecologismo, justicia global y altermundismo, economía solidaria), y juntos apuestan por una transformación más profunda del modelo socioeconómico, además de por estilos de vida más frugales (con propuestas como el Buen Vivir, la simplicidad voluntaria o el movimiento slow). Afortunadamente, las diferencias entre la visión de ambos movimientos se van reduciendo, apostando cada vez más el movimiento consumerista también por las alternativas de consumo consciente.
EL CONSUMO CONSCIENTE EN CIFRAS
Además de los citados porcentajes de personas que conocen o practican en alguna medida la propuesta, conviene que conozcamos las cifras de algunas de las “alternativas de consumo” más específicamente comprometidas con el cambio de modelo socioeconómico.La banca ética cuenta en España con más de 200 mil clientes. El comercio justo facturó 35 millones de euros en 2015, aún lejanos del gasto per cápita en Suiza, sesenta veces superior. Las cooperativas eléctricas “verdes” superan los 100 mil contratos (Som Energia ya pasa de 90.000 contratos).
Energía
Alternativas que dan luz
Frente a los abusos del sector eléctrico cada vez surgen más iniciativas de organización ciudadana en busca de justicia energética.
En el campo alimentario, los grupos de consumo agroecológico rondan las 160 iniciativas solo en Cataluña, y podemos afirmar —sin disponer de estudios específicos— que el resto del Estado suma algún que otro centenar más. Estas experiencias abastecen a decenas de miles de familias o “unidades de consumo”. Además de los grupos de consumo hay un fenómeno en expansión, el de las “tiendas cooperativas” que, gracias a su oferta y horarios más amplios, pueden llegar a un mayor número de personas. La mayor de las iniciativas, Landare, cuenta con 3000 socias y dos tiendas en la Cuenca de Pamplona.
Economía social y solidaria
El tirón de los supermercados cooperativos
EL IMPULSO DE LAS POLÍTICAS PÚBLICAS
En 2018 nació la mayor comercializadora eléctrica verde y 100% pública, Barcelona Energia, que puede dar servicio en su área metropolitana a 36 municipios y 20 mil particulares. Este proyecto se enmarca en la Estrategia para la Transición Energética del Ayuntamiento de Barcelona, que prevé acabar el mandato habiendo destinado 130 millones de euros a diferentes medidas en este sentido.Barcelona, Madrid o Zaragoza cuentan con estrategias municipales de impulso a la economía solidaria y el consumo responsable
También en esta legislatura, ayuntamientos como Barcelona, Madrid y Zaragoza han estrenado diversas “estrategias de impulso” novedosas. De la economía solidaria, del consumo responsable y, en el caso de Barcelona, también de la soberanía alimentaria.
También merece la pena destacar el proyecto MARES, promovido por el Ayuntamiento de Madrid y ocho iniciativas de la ciudad, que cuenta con 4,8 millones de euros de la Unión Europea para impulsar proyectos de economía social entre 2017 y 2019. Y los programas Singulars y Ateneus Cooperatius de la Generalitat de Catalunya, que en 2017 destinaban 12 millones de euros al sector.
Y las citadas son solo algunas de las numerosas políticas innovadoras que se están llevando a cabo en los últimos años en estos campos. Si tuviésemos que destacar una línea de acción, quizás sería la de la Compra Pública Responsable, tanto por la importancia cuantitativa de la compra de las administraciones públicas (que ronda el 18% del PIB en España), como por su capacidad de fortalecer a la economía solidaria las alternativas de consumo con volúmenes de compra y contratación significativos.
