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Guerra en Ucrania
Raúl Sánchez Cedillo: “Si la paz no es posible, el progreso y las luchas sociales no serán posibles”
En su libro Esta guerra no termina en Ucrania (Katakrak, 2022), el ensayista y activista Raúl Sánchez Cedillo propone un análisis amplio que trasciende la mirada geopolítica o bélica, para entender de qué manera se inscribe el conflicto, que pronto cumplirá un año, en la historia europea del siglo XX, pero también explora qué puede contarnos del presente qué vivimos y el futuro que podría configurar. Al mismo tiempo, profundiza en las raíces del conflicto, enmarcado en la genealogía de un fascismo que se crece y alimenta en momentos belicistas como los que estamos viviendo, donde la apuesta pacifista parece haber sido desterrada del horizonte político.
Para el autor, sin embargo, lo más importante, es encontrar pistas sobre cómo se sale de lo que llama “régimen de guerra”, el marco impuesto por un extremo-centro, el de las élites neoliberales, que intenta apuntalar un capitalismo en ruinas y defenderlo tanto de la extrema derecha como de las fuerzas emancipatorias y transformadoras que señalan las vergüenzas del sistema y pujan por otros futuros.
Expones que esta guerra no termina en Ucrania, pero tampoco comienza en 2022. De hecho trazas una profusa genealogía del conflicto. ¿Podrías ofrecernos un mapa de los procesos históricos que nos han traído aquí?
La cuestión ucraniana es una cuestión sin resolver en términos del canon de lo que se llama un Estado Nación desde el siglo XX. Durante la Primera Guerra Mundial, Ucrania declara su independencia a raíz de la revolución de febrero de 1917. Se trata de la primera declaración de independencia del Consejo Central Ucraniano: lo harán los Socialistas Revolucionarios —es decir, más de derecha— un partido que actuaba en el espacio de la Rusia zarista, con un componente populista, campesino, pequeño burgués. Su rama ucraniana proclama la República Popular ucraniana en 1917 desde Kiev.
El alcance es relativo y la República dura sólo unos meses. Al mismo tiempo se está ya desencadenando toda la lógica de apropiación y de conquista que se produce con el derrumbe del imperio austrohúngaro —fundamentalmente en este caso— y las ambiciones del imperio alemán, que todavía está en guerra y ve en Ucrania una zona de aprovisionamiento de cereales y de materias primas para seguir con el esfuerzo militar. Además están las ambiciones polacas que quieren quedarse con la Galitzia ucraniana. Aquí llega una nueva declaración de independencia de la República Popular de Ucrania Occidental, que es una zona multiétnica, agrícola y disputada por Polonia fundamentalmente.
La semana política
Paz sin honra
¿Qué efectos tendrá esa diversidad, esa multietnicidad, en la conformación del Estado ucraniano?
El primer gobierno de Kiev, es encabezado por Simon Petliura, nacionalista de lengua ucraniana. Uno de los problemas del país para conformar un Estado Nación homogéneo es justamente su carácter multiétnico y multilingüístico. Y es que históricamente, ha sido frontera de imperios, de grandes migraciones. Así, la unificación del país en ese periodo sólo se da con la victoria en 1922 de la parte bolchevique, previo pacto y luego conflicto con el ejército anarquista de Majnó que actúa sobre todo en el sur y que es derrotado, no por los bolcheviques, sino por los ejércitos blancos de la Rusia contrarrevolucionaria.
Ahí, en 1922, se produce una declaración formal que no se corresponde con las fronteras finales de mediados del siglo XX ya en la URSS, pero que relativamente estabiliza una entidad estatal ucraniana que reconoce la tradición literaria lingüística ucraniana. Al mismo tiempo, están las minorías rusas, hebreas que hablan yiddish, polacas, húngaras... Ahora bien, la propia dinámica de la guerra civil, más la complejidad ucraniana, hacen que el poder soviético no tenga una hegemonía. Hay resistencia a una relación que no es de independencia, aunque formalmente sí, porque las repúblicas soviéticas tenían derecho a la autodeterminación, pero no lo ejercían.
El nacionalismo ucraniano reverdece a partir de catástrofes como Holodomor, el genocidio que se produce a principios de los años 30 debido a los efectos políticos y sociales de la colectivización forzosa estalinista en todo el espacio soviético
¿Qué significa esto? Significa que el nacionalismo ucraniano reverdece a partir de catástrofes como Holodomor, el genocidio que se produce a principios de los años 30 debido a los efectos políticos, sociales, ecosistémicos de la colectivización forzosa estalinista en todo el espacio soviético. En Ucrania, gran reserva cerealística, se produce una hambruna bestial vinculada a la represión política, las deportaciones, el sabotaje mismo de los campesinos. Se trata de una tragedia brutal que desde Ucrania se planteará a la comunidad internacional como el reconocimiento de un genocidio más del siglo XX, como el armenio, el de los judíos europeos o Roma sinti.
