Cine
‘Querer’, un relato del calvario que enfrentan las mujeres mayores al denunciar la violencia machista

La ministerie de la directora y guionista Alauda Ruiz de Azúa arroja luz sobre las múltiples especificidades del maltrato psicológico y sexual en el seno de los matrimonios “de toda la vida”.
Serie "Querer"
Fotograma de la serie "Querer", que protagonizan Nagore Aranburu y Pedro Casablanc, y dirige Alauda Ruiz de Azúa, directora de la multipremiada película, "Cinco lobitos"..
24 dic 2024 05:50

Este octubre, la creadora, guionista y directora Alauda Ruiz de Azúa estrenaba su primera ministerie de ficción, Querer, compuesta de cuatro episodios e interpretada por Nagore Aranburu, Pedro Casablanc, Miguel Bernardeau, Iván Pellicer y Loreto Mauleón. Su trama, de una vigencia incontestable, gira en torno al martirio de ser víctima de violencia machista en el seno de un matrimonio tradicional. La historia arranca en el momento en que Miren, su protagonista y superviviente de maltrato continuado, decide interponer una denuncia ante el juzgado contra su marido, con el que lleva 30 años casada, por violación continuada. Lo que seguirá a este punto de inflexión es el inmenso laberinto que debe recorrer la víctima después de escapar del infierno: En lugar de centrar el objetivo en los pormenores de esa violencia cruda, sistemática e insaciable, la directora da un giro radical respecto a la presentación habitual de estos casos en el cine y se detiene a escarbar en las reacciones y respuestas del entorno tras conocer los hechos acaecidos.

Violencia machista
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Un estudio de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de género cifra en casi 5.000 millones el coste de la violencia de género en pareja y la violencia sexual, en una estimación a la baja y que no incluye los costes intangibles.
Según un informe de la Cruz Roja, un 67% de las mujeres mayores de 65 años que han sido víctimas de la violencia de género lo han sido durante más de 20 años y cuatro de cada diez durante más de 40

La producción, cuyo impecable guión ha sido quizás el aspecto más alabado por parte de la crítica, rescata el terror que sufren todas aquellas mujeres mayores que llevan décadas normalizando el abuso cotidiano. Según un informe de la Cruz Roja, un 67% de las mujeres mayores de 65 años que han sido víctimas de la violencia de género lo han sido durante más de 20 años y cuatro de cada diez durante más de 40. Sin embargo, rara vez encontramos perfiles de mujeres mayores, dentro y fuera de la ficción, que declaren haber sufrido agresiones a lo largo de su vida. Normalmente, sus interminables historiales de violencia no salen a la luz hasta que se produce un feminicidio, cuando ya es demasiado tarde para detectar, reaccionar y proteger. La carencia de productos culturales que ofrezcan al público datos sobre esta realidad perpetúa todavía más su invisibilidad y subrepresentación.

Ese es el gran acierto de ‘Querer’: contar lo invisible y otorgar a las experiencias subalternizadas de miles de mujeres un lugar céntrico en la escena audiovisual para estimular la reflexión colectiva. Es asimismo un homenaje a aquellas que, como Gisélle Pélicot, han puesto patas arriba los cimientos del patriarcado para dejar de tolerar lo intolerable y hacer que la vergüenza cambie de bando. Todo ello a pesar de contar con escasas herramientas para problematizar y denunciar lo vivido, a diferencia de las nuevas generaciones de mujeres, que hoy viven más libres que sus abuelas gracias al empuje transformador del feminismo. Las pocas señoras que hoy se atreven a denunciar lo hacen desafiando no sólo a sus agresores sino a la propia institución - intocable, inalterable- del matrimonio. Esa unión sagrada que durante siglos ha legitimado todo tipo de abusos y ha contribuido a romantizar las relaciones de poder en nombre del amor. Actualmente muchas recordamos con rabia el hito que supuso en la historia de nuestro país el caso de Ana Orantes, quien rompió con ese silencio ancestral denunciando a su maltratador en un programa de máxima audiencia a pocos días de ser asesinada.

Si hoy todavía permea el cuestionamiento de los relatos de las víctimas, esto se multiplica en el caso de las mujeres mayores, como pone de manifiesto el caso de Miren. Cuando confiesa ante su familia y amigos los horrores que ha sufrido durante décadas, la protagonista es tratada con condescendencia y una enorme infantilización. La afirmación de tales hechos terribles podría responder, aseguran los suyos desde una indulgencia insultante, a una enajenación transitoria, a problemas de salud mental, posibles cambios en la medicación o sencillamente a una incapacidad de discernir una conducta machista y reprochable de un episodio de violencia.

