Ciudad Real
Del hidrógeno verde al hidrógeno gris ‘light’: el eterno ecopostureo de Repsol en Puertollano

Durante tres años, Repsol vendió su proyecto de hidrógeno verde en la antigua central térmica de La Sevillana, en Puertollano, Ciudad Real, como insignia de su transición empresarial hacia las energías limpias. La multinacional captó fondos públicos, más de 10 millones de euros. Pero la inversión nunca se concretó. En julio, el Consejero Delegado, Josu Jon Imaz, anunció que por su “inviabilidad técnica y económica” —una advertencia repetida hasta el hartazgo por científicos y ecologistas— la planta no saltará finalmente del papel a la realidad. Pinchada esta burbuja, Repsol promete ahora que en esas instalaciones utilizará “biohidrógeno”, generado a partir de residuos biológicos, para reducir la huella de carbono de sus combustibles sintéticos. “Más greenwashing”, advierten los expertos.
La paralización del proyecto de hidrógeno verde —anunciado en 2022 con la promesa de estar terminado para 2025— llegó al Congreso de los Diputados. El partido Alianza Verde registró una batería de preguntas dirigidas al Ministerio para la Transición Ecológica y Reto Demográfico (MITECO) en relación a la suspensión y al destino de las subvenciones.
En 2023, la compañía recibió ayudas para la transición energética por valor de 25 millones. “Es un absoluto timo”, opina López de Uralde.
En 2023, la compañía recibió ayudas por valor de 25 millones de euros del Instituto para la Diversificación y el Ahorro de la Energía (IDAE), organismo dependiente del MITECO, en la convocatoria de Cadenas de Valor, dentro del Proyecto Estratégico para la Recuperación y la Recuperación Económica de Energías Renovables, Hidrógeno Renovable y Almacenamiento (PERTE ERHA). Una parte, 10 millones, estaban destinados a la instalación de un electrolizador con una capacidad de 30 megavatios (MW) en Puertollano.
“Es un absoluto timo, pero no es algo nuevo. Por eso sorprende que el gobierno mire para otro lado cuando le pedimos una auditoría de las subvenciones de los combustibles fósiles, o ceda ante la presión de las energéticas para retirar los impuestos al oligopolio. Ahora más que nunca es necesario controlar las cuentas de estas grandes empresas y creemos que el gobierno, en concreto el Partido Socialista, no se puede permitir hacer oídos sordos. Repsol debe devolver cada euro de dinero público que ha recibido en proyectos que no ejecuta, y el Gobierno debe auditar las cuentas de estas compañías, por transparencia, y también por coherencia con una transición energética que tanto necesitamos”, se quejó el exdiputado Juantxo López de Uralde, coordinador de Alianza Verde. El Gobierno aún no ha contestado.
Repsol ha prometido sustituir el gas por biohidrógeno en Puertollano, lo que debería evitar la emisión de más de 29.000 toneladas de CO2 al año.
Ahora, en un claro intento por mantener su endeble narrativa verde, Repsol ha lanzado un nuevo anuncio: una inversión de 16 millones de euros para adaptar las instalaciones de Puertollano y sustituir el gas fósil—del que se obtiene el hidrógeno convencional— por biohidrógeno, una tecnología bastante experimental basada en el aprovechamiento de residuos orgánicos (biogás), como aceites de cocina usados o desechos de la industria agroalimentaria.
La empresa ha indicado que la iniciativa se enmarca en “el proceso de transformación industrial” que está acometiendo con el objetivo de que sus combustibles sean más “eficientes y sostenibles”. El cálculo inicial es que el biohidrógeno evitará la emisión de más de 29.000 toneladas de dióxido de carbono al año.
Muy poco verde
Para Xabier Marrero, técnico ambiental y especialista en transición energética y ecológica, el biohidrógeno, para este uso, no es más que hidrógeno gris “light”, que tiene muy poco de verde. “Sin subvenciones se han dado cuenta de que el hidrógeno verde es inviable. El biohidrógeno es mucho menos costoso. La técnica es más sencilla y los costes y el precio unitario también bajan. Puede llegar a ser la mitad de barato que el hidrógeno verde. Económicamente tiene todo su sentido. El problema es que sigan vendiendo estos combustibles como verdes, renovables y sin ningún tipo de impacto ambiental”, aclara.
El inconveniente, agrega, no es tanto el biohidrógeno, sino obtener combustibles sintéticos a partir de esta tecnología, ya que necesita mezclarse con CO2. ¿De dónde va a salir este CO2? De los humos que salen de las chimeneas de la refinería en su proceso de convertir petróleo en gasolina o diésel, responde este experto. Distinto sería, que no es el caso, que el CO2 se obtuviese del propio proceso de producción del biohidrógeno. Se están investigando técnicas, cuenta Marrero, para lograr esta captura —hidrógeno “dorado”—, pero por el momento todos los avances son “inmaduros”.
Repsol utiliza el hidrógeno gris 'light', según Xabier Marrero, porque es mucho más barato que el hidrógeno verde. Eso sí, no es “no puedes venderlo como verde”.
“Entonces claro, cuando tú estás utilizando CO2 fósil, no me puedes decir que el producto es renovable. Tienes una enorme industria fósil detrás que está produciendo CO2. El greenwashing es muy evidente. No hay manera de verlo esto como una tecnología verde, por mucho 'bio' que quieran meterle en todos los procesos”, señala. Y agrega: “Además, estos combustibles, al quemarse, emiten CO2 que no es capturado: lo emiten los coches, por lo que no supone ningún tipo de ventaja a nivel climático. Es decir, los combustibles sintéticos de Repsol van a seguir acelerando el cambio climático”.