Así, cuando se produce la invasión nazi, hay una parte del nacionalismo ucraniano que colabora con los nazis, como la organización nacionalista ucraniana de Bandera. Eso determina rasgos del nacionalismo ucraniano en dos vertientes: el hegemonismo ucraniano en un espacio complejo y plural y la rusofobia. Pero también el anticomunismo genérico y el antisemitismo.
¿En qué se traduce esa cercanía con la Alemania nazi?
Se produce una colaboración de esta organización nacionalista ucraniana con la Wehrmacht y las SS. Esta organización va también a Bielorrusia: Colaboran en el exterminio de los judíos ucranianos y de los rusos, y también en la política de devastación que conllevó la Operación Barbarroja.
En el espacio del deshielo estalinista y durante el periodo de Kruschev, —que era ucraniano, por cierto— hay una reconsideración por parte de los líderes soviéticos de la cuestión ucraniana en el sentido de reconocimiento de la identidad nacional ucraniana, de la lengua. Sin embargo, como en el resto de la URSS —en lo que se llama el gran periodo de estancamiento de Brezhnev— en Ucrania se produce el reverdecimiento de las pulsiones nacionalistas.
Con el hundimiento del espacio soviético, existe ya un nacionalismo ucraniano que está contentísimo de acabar con toda referencia al comunismo. Contradictoriamente, cuando se produce la independencia ucraniana en 1991, todos los líderes políticos del nuevo sistema de partidos provienen, o de la nomenclatura de los partidos comunistas o de la intelligentzia de la URSS. Así, se produce algo muy parecido a lo que sucede en lo que luego sería la Federación Rusa. Pero a diferencia de la Federación Rusa, donde tras un periodo de desplome y caos con el primer gobierno de Yeltsin, Putin unifica relativamente un bloque oligárquico, empresarial, militar, policial, los siloviki, por la propia división y heterogeneidad del país, en Ucrania eso no se produce.
Lo que estamos viendo, entonces, ¿es resultado de la fragmentación de estas élites?
Lo que tenemos es una oligarquía que crea una democracia no sustancial sino formal, en un contexto que es común a todo el espacio post soviético, que es la terapia del shock, es decir, la liquidación de toda la propiedad pública, de todos los activos públicos, de todos los derechos adquiridos de vivienda, salario, atención médica, formación, etc. Es un proceso que todavía continúa a día de hoy, de privatización de las tierras, de las granjas colectivas y las granjas estatales subastadas a precio absolutamente ridículo con respecto a su valor real, y apropiadas por la nueva oligarquía del nuevo capitalismo político, con el respaldo total del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial y bajo el estandarte de Jeffrey Sachs, el ideador de la terapia del shock, que provoca básicamente un desplome de los niveles de desarrollo humano en Ucrania, que desde entonces y hasta el día de hoy, se convierte en el país más pobre de Europa en renta per cápita e indicadores de desarrollo humano, en coeficiente de Gini y por lo tanto, hay una incapacidad material de una democracia sustantiva.
¿Qué significa esto? Y ahí me apoyo en Ishchenko, que es un sociólogo ucraniano residente en Alemania, que parece que con bastante ecuanimidad, dada la división del país, se ha planteado el problema de la democracia en Ucrania. La independencia de 1991 viene también acompañada de una puesta en escena de masas llamada revolución de granito, donde la componente estudiantil es muy importante y donde hay, pues, una exigencia de independencia, de libertad en la política exterior, en las relaciones internacionales, de democracia, digamos, en términos occidentales. Pero eso no tiene consecuencias. A partir de 1994 entra el largo gobierno de Kuchma, un antiguo miembro de la nomenclatura que actúa como jerarca oligárquico y como coordinador de los intereses de apropiación y desposesión de los recursos públicos del país. Básicamente y por lo tanto, como un elemento de socavamiento de cualquier dinámica democrática real.
Tras la independencia de Ucrania, lo que tenemos es una oligarquía que crea una democracia no sustancial sino formal, en un contexto que es común a todo el espacio post soviético, que es la terapia del shock
La no unificación del país provoca enormes conflictos civiles. Por ir a los grandes hitos, después de esa revolución de granito, estaría la revolución naranja de 2004 y por supuesto, el Euro Maidan de 2014. Ishchenko las llama revoluciones deficitarias, es decir, que no cumplen sus objetivos: logran destituir a quien está en el poder en ese momento, pero son incapaces de generar un poder constituyente propio, es decir, una renovación de la clase política, de las instituciones y de la constitución material del país. Así, con la revolución naranja, cae Yanukovich y en su lugar entran Timoshenko y Yúshchenko, en el momento aliados más pro occidentales que Yanukóvich.
