Opinión
Uno, grande y gris

Han pasado ya cinco días desde que estuvimos en la concentración y cada día me visita esa imagen varias veces. No sé cuánto dura. Viene, está y luego se va.
Una niña de unos tres años recorría con su bicicleta sin pedales el interior del círculo que formábamos las personas concentradas en la plaza. Jugaba con otros niños que corrían por allí. Les mirábamos jugar mientras escuchábamos a quienes se acercaban al micrófono a leer diferentes manifiestos, testimonios, poemas…
En ese momento alguien al micrófono ponía voz a un hombre gazatí que había escrito un texto sobre su día a día en la Franja de Gaza; hablaba de su lucha diaria, en las calles y en las plazas de su pueblo, por vivir y cuidar vidas de su familia y vecinos, mientras otros, cada día, invadían esas calles y plazas, para matar y destrozar vidas. Su testimonio era un emergente del grito de un pueblo expresando dolor, horror, perplejidad, clamando al mundo ayuda.
En ese mismo momento en el que leían el testimonio y los niños jugaban en medio de nuestro círculo, entró un coche por una esquina de la plaza. Pensé que daría marcha atrás al ver la concentración, pero no lo hizo. La baja velocidad con la que asomó el morro se debía a la esquina tan pronunciada que había tenido que salvar para entrar a la plaza, pero en cuanto tuvo el coche entero dentro, aceleró.
En el siguiente momento de esta imagen las personas que cerraban el círculo por aquella esquina tuvieron que abrir paso casi empujados por el morro de aquel coche largo, gris y abollado. Le pidieron con cuidado a su conductor que frenase; al darnos cuenta de que no escuchaba y de que no iba a frenar, empezamos a alzar nuestros brazos para pedirle que parase, señalando a los niños y niñas que jugaban en la plaza. Los que se movían a pie corrieron a refugiarse en las piernas de algún adulto del círculo, pero la niña más pequeña, la de la bicicleta, se quedó parada, con sus ojos llenos de miedo mirando como ese morro viejo, gris y sucio iba hacia ella. Afortunadamente un chico se adelantó y con un gesto rápido la recogió hacia atrás, hacia el círculo.
En el tercer momento de esta imagen algunas personas que estaban en la parte más próxima al coche se acercaron para pedir a ese hombre que se detuviera hasta que abriésemos el círculo lo suficiente para que pudiese pasar sin que nadie corriese peligro. Él empezó a gritar sin mirar, a embestir palabras con todo su cuerpo grande, gris y arrugado, como su coche. Entre sus embestidas pude escuchar un “¿Qué pasa, que no puedo pasar por aquí? ¡Que esta es mi plaza!”.
Afortunadamente, mientras embestía, unas cuantas personas crearon una barrera frente al morro del coche gris, que permitió que otras fuesen a dar la mano a los niños y niñas que corrían por allí y así, el círculo pudiese de nuevo abrirse para dar paso al señor gris, y ocuparse de que saliese de la plaza, su plaza, que también era la nuestra, lo antes posible.
Los tres momentos que componen esta imagen duraron en total menos de 20 segundos. Qué poco tiempo y qué mal cuerpo, qué susto tan grande. Tanto que ha dejado un rastro en forma de imagen que vuelve cada día, varias veces, y se va.
A la misma hora en la que sucedió todo esto en una concentración de unas 70 u 80 personas en una plaza de un pueblo de Cáceres, en las calles y plazas de las que habla el hombre gazatí en el testimonio que escuchamos también había otras 70 u 80 personas, que también se asustaron porque algunos señores entraban en sus calles embistiendo gritos y armas convencidos de que aquella plaza tenía que ser suya y no de la gente que la habita.
Quizá en el siguiente momento también se abalanzaron para proteger a sus hijos e hijas, pero en el siguiente, en el tercero, ya no pudieron ir a pedir a los señores que parasen. No les dio tiempo porque fueron masacrados. En ese siguiente momento todas, o casi todas las personas que estaban en aquellas calles y plazas de aquel pueblo de la Franja de Gaza estaban ya muertas. A ellas no les visitará ninguna imagen en los siguientes cinco días. Ellas no podrán hablar de lo que les pasó aquel jueves por la tarde.
Yo, que estoy asustada pero viva, puedo hablar de las imágenes que me visitan, de las de aquí y las de allí. Esta de aquí ya os la he contado. Es breve, son tres momentos. Se pasa. Las de allí, ya las conocéis. Nos las están contando cada día y no se pasan. No sé hasta cuando nos las podrán contar porque en ellas habita un pueblo que poco a poco está dejando de existir, víctima de un brutal y persistente genocidio. Y no somos capaces de hacer un círculo, en el mundo, que frene a esos señores grandes y grises y les acompañen a que salgan de la plaza de una vez.
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