País Vasco
La crisis orgánica del modelo vasco

Amerita exponer las líneas de flotación sobre las que reside la mermada hegemonía del PNV para imaginar estrategias políticas progresistas más avanzadas a las del populismo españolista, por defecto en la izquierda madrileña, o ir más allá de actualizar el procesismo catalán.
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Fachada lateral del antiguo Batzoki del PNV en Zorroza. (Foto: Ekaitz Cancela) Ekaitz Cancela
Ekaitz Cancela
18 dic 2021 05:30

Es lunes 28 de noviembre, el Cadagua toma el centro de Zorroza dejando una docena de coches bajo el agua. Los vecinos saben —lo aprendieron en 1983—  que no deben estacionar el coche debajo del puente que se encuentra junto al polideportivo durante los días de lluvias torrenciales. La misma esencia del río contiene el potencial para desbordarse en momentos de temporal. Dado que no existe solución política capaz de ponerle remedio, simplemente se espera que no pase. Es, por tanto, orgánico; un proceso natural provoca que los caudales se desplacen, casi de manera mecánica, hacia afuera de sus lindes.

Un día antes de las inundaciones, el Partido Nacionalista Vasco celebraba en el Bilbao Exhibition Centre (BEC) de Barakaldo su VIII Asamblea General, bajo el lema Abian zurekin. En marcha contigo. Entre otras líneas políticas, allí presentó su herramienta Entzunez eraiki (Construir a partir de la escucha). Un proceso en el que se embarcará durante los próximos meses con el propósito de “tejer, de manera compartida con la sociedad vasca, un proyecto para el futuro”, en palabras del burukide Xabier Barandiaran. El objetivo que persigue la formación conservadora es conocer y leer la realidad social de Euskadi, la cual habría cambiado como consecuencia de la pandemia. Por eso, el PNV necesita “anticiparse al futuro, ya que se están produciendo cambios a gran velocidad”.

De acuerdo con Antonio Gramsci, quien se hubiera opuesto a Sabino Arana con la misma vehemencia que lo hizo contra Benito Mussolini en el Parlamento de Italia, una crisis orgánica o de hegemonía se produce cuando las instituciones han perdido la credibilidad y legitimidad ante la ciudadanía. Leyendo el movimiento del PNV desde la óptica del prisionero de Bari, la crisis económica desatada de manera casi inmediata por el coronavirus habría provocado la aparición de ciertos modos de pensar, de plantear y resolver las cuestiones sobre el desarrollo venidero de la vida vasca de manera contrahegemónica. Las contradicciones políticas del modelo vasco (Isidro López dixit), no obstante, aún no estarían sobre el tablero político ni aparecerían en el Euskobarómetro debido a causas muy dispares.

Parafraseando a Gramsci, la clase dirigente jeltzale ha fracasado en una gran empresa política para la que solicitó (y después impuso con la fuerza) el consenso de las grandes masas: la gestión de la pandemia, durante cuyos inicios el Partido Nacionalista Vasco celebró las elecciones que le granjearon una amplia mayoria parlamentaria, gracias al siempre inestimable apoyo de los socialistas vascos. Recordemos que aquellos eran momentos de desconcierto social e inestabilidad política y que el único partido en la Unión Europea que sostuvo la necesidad de celebrar comicios electorales era la fuerza ultraconservadora polaca Prawo i Sprawiedliwość [Ley y Justicia] o PiS. A modo de contexto: el país polaco está inmerso en una crisis constitucional desde 2015, cuando colocó a dedo a tres jueces del Tribunal Constitucional para reemplazar a los magistrados debidamente elegidos. Desde esta perspectiva, la reciente polémica sobre la reforma del Tribunal de Cuentas Vasco parece un juego de críos.

Sea como fuere, en el territorio vasco se puede hablar de una “crisis de autoridad”. Esta crisis orgánica es una crisis económica y política que se prolongará en el tiempo. También contiene potencialidad suficiente como para debilitar al Régimen del 78: a pesar de los enormes esfuerzos mediáticos de los conglomerados afines, la clase dominante jeltzale y sus corruptas instituciones no generan consenso entre la población, especialmente las más jóvenes, pese a las acciones cada vez más coercitivas de Ajuria Enea para mantener el statu quo.​ Desde el notable incremento de la vigilancia y la represión policial hasta las medidas por defecto punitivas para contener la expansión de la pandemia. De hecho, la anquilosada plana mayor del PNV se muestra incapaz de contener el virus que merma la economía vasca y solucionar la crisis sanitaria sin recibir rechazos constantes de los tribunales de justicia o mermar la sanidad pública.

Capitalismo
Urkullu, deja alguna discoteca
El pasaporte covid no servirá para luchar contra la pandemia, sino para aumentar la represión y la vigilancia a la que nos aboca el modelo capitalista vasco que defiende el PNV.

Guerra de trincheras, ¿hacia el procesismo vasco?

Así, la campaña que el PNV ha puesto en marcha puede leerse como una guerra de trincheras, como una pugna por la imposición de un determinado relato político sobre Euskal Herria. No es casualidad que el documento fundacional de su última Asamblea contemple “la institucionalización del derecho a decidir del Pueblo Vasco, dando cauce a la voluntad libre y democráticamente expresada por la ciudadanía vasca”.

Este movimiento resulta cristalino, y más cuando EH Bildu inundó las calles unas semanas antes con la intención de “armar un bloque histórico plurinacional que levante y desarrolle un programa político, económico, social y territorial que haga imposible su reversión” (en clara alusión a la estrategia gramsciana de crear un nuevo sentido de época) para después “pasar de la resistencia a la libertad”.

El hecho de que la Declaración del Dieciocho de Octubre, donde Arnaldo Otegi pidió perdón a las víctimas de ETA, y el anuncio de los presos de la banda del fin de los ongi etorris tuvieran lugar en el plazo de un mes dan buena cuenta de la marcha acelerada de la guerra de posiciones en el nacionalismo vasco. Si fueran necesarias más pruebas, véase la reacción de Andoni Ortuzar en una entrevista con El Correo: “Esa declaración ha supuesto un paso, pero más de maquillaje y marketing político que algo hecho desde los postulados éticos mínimamente exigidos en democracia”. 

Al parecer, EH Bildu y PNV tienen clara su posición en esta guerra de trincheras: colocar el derecho a decidir como un significante vacío desde el que aglutinar distintas demandas democráticas laterales (el PNV se presentó en su Asamblea como feminista, ecológico y escorado a la izquierda). Este marco puede convertirse  en  el mayor error estratégico de la formación abertzale en décadas, pues le aboca a una espiral pactista donde no transformará ni un ápice el tablero de lo político, sino que se limitará a legitimar la agenda capitalista del PNV, quizá con cierta autonomía en los territorios donde consiga impulsar ciertas políticas distintas, como Gipuzkoa. El devenir natural de esta tendencia amenaza con convertirse en un aburrido y peligroso procesismo vasco donde los jeltzales utilizarán su mayoría electoral, derivada de la ausencia de una competencia virtuosa y antagonista entre la izquierda, para imponer una hoja de ruta hacia el derecho a decidir que se prolongará en el tiempo eternamente y sin visos a tener éxito.

Paradójicamente, si la existencia de una crisis orgánica en Euskal Herria aún no es posible de percibir, o si ha llegado una década tarde sin que sea perceptible, ello tiene que ver con que no ha existido nunca en este territorio un movimiento similar al 15M. Esto es, una expresión política de la crisis del Régimen del 78, inscrito en el propio ADN jeltzale, que ofrezca nuevas interpretaciones sobre el particular modelo económico vasco y soluciones políticas contrahegemónicas para movilizar en lugar de pacificar el conflicto contra el capitalismo.

El movimiento feminista autónomo, principal sujeto antagonista en los últimos años, ofrece una hermosa evidencia de esto último. Creemos, no obstante, que  la izquierda abertzale se encuentra orgánicamente limitada para emprender en solitario la hazaña de crear una alternativa democrática radical ante la tendencia antidemocrática del PNV. ¿Cómo iban a ser capaces, al menos sin una reforma estructural del partido, si no han logrado más que frustrar y limitar a sus cuadros femeninos más poderosos?

La tercera fuerza en la guerra de trincheras no está ni se le espera, por mucho que Yolanda Díaz acuda al rescate en el Bilbao Exhibition Center. Derrumbándose de manera apresurada en las encuestas sobre intenciones de voto, Elkarrekin-Podemos se encuentra ante un momento excepcional: la primera fuerza no nacionalista en ganar las elecciones generales en el País Vasco hasta en dos ocasiones, en la actualidad está al borde de la irrelevancia institucional, y atrapada en dos procesos orgánicos que limitan su potencialidad política. El primero es sencillo: la incapacidad estratégica de la dirección vasca para entender las pleamares políticas en su territorio y una tendencia proclive a las malas decisiones estratégicas.

La segunda lógica es más compleja, pues deviene como la consecuencia orgánica de la hipótesis populista madrileña; se debe renunciar a la competencia virtuosa en la arena vasca para consolidar así la posición de las fuerzas de izquierda en el Estado central. Esta posición, heredera del errejonismo, y con un enorme sesgo españolista a la hora de entender la política vasca, puede verse de manera clara en los análisis de Pablo Iglesias publicados en Gara, Ara y Ctxt, más focalizados en problematizar las instituciones judiciales del manido estado profundo que en pensar cómo democratizar el banco central y transformar las infraestructuras industriales de las periferias. En suma, se trata de revivir la vieja estrategia de buscar “elementos aglutinadores” entre la izquierda estatal y la vasca, aunque en este caso a golpe de Boletín Oficial, de manera similar a cómo el bipartidismo ha seducido al PNV desde la era Aznar-Arzalluz.

Desde luego, la manera en que se han desarrollado los hechos recientes durante la negociación de los Presupuestos del Gobierno con Pedro Sánchez amerita mirar más allá de las lentes españolas que describen la “crisis del PNV” desde una perspectiva unidimensional y no orgánica. Este framing, predicado a mar y aire por los diarios conservadores de la capital, también nos obliga a exponer las líneas de flotación sobre las que reside la mermada hegemonía de los jeltzales con la intención de que sirva para imaginar estrategias políticas progresistas más avanzadas a las dos posiciones políticas en el panorama vasco. Como hemos dicho, el populismo españolista aderezado de una autonomía paranoica, y actualizar el procesismo catalán.

Zazpiak bat

En primer lugar, huelga señalar que el PNV es un partido de estrategas; conoce bien cuáles son las ventas de oportunidad que puede asumir para inmediatamente cancelar todo futuro alternativo. Esto es, sabe cómo acabar con la guerra de movimientos o con maniobras como el ataque frontal y la revuelta contra el Estado vasco que puedan destruir el orden social caciquista existente para reemplazarlo por otro más democrático. Y lo hace a través de la parlamentarización de la política vasca, desde las leyes de educación donde los movimientos sociales no pintaron un comino hasta las iniciativas lingüísticas, las cuales suelen terminar en aquellos barrios de izquierda donde aprender euskera pueda suponer una politización contraria a la que necesita el PNV para preservar su hegemonía.

Estas lógicas también pueden verse en la negociación de los presupuestos vascos donde escenificó cómo aplicaría el rodillo contra EH Bildu desde el mismo instante en que escogió a interlocutores jeltzales de perfil bajo en las conversaciones. Por no mencionar el escándalo burocrático: nuevo plan contable, software privativo dependiente del gobierno para gestionar las enmiendas y ocultamiento flagrante de los archivos necesarios para registrarlas. No obstante, nada ha impedido a EH Bildu firmar un acuerdo que coloca a sus bases en la difícil situación de cerrar el pico para no quemar las calles y recriminar a su partido-movimiento el apoyo a unos presupuestos que legitiman el vaciamiento de la salud pública en la peor crisis sanitaria de la historia reciente. ¿Se repetirán estos acuerdos en un futuro gobierno entre EH Bildu y el PNV?

La revolución pasiva en curso se observa también en la estrategia municipalista que EH Bildu ha emprendido para asaltar el poder de manera paulatina. La máxima expresión de esta reacción es que tanto el PNV como el PSE, su socio en el Gobierno Vasco, acaban de introducir por la puerta de atrás los “proyectos de interés superior público” en la Ley de Administración Ambiental (la llamada Ley Tapia), una suerte de arreglo político que sirve para imponer acuerdos público-privados en el desarrollo de infraestructura por encima de la normativa municipal.