Pero al profundizar un poco en el estudio de Ucrania, vemos que todo tiene que ver con las divisiones territoriales del país y con las preferencias clientelares de las oligarquías. Yanukóvich es del partido que tiene su mayor fortaleza electoral y clientelar en las zonas del Este, en las zonas siderúrgicas, Donetsk, etcétera, mientras que los otros, pues las tienen en la zona de Kiev y en las zonas occidentales: todo dentro de una dinámica de intereses oligárquicos. Y eso significa que esa tensión que se narra como la tensión entre la aspiración a la democracia occidental o el mantenimiento de las viejas fidelidades totalitarias con Rusia o con Putin, desde esos años 90, tiene más que ver con los tratos, los negocios, los intereses oligárquicos dentro de un proceso de endeudamiento brutal.
¿La combinación entre el gobierno de las oligarquías y la deuda, secuestra entonces el devenir político del país?
Hay que tener en cuenta que Ucrania empieza a endeudarse de manera insostenible ya desde el principio de su independencia, nunca ha podido ser capaz de tener una mínima autonomía financiera ni una soberanía real, son los compromisos de la deuda los que explican los acuerdos con la Unión Europea o las relaciones con la Alianza Atlántica, o viceversa, los acuerdos históricos con Rusia y las relaciones con la oligarquía comunista han estado siempre marcados por esas determinantes de un país completamente dependiente, financiera e industrialmente, pues las grandes instituciones públicas y mineras del Donetsk han ido sistemáticamente abandonadas por obsoletas, por incapacidad misma de generar una industria propia, de ahí el nivel de dependencia de los préstamos del Fondo Monetario, Banco Mundial y Banco Europeo de Desarrollo.
Luego está la acumulación por desposesión, vendiendo activos a corporaciones internacionales. Es el caso de las tierras negras, las más fértiles de Europa, que ya a mediados de los 2000 estaban siendo vendidas a grandes consorcios alimentarios, ni siquiera ucranianos, sino franceses, israelíes, americanos. En fin, lo que vemos es que hay una dimensión, por así decirlo, propagandística, narrativa de un conflicto entre democracia occidental y autocracia rusa sobre la realidad de una sistema oligárquico que nunca ha tenido rasgos mínimos de democracia. Eso explica que justamente las pasiones civiles hayan estado dominadas por esos dos nacionalismos y por esas dos vías autoritarias de una acumulación, en ambos casos neoliberal, con una componente clientelar. Y por lo tanto, cuando en 2014 el Euro Maidan vuelve a pedir la destitución, en este caso de Yanukovich, quien entra en sustitución es Petro Poroshenko, igualmente neoliberal.
Lo que se narra como la tensión entre la aspiración a la democracia occidental o el mantenimiento de las viejas fidelidades totalitarias con Rusia, tiene más que ver con los tratos, los negocios, los intereses oligárquicos dentro de un proceso de endeudamiento brutal
¿Cuales son las consecuencias visibles del Euro Maidan?
En 2014 ya lo que tenemos es un desarrollo que se venía produciendo desde 2004, de lo que podemos llamar una sobredeterminación por parte de Rusia y por parte de la Unión Europea y del Bloque Atlántico de otra nueva revolución deficitaria. Petro Poroshenko es otro oligarca absoluto. Es decir, el poder se queda entre gente corrupta, gente de empresas, gente con miles de testaferros, gente enormemente derechista.
Tengamos en cuenta otra cosa, todas estas revoluciones no han sido nunca revoluciones nacionales, han sido fundamentalmente de Kiev y las zonas más occidentales. En lo que ahora son las repúblicas separatistas ya absorbidas por un referéndum en la Federación Rusa y las zonas vinculadas al Mar Negro y las zonas sobre todo rurales, han participado poco en esos procesos. Es decir, que la eficacia real de esos procesos se ha visto interrumpida por la sobredeterminación oligárquica y de los bloques que yo llamo imperialistas. Eso hace que el Euro Maidan termine justamente en un reforzamiento de un nacionalismo anti ruso y por lo tanto en una guerra civil.
¿Cual es el rol de lo que llamaríamos Occidente en esta guerra?
Se trata de una guerra civil reforzada por los compromisos de la Unión Europea con Ucrania en el marco de una radicalización del compromiso atlántico de toda la zona del Este. Las simplificaciones pro Putin o neoestalinistas o rojipardas, señalan a Estados Unidos como actor unilateral, pero eso no es cierto. Lo que sucede es que en Polonia, en el grupo de Visegrado, lo que tenemos es la llegada al poder de unas élites corruptas y oligárquicas, súper nacionalistas, súper anticomunistas e históricamente anti rusas por toda la historia del siglo XX —el zarismo, la Unión Soviética… — y que por lo tanto han querido OTAN siempre.