Los estereotipos asociados a la madurez tienen un impacto muy fuerte en las personas mayores y provocan actitudes discriminatorias, prejuicios, paternalismo e infravaloración de sus necesidades, opiniones, deseos o inquietudes, esto se agrava en el caso de ellas

Ahí es cuando machismo y edadismo convergen, dando pie a una crisis histórica de credibilidad de los relatos. Ello se suma a la falsa creencia de que sin agresiones físicas no puede existir una relación de maltrato a muchos otros niveles, un prejuicio todavía arraigado en el imaginario colectivo que la directora personifica en la figura de Aitor, el hijo mayor de Miren. Muchas mujeres en España no logran sobreponerse a estos ataques persistentes que las cohíben poco a poco y acaban retirando las denuncias. Tal y como pone sobre la mesa un estudio de la asociación Helpage, los estereotipos asociados a la madurez tienen un impacto muy fuerte en las personas mayores y provocan actitudes discriminatorias, prejuicios, paternalismo e infravaloración de sus necesidades, opiniones, deseos o inquietudes. El informe añade que esto se agrava en el caso de ellas, cuya edad se percibe “con unas connotaciones aún más negativas, marcadas por lo que supone ser mayor en una sociedad machista”. La reacción del entorno importa y mucho a la hora de motivar o, por el contrario, disuadir a las mujeres de narrar sus vivencias.

No se trata únicamente de otorgar credibilidad a los relatos, sino de mantener un rol activo contra las violencias. Victoria Rossell, exdelegada del Gobierno contra la Violencia de Género, afirmó que “el silencio es cómplice o encubridor. Porque no son ellas, muchas veces, las que están en condiciones de denunciar”. En 2023, siete de cada diez denuncias por violencia machista (el 71,57%) las realizó la propia víctima, mientras que menos del 2% (el 1,82%) fueron presentadas por familiares y personas del entorno cercano a las supervivientes. Incluso, según un estudio de Efeminista, los entornos de las víctimas han normalizado el maltrato “hasta el punto de que llegan a ser un obstáculo para que la víctima pueda salir de esa situación porque se oponen a la ruptura o minimizan los efectos de la violencia”. Para que las mujeres mayores puedan abandonar a sus agresores es todavía más relevante el papel que asuman las personas cercanas a ellas, puesto que su violencia es mucho más silenciosa y normalizada que en el caso de las mujeres jóvenes.

Este año, el aluvión de denuncias anónimas que llegaron al perfil de instagram de Cristina Fallarás nos permite ser conocedoras de un cambio social sustancial con respecto a épocas anteriores. Las nuevas generaciones de mujeres, con más mecanismos que sus madres y abuelas para nombrar las violencias, están tejiendo múltiples redes de denuncia colectiva, empoderándose a través del reconocimiento mutuo. Estas poderosas redes ayudan a identificar conductas abusivas, reflejarse en la otra y enfrentar comunitariamente el dolor (haya o no denuncia posterior). También, en todo el mundo, campañas como el #Metoo, #Ni una más o #Seacabó, resultado de múltiples esfuerzos históricos por hacer de lo personal algo político. Hoy, ya sea a través del altavoz que ofrece el entorno digital, dentro de los colectivos feministas barriales o en los espacios de militancia, el feminismo está quebrando la frágil estructura que sostenía los abusos machistas a través del silencio aprendido.

De acuerdo a las estadísticas del Instituto Nacional de la Seguridad Social, los hombres cobran de media una pensión de 1.258 euros al mes, mientras que las mujeres mayores cobran 835 euros

La dependencia financiera: el obstáculo que impide a las mujeres mayores denunciar

Para referirnos a estos abusos a partir de la narrativa de la serie empezaremos aludiendo a la violencia económica. Íñigo Gorosmendi, el marido de Miren, es la única persona con ingresos en el hogar después de que ella dejara su empleo para dedicarse en exclusiva al cuidado de sus hijos y de la casa. Utilizando para sí esa relación de poder, Íñigo no sólo restringe la cantidad de dinero que ella puede utilizar cada mes, sino que todos los bienes que comparten están a su nombre, inclusive la casa. Cuando decide denunciar se enfrenta al tormento no tener un lugar propio a donde ir (aunque su hijo menor acabará acogiéndola temporalmente en su piso de estudiantes) ni tampoco experiencia laboral que la permita reintegrarse en el mercado e iniciar una vida nueva desde cero. En España, según las estadísticas del Instituto Nacional de la Seguridad Social, los hombres cobran de media una pensión de 1.258 euros al mes, mientras que las mujeres mayores cobran 835 euros. Es decir, de media, los hombres mayores cobran algo más de 5.000 euros al año que las mujeres mayores.

