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Procés
Ser español en Barcelona en los tiempos de hostias
Me mudé a Catalunya hace aproximadamente un año y estoy muy orgullosa del pueblo catalán. No soy catalana pero me corresponde, como demócrata, apoyar el derecho a la autodeterminación. Si somos incapaces de entender que esto no son dos lados enfrentándose, sino el Estado ejerciendo la violencia contra la población civil, estamos sentando un precedente.
Alcanzo la manifestación que sale de mi barrio a las once de la mañana. “Aquí están los antifascistas!”, “llibertat presos polítics!”, “avui és vaga, avui no es traballa!”. El vecindario responde de muchas maneras. La mayoría pasa de largo, hay un par con Síndrome de Tourette, aplausos, bocinas, ancianas que saludan desde balcones y gente que se va incorporando. Un sujeto inquieta un poco más, nos sigue durante toda la manifestación con el móvil, acercándose para grabar desde distintos ángulos. Le preguntamos qué hace y él responde que trabaja para el servicio de obras públicas. Por un momento pienso que tendría que haberme traído algo para cubrirme la cara aunque como dice que trabaja para la infraestructura pública no tengo porqué preocuparme, ¿no?
Al llegar a una rotonda nos convertimos en manifestación y abrimos la pancarta reversible: por un lado hay una referencia a nuestro barrio y por otro, un mensaje generalista. Para cambiarla, los que sujetan el lado derecho tienen que ir corriendo al izquierdo. Imaginad a dos jubiladas, un punki y un encapuchado corriendo para no paralizar la marcha mientras hacen maniobras para cambiar de sentido un cartel de 7 metros. El márketing es el márketing, uno se debe a su público. Ya en Meridiana nos topamos con una de las grandes marchas que viene caminando desde hace días. Hay tantísimas personas ocupando la carretera que tenemos que esperar durante una hora y media para encontrar un hueco donde meternos. Mientras esperamos la oportunidad converso con la gente.
No están muy contentos con el Sr. Rufián. “Su retórica de ampliar las bases me puede comer el coño”, comenta una chavala. “Este hombre se apropia de manifestaciones de otros, permite que nos peguen, dice que la violencia no nos representa, como si viniera de nosotros. Qué nos representa, ¿su Llei Aragonés que va a privatizar los servicios públicos?, ¿eso nos representa? Hasta mi abuela lo ha entendido. Te pegan una vez, te pegan otra, te pegan otra y al final respondes. Sus menciones a los containers, que le importan más que los hijos a los que pegan, me comen el coño. Tengo un cabreo encima…”.
Por fin logramos meternos y me emociono porque hay gente por todos lados. “¿Sabes?”, me dice una señora. “El otro día leí un artículo sobre La Canadiense donde decían que tras 44 días de protestas cortando la luz y el transporte, el Gobierno declaró el Estado de Guerra, militarizó la ciudad y llamó a los de la CNT terroristas. Pero esos terroristas consiguieron la jornada de 8 horas”. Llegamos a Fabra i Puig, que está a rebosar, y nos dispersamos para comer.
A la tarde, ya en el metro de camino a la concentración, hablo con un par de vecinas:
-Pues verás, yo a mi hijo le he hablado de protección. Con la violencia policial extrema nos hemos ido al Decathlon a comprar gafas de submarinismo para los gases lacrimógenos y las bolas. Todo es como surrealista… mientras las comprábamos estaba llamando a mi otro chaval, que se queda en casa, para decirle que tenía pollo empanado en el frigorífico.
-Sí, dicen que las gafas se han agotado en las tiendas.
-No entiendo cómo el resto de España se está tragando el relato de La Sexta. Con estos energúmenos. --Mirad este vídeo de un placaje, cuánto mal hacen las pelis americanas. Y Ferreras un día sí y otro también soltando bilis.
-Sí, este llegó a defender un referéndum pactado. Le han tenido que untar.
-Donde dije digo, digo Diego.
-Que nuestros hijos son los malos de esta historia… Me pongo mala. Estos chavales de 16, 18, 20 son los que iban a la diada en el 2012 con sus padres. Han mamado todo el abuso.
-Sí, para Ferreras y los medios españoles ellos son los malos, los terroristas. Mientras que los grupos de nazis que se están organizando por los barrios son los constitucionalistas, los portadores de banderas, los unionistas. Qué vergüenza.