Así, en la medida en que han podido hacerse con una hegemonía más o menos autoritaria —es el caso de Polonia, Hungría, Chequia en Eslovaquia— han conseguido reproducirse políticamente y generar intereses que luego les revalida en sus gobiernos, y han ejercido esa presión para entrar a la OTAN. En Ucrania sucede lo mismo, solo que no de manera unida, porque no ha habido nunca un gobierno que extendiera su hegemonía sobre todo el territorio, sino que ha habido siempre una parte del país contra la otra, representada por oligarcas.
Así a partir de 2014 ya existe la guerra de la que estamos hablando hoy. Solo que la intervención por parte de la OTAN y por parte del ejército ruso, entonces era, entre comillas, oculta. Pero en realidad no era nada oculta, el Estados Unidos de Obama asesora, rearma y orienta al ejército ucraniano, que estaba hecho una mierda, por eso no tuvo ninguna capacidad frente a la invasión de Crimea y frente a las declaraciones de Independencia de Donetsk y Lugansk.
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Guerra o paz, esa es la cuestión
Tras el apoyo estadounidense, se convierte en el ejército más numeroso, el más preparado militarmente al menos de toda Europa, probablemente más que el ruso, que ha demostrado que es completamente corrupto y que es completamente ineficaz por el resultado de la invasión. Es decir, la guerra empieza en 2014 como consecuencia del desastre neoliberal y del desastre antidemocrático que con la responsabilidad de Occidente se produjo en el espacio soviético.
Tenemos que remontarnos a 1991 y a cómo se aprovechó ese desastre histórico para generar un espacio de acumulación brutal y de expansión del capitalismo occidental. También a 2014, desde el punto de vista no sólo de un conflicto histórico con Rusia y con su replanteamiento neoimperialista, sino también del lugar de China. Las viejas potencias coloniales imperialistas, ahora están subordinadas a Estados Unidos, el hegemón que tiene posicionarse frente al hegemón en ascenso que es China. En este marco, Rusia se convierte en una potencia semi periférica, pues tiene armas nucleares y tiene combustibles fósiles en un periodo de extrema escasez y extrema demanda de esos combustibles. Si se produce un cambio de régimen en Rusia esto implicaría un aislamiento estratégico de China y al mismo tiempo, para el capitalismo occidental, supondría adquirir una capacidad estratégica respecto a los desafíos de la transición verde, es decir, tierras raras, minerales, etc
En todo este escenario, irrumpe la pandemia.La pandemia ha supuesto una catástrofe humanitaria, una depresión económica brutal, y una paralización total. En esa coyuntura se plantea qué hacemos, porque realmente es necesario reactivar los cuerpos, la sanidad, la educación, es necesario redefinir el papel del Estado y por lo tanto la relación entre Estado y corporaciones y bancos.
Ante esto,¿qué plan plantean las élites europeas sin abrir resquicios de poder democrático, de lucha, de clases? Necesitas fuerza de trabajo que tienes que pagar. Recordemos que justo después de la pandemia se generalizó que mucha gente ya no quería volver a trabajar de la misma manera. Sucedió por ejemplo en Estados Unidos, hasta en China, lo que llaman el quedarse tumbado. Nos encontramos pues, con que los efectos subjetivos, emotivos, afectivos, traumáticos y de redefinición de los valores de la vida que ha tenido la pandemia, han sido en muchos casos negativos, muy de pasiones mortíferas de conspiracionismo, donde los fascistas han podido sembrar sus narrativas de que esto es una conspiración globalista, y eso tiene mucho que ver con la potencia de la propaganda de guerra en estos momentos. Pero al mismo tiempo mucha gente se ha planteado para qué he estado trabajando, dejándome la vida, endeudándome, y luego mis sistemas sanitarios, mis estados, han dejado morir a la gente. Esto es todo un reto para las élites.
¿De qué manera estas élites confrontan este escenario en Europa?
Cuando se plantea a nivel de Unión Europea la estrategia de Next Generation, los planes de reconstrucción y resiliencia, hay una profunda ambigüedad porque se vincula a reforzamiento de la sanidad, grandes inversiones, pero también a la transición verde. Pero una transición verde sin que produzca una catástrofe social por la desaparición de determinadas industrias vinculadas a lo fósil.
La pregunta es: ¿cómo hacemos para que no se produzca una quiebra irreversible en los parámetros mínimos de la democracia occidental neoliberal? Por un lado están las consecuencias de la pandemia, los cuellos de botella de la demanda china, el alza de los precios de la energía y de los alimentos. La energía deja de ser una especie de maná inagotable. Otro tanto la cuestión alimentaria. Otro tanto las materias primas. La fuerza de trabajo no está dispuesta a trabajar por miseria y por su propia destrucción y no por su emancipación o por su bienestar.
