Opinión
Sandías de ganchillo contra la infamia

Las sandías de Montse no lograrán detener el avance de los tanques en los territorios ocupados pero permiten que Palestina no abandone nunca las conversaciones
Martes por Palestina Colegios - 2
David F. Sabadell Muchos espacios de han llenado de solidaridad por Palestina, incluido los colegios
10 nov 2025 11:46

Es domingo nueve de noviembre. Se me ocurre echar un vistazo al canal de noticias Al-Jazeera. Las últimas actualizaciones sobre la Franja de Gaza recuerdan las costuras de aquel pseudoacuerdo de paz trazado por Trump a espaldas del pueblo palestino: “Las fuerzas israelíes continúan sus ataques contra los palestinos en Gaza a pesar del alto el fuego, matando a un hombre en el campo de refugiados central de Bureij y a otros dos en el norte y el sur del territorio”. Desde que entró en vigor el alto al fuego, el 10 de octubre, más de 240 palestinos han muerto por ataques del ejército sionista. En total, Israel ha asesinado a 69.176 personas y ha herido a otras 170.690 desde el 7 de octubre de 2023, según el Ministerio de Sanidad gazatí. La repercusión mediática de los últimos ataques, pero también de otras múltiples atrocidades cometidas por el ejército sionista tras el alto el fuego, como la entrega de cadáveres de prisioneros sin identificación, ha sido mínima.

Del mismo modo, a penas se conocen los recientes destrozos causados intencionadamente por colonos judíos armados en las plantaciones de olivos de los palestinos en Cisjordania. Este pasado mes de octubre, en el municipio de Idna, al sur de la región, cerca de 200 personas tuvieron que abandonar sus olivares a causa de la intimidación sufrida por parte de las autoridades hebreas. Desde septiembre, asegura la ONU, más de 4.000 olivos y árboles jóvenes han sido arrasados. El aumento del acoso y las agresiones físicas en los campos palestinos responde fundamentalmente a dos factores: Por un lado, el significado cultural que estos árboles guardan para la población local, puesto que remiten a la continuidad generacional, al arraigo con la propia tierra y, en consecuencia, a la resistencia (y la resiliencia). Si los olivos permanecen, también lo harán los legítimos moradores del territorio donde se yerguen. Quien arranca los olivos arranca con ello la esperanza de preservar las raíces, incendia la utopía de un futuro con libertad y dignidad.

Por otro, Israel pretende lanzar un mensaje inequívoco a los residentes de estas áreas ilegalmente ocupadas: El monopolio de la violencia sigue siendo suyo, la soberanía y el control efectivo de cada hectárea continúan en las manos de los de siempre. Las últimas ofensivas del ejército sionista, tanto en Gaza como en Cisjordania y Jerusalén Este no son sino un insoportable alarde de poder e impunidad de quien sabe que tiene, como siempre, la última palabra. Un recordatorio ostentoso de que nada ha cambiado en esencia en Palestina tras el celebradísimo pacto de paz, mientras la atención internacional se desinfla poco a poco irremediablemente, porque acostumbradas al horror del genocidio, la violencia cotidiana de Israel parece casi una nimiedad para algunos.

Hoy, las humillaciones, torturas y actos de hostigamiento diarios siguen convirtiendo la vida de los palestinos en un infierno en la tierra, aunque apenas despiertan interés o indignación por parte de las mayorías sociales y los medios siempre encuentran temas más suculentos o novedosos con los que abrir sus portadas. Parece casi imposible encontrar la fórmula para despertar de nuevo la rabia colectiva después de dos años seguidos consumiendo a diario imágenes y vídeos de niños mutilados, bebés huérfanos implorando por su vida en incubadoras precarias o escuelas convertidas en escombros tras los bombardeos.

Son realidades que ya ocurrían a diario antes del 7 de octubre y que seguirán perpetrándose con absoluta normalidad si nadie cuestiona las políticas de apartheid israelí

Primero, porque ninguna imagen de las barbaridades que comete hoy Israel puede equipararse a las que copaban las secciones de actualidad durante el genocidio y ante las que muchos ya se han insensibilizado. Segundo, porque a día de hoy, tras el alto el fuego en Gaza, no toda la violencia sionista contra los palestinos es necesariamente física, y eso la convierte automáticamente en silenciosa e incluso imperceptible a la mirada externa. Hablamos de las acciones llevadas a cabo por parte de los colonos en los territorios ocupados, desde aterrorizar sistemáticamente a toda una población por el mero hecho de existir hasta impedir su libertad de movimiento y tratarles como poco más que animales. Realidades que ya ocurrían a diario antes del 7 de octubre y que seguirán perpetrándose con absoluta normalidad si nadie cuestiona las políticas de apartheid israelí, haya o no asesinatos masivos de niños de por medio.

Mantener a Palestina en el candelero mediático y en la agenda social de los activismos será un reto magno en tiempos de sobreestimulación informativa donde la atención sostenida hacia cualquier asunto, por dramático que este sea, es un bien escaso. Quizás no debemos aspirar a recuperar la visceralidad con la que logramos parar la Vuelta ciclista en Madrid, ni siquiera esperar el poder de convocatoria de las grandes manifestaciones celebradas en Madrid y Barcelona este último año. En un sistema capitalista, todo lo que nos acontece es acelerado, líquido y efímero por definición, por lo que la idea de mantener intacta la rabia antisionista que existía meses atrás resulta sencillamente quimérica.

Pero sí podemos seguir hablando de Palestina y disputar su presencia allá donde vamos. No dar la espalda al pueblo palestino implica seguir recordando que Israel es un estado ilegítimo cuyas políticas expansionistas cuentan con la connivencia de sus socios de EEUU y los Estados europeos porque el dinero siempre va por delante de los derecho humanos, con o sin bombas. Ese inconformismo post escalada bélica por suerte sigue brontando desde los barrios y las escuelas, a pie de calle y casi siempre de la mano de las mujeres y lo hace a través de pequeñas iniciativas que no logran aglomeraciones de 700.000 personas en Gran Vía pero mantienen vivo el nombre de Palestina desde el río hasta el mar.

Esta semana, Montse, una vecina de mi barrio (Vallecas), me contaba ilusionada que había empezado un proyecto para darle visibilidad a la causa palestina ya que desde hacía unos meses dispone de algo más de tiempo libre. Ella, que trabaja en un centro para personas mayores, se ha organizado con varias compañeras para tejer sandías con ganchillo y donar los beneficios a organizaciones propalestinas. Lo que arrancó como un modesto grupo de whatsapp donde varias señoras dedicaban parte de su ocio a tejer y bordar estos símbolos de resistencia e identidad colectiva fue viralizándose poco a poco.

Donde ellos destruyen árboles, ellas responden hilvanando solidaridad popular

“Tejer y sentarse en la puerta del barrio es algo que se ha hecho siempre, por lo que la idea caló y fue moviéndose de boca en boca, la compañera se lo dice a su madre, que ya tiene 70 años, y la madre lo cuenta en la asociación donde hace pilates, y al final se ha convertido en algo intergeneracional. Yo he enseñado a mi hija, mi hija queda con un grupito de amigas y ahora están empezando también a tejer sandías”, expresaba orgullosa.

Las sandías de Montse no lograrán detener el avance de los tanques en los territorios ocupados ni torcerán el brazo asesino de los ministros sionistas, tampoco calmarán el rugir de los estómagos de los miles de gazatíes todavía hambrientos ni, por descontado, devolverán la dignidad a los miles de palestinos que viven amenazados por la violencia colonial. Pero permiten que Palestina no abandone nunca las conversaciones, aun cuando el silencio mediático sea ensordecedor o cuando el gobierno se empecine en hacernos tragar el mito de la paz en Gaza. Donde ellos destruyen árboles, ellas responden hilvanando solidaridad popular.

Acciones como tejer sandías de colores nos impiden atrincherarnos en la autocomplacencia y la pasividad una vez pasados los peores años de asedio para “demostrar que nuestra voluntad de juntarnos para tejer solidaridad es más fuerte que todo ese odio que quieren volcarnos encima”. Protestar contra la destrucción creando juntas, porque cada rincón de resistencia e inconformidad antisistema importa por sí mismo, desde los grupos de whatsapp hasta las AMPAS de los coles o los espacios de lucha feminista, antirracista etc. Porque posicionarse en el lado correcto de la historia siempre importa. Al igual que insistir en que no perdonamos las atrocidades, que seguiremos condenándolas desde lo más cotidiano con nuestras hijas, vecinas y madres hasta que Palestina sea verdaderamente libre de verdugos.

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