Llegamos a la concentración en Diagonal y nos sentamos en el asfalto, que ha sido tomado por los catalanes, tranquilos. Los chavales juegan al Uno. Yo me siento con adultos, ya estoy en esa etapa. Muy pronto la cosa se empieza a calentar. Demasiado pronto. Ya empieza a oler a fallas. Suenan los helicópteros de fondo. “Esta gente se debe pensar que esto es Kosovo”, le comento a una señora. “Lo hacen a propósito para hacer reconocimientos faciales y generar clima de tensión”.
Vamos caminando hasta un cruce de caminos y de repente todo el mundo empieza a correr. Una pequeña marabunta. A mí me entra el pánico y también corro. Al parecer están cargando. Nos paramos a unos metros porque está ocurriendo lejos de nosotras. Me giro a una chica del grupo y le pregunto tocándola “estás bien, estás bien”. Y me baja la regla de golpe del susto. Y ella me dice que sí. Recibo un mensaje de un amigo de Madrid. “¿Estás bien? Por la tele parece Vietnam”. “No siento las piernas”, le respondo. Me dicen rápidamente que volvamos todos al punto de encuentro. Allí hay un grupo de veintipico de nosotros, heterogéneo como el que comenzó.
“A ver. Todo el mundo tiene el grupo de WhatsApp de ubicación”. “¿El qué?”, pregunto. “Mete a Isabel. Si te pierdes, te quedas sola, escribe a este grupo”. “Vale”, respondo. “Uy, no llevas un número de teléfono pintado en el brazo?” “¿El qué?”, pregunto de nuevo. “Sí, es protocolo. Recuérdame que te lo explique luego”. Saca un rotulador y me escribe dos números de teléfono. “Uno es el del abogado en caso de que te detengan y otro es el mío”. “¿El qué?”, repito. “Sí. Te cogerán el teléfono así que apágalo cuanto antes. Luego te envío una serie de directrices de preparación para estas concentraciones pero lo primero que tienes que hacer si te detienen es llamar a estos números y pedir un reconocimiento médico previa entrada en comisaría”.
Miro a mi alrededor y veo gente encapuchada y de nuevo pienso que, joder, me tenía que haber encapuchado, para protegerme un poco. Destaco mucho en caso de que la Policía empiece a cargar. Algunos optamos por volver y otros se quedan. Les esperaremos en el casal vecinal. Han preparado caldo calentito y mientras lo tomo reflexiono: he perdido la fe en el Estado español. Y es un shock que se te rompan así los esquemas.
Cuando se cantan las consignas, me uno a todas menos a la de “in, inde, independència” porque entiendo que le corresponde a los catalanes tomar esa decisión, y a mí apoyar que puedan tomarla
Me mudé a Catalunya hace aproximadamente un año y la verdad es que estoy muy, muy, vamos, infinitamente, orgullosa del pueblo catalán. Y no es por ser más papista que el papa. No soy catalana y de hecho no llevo el tiempo suficiente aquí como para sentirme identificada como tal. Me gusta ser madrileña. Cuando se cantan las consignas, me uno a todas menos a la de “in, inde, independència” porque entiendo que le corresponde a los catalanes tomar esa decisión. Y a mí, como demócrata, apoyar que puedan tomarla y defendernos todos juntos de los ataques a las libertades.
No os creáis que esto os pilla de lejos porque si damos el visto bueno a la hora de la policía de la que habla Víctor Lapuente en el eldiario.es, dejando que se revienten ojos, se usen gases lacrimógenos, se demonice a una juventud a la que no le quedan otras vías, estamos sentando un precedente. Si permitimos que se arreste a gente por manifestarse pacíficamente, que se abran maletas, se incauten banderas, se retenga a manifestantes durante diez horas en comisarías, se detenga a periodistas, estamos sentando un precedente. Si solo consumimos medios de comunicación que criminalizan a la juventud catalana, a los catalanes en general, que utilizan palabras como KaleBorroCat (muy ingenioso, la verdad) para aplicar fuera de contexto leyes antiterroristas, estamos sentando un precedente.