Al mismo tiempo, se visualiza que la estrategia de sustitución de los combustibles fósiles pasa por inversiones brutales en energías renovables. Y ahí vemos que ya antes de la guerra se producen contradicciones en el marco de una transición que es puramente capitalista y oligárquica. Francia, principal potencia de energía nuclear, civil y militar, dice que hay que considerar la energía nuclear como energía verde. Alemania, ya antes de la guerra estaba planteando que, como ellos no pueden volver a la estrategia nuclear por motivos políticos, y probablemente ni siquiera hay carbón suficiente en Alemania para cubrir la demanda, pues que el gas sea también verde, algo que se ha consolidado gracias a la guerra.
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Guerras El silencio antimilitarista: ¿Hay alguien ahí?
A parte de esas contradicciones, lo más importante es el miedo a una demanda social de bienestar, de renta, de menos trabajo y más salario, de reparto de trabajo, de redefinición de las finalidades de la producción. Los socialistas democráticos estadounidenses, Ocasio Cortez y compañía, planteaban todo esto como algo que el Gobierno Biden podía asumir. Hemos visto que no, que un New Green Deal implica re introducir en la vida democrática la lucha de clases, es decir, las huelgas, las protestas, los sabotajes, los conflictos en la calle, la formación de grandes sindicatos y partidos de clase, todo lo que trajo el estado de bienestar, pero sumando además a las nuevas clases de la explotación capitalista, el papel fundamental de los migrantes en la vida pública, puesto que son fuerzas de trabajo estratégicas. Eso significa el fin del sistema neoliberal básicamente.
Introducir todo esto significa que el poder omnímodo del capital deja de funcionar con la eficacia con la que lo había hecho, porque además implicaría una coordinación internacional mínima europea para que la responsabilidad social, medioambiental y de gobernanza de las empresas fuera algo real y además vinculante a través de los acuerdos entre Estados y zonas económicas. Implicaría también una redefinición de las relaciones Norte-Sur en términos de reconocimiento de la deuda histórica y de una especie de Plan Marshall. De lo contrario, es obvio que los desequilibrios que iba a producir esa estrategia con respecto a la dinámica de las migraciones iban a dar al traste con todo eso. Esa es mi hipótesis.
Es entonces, en ese marco, que las élites apuestan por el régimen de guerra
El régimen de guerra es la tentativa de este extremo centro neoliberal donde tenemos al PSOE-PP y parte de Más país —y a los verdes en Alemania, o a la izquierda ahora otanista de Suecia, Finlandia…— de instalar una forma de gobierno de las contradicciones mencionadas que implica la introducción de la lógica amigo-enemigo en los conflictos sociales, o en la lucha por el poder, por las condiciones del trabajo, las luchas de los migrantes en la frontera sur.
Es pues una elección de las clases políticas dominantes, mediáticas y corporativas que configuran lo que podemos llamar el extremo centro neoliberal, frente a dos opciones que suponen alternativas inaceptables para esta clase, y sobre todo para la configuración del proceso de la Unión Europea o la estabilidad de Estados Unidos: Por un lado las extremas derechas que están utilizando las consecuencias económicas y medioambientales que llevarían a la renuncia o puesta en cuestión de elementos como los tres coches familiares, los vuelos baratos, entre esas clases medias blancas, racistas y supremacistas que forman una buena parte de sus electorados. Pero por otro lado, las posibles irrupciones emancipatorias ante lo que se presenta como una auténtica nueva fase del capitalismo donde se acabó cualquier ilusión de abundancia, y se centra en la gestión de la escasez, mientras se mantienen las exigencias de crecimiento.
Si se sigue con la dinámica de las tasas de crecimiento, a las que habría que sumar los efectos de calentamiento del llamado capitalismo verde —porque para producir esas baterías, para producir esas grandes estructuras, las emisiones son brutales y el balance energético en muchos casos es negativo con respecto a lo que sería seguir utilizando combustibles fósiles— es imposible cumplir con los objetivos que se plantea la COP, que es una farsa enorme.
Así, lo que hay es un interés común entre el punto de vista de la mitigación y la defensa de las sociedades y los ecosistemas frente al cambio climático y los intereses de las clases subalternas con respecto a un neoliberalismo compasivo que quiere hacer pasar por sacrificios de guerra lo que es una nueva forma de acumulación por desposesión para el mantenimiento de un conjunto de clase y geopolítico que es el sistema euro atlántico.
¿Lo que se pretende es preservar el “jardín europeo?”
Si vemos los discursos de la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen, lo explica de manera clarísima. Borrell lo hace de manera brutal, como una especie de viejo desinhibido, mientras Von der Leyen lo dice con la retórica civilizatoria: En la guerra de Ucrania nos jugamos la transición verde, la democracia occidental, la civilización grecolatina y prácticamente el futuro del mundo. Hay una dimensión de guerra civilizatoria o de cruzada occidental contra cualesquiera enemigos que se pongan de lado frente a esta guerra, que no colaboren y que pretendan evitar un conflicto inevitable. Porque ha llegado el momento, porque de lo contrario Putin, como nuevo Hitler, terminará con la democracia en Europa.
