Opinión
Nicaragua y la Guerra del Tiempo
Los caminos de la revolución son inescrutables. Carlos Mejía, autor de canciones como ‘Son tus perjúmenes mujer’ o el himno de la Revolución Sandinista, hoy forma parte de una variopinta oposición a Daniel Ortega.
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Periodista y escritor
El nicaragüense Carlos Mejía Godoy es autor de canciones como Qincho Barrilete, con la que ganó el Festival de la OTI en 1977. ¿Quién no recuerda María de los guardias, Son tus perjúmenes mujer o El Cristo de Palacagüína? Enraizadas sus canciones en el folklore y en la temática social y política de su país, perteneció FSLN y, tras el triunfo de la Revolución Sandinista de la mano de Daniel Ortega, formó parte del Consejo de Estado de Nicaragua. Como se sabe, el sandinismo fue derrotado por la Contra, un ejército de mercenarios financiados por la CIA con dinero del narcotráfico y la venta de armas a los islamistas de Irán (véase el modelo, referido al derrocamiento del guatemalteco Jacobo Árbenz, en Tiempos recios, última novela de Mario Vargas Llosa). Pero el sandinismo dejó un lema inolvidable: afirmaba que entre el cristianismo y la revolución no hay contradicción. Aquel cristianismo se basó en la Teología de la Liberación que surgió del Concilio Vaticano II y la revolución era de corte marxista. Redentora simbiosis. Carlos era y es profundamente cristiano y no deja de considerarse auténtico sandinista. Hoy, auto-exiliado en EEUU, lucha por una nueva causa: derrocar a Daniel Ortega y, en Sevilla, actuó a favor de la Asociación nicaragüense por la Gracia de Dios y tuve ocasión de conocerle personalmente.
El sandinismo dejó un lema inolvidable: que entre el cristianismo y la revolución no hay contradicción
Del anecdotario vital con el que Carlos Mejía animó la reunión, recojo una anécdota significativa para los propósitos de este artículo. En tiempos revolucionarios un amigo le prestó un ejemplar de El único camino, de Dolores Ibárruri, más conocida por La pasionaria. El ejemplar pasó de mano en mano y de lectura en lectura y volvió a Carlos y de este al dueño, que se afligió por el estado lamentable en que lo recuperaba. Carlos le prometió entonces, sin saber cómo lo lograría, que le proporcionaría otro ejemplar firmado por la misma Dolores Ibárruri. Una década después, en la Transición española, Carlos pudo entrevistarse con Dolores Ibárruri en Madrid y cumplir su promesa.
Días más tarde del encuentro con Carlos Mejía, asistió a estas reuniones otro nicaragüense, nacionalizado español y también antiguo combatiente en los años de la Revolución, que volvía tras varios meses en Nicaragua. Decía que había ido para conocer de primera mano “en qué se había equivocado la izquierda” y que "volvía de una guerra en la que el sandinismo perdería, no porque no llevara razón”. Su alegato fue expresado con vehemencia, e indignación cuando acusó a los que “van a inclinarse ante el Departamento de Estado norteamericano e implementarán, cuando agarren poder, políticas neoliberales”. Obviamente estos no pueden ser los orteguistas ni los verdaderos sandinistas que aún queden. Achacaba la pérdida de apoyo popular del Gobierno actual al error de reprimir violentamente a los que protestaban por el recorte de las pensiones (hoy se contabilizan más de 300 muertos). Y, como yo le preguntara a qué se debió ese “error”, me respondió: “Por prepotencia”. Con un sentimiento de impotencia, tras el frustrado intento de EEUU de expulsar a Nicaragua de la Organización de Estados Americanos (OEA), se mostraba preocupado por el aumento de las sanciones económicas anunciadas para noviembre por la Administración Trump que empobrecerán más a su pueblo. Es la guerra por otros medios.
En suma, ejemplificando la división de la oposición a Daniel Ortega, ambos personajes parecían perdidos en esa guerra colonial que atraviesa los tiempos, huérfanos de una Idea que dignificó su bello y pobre país y alimenta su nostalgia.
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