Nosotros también somos españoles, lo que pasa es que tenemos una concepción completamente distinta del Estado y del derecho de autodeterminación de los pueblos
Si somos incapaces de entender que esto no son dos lados enfrentándose, dos familias, la famosa “convivencia” de Pedro Sánchez, sino el Estado ejerciendo la violencia contra la población civil, estamos sentando un precedente. Si permitimos que reconocidos grupos nazis y de extrema derecha como los boixos, portando iconografía fascista, haciendo el saludo nazi, todo grabado y muy bien registrado, sean denominados por la prensa seria nacional como “portadores de banderas de España”, “constitucionalistas”, “unionistas”, estamos sentando un precedente. Unionista soy yo, que nací y me crié en Madrid, hablo solo castellano y me siento castellana. Ellos son fascistas. No tienen el monopolio de la españolidad. Nosotros también somos españoles, lo que pasa es que tenemos una concepción completamente distinta del Estado, del derecho de autodeterminación de los pueblos, de lo que fue la transición, de la democracia, de la separación de poderes y, por supuesto, de la violencia institucional. Tenemos la responsabilidad de leer prensa que no blanquee el fascismo. Y ya que la nacional no lo está haciendo, recurramos a la internacional, a Twitter. Porque los datos están ahí. Últimamente pienso mucho en qué no habrá pasado en los años 80 en el País Vasco, si aquí estamos siendo testigos de un abuso policial con más jolgorio que una rave valenciana habiendo cámaras, redes sociales, visibilidad y sin un grupo armado que justifique la violencia policial. Qué no habrá pasado si la única información que recibíamos entonces venía de esta prensa que está haciendo un trabajo tan sui generis.
Catalunya
Vivir en otro mundo
Las reacciones a la sentencia contra el Procés de Catalunya se han producido desde muchos ámbitos sociales y culturales, también internacionales. Sin embargo, los medios de comunicación nacionales siguen tratando estas protestas como una cuestión de orden público provocada por independentistas exaltados.
El Estado sabe que tiene que lograr mantener el relato de que son un grupo de chavales violentos, que no representan los intereses de nadie, que están quemando contenedores y destruyendo espacios públicos porque no tienen nada mejor que hacer. El estado tiene que vender que se trata de jóvenes aleccionados por partidos de dudosa calidad democrática como la CUP, que tiene la desfachatez de presentarse a las generales (el sueldo sí que lo cobrarán los muy vagos, ¿eh?); así de paso van allanando el camino para la aplicación de Ley de Partidos. Tiene que mantener el relato de que estos jóvenes son los que están enquistando la posibilidad de negociar. El Estado sabe que como no juegue bien sus cartas y controle a la opinión pública se abre la caja de pandora de los muchos déficits de nuestra constitución y que otros colectivos pueden empezar a cuestionarse valores inamovibles, especialmente el de la monarquía. Por eso se están dedicando a lanzar vídeos propagandísticos para afirmar que esta es una democracia consolidada, que si yo he ido al espacio, que si hola soy Richard Gere y el Dalai Lama y los chakras me dicen que esto es una democracia consolidada. Hola, soy la profe escocesa que enseña inglés a Rajoy y esta es una democracia consolidada; os digo yo que a los escoceses les dejaron decidir porque la situación era distinta y que esta es una democracia consolidada. Somos lo más. Me recuerda un poco a Steve Urkel preguntando “¿he sido yo?” después de haberse cargado un armario.
Creo que el Estado está un poco preocupado y está experimentado cuánta violencia se puede ejercer sobre la población sin que se rompa el relato de que los violentos son los otros
Creo que el Estado está un poco preocupado. Se encuentra en fase de experimentación: cuánta violencia se puede ejercer sobre la población sin que se rompa el relato de que los violentos son los otros. Están probando, como Modi en Cachemira, cuántos votos ganas con el discurso del buen patriota. Ese de “si eres una persona de bien todo vale para impedir que rompan el único concepto de España que existe”. Tenemos la obligación demócrata de defendernos ante estos ataques porque el modelo de gestión del conflicto catalán es una franquicia exportable.
Estamos ante una encrucijada. Podemos entender que no son dos partes enfrentadas que tienen que llegar a un acuerdo sino que se trata de represión institucional, y actuar en consecuencia. O podemos seguir siendo espectadores y tragarnos un relato surrealista que apuesta por tapar un problema intapable y que además va a dejar bien sentadas una serie de bases represivas que se podrán aplicar a cualquier otro problema que el Estado quiera quitarse de encima. Nosotros decidimos cómo queremos que les salga el experimento.
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