Análisis
‘La Casa de los Gemelos’ y el negocio de la ridiculización: humillar, pagar, eliminar

La erosión de la empatía como resultado de la deshumanización, la violencia por la violencia y la explotación “voluntaria” de personajes fugaces en las redes sociales, los nuevos “raros” de siempre, no solo hablan del papel cultural de la imagen en directo en este momento, también de las formas de ser válidas y desechables que se impondrán.
La casa de los gemelos
Muchos de los concursantes de La Casa de los Gemelos, en su segunda y exitosa edición, junto a los gemelos creadores del formato.

@BarcenillaLM
@lubarcenilla.bsky.social

30 dic 2025 06:00

La Casa de los Gemelos se ha convertido en uno de los fenómenos digitales más virales del año. Un producto que ha dejado pegados a los más jóvenes, que parecen haber resucitado X, la red de Elon Musk, colocando escenas inexplicables en el horizonte del scroll cotidiano. Los números lo corroboran: es habitual ver a más de medio millón de personas conectadas en sus emisiones en directo en YouTube. Una mañana cualquiera puedes escuchar los ronquidos de los participantes junto a un cuarto de millón de usuarios más.

El formato no es nuevo, al contrario, es la imitación de uno de los realities más famosos de España. Una copia de Gran Hermano, con una vuelta de tuerca —si es que eso es posible, recordemos que una concursante sufrió abuso sexual ante cámaras—, llevada a las plataformas que ha encontrado su éxito gracias a un elenco de concursantes nacidos y criados con miles de reproducciones en TikTok. Nuevos nombres como El Patica, La Falete o La Marrash y otros viejos conocidos como Labrador o Paco Porras son algunos de los personajes que están o han pasado por este formato donde los insultos, las vejaciones, las peleas y la extrema violencia se hacen hueco en la rutina diaria de pijama, sofá y colacao “al corte”.

TikTok es clave para la amplificación de un producto viral que se multiplica en el formato de los vídeos cortos. Las peleas entre La Falete y La Marrash —recurrentes, y uno de los mayores “atractivos”, por ello son las elegidas para Las Campanadas de los Gemelos—, los encontronazos entre El Patica y Anibal o la agresión de Labrador a Cherylin tienen millones de reproducciones, likes y compartidos en la aplicación china. Pero también los lloros de Ruth o las borracheras de La Marrash que han puesto la casa patas arriba. Son simples clips a monetizar. Insultos, peleas y obscenidades que no tendrían cabida en la televisión convencional —según dice la televisión tradicional, que ha amplificado las denuncias de Asociación de Usuarios de la Comunicación—, pero que son la clave del éxito en internet, junto al propio elenco de personajes formados por los raros de ahora y siempre. 

El ganador se llevará 100.000 euros (sin contar los cachés acordados). Las votaciones (un voto vale 1,99 euros en su web, aunque en su canal de Telegram se hacen encuestas de expulsión con miles de participaciones), además de por filias y fobias, la pierden los que menos “juego” dan o, como correctivo, los que atacan a los intocables. Labrador fue expulsado por su ataque a la drag queen Cherlyn, que le había recriminado entre otras cosas, silbar el “Cara al sol”, pero inmediatamente Cherilyn recibió el castigo de la audiencia con un 63% de los 203.009 votos. El mensaje era claro y en este caso lo mandaban los espectadores: La Casa de los Gemelos no podía convertirse en La Casa PSOE —un término utilizado por los mismos espectadores en las redes—, “wokizada”, “travestida”.

El formato sin límites de La Casa de los Gemelos es una coctelera de pistas sobre lo que viene. Primero, porque proyectan una jerarquización, imagen mediante, de los cuerpos y sus formas de actuar. Esa jerarquización de la diferencia es trabajo hecho para los gestores ultras del futuro. 