Esa dimensión es la del régimen de guerra, que al mismo tiempo tiene una dimensión creciente de coordinación y centralización en Bruselas, que es completamente nuevo y que para mucha socialdemocracia se presenta como una especie de paradoja, pero fundamentalmente positiva. En el caso español se ha concedido la excepción ibérica, estamos padeciendo mucho menos a cambio de una disciplina militar de presupuesto y de absoluta comunión con el régimen de guerra. Hay que recordar que las élites de la Comisión quieren salvar el capitalismo frente a esas dos opciones: fascismo supremacista, o lo que sería el comunismo para ellos actualmente, que se puede redefinir como el común, como la gran coalición social contra el crecimiento capitalista, contra la destrucción ecosistémica, contra el apartheid y por el reparto de la riqueza y el trabajo.
Las élites de la Comisión quieren salvar el capitalismo frente a dos opciones: el fascismo supremacista, o la gran coalición social contra el crecimiento capitalista, contra la destrucción ecosistémica, contra el apartheid y por el reparto de la riqueza y el trabajo
Mientras, desde Europa se dice: hay que acabar con los contratos indefinidos, hay que subir el salario mínimo. Lo que aquí se vende como una gran conquista —curiosamente no ha hecho falta ni una huelga general ni nada—, forma parte de los consensos políticos de la coalición europea. Eso explica cosas paradójicas, como que, por ejemplo, la Comisión ahora haya denunciado al Deutsche Bank y al Rabobank holandés por haber cometido delitos financieros gravísimos con la deuda pública europea, griega, italiana.
Es decir, la propia Comisión Europea, diez años después, viene a decir que había sido el principal banco alemán, el principal banco holandés, los más partidarios de la subida de tipos de interés que va a provocar una recesión en Europa, inevitablemente. Vemos esas contradicciones terribles, pero que en el marco de un régimen de guerra son resueltas entre las élites. Porque justamente el régimen de guerra implica que la participación, la protesta, la resistencia desde abajo está excluida completamente.
Opinión
Sálvese quien Putin
¿Qué narrativas proscriben esta resistencia desde abajo?
La disidencia, dicen, favorece al enemigo, porque lo que quiere Putin es que nos dividamos. Ese discurso circular impide cualquier tipo de alternativa democrática. Lo terrible es que el régimen de guerra no es un régimen de guerra que se da como excepción dentro del marco democrático. Francia es un buenísimo ejemplo. Lleva en estado de emergencia por motivos de los atentados islamistas del 2014, lo ha ido renovando por los chalecos amarillos. Y ahora, por los disturbios y las protestas sociales, y frente a cualquier alteración del orden civil: lo hizo durante la pandemia y sigue vigente. Lo que tenemos es un régimen democrático entre comillas, que pretende rigidificar el poder frente a los Le Pen, pero por supuesto, frente a toda la protesta popular que en el caso de los chalecos amarillos ha sido enorme, y se ha saldado con una represión que si fuera otro régimen, pues probablemente estaría a punto de ser invadido por la OTAN. En términos de mutilaciones, abusos, malos tratos no ha sido muy diferente de lo que se acusa a Putin de haber hecho con la oposición en 2012, 2013 y otras protestas.
Aquí vivimos en una isla para los privilegiados que todavía no temen ser asesinados pasando la frontera. Ahora es militar la frontera sur, la propia Comisión dice que Putin está intentando generar, de la mano de la sociedad Wagner, oleadas migratorias desde el Sahel. Las migraciones se consideran ya un elemento que ha de ser monitorizado militarmente, así, las personas migrantes que quieren cruzar la frontera Europea se arriesgan a ser asesinados. ¿Qué es lo que ha sucedido si no en Melilla?
El régimen de guerra tiene una geometría variable, depende obviamente de las configuraciones de cada sistema político. Imaginemos que si en 2023 hay una coalición PPSOE o un gobierno PP, VOX, las opciones totalmente atlantistas, pues tendremos obviamente un régimen de guerra mucho más restrictivo.
La propia Comisión Europea dice que Putin está intentando generar, de la mano de la sociedad Wagner, oleadas migratorias desde el Sahel. Las migraciones se consideran ya un elemento que ha de ser monitorizado militarmente, así, las personas migrantes que quieren cruzar la frontera Europea se arriesgan a ser asesinadas
En tu libro dices que las guerras fortalecen los fascismos, pero los fascismos también generan guerras.