LA ECONOMÍA SOLIDARIA Y EL SALTO DE ESCALA
Entre las denominadas economías transformadoras encontramos bastante diversidad. Entre estas propuestas destaca la economía solidaria, tanto por su mayor compromiso con valores y prácticas “alternativas” (ausencia de lucro, capital repartido, gobernanza democrática), como por su apuesta por generar redes y “mercados sociales”. Es un sector en auge, que está creciendo gracias, además de a su propio trabajo, al calor de la mayor sensibilidad ciudadana propiciada por “terremotos sociales” como el 15M o el Procés, y gracias también al impulso de las mencionadas políticas públicas.En este contexto, el debate más reseñable en el seno de la economía solidaria es el de la apuesta por el salto de escala, que se concreta, por ejemplo en proyectos de nuevos supermercados cooperativos y otros espacios comerciales (como Geltoki Iruña) que buscan poder llegar a nuevos sectores.
UN POCO DE REALISMO
Como señalaba muy lúcidamente Isidro Jiménez, de El Salmón Contracorriente, pese a que el 80,6% de las ciudadanas declara preferir el pequeño comercio a las grandes superficies, esto no se transforma la mayoría de las veces en cambios globales de hábitos.La economía solidaria apuesta por el salto de escala mediante redes de Mercado Social y espacios comerciales más ambiciosos como supermercados cooperativos
Así, en alimentación, las grandes cadenas (supermercados e hipermercados) acaparaban en 2018 el 59% del mercado. Y una sola empresa, Mercadona, acumula casi tantas ventas como el resto de grandes cadenas juntas. Las tiendas tradicionales, como carnicerías, pescaderías, fruterías, panaderías… ya están por debajo del 15% de la cuota de mercado.
También crece el comercio digital, con nefastas consecuencias ambientales y de concentración de la riqueza, bajo el predominio de gigantes como Amazon.
Estamos pues ante un escenario paradójico. Mientras que aumentan tanto la conciencia social y la práctica del consumo consciente como el alcance de las alternativas de consumo, esto no es ni de lejos suficiente para conseguir dar una vuelta global a la tortilla de los hábitos generales de consumo.
Necesitamos alternativas de consumo razonablemente cómodas y asequibles, alianzas con movimientos sindicales o vecinales, y políticas públicas ambiciosas
Como nos explica el área de Consumo de Ecologistas en Acción, no podemos crecer en base a discursos moralistas solo aptos para las más concienciadas. Como consumidoras conscientes necesitamos alternativas razonablemente competitivas. Opciones que, sin dejar de lado compromiso y valores, y posibilidades relacionales y comunitarias, sean también mínimamente cómodas y asequibles, al alcance sectores sensibilizados pero no militantes.
Y estas alternativas no podrán ocupar un porcentaje significativo del mercado sin la alianza con otros movimientos ciudadanos (sindicales, vecinales...) y sin políticas públicas cada vez más ambiciosas que, como explica Rubèn Surinach, tienen que ser un árbitro que favorezca sin complejos a las iniciativas y prácticas más comprometidas con la economía y el empleo local de calidad, la justicia social, y la sostenibilidad ambiental.
Mapas de alternativas locales: Pam a Pam (Cataluña), Zentzuz kontsumitu (Vitoria), el callejero de REAS Navarra, el mapa del Mercado Social de Aragón, u otras recopilaciones locales de iniciativas como el artículo Consumo para a xente (Galiza). Os animamos a añadir más en comentarios.
Recursos especializados: Contrata Responsable.
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Un mapa de alternativas en Donostia, del que me informan sus promotoras:
https://saretuz.eus/
Maravillosos estos artículos salvo por el pequeño detalle de olvidar siempre mencionar que vivimos en el capitalismo, y los estados tienden a ponerse del lado del capital. Políticas publicas en favor solo son posibles con mucha presión social mediante, y muchas veces aun así van encaminadas a apaciguar y domar el fenómeno. Ojo!
Has dado en el clavo, aunque yo lo diría más fuertemente: los estados no tienden, ESTÁN del lado del capital, y no puede ser de otra forma porque el sistema político está pensado para ello. Y en el marco capitalista, sistema cuya lógica mueve el mundo y las personas en dirección contraria a todo lo propuesto, estas iniciativas nunca podrán llegar a generalizarse.