Formatos extremos como La Casa de los Gemelos son la infraestructura perfecta para proyectar y plantear qué vidas son desechables con la colaboración masiva de todos nosotros

La ritualización del ridículo, la erosión de la empatía, la normalización de la violencia física y simbólica —racismo, machismo, capacitismo y LGTBIfobia siempre planeando— son la mejor siembra para la noche que vendrá. Formatos extremos como La Casa de los Gemelos son la infraestructura perfecta para proyectar y plantear qué vidas son desechables con la colaboración masiva de todos nosotros. La Casa de los Gemelos es una más de las señales de alarma. El desprecio cultivado y la falta de amabilidad ante los cuerpos desechados —los discapacitados, los considerados indefensos, los desviados— fue central en la pedagogía nazi. Esta es hoy también una dimensión definitoria de los fascismos contemporáneos que, como escribe Alberto Toscano, asegura la imagen y la experiencia de un cuerpo normativo y dominante a través de la estigmatización, la dominación, la expulsión y la aniquilación de los cuerpos excedentes, indignos o enemigos de los demás. 

La construcción de “lo raro”

Los gemelos Daniel y Carlos Ramos se hicieron conocidos en el mundo de las apuestas deportivas en su canal de Telegram. Pronto saltaron a YouTube, Instagram y Kick para “crear contenido”. Antes de su formato estrella, La Casa de los Gemelos, ya invitaban a su canal a personajes conocidos en el mundo digital como Simón Pérez, el economista que se hizo famoso por aquel vídeo de las hipotecas variables en el que, como él mismo admitió después, había consumido cocaína. En una ocasión, en el canal ZonaGemelos, Simón Pérez se desplomó en directo y los presentadores tuvieron que pedir asistencia sanitaria. No ha sido la única vez en la que el invitado ha aparecido con los gemelos en un estado de salud preocupante. El economista ha hablado de sus adicciones en programas como El teléfono rojo —también formato de los gemelos—, pero también en entrevistas en Atresmedia y sus propios canales de stream

Los gemelos han convertido su marca en un escenario donde se dan cita los raros de ahora y de siempre; exdrogodependientes, polemistas, tertulianos violentos, conspiranoicos y personajes virales de las redes sociales. Han encontrado un nicho de mercado similar al que encontraron los empresarios circenses en otro momento: en una carpa tan sórdida como hipnótica, cansados del trapecista, el mago y el hombre bala, se encuentran la mujer barbuda, el enano fumador, el gigante noble, el forzudo depresivo, los siameses unidos por el torso, la anciana más longeva, el gordo más gordo o el niño sin extremidades. Cansados de la televisión tradicional, los raros se citan en la plataforma.

Como en los pasillos de estos circos tan exitosos a mediados del siglo XIX —ambulantes, además—, los canales digitales de los gemelos son ya monetizadores de la forma de ser y la corporalidad de sus personajes, que pasan por su reality o por sus otros espacios en directo o grabados: Ruth y el síndrome de Silver-Russell, el Toque y sus diferentes condiciones médicas —algunas afectan a su físico, otras a su forma actuar—, La Falete y sus artes marciales mezcladas con flamenco, Paco Porras y su supuesto poder de ver el futuro a través de verduras y frutas —rescatado del fondo del tamarismo dosmilero—, Karles Toràh (Míster Tartaria) y sus conspiraciones, John Cobra, el polémico finalista para presentarse a Eurovisión 2010 o Manolito Rojas, el influencer de “talla baja”, como se le suele identificar. Otros nombres asociados a la marca ZonaGemelos son Triana Marrash —diana de la tránsfobia en redes—, Labrador —exGandía Shore— o Modric Shaolin, El Patica, David Evil, La Maeb y Misha. 

En la Edad Media se creía en la tontería de nacimiento o “natural fools” (en el mejor de los casos, locos santurrones, “holy fools”) y en que su labor de vida de estas personas era el entretenimiento. La otra opción, a menudo, era el encierro en una institución-cajón-de-sastre con otras personas con muy diferentes descripciones. En cualquier caso, una persona con una discapacidad mental o física no era alguien a quien respetar como a un igual, sino alguien a quien admirar o de quien reírse. La risa solo la soltaban los neurotípicos, claro, y la regulaban desde la Corte. Estos bufones en pseudolibertad (a menudo, considerados “propiedad”) eran cuidados por la misma Corte con condescencia, pues de su tontería dependía el espectáculo. Ordenadores, IPhones 17 Pro Max, patinetes eléctricos, plays, anillos… son los regalos de Navidad de los gemelos a los participantes en su formato.

La Casa de los Gemelos, como en su momento los “freak shows” ambulantes, nos habla de qué es lo raro, cómo se construye la monstruosidad, hasta dónde llega la dignidad humana, por qué miramos así

Al encontrarnos con La Casa de los Gemelos como éxito de reproducciones —o al reparar en la taquilla millonaria de los freak shows ambulantes de hace un siglo— debemos pensar no solo en lo que representa su propia existencia sino en la influencia cultural que exuda: qué es lo raro, cómo se construye la monstruosidad, hasta dónde llega la dignidad humana, por qué miramos así. Pronto nos topamos con una política cultural hegemónica de las disidencias sexuales y pistas sobre las clasificaciones corporales de nuestro tiempo: la negritud, el enanismo, la obesidad, la loca y el noble-y-tonto bonachón.

Los gemelos se han defendido en varias ocasiones ante las acusaciones por reírse de personas con diferentes problemas o “discapacidades”. En una serie de streams con Modric Shaolin se observaba a este nuevo y fugaz personaje de internet encadenar frases inconexas. Uno de los hermanos muestra, después de pedir permiso, las condiciones en las que vive este tiktoker: una casa abandonada, un colchón, suciedad. “Modric, ¿quién eres? ¿de dónde vienes?”, le preguntan: “Bueno, vengo de donde provenimos todos, de muchas estrellas preciosas increíbles del universo que nos mantienen a forma y trasforma [sic] y a devolución admirablemente. Todo va o atrasándose o adelantándose depende de la formabilidad y adaptaciones que conllevamos en esta terrenal tierra”, responde. 

“Ellos son quienes, principalmente, tienen que decir si nos burlamos de ellos o no”, argumentan los gemelos Ramos. “Al final luego todos quieren volver. Absolutamente todos. Así que tan malos no seremos”

Ante las acusaciones de “usar” a Modric Shaolin en sus videos, los streamers respondían: “Ellos son quienes, principalmente, tienen que decir si nos burlamos de ellos o no”. “Al final luego todos quieren volver. Absolutamente todos. Así que tan malos no seremos”, añadían. Simón Pérez, una vez terminada su colaboración en los programas de los gemelos, ha llegado a contar que los gemelos “pagan 1.000 euros por día a sus invitados” y que “no lo declaran”. 

La Casa de los Gemelos tuvo que suspenderse en su primera edición por las peleas y el descontrol (comentarios fuera de lugar, edredoning —sí, como en Gran Hermano—, insultos y vejaciones) en directo. Los hermanos admitieron no haber podido garantizar la “seguridad” de los participantes. Actualmente, el formato cuenta con un equipo de seguridad que interviene cuando la violencia sobrepasa unos límites muy holgados. De repente, aparece unos encapuchados y separan a los enfrentados o se llevan del lugar, hasta calmarlo, al concursante alterado.

Kick, el negocio de la humillación en directo

Kick, la plataforma en la que se retransmite La Casa de los Gemelos tampoco ha estado exenta de polémica. Nació en 2022 como una alternativa a Twitch, sin censura, sin regulación, y ofreciendo a los streamers el 95% de los ingresos. Alcanzó los 50 millones de usuarios este 2025. ¿El reclamo? La falta de restricciones y límites. En agosto falleció un streamer en directo. Jean Pormanove (Raphaël Graven), de 46 años, murió tras más de 12 días de emisiones en los que fue insultado, golpeado con bolas de paintball y sometido a humillaciones por parte de otros creadores de contenido, como Owen Cenazandotti (Narutovie) y Safine Hamadi (Safine). Ambos defendieron esos vídeos como “puestas en escena”.

La secuencia final, con su cuerpo inerte en una cama mientras sus compañeros intentaban despertarlo, se difundió masivamente en redes. Le Monde planteaba que esta muerte en un stream nos habla de la rentabilidad de sadismo y la explotación popular. La lógica platafórmica, que solo usa los manuales del capitalismo, convierte la explotación humana en una transacción validada por los medios de la invasión de la mirada y el imaginario colectivo. La humillación es, históricamente, una cinceladora de clase.

Hace unas semanas, Simón Pérez reconoció que su vida se había convertido en un espectáculo de autodestrucción financiado por desconocidos. Muchos usuarios pagarían por verle morir en directo. Es un Tamagotchi al que pagan por ver al borde de la sobredosis

En Kick también stremeaba Simón Pérez autocastigándose a cambio de dinero. El economista de renombre, conocido en tándem junto a su entonces pareja Silvia Charro, empezó tatuándose el logo de Forocoches a cambio de 200 euros. Hace unas semanas, Simón Pérez reconoció que su vida se había convertido en un espectáculo de autodestrucción financiado por desconocidos. A cambio de unos euros lanza su impresora por la ventana. “Lo mejor es no pensarlo, peña”, dijo acto seguido dejando una frase que corrió por las redes como la pólvora. Por otros tantos euros se pasea en pañales o disfrazado de Pikachu por la calle. También se rapa a cachos la cabeza o las cejas. 

Le ofrecieron mil euros por meterse dos gramos de cocaína de golpe, lo que le hubiera dejado en sobredosis. El streamer contaba que “la mayoría” de usuarios de estas plataformas quieren verle morirse en directo. También reconoce que sus adicciones no le permitían salir del bucle. Se considera un Tamagotchi: “Cada tres horas me llega un mensaje ofreciendo droga. Me mantienen como si fuera un Tamagotchi. Si digo que tengo hambre, me mandan dinero para comer. Si digo que necesito coca, me la pagan”.

Los rituales de sadismo colectivo son ambivalentes para este personaje. Una lolcow, un hazmerreír, un bufón, que deja corto el relato distópico aleccionador de Black Mirror en su capítulo Common People. “Me odian, quieren que me muera. Pero a la vez me sostienen. Pagan la droga, pero también la comida, la luz, el teléfono. Sin ellos yo no viviría. Es un sentimiento ambivalente: me destruyen, pero también me mantienen vivo”, decía en una entrevista en Antena 3.

Bufones, hazmerreíres, lolcows

Una lolcow, como definen a los personajes que participan en programas como La Casa de los Gemelos, no es exactamente un hazmerreír, ni un bufón, ni mucho menos un payaso. Tampoco es un “monstruo” de circo, ni un friki ni un simple “elemento” de internet. Es posiblemente el rasgo definitorio del momento digital, el pulso del entretenimiento cultural al margen de los medios y circuitos tradicionales. Lolcow es, en realidad, un insulto. La propia palabra lo indica: vaca de la risa. Y su significado marca otra parte de la definición: una vaca de la risa es ordeñada por otros, de los que depende.

Mozo Yefímovich, uno de los que mejor comprende el océano internet, explica que la lolcow está “a medio camino entre el famosillo de redes y el friki televisivo: personajes bizarros de internet cuya fama viene de la extrañeza que producen”. Otros elementos que hacen diferente a las lolcows de sus formas antecesoras es que su fama es pasajera, pasan por una “viralidad explosiva” y pasan rápidamente a ser “juguetes rotos”. En este momento de la definición, encajan aún los personajes televisivos de la habitualmente conocida como “telebasura”. De Leticia Sabater a Dinio, pasando por Montoya, ex concursante de La Isla de las tentaciones o Supervivientes que, tras hacerse atronadoramente famoso por salir corriendo por la arena de la playa, fue imagen de anuncios como Burger King y terminó pidiendo tiempo por “salud mental”.

Ser una vaca de la risa o lolcow es similar a ser señalado con el dedo para ser ridiculizado. No existe voluntad alguna, aunque hayas firmado un contrato de señalamiento para hacerte viral

Otra característica de las lolcows, según Yefímovich, es que no pueden ser autoconscientes de serlo. Si lo fueran, serían simplemente trolls. Aunque al exponerse frente a tal magnitud de usuarios —no siempre conocedores del contexto del troleo— pueden ser trolls y, simultaneamente, lolcows. Serlo, entonces, no se elige. Ser una vaca de la risa es similar a ser señalado con el dedo para ser ridiculizado. No existe voluntad alguna, aunque hayas firmado un contrato de señalamiento para hacerte viral. Yefimovich describe que las risas que producen son “a su costa”, por lo que no generan humor como resultado de algo buscado, “sino que se les extrae contra su voluntad. El estatus de lolcow no depende de la intención de quien es visto como tal, sino del uso social de la figura.

Aunque muchos de los identificados con esta etiqueta buscan activamente la fama, esto no anula su relación de explotación con la producción de su fama como personajes extraños y ridiculizables. Por ejemplo, Montoya pasa por El conquistador, Mujeres, Hombres y Viceversa, cantó uno de sus temas musicales (también lo ha intentado por esta vía) en El Chiringuito de Jugones y no lo conocemos hasta que revienta en La Isla de las tentaciones y Whoopi Goldberg se rinde a comentarlo en su programa matinal. A pesar de ello, el mecanismo de ordeñamiento simbólico sigue su curso.

Del autosabotaje a la supuesta voluntad de ser ordeñado

Muchos de estos pseudofamosos fugaces que se coronan como lolcows o que asientan sus diez segundos de fama —de pantalla, de atención— han pasado por TikTok Live Match. Este “juego” de la app china del scroll infinito enfrenta en directo a dos de ellos en una carrera por recibir más recompensas o likes en una pantalla dividida con una barrita roja vs una barrita azul. Esta modalidad de concurso de TikTok es, a escala, lo mismo que La Casa de los Gemelos o Gran Hermano. Quien se degrada más, quien mercadea con más cintura con su propia dignidad, quien atrapa más y, en definitiva, quien encaja mejor en el intercambio patrocinado por ordeñador y aplaudido por consumidor, gana. Algunos comentadores hablan de “desenvoltura”, de “saber qué le gusta a la gente”, de “enamorar a las cámaras” o, la más cruel, “tiene presencia”. A menudo se dice que el personaje acepta serlo, con toda su voluntad.

En formatos como La Casa de los Gemelos, igual que en TikTok Live Match, por lo que luchan y son premiados es por una posición en una especie de sistema de clasificación. Dentro del mecanismo platafórmico, más o menos arriba en la clasificación del famoseo fugaz. Esto ocurre en estos nuevos espacios mediáticos pero no son un fenómeno estrictamente novedoso. Nunca lo son. Cada medio desarrolla un entorno, un pensamiento, una dirección. Y lo hace dejando una mancha histórica. 

Eso sí, la etiqueta de lolcow sí es un fenómeno propio de las lógicas digitales. Una identificación novedosa. Siempre y cuando entendamos “lógicas digitales” como las diferentes formas y reglas (narrativas, metarrelato, formato, movimiento...) que toma el capitalismo en este momento para vehicularse y legitimarse. Por ello, ya no hay apenas diferencia —al menos hoy— entre La Falete, El Patica, Simón Pérez, JuguiQuiJugui, La Maeb o John Cobra, Aída Nízar, Paco Porras y Leonardo Dantés. 

Y no solo porque todos estos están unidos por espacios concretos de “presencia” —como los canales de Kick, Twitch y YouTube— de Zona Gemelos, el videopodcast de Pedro Buerbaum —entrepeneur obsesionado con El Dandy de Barcelona— o Mowlihawk –a rebufo de los otros dos–. Estos espacios no solo lanzan a nuevas lolcows a la fama, también rescatan antiguos hazmerreir de televisión y tertulia. Casi nunca encuentran a estos personajes en la nada. Antes, el automercadeo se ha producido. Abrirse una cuenta de TikTok es mucho más fácil que inventarse que uno tiene capacidades de vidente a través de las hortalizas, eso es cierto. 

Ser una lolcow es una cuestión que entremezcla identidad, voluntad, consciencia y, sobre todo, mucha precariedad: ¿cuántas lolcows son, en realidad, personas con problemas de estabilidad socioeconómica lanzándose al vacío de TikTok? ¿cuántos ordeñadores son, en realidad, adinerados “productores” explotando a otras a cambio de su altavoz o plataforma?

Ser una lolcow es una cuestión que entremezcla identidad, voluntad, consciencia y, sobre todo, mucha precariedad: ¿cuántas lolcows son, en realidad, personas con problemas de estabilidad socioeconómica lanzándose al vacío de TikTok? ¿cuántos ordeñadores son, en realidad, adinerados “productores” explotando a otras a cambio de su altavoz o plataforma? Los hermanos de ZonaGemelos alardean de ser millonarios —provienen del mundo de las apuestas—, Pedro Buerbaum alardea de ser millonario —proviene del mundo de los pollofres— y Mowlihawk alardea de ser millonario —proviene del mundo del ¿freestyle?—. El Patica trabaja desde muy joven en el campo y cuida de sus padres mayores (en un momento de sinceridad, en La Casa de los Gemelos, El Patica admite que su expareja le hace escoger entre la reforma de la casa de sus padres o ella). La Falete llora cuando uno de los gemelos le ofrece un cheque en blanco por Navidad (“elige cortinas, calefacción, una Play para tus hijos”, le dice uno de los hermanos, “escoge lo que quieras”, le insiste) y ella llora. ¿Por qué el gemelo no le ofrece esto sin ordeñar su dignidad? Simón Pérez tiene problemas con las drogas y lo perdió todo en una historia que ya todos conocemos. Paco Porras explicó que, por razones económicas, llegó a prostituirse.

Estos lolcows deben desdoblarse emocionalmente: cuanto menos jueguen con su dignidad, peor calificación reciben en este sistema de clasificación. Si sus diez segundos de fama se alargan es porque aún queda por ordeñar. Porque hay una forma de ser que puntúa, hay una forma de ser que es gratificada con un ratito más en el centro de la pantalla. 

Estamos más cerca de acabar siendo ridiculizados y ordeñados como lolcows por un streamer millonario que de poder seguir pagando el wifi para disfrutar fríamente de espectáculos como La Casa de los Gemelos

Como la competencia por la autodegradación y la presunta aceptación del ordeñamiento es, por supuesto, una cuestión de clase (interseccionada en términos de identidad sexual, género, raza o salud), debemos saber que estamos más cerca de acabar siendo ridiculizados y ordeñados por un streamer millonario que de poder seguir pagando el wifi para disfrutar fríamente de la ubre de la vaca ajena en espectáculos como La Casa de los Gemelos.

Boicot al ridículo

El ridículo ocupa un lugar central en la mediación cultural, es decir, en las maneras de organizarnos. Su posición es aún más fuerte si hablamos de espacios de entretenimiento (y todavía más si este se viste de “despolitización”). Pero esto no implica que su uso empaquetado y plataformizado no esté sirviendo para engrasar un orden concreto a través de la más violenta de las “formas” y el más agresivo de los “formatos”. Como explica el cineasta y ensayista Julián Génisson en su reciente “tratado sobre la risa”, no nos reímos porque algo sea gracioso, sino que lo gracioso, y más si cabe lo ridículo, lo es porque primero nos hemos reído de ello. Por ello, detrás de la risa y el ridículo hay todo un mecanismo de poder. 

El ridículo es entonces el engranaje perfecto para el sistema capitalista que se vehicula en plataformas. El control ridículo permite la degradación de otros sin enfrentamiento. Solo es un juego. La concentración del poder ridiculizado es peligrosa y podemos vincularla con la erosión de la empatía. Por ello, la propuesta de Génisson puede ser un primer paso: “boicot de la risa”. Por que si se puede hacer el ridículo, tiene que ser posible “deshacerlo”. No reír para convertir en ridículo lo que existe simplemente por existir de forma diferente. Participar de la “desobediencia afectiva” impugna los mecanismos de ridiculización, haciendo saltar los plomos de quienes ordeñan la vaca. 