La propia guerra de Ucrania ha generado una reconstrucción de milicias fascistas a través del voluntariado de ambos bandos, tanto prorrusos como pro ucranianos, que luego se han visto completamente legitimados como combatientes excelsos y de primera línea. Hay que comparar todo eso con lo que supuso el elemento del ex combatiente en la Primera Guerra Mundial, elemento fundacional de las formas de extrema derecha más o menos fascista en Europa: el excombatiente que quiere seguir combatiendo, que ya no se integra en la sociedad y que quiere introducir la guerra en la vida política como elemento fundamental, dando la vuelta al lema de Clausewitz: La guerra no es la política conducida por otros medios, la política es la guerra conducida por otros medios.
Tenemos la guerra de los Balcanes, que ha producido legiones y legiones de fascistas que se han integrado en el ejército, que se han integrado en las fuerzas de seguridad. El fascismo en el ejército alemán es gravísimo, y está probablemente fuera de control. También las guerras humanitarias en Afganistán o antes, en los Balcanes han producido ese tipo de subjetividad fascista que precisa, obviamente, de enlaces políticos, institucionales y mediáticos.
En la guerra actual la narrativa de ambos bandos es que el otro es fascista o el otro es nazi. Putin es Hitler y los otros son nazis banderistas. Ni una cosa ni otra. Lo cierto es que ambos construyen una coalición en la que los elementos fascistas, directamente milicianos escuadristas, son fundamentales como vanguardia de choque, y donde los discursos y las pasiones cada vez son más hegemónicamente militaristas y fascistas, patriarcales y racistas.
¿Qué guerras del mañana podemos esperar de los fascismos que se están fortaleciendo en esta guerra?
Mi tesis fundamental es que, desde la Primera Guerra Mundial, todas las guerras siembran ese medio de subjetivación, esa ecología en la que obviamente el amigo-enemigo, el combate donde matas o te matan, donde la muerte es el elemento de victoria o derrota, vida o muerte, gloria o infamia y todo ese tipo de dimensiones de lo que podríamos llamar el existencialismo fascista, implican una introducción de la guerra en la política como elemento de autenticidad y al mismo tiempo una especie de relación pasional mortífera con las máquinas de guerra. Ya no es solo la idea de la camisa azul y todo ese tipo de de subjetividad masculina, patriarcal, etcétera, sino la realidad del combate, es decir, la fascinación por las máquinas de guerra que hoy ya no son solo puramente las del campo de batalla, sino que son también las de las redes sociales. La capacidad de hacer daño, la capacidad de destruir, la capacidad de desarticular al adversario se ve reforzada, como un laboratorio de pasiones mortíferas, en la pandemia. Ya estaban allí: la frustración masculina ante la nueva ola del feminismo global. El racismo supremacista de la Europa envejecida, la pérdida de status que ya se estaba produciendo a raíz de la crisis sistémica, es decir, la crisis de las clases medias.
En la pandemia y en la gestión neoliberal de la pandemia esa frustración se convirtió en una enorme violencia que tuvo episodios explosivos, pero que posteriormente constituye una especie de base de masas pasional de la guerra que ahora mismo encuentra su público. Creo que explica en gran medida el hecho de que hay una pasión por ventilar a través del asesinato legalizado, de la violencia y del autoritarismo lo que se presentan como problemas de los grupos sociales privilegiados.
Hay una pasión por ventilar a través del asesinato legalizado, de la violencia y del autoritarismo lo que se presentan como problemas de los grupos sociales privilegiados
Así, el régimen de guerra, es el intento de solución autoritaria de las contradicciones por parte de este extremo centro neoliberal para evitar el fascismo. La paradoja es que, como sucedió en el siglo XX tras la Primera Guerra Mundial, con el fin de evitar el comunismo, se fortaleció el fascismo directamente a través de alianzas. Sucedió con la socialdemocracia alemana que para acabar con Rosa Luxemburgo, con los Espartaquista, con la República soviética de Baviera o con la República de Béla Kun en Hungría, directamente se alió con las Freikorps, formaciones de ex combatientes que eran fascistas ya, proto fascistas, y eso les dio un poder decisorio, efectivo, que determinó justamente en el caso alemán, la facilidad con la que el fascismo se hizo con el poder en diez años, tras el golpe fallido de Hitler.
Hoy estamos viendo una repetición funesta, terrible, por sorprendente, por las enormes similitudes de esa dinámica. El autoritarismo, el militarismo, el discurso de amigo enemigo y el hecho mismo de la guerra y de que el clima de guerra determine las opciones de política social, económica, ecológica etcétera, es una especie de fertilizante extraordinario para que las pasiones fascistas prendan y que los partidos que ahora están —pensemos en los que tenían vínculos con Putin— desorientados, a la defensiva, cuando llegue el momento dado, tengan un campo sembrado absolutamente decisivo.