Marrero no cuestiona la utilización de residuos para obtener biogás (economía circular). Tampoco que ese biogás reemplace al gas fósil en la producción de hidrógeno. Cuestiona el uso final. “Distinto es que se utilizará ese biogás para generar electricidad a través de una turbina”, pone de ejemplo. En el caso de Repsol —y de toda la industria petroquímica— las emisiones ahorradas en el biogás se pierden. “Empiezas con biogás, pasas a biohidrógeno. Hasta ahí bien. Pero luego lo mezclas con CO2, luego fabricas combustible sintético, que luego va a un motor de combustión. Este es el problema”, insiste.
Tanto con el hidrógeno verde como ahora con el biohidrógeno, Repsol no hace más que “huir hacia adelante” en una carrera que tiene perdida.
Tanto con el hidrógeno verde como ahora con el biohidrógeno, Repsol no hace más que “huir hacia adelante” en una carrera que tiene perdida. “Ven que tienen un gran competidor que son los motores eléctricos, que tienen una eficiencia del 95%, cuando este proceso de biohidrógeno va a tener una eficiencia del 10%. Entonces a nivel energético y eficiencia no pueden competir. Por eso Repsol está haciendo un fuerte lobby para que la industria automovilística en Europa no cambie”, subraya Marrero.
La emergencia climática exige no una “descarbonización de poquitos”, del 5% o 10%, sino mucho más rápida y ambiciosa, del 50% o 60% en los próximos años. “Esto significa electrificar la mayoría de los procesos, no este tipo de parches de combustibles sintéticos. Pero Repsol ha empezado esta transición muy tarde, lo que explica estos malabares. En definitiva, no puede aceptar que la electrificación sea la única opción, porque eso les deja sin negocio”, resume el experto.
Bosco Serrano Valverde, responsable de combustibles sostenibles para aviación y marítimo en Transport & Environment (T&E), coincide con este análisis. “La función principal de la planta (Puertollano) sería fabricar combustibles sintéticos dentro de la propia refinería, a partir de CO2 fósil (procedente de la combustión de crudo en la propia refinería) capturado de las chimeneas de su producción de gasolina y diésel. Esto significa que el proyecto depende de seguir refinando petróleo para funcionar”, apunta. “Aunque Repsol transforme una unidad para procesar aceites usados o residuos, esta seguirá integrada en un complejo de refino que depende del petróleo. La producción renovable no sustituye a la fósil, sino que se suma a ella”, aclara sobre una descarbonización a medias.
La materia prima del biohidrógeno
Aunque reemplazar gas natural fósil por biogás reduce ligeramente la huella del hidrógeno, no estamos ante hidrógeno limpio, sino ante hidrógeno reformado con menos carbono, explica Serrano. Por lo tanto, hay que poner la lupa en su origen, en la materia prima: los residuos orgánicos. “Estamos hablando de recursos con un techo claro, que ya tienen una alta demanda en otros sectores como la alimentación, la química o la producción de biogás para calor y electricidad”, detalla el especialista.
En España, hay 260 plantas en funcionamiento de biogás, la mayoría se ubican en vertederos, estaciones depuradoras de aguas residuales y en el sector agropecuario. Una situación que contrasta con el panorama europeo, donde hay más de 20.000 plantas operativas.
Por eso, al ampliar el foco y sumar el resto de biocombustibles (biodiésel) que consume la península —en su mayoría a base de palma y soja—, casi todo se importa. “Es muy importante diferenciar el origen de la materia prima que se utiliza para producirlos. Actualmente la producción de combustible de origen biológico está en auge. Pero estos biocombustibles, producidos a partir de residuos o cultivos, cuentan con un preocupante potencial de fraude, escasez de materia prima y dependencia del exterior”, aclara la Fundación Ecología y Desarrollo (Ecodes),
Marcos Raufast, técnico de esta organización, explica que en “condiciones óptimas”, con materia prima local y sin fraude en la certificación —una práctica habitual en el mercado—, estos biocombustibles pueden llegar a reducir hasta el 70% de su huella de carbono en su ciclo de vida. “Sin embargo, la utilización de otro tipo de materia prima (como la soja) y el fraude en su certificación puede aumentar las emisiones hasta un 800% en comparación con el combustible fósil”, advierte.
Ante la alta demanda de estas materias primas —desde este año todas las compañías aéreas de la UE están obligadas a utilizar un 2% de combustibles sostenibles— se han empezado a detectar falsificaciones en los envíos —aceite de palma virgen como usado— y cambios en los usos de las tierras de los países productores, deforestando bosques antiguos y liberando grandes sumideros de carbono, “incrementando el cambio climático y reduciendo la biodiversidad”, explica Raufast.
Marrero también pide prestar atención a la obtención de estos residuos orgánicos, de gestión municipal en el caso de España. “Los ayuntamientos tendrán que llegar a algún tipo de convenio o contrato con Repsol para cederles los residuos que son de su competencia. Tendrá que ser gratis, porque, caso contrario, las cuentas no van a salir”, afirma. Como este mercado es muy incipiente, los interrogantes son muchos, aclara. ¿La certeza? Que Repsol sigue anclado en un “retardismo de libro”. El problema: que el greenwashing es uno de los principales enemigos de la lucha climática.
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