El PNV es consciente de que el fundamento de su enorme poder político no se deriva simplemente de haber ganado las elecciones al parlamento, sino porque tiene el apoyo de los socialistas y el control de las tres diputaciones, las tres capitales y el parlamento vasco. Nunca se había concretado tanto poder, y a la vez gozado de tan poca legitimidad, pero lo cierto es que el PNV emerge como el único espacio político que ha conseguido llevar a la práctica el antiguo lema nacional ‘zazpiak bat’. La citada Ley Tapia es importante porque sienta las bases para cuando, en un futuro cercano, esta correlación de fuerzas se altere radicalmente.

Dado este contexto, no hace falta un doctorado en ciencias políticas para comprender que la única estrategia posible es una “competencia virtuosa”, asentada sobre la ‘confrontación’ del PNV que sirva para ampliar el espacio de la izquierda, en lugar de una centrada en el ‘pacto’, que estrecha los votos que demoscopicamente se le pueden arrebatar a los jeltzales. Más allá del sesgo electoral, cómo diantres es posible que en medio de la crisis orgánica del PNV, expresada en la gestión de la pandemia, el único movimiento electoral que revele el Euskobarómetro sea un trasvase de votos desde Elkarrekin-Podemos hacia EH Bildu, cuando ese movimiento podría producirse respecto al PNV. ¿Cómo puede estar tan sumamente anquilosada las direcciones de sendas fuerzas contrahegemónicas?

Resulta importante que desde Madrid y Gasteiz se entienda que un Elkarrekin-Podemos fuerte es fundamental para conquistar el País Vasco y, pese a las dogmáticas declaraciones del nuevo secretario general (cachorro territorial del PSOE), torcer el brazo del PSE y capitalizar el colapso ideológico de los ideales socialdemócratas. Y conviene que esta realidad se interprete de la misma forma a cómo las victorias electorales en América Latina generaron una suerte de estrategia de pendiente resbaladiza. Desde la solidaridad de clase, como un pueblo que puede inspirar a otros, en este caso a territorios españoles, pueden extenderse determinadas conquistas hacia otros territorios. Dado que el procesismo catalán ha fracasado, con terribles consecuencias para las izquierdas anticapitalistas, no sería esta una forma de empoderar los imaginarios de los camaradas catalanes, gallegos, etc.?

Ayuso en Alonsotegi

Tampoco es necesaria una mirada atenta a las teorías sobre el capitalismo expandido de Nancy Fraser para entender que la política y la economía deben observarse de manera diferenciada. Esto es, la explotación capitalista mediante herramientas económicas (y las consecuentes luchas laborales que ha desatado en Tubacex, La Naval, el Puerto, pero también entre las limpiadoras del Guggenheim), no pueden observarse sin entender la función del Gobierno Vasco a la hora de garantizar las condiciones de posibilidad del capital, especialmente desde las competencias que conserva respecto al Estado español.

Si seguimos el análisis realizado sobre Isabel Díaz Ayuso, a medida que transcurría la pandemia, la líder de la Comunidad de Madrid logró mantener la tensión y el liderazgo político mediante una cruzada contra el centralismo, en este caso del Gobierno de Sánchez, al tiempo que utilizaba sus competencias para llevar a cabo una de las reformas económicas más obscenas de la era neoliberal reciente: las rebajas  fiscales a los ricos. Hemos de entender que esta es una estrategia política de primer orden, orquestada por el primer portavoz del Gobierno neocón de Aznar, con quien el PNV y sus brazos mediáticos han conservado buena relación.

Análisis
Ayuso, neoliberalismo a la madrileña
Gracias a un fuerte apoyo mediático, el marco “libertad o comunismo” ha desplazado el eje político hacia un eje donde la democracia no es siquiera uno de los polos.

Ahora bien, dada una esfera proclive al espectáculo, no extraña que Isabel Díaz Ayuso respondiera a las acusaciones de 'dumping fiscal' de Iñigo Urkullu asegurando que Euskadi tiene “un régimen fiscal a la carta”. Tampoco que el lehendakari cargara contra el “modelo neoliberal” tributario que defiende el PP, subrayando que “reducir de forma general los impuestos es limitar la cohesión social”.

