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Dice la sabiduría popular que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Siendo así, la actual crisis energética ha sido toda una toma de conciencia de cómo la energía atraviesa multitud de facetas de nuestra vida y cómo la escasez y encarecimiento de una supone el encarecimiento de la otra. Facturas de la luz y del gas desorbitadas, una cesta de la compra por las nubes, paradas de producción y cierres en la industria, un sector agroalimentario asfixiado.
Lejos de ser un problema puntual, nos encontramos frente a una enfermedad crónica del sistema. Aunque todas las explicaciones han apuntado a la guerra de Ucrania y los factores geopolíticos que la rodean, lo cierto es que la crisis energética también tiene detrás otros factores de tipo estructural, relacionados con una menguante disponibilidad de combustibles fósiles, que suponen todavía el 80 % del consumo energético de nuestras sociedades. Los yacimientos más accesibles de petróleo, gas fósil y carbón han sido ya explotados y la extracción de estos recursos es, por tanto, cada vez más costosa energética y económicamente, lo que condicionará que los años venideros traigan consigo nuevas crisis.
Pero la dependencia fósil de nuestras sociedades tiene además otra consecuencia que ya nos está golpeando con dureza: las emisiones de gases de efecto invernadero ligadas a la quema de combustibles fósiles son también la principal causa del cambio climático, cuyos impactos ya son visibles. Ambas crisis, energética y climática, requieren abandonar de urgencia esta dependencia de los combustibles fósiles. Sin embargo, la evidencia científica no apoya que los cambios meramente tecnológicos que se proponen sean suficientes para evitar los peores escenarios y mantener los actuales niveles de consumo, bien sea por las limitaciones minerales a la electrificación y despliegue masivo de renovables, por la velocidad que exige la transformación o por el riesgo de agravar la crisis de biodiversidad. Sea como sea, nuestros sueños prometeicos han chocado con un techo ecológico.
Ambas crisis, energética y climática, requieren abandonar de urgencia esta dependencia de los combustibles fósiles. Nuestros sueños prometeicos han chocado con un techo ecológico.
Pero, si ese es el techo, ¿cuál es el suelo? ¿Qué pasa con esa parte creciente de la población que tiene dificultades para satisfacer sus necesidades básicas? ¿Debemos, como afirmaba el presidente francés Emmanuel Macron, aceptar el “fin de la era de la abundancia” y resignarnos? ¿Debemos cruzarnos de brazos ante el aumento de la pobreza energética mientras las empresas del oligopolio baten récords de beneficios? En absoluto. Entender la energía como un bien básico, pero limitado, exige reorientar la producción al bien común, democratizar la toma de decisiones y atajar la desigualdad. Y entender que la energía no es un sector productivo más, sino que es un prerrequisito para todo lo demás, supone pensar la transición energética más allá de una mera sustitución de tecnologías. Ante la convicción de que otro modelo no solo es posible, sino necesario, diferentes movimientos sociales, sindicatos y otras organizaciones presentes en el territorio navarro estamos trabajando conjuntamente en la campaña La energía justa, que busca abordar la cuestión de la energía de forma transversal, a través de siete demandas.
Entender la energía como un bien básico, pero limitado, exige reorientar la producción al bien común, democratizar la toma de decisiones y atajar la desigualdad.
La primera de ellas apunta a poner sobre la mesa la cuestión del decrecimiento. Aplaudimos iniciativas como la Conferencia Beyond Growth, que ha tenido lugar recientemente en el Parlamento Europeo, signo de que la idea se va abriendo paso y una victoria para el movimiento que hay que celebrar. Pero todavía hay mucho que hacer para que deje de ser un tema de nicho y para que desterremos esa concepción tan errónea y tan repetida de que hablamos de volver a las cavernas. Sin ir más lejos, preguntados por esta cuestión en un reciente foro de debate sobre la emergencia climática celebrado en Iruñea, representantes políticos señalaron la incompatibilidad del decrecimiento con el mantenimiento del bienestar de la población, ignorando la creciente literatura científica que apunta en la dirección opuesta.
Preguntados por esta cuestión en un reciente foro en Iruñea, representantes políticos señalaron la incompatibilidad del decrecimiento con el mantenimiento del bienestar de la población, ignorando la creciente literatura científica que apunta en la dirección opuesta.
La segunda hace referencia al Plan Energético Navarra 2030. El plan elaborado por el Gobierno se limita a promover nuevas infraestructuras de producción energética, dejando la planificación como tal en manos de las empresas privadas. Echamos en falta que se analice por qué este camino, que es el seguido hasta la fecha, ha tenido unos resultados en términos de reducción de emisiones que distan mucho de lo que es necesario, según el consenso científico. Las organizaciones promotoras proponemos un rediseño de este plan que tenga en cuenta la evidencia científica respecto a la disponibilidad de energía y recursos, la emergencia climática y ecológica y que ponga en el centro las necesidades de la población.
En la tercera, demandamos un impulso decidido a la rehabilitación de vivienda destinado a mejorar su eficiencia energética, financiado con fondos públicos y haciendo especial énfasis en la población vulnerable, como ese 4 % de la población navarra que no puede mantener su hogar a una temperatura adecuada. Por supuesto, el diseño de este plan debería ser muy cuidadoso para evitar efectos negativos, como el agravamiento de la crisis habitacional, con la garantía de que estas inversiones no encarezcan la vivienda.