Se trata de una cuenta atrás que se ha acelerado con esta respuesta por parte de la Unión Europea. Esto es lo que hace que, por esa enorme germinación de fascismo que supone este régimen de guerra y la continuación de la guerra en Europa occidental, parar esta guerra y por lo tanto apostar por la negociación, pero también la movilización y el sabotaje social, sea un objetivo prioritario.
En este marco que has planteado, tan complejo, con este fortalecimiento del fascismo, y estas lógicas no transformadoras. ¿Cómo abrir un proceso que no esté destinado a repetir otra vez la historia?
Partiendo justamente de esa prioridad de la paz. Pensando que las agendas ecologistas, las agendas feministas, las agendas del sindicalismo social, o las agendas migratorias, se enfrentan a esa misma neutralización y congelación de la dinámica del conflicto social, de la lucha de clases, de la protesta. Vemos, por ejemplo, como se está respondiendo a las acciones simbólicas contra el clima, con una represión bestial en Reino Unido, pero aquí también con la acción del Congreso, con un gobierno progresista. Vemos como se está tratando las migraciones y la represión que existe con la Ley Mordaza, que probablemente no se abola en esta legislatura, lo cual sería un absoluto desastre. La convergencia en torno a la paz es una condición para el desarrollo de esos conflictos.
Pero al mismo tiempo, el viejo pacifismo, o la idea de que la paz por sí sola es suficiente porque tenemos democracias, tenemos progreso, no es suficiente. La paz es débil si no se conjuga con una recomposición y una maduración de las prácticas y de los discursos que han crecido desde los movimientos contra la crisis sistémica, los movimientos contra el cambio climático, los movimientos de personas racializadas, inmigrantes y justamente la nueva ola feminista y las luchas del precariado y de las nuevas clases trabajadoras. Aislados no se consigue hacer nada y mucho menos en este régimen de guerra: estamos ante un punto de inflexión histórico, un punto de inflexión del capitaloceno en el que la relación entre capitalismo y democracia es absolutamente improbable.
Por lo tanto, tenemos que abordar una situación que tiene que ser de relación entre protestas y poder constituyente, entre protestas y transformación de los regímenes políticos. De lo contrario, la paz no será posible. Y si la paz no es posible, el progreso y las luchas sociales no serán posibles salvo bajo formas putrefactas, formas clientelares, formas corporativas, formas excluyentes, formas que van configurando un apartheid civilizatorio en donde obviamente las clases subalternas racializadas del sur, mujeres, minorías sexuales se van a llevar la peor parte, como viene siendo ahora, pero de manera más sólida.
La izquierda se ha roto, si ya estaba débil, ha sido destruida por este régimen de guerra y por lo tanto la reconstrucción de esa izquierda pasa por lo que llamo una paz constituyente
¿Cuál es el lugar de la izquierda en todo esto?
Asistimos a una revolución reaccionaria por arriba de este extremo centro que además no descarta aliarse con el fascismo en todo lo necesario, ya lo está haciendo en la guerra de Ucrania, y por lo tanto, estamos ante una situación muy parecida a la que se dio con la Primera Guerra Mundial, donde justamente la izquierda se rompió.
La izquierda se ha roto, si ya estaba débil, ha sido destruida por este régimen de guerra y por lo tanto la reconstrucción de esa izquierda pasa por lo que llamo una paz constituyente, donde los objetivos climáticos, sociales, es decir, de derechos sociales, de derechos políticos, de las clases subalternas, racializadas y del sur, del movimiento feminista y LGTBI, se tienen que plantear como como un poder constituyente, es decir, en un nuevo sujeto político. ¿Podemos llamarlo una nueva izquierda? Vale, pero siempre que sea una izquierda arraigada en organizaciones, instituciones, comités, consejos, redes que definan un nuevo partido de la multitud, es decir, una capacidad de agencia efectiva tanto en el plano institucional como también, por qué no, en el electoral. Pero sobre todo con agencia en las luchas sociales, que sea capaz de mantener el tipo, de resistir, de avanzar y desbaratar eso. Es obvio que eso no puede funcionar solo en un plano estatal o nacional, tiene que activarse a nivel como mínimo europeo, es Europa lo que se está yendo a la mierda y por lo tanto es absolutamente prioritario ese proceso de reconstrucción.
El propósito del libro es ese: no pretendo explicar todo, intento en el tiempo que he tenido, intentar aclararme y ver cuáles son las dimensiones más allá de los aspectos militares o históricos o geopolíticos de una guerra, sino qué está suponiendo para el mundo y en particular para Europa esta tragedia en la que ya estamos metidos. Mi objetivo es principalmente señalar las oportunidades de resistencia y emancipación que se abren, porque justamente en la medida en que capitalismo y democracia pasan a ser una relación improbable, la deslegitimación, la protesta, la resistencia tiene nuevos resquicios, nuevos intersticios, donde, a la altura de este desafío histórico, tenemos que darlo todo.