No hay algoritmo ni ridículo sin el alimento bidireccional de una mirada domada. Una mirada desde fuera que, en La Casa de los Gemelos, no sería posible sin las cámaras en plano picado

La mirada, ante el ridículo, no asume la pasividad —en contra de lo muchas veces se escribe, la pasividad no es ya posible—: asume la complicidad con el ordeñador (consume, comparte, azuza, lo ignora) o lo crítica (denuncia o incluso empatiza). No hay mirada que no atraviese lo mirado (como diría John Berger). No hay algoritmo ni ridículo sin el alimento bidireccional de una mirada domada. Una mirada desde fuera que, en La Casa de los Gemelos, no sería posible sin las cámaras en plano picado. 

La autenticidad no es el final

El análisis de los medios —casi siempre televisivo— en su tradición crítica se ha centrado en la “autenticidad” cuestionando hasta qué punto los formatos explícitamente no-ficcionales estaban guionizados o sus participantes dramatizaban. Lo valioso hoy es dar el salto del examen de la autenticidad a la modulación afectiva que produce. Este paradigma, además, permite entender mejor que las emociones son siempre hasta cierto punto performativas y que en algún momento se definen por su falta de espontaneidad. (De la falta de espontaneidad de la risa también habla Génisson). Y que esto ocurre en televisión, en TikTok, en el salón de tu casa mientras charlas con tu madre o en tu más aburrido momento en tu puesto de trabajo. La Falete recibe a diario estos comentarios: eres un personaje. A La Marrash también la tachan de exagerar. ¿Eres así también fuera del directo?, se preguntan entre ellos.

Lo que se plantea es que no hay posibilidad de no-ser-auténtico. Y, por tanto, deslindar los formatos del valor de lo “real” nos permite salir de la crítica superficial y entender un mecanismo cultural de reproducción emocional como es la pantalla en la actual modelización de la mirada como disciplina del cuerpo y las formas de ser “ridículas” y “ordeñables”.

Efectivamente existe (o puede existir) un papel, un guion, una escaleta, una dramatización de la personalidad, más o menos pensados, más o menos explicitado. En el caso de las lolcows, puede ser más o menos consciente de dicha teatralización. Sin embargo, es eso precisamente lo relevante. Porque puede haber más verdad en la máscara que adoptas que en tu presunto yo interior. No hay gesto emancipador en el “vamos a arrancarnos las máscaras”, vamos a ser rials, auténticos, de verdad.

Podemos pensar que El Dandy de Barcelona, sus loas al franquismo, sus palabras babosas, su machismo y su forma de hablar de trabajadoras sexuales son un rol dramatizado; podemos pensar que La Falete no siempre es así de violenta; que El Patica no disfruta de las grandes cantidades de comida casera con la que se graba. Podemos pensar que no están siendo ellos mismos, que simplemente quieren ser un meme, es decir, rentables. ¿Cambiaría esto la modulación de los entornos que provoca la coctelera de lolcows en la que está asentada la cultura de la risa de nuestro momento histórico? Probablemente no, pues nuestra mirada ya los ha clasificado así, como esos santos locos, esos monstruitos raros y, por supuesto, como diría Simón Pérez, lo mejor es no pensarlo, peña.

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La risa de los otros
A caballo entre lo ridículo y lo trágico, 'Superestar', lo nuevo de Vigalondo y Los Javis, plantea una refrescante alternativa a los límites de la ironía posmoderna.
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Seamos el monstruo
Kafka nos enfrentó a la pregunta esencial: ¿el monstruo es aquel que desafía la norma o lo aberrante es precisamente esa norma que la existencia del monstruo viene a cuestionar?
Televisión
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“La Isla de las Tentaciones” no es un reality sobre el amor romántico. Lo pornográfico ocurre a la luz de los focos, cuando los concursantes adoptan la retórica de la realización personal para explicar todas sus acciones.

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