Crisis climática
Jason W. Moore “El ecofascismo no está tan lejos del ambientalismo liberal”
Con la cuarta demanda, ponemos el foco en la producción alimentaria, que actualmente emplea grandes cantidades de pesticidas, herbicidas y fertilizantes de síntesis y depende de largas cadenas de suministro, lo que se traduce en un uso intensivo de petróleo y gas natural. Para ayudar a impulsar la urgente transición agroecológica, demandamos que en los comedores de la Administración pública se ofrezca exclusivamente producto ecológico y de proximidad. Fomentar esta forma de producción nos aleja de la dependencia fósil en la alimentación y de las consecuencias que tiene en forma escasez, aumento de los precios de producción, cierre de explotaciones o limitación en el acceso a alimentos de calidad.
La necesidad de cambiar el modelo de trasporte viene recogida en la quinta demanda, con la que apostamos por la gratuidad del transporte colectivo, el impulso al ferrocarril y el fomento de la movilidad activa (en bicicleta y a pie), quitando protagonismo al vehículo privado. Resulta un error creer que podemos mantener la centralidad del coche, limitándonos a cambiar motores de combustión por eléctricos, puesto que sustituir el parque actual de vehículos en su totalidad requiere un tiempo que no tenemos y presenta limitaciones materiales por la cantidad y variedad de minerales que requiere el vehículo eléctrico. Estas limitaciones, por mucho que los discursos habituales las omitan, son conocidas por la propia industria automovilística, que intenta adaptarse como puede. Y, además, ¿por qué seguir apostando por la contaminación, el ruido y el acaparamiento del espacio, cuando podemos pensar en algo mejor para la sociedad en su conjunto?
Resulta un error creer que podemos mantener la centralidad del coche, limitándonos a cambiar motores de combustión por eléctricos, puesto que sustituir el parque actual de vehículos en su totalidad requiere un tiempo que no tenemos.
La cuestión del trabajo es otro de los caballos de batalla de la transición ecológica. La crisis climática y la energética tendrán serios impactos sobre el modelo productivo, por lo que no se trata de cambiar o no, sino de que el cambio venga guiado por criterios de rentabilidad, impuesto por regímenes ecofascistas o guiado por criterios democráticos que busquen el bien común. Por ello, en nuestra sexta demanda apostamos, entre otras medidas, por reorientar la economía hacia el sector de los cuidados, fomentar el reparto del trabajo y reestructurar el tejido industrial de Navarra, sin perjudicar a la clase trabajadora. Como dice Yayo Herrero, no se trata de salvar sectores, se trata de salvar personas.
La última demanda responde a la necesidad de acercar la toma de decisiones a la ciudadanía respecto a la producción, distribución y comercialización de energía. La transición energética está generando ya enormes fricciones y agrios debates, frente a lo que proponemos la creación de una Asamblea Ciudadana en la que ciudadanas elegidas por sorteo estratificado pasen por un proceso de formación, información y debate que dé lugar a soluciones técnicamente posibles y socialmente justas. La calidad de las recomendaciones de la Asamblea Ciudadana por el Clima, mucho más cercanas a lo que necesitamos para abordar la crisis ecosocial que los planes actuales y aprobadas con un consenso de nada menos que el 90 %, nos muestra el potencial de esta herramienta de democracia deliberativa. En cualquier caso, continuar impulsando una transición energética de espaldas a la ciudadanía y perpetuando las desigualdades existentes bajo el pretexto de la urgencia (real, por supuesto) es precisamente la forma más fácil de poner palos en la rueda del proceso, debido a las resistencias que se pueden generar.
La crisis climática y la energética tendrán serios impactos sobre el modelo productivo, por lo que no se trata de cambiar o no, sino de que el cambio venga guiado por criterios de rentabilidad, impuesto por regímenes ecofascistas o guiado por criterios democráticos que busquen el bien común.
El manifiesto y las demandas están disponibles de forma íntegra en la web que impulsamos, donde también puede adherirse cualquier persona o colectivo que comparta nuestra visión. Entre los promotores del manifiesto se encuentran grupos como Extinction Rebellion, Jauzi Ekosoziala, Martes al Sol, REAS, Energia Gara, ELA, CGT/LKN, LAB... y son muchos otros los que han dado su apoyo a esta campaña. El camino que queda por recorrer para no quedarnos en una declaración de intenciones no es sencillo, pero estamos dispuestas a pelear por ello, porque es mucho lo que nos jugamos.
Una vez leímos que las crisis energéticas son como el dolor de muelas, que cuando las sentimos es que algo va mal, y si hoy la energía nos duele es porque, efectivamente, algo va mal. Pero nos negamos a tomar un analgésico y paliar los síntomas, queremos ir más allá y que ese dolor no lo sufran, una vez más, las clases populares. Adaptándonos a un techo ecológico, asegurando un suelo social.
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Me adhiero al artículo al 100%. Sin embargo, aunque creo que la transición debería de ser justa, también creo que no hay que hacer creer a la gente, que será inocua. En general, la Humanidad va a ser más pobre (en el término tradicional de pobreza). La Humanidad ha crecido hasta la superpoblación, los recursos han comenzado su declive, cada vez vamos a tocar a menos por cabeza. Necesitamos políticos valientes que se lo expliquen a la gente. Y que ofrezcan esa transición justa, en la que los recursos se administran con criterios de racionalidad, y no por las Leyes del Mercado. Necesitamos Gobernanza Global (ceder soberanía nacional), pues los fenómenos que nos amenazan son globales, y no nos libraremos de ellos encerrados en nuestros “países”. Hay que ir explicándole a la gente, qué cambios drásticos va a sufrir su vida y su visión del Mundo, y que la otra alternativa es la extinción tras horribles sufrimientos.