El PNV incluyó en el documento estratégico de su Asamblea la idea de una “soberanía fiscal” que favorezca la reinversión y atraiga nuevos flujos monetarios. “Habrá que replantear la arquitectura fiscal actual basada en la tributación de las rentas del trabajo y del capital para adaptarla a los nuevos modelos de negocio y al mayor peso específico de la economía digital.” Anunciaba el PNV haciendo gala de una neolengua mucho más cercana a Ayuso que a Piketty.

Los jeltzales tratarán de mantener y profundizar el concierto, así como los privilegios fiscales asociados, para garantizar la reproducción de la forma mercantil enfrentándose lo menos posible a la clase trabajadora. Esperan que garantizar las condiciones políticas de la no interferencia en el ámbito económico baste, por sí mismo, para decantar la lucha de clases de parte del capital. Esto es, trata de expropiar a la sociedad vasca mediante mecanismos políticos, como la privatización del Estado, que eliminen automáticamente sus empleos en industrias prósperas para insertarlos en el ciclo de reproducción ampliada del capital sustituidos por  flujos  logísticos, centrados principalmente en el corrupto Puerto de Bilbao. No hace falta especular sobre el futuro del procesismo vasco para entender que no existe ninguna estrategia de soberanía nacional en la letra pequeña de la estrategia jeltzale. Quien piense lo contrario, tal vez deba pedir perdón, pero para retirarse de la primera fila. 

No cabe duda que la apertura de Euskal Herria hacia los flujos globales tendrá consecuencias similares para las clases desposeídas en Bilbao que en Madrid. A lo sumo, permitirá a Urkullu presentar ante la opinión pública productos de marketing más depurados. Urge afirmar que las industrias autóctonas seguirán liquidándose a las grandes finanzas, mientras que las empresas nuevas que se creen (las llamadas start-ups), quienes en la teoría neoclásica deberían garantizar los buenos empleos del futuro, nacerán como producto de algún emprendedor extranjero que se haya beneficiado de las exenciones fiscales. Ello es visible desde la venta de Euskaltel hasta la construcción de la Torre Bizkaia, máxima expresión de este movimiento, y muy en la línea de la nueva ley de start-ups anunciada por Nadia Calviño.

Solución verde y digital

Como vemos, ambas esferas (política y económica) convergen de manera natural en los llamados arreglos verdes o digitales a la crisis de acumulación capitalista. Lo político es clave a la hora de asegurar al capital suministros gratuitos, recursos energéticos, o espacios geográficos, como la escasa parte de costa que preserva la margen izquierda (el Puerto de Bilbao está en Santurce y el gran mamotreto del capitalismo fósil en Muskiz, del mismo modo en que los astilleros, fábricas e incluso los Altos Hornos se concentraban en Barakaldo y Sestao).

La energía, los datos, la mano de obra feminizada y/o racialziada, así como el resto de condiciones de posibilidad para que la expropiación de recursos garantice la explotación del capital, son las únicas promesas económicas que el Partido Nacionalista Vaso puede realizar para aparentar que la prosperidad vasca no tiene fecha de caducidad. Las fuerzas de izquierda deben tener una mirada de largo recorrido y confrontar  estrategias que llevan décadas haciendo aguas. Desde los arreglos urbanos impulsados por Bilbao Ría 2000 o la apertura vasca hacia la especialización inmobiliaria y la financiarización, hasta una retahíla de iniciativas para crear ciudades inteligentes o desarrollar otros proyectos de infraestructuras verdes más ambiciosos, como los relacionados con la energía eólica y el hidrógeno.

Nadie niega que Euskal Herria sea un territorio con enormes posibilidades para la autonomía productiva, gozando de fuertes transferencias desde el Estado central que podrían encabezar innovaciones tecnológicas que, esta vez sí, puedan compartirse con otros territorios para plantear alternativas industriales –y financieras– verdaderamente subversivas. El problema es que las fuerzas de la izquierda no tienen agenda más allá de sí mismas. Parecen incapaces de formular proyectos ambiciosos que movilicen a la mitad de la población que no se siente interpelada por la política vasca, pero que también tiene derecho a soñar con un mañana mejor.

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