A esta brecha salarial se le suma en muchos casos la digital, aunque ambas suelen ir de la mano. La serie lo deja entrever en algunas escenas donde Miren reparte su curriculum en empresas y se da de bruces contra un mundo mucho más avanzado tecnológicamente que cuando se casó y del que no conoce prácticamente nada. La dependencia y el aislamiento del mundo exterior han condicionado la entera cotidianidad de las mujeres mayores, cuya existencia ha estado ligada a servir y cuidar dentro del hogar. No disponen a penas de vínculos más allá de su familia ni de espacios para autorealizarse por haberse consagrado a tiempo completo a satisfacer los deseos ajenos. Tanto es así que a día de hoy la violencia económica se revela como la tercera manifestación más frecuente de la violencia de género por detrás de la emocional y la psicológica de control.

“Cuando ellas denuncian, se ven financieramente dependientes del maltratador o de sus hijos e hijas. Algunas aún tienen que pagar deudas contraídas durante la etapa matrimonial”

Según datos de Igualdad, todas estas formas de abuso dentro del matrimonio están íntimamente interrelacionadas. Un 91,2% de las mujeres víctimas de violencia económica ha sufrido a su vez violencia psicológica de control, un 87,1% violencia psicológica emocional, un 57,9% física y un 48,2% sexual. Asimismo, como se desprende de un estudio elaborado por el Ministerio de Ministerio de la Presidencia, Relaciones con las Cortes e Igualdad, las mujeres mayores “han desarrollado una historia vital en la que no han tenido control, ni dispuesto de sus bienes, la mayoría no ha trabajado fuera de casa y, en esta fase de la vida, cuando denuncian, se ven financieramente dependientes del maltratador o de sus hijos e hijas. Algunas aún tienen que pagar deudas contraídas durante la etapa matrimonial”. Toda esta espiral de desigualdad estructural basada en restricciones y abusos de poder económico, en especial cuando él dispone de un estatus social mayor que el de ella, se asume como parte inherente al matrimonio tradicional y no suele ponerse en tela de juicio. La manifestación de todo esto se expresa también verbalmente a través del desprecio y el control sobre lo que la persona puede y no puede comprar, lo que merma poco a poco el autoconcepto de la víctima.

No podemos minimizar otro asunto clave: cuando una mujer mayor denuncia, lo más probable es que siga teniendo un vínculo con el maltratador, sobre todo si reside en pueblos o ciudades pequeñas. La mayoría han tenido hijos con su agresor y, al no contar con redes de apoyo, el miedo a la quiebra de las relaciones familiares es muy alto si se deciden a denunciar por vía judicial. Por ello, las mujeres mayores piden ayuda (tanto en los recursos formales como en su entorno íntimo) en menor medida que las más jóvenes, como refleja Helpage en su estudio. Muchas no saben dónde solicitar esa protección y sienten que no existe posibilidad de salir de donde se encuentran. En el caso de Miren y de muchísimas mujeres de su edad, su expareja se ha encargado a conciencia de medrar sus relaciones afectivas, como ocurre con su madre, a la que pone en contra para aislarla.

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Coacción y culpa: cuando la violencia sexual se ejerce sin forzar físicamente

Por otro lado, cuando la protagonista confiesa a sus hijos que ha sido víctima de violaciones reiteradas, se encuentra con la incredulidad del mayor, quien asevera que no puede existir violencia sexual dentro de un matrimonio. Este personaje representa en cierto modo ese sistema de valores y creencias del pasado donde se negaban los derechos sexoreproductivos a las mujeres y en el que las relaciones sexuales constituían una obligación conyugal, al igual que cocinar o cuidar de los niños.

Tampoco, afirma en varias ocasiones Aitor, puede existir violencia si la víctima no ha sido forzada físicamente. Aquí es cuando, a través del magistral episodio del juicio, la directora de ‘Cinco lobitos’ sintetiza en 50 minutos por qué esto no es así. En la serie, Íñigo no golpea a Miren, pero sí la coacciona todas las semanas, la veja, abusa de ella cuando está dormida y a su vez ella sabe que debe cumplir con sus exigencias para evitar las consecuencias. También la fuerza para mantener sexo al poco de haber parido, incluso mientras ella sufre una depresión posparto. Todo eso es violencia, al igual que utilizar la intimidación y la culpa como armas para controlar. La directora arroja todas estas ideas ante los ojos de los espectadores sin necesidad de recurrir a la narración visual de lo explícito: tan solo el testimonio desgarrador de la protagonista durante su comparecencia es suficiente para entender empatizar con su relato.

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24/12/2024 16:53

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