Opinión
Palabras para tapar un crimen: la retórica israelí contra Palestina

Ocurre una y otra vez. El uso de etiquetas criminalizadoras se ha convertido en el arma política para justificar la violencia contra los palestinos y contra cualquier opositor al sionismo, reforzando un sistema punitivista amparado en la idea de la autodefensa israelí, enfoque del derecho penal que antepone la venganza para castigar y reprimir a aquellos que cometen delitos o transgreden las normas sociales. La eterna simplificación del discurso y deformación de las palabras. La venganza bien servida. Todo sirve para respaldar una atrocidad cuando se incrusta la venda de la inhumanidad.
Más allá del objetivo de Israel con esta ocupación de la tierra “prometida de Dios" —argumento válido para desplazar y asesinar hoy a una población ya asentada desde hace años con identidad propia, nótese la ironía—, es relevante analizar cómo la narrativa de la autodefensa israelí —que actúa como estrategia para seguir colonizando— justifica atrocidades y un castigo colectivo, consolidando la lógica de venganza institucional con este genocidio, calificado así por una comisión nombrada por las Naciones Unidas (ONU).
En periodismo se enseña a diferenciar bien los conceptos para no deformar el significado de las palabras. Resulta preocupante ver cómo el gobierno israelí desgasta términos como ‘terrorista’, ‘pro-Hamás’ o ‘antisemita’, entre otros, para criminalizar a todo opositor del Estado de Israel. Además de tildar a los activistas de la Global Sumud Flotilla de “terroristas” en varias ocasiones, el ministro de Exteriores de Israel, Gideon Sa’ar, tachó al presidente español Pedro Sánchez de “antisemita” por pedir la expulsión israelí de las competiciones deportivas.
De la palabra a la criminalización
Cuando Israel usa términos como ‘terrorista’ o ‘antisemita’ únicamente para definir a unos grupos o individuos en concreto, altera su sentido, las palabras pierden su significado y actúan como herramientas de manipulación. Es crucial analizar el efecto de estas etiquetas criminalizadoras, algo que, desde la perspectiva sionista, nutrida de ideas punitivistas, tiene sentido.
Ejemplos recientes refuerzan esta estrategia: en Reino Unido, manifestantes propalestinos fueron tildados de “terroristas” el pasado mes de agosto por el primer ministro, Keir Starmer, y la ministra del Interior, Yvette Cooper. El Gobierno británico prohibió la organización Acción Palestina bajo la Ley de Terrorismo de 2000, que permite multar y dejar en prisión a los activistas hasta 14 años. Hubo más de 500 arrestos. Los delitos: llevar carteles que mostraban la oposición al genocidio y el apoyo a Acción Palestina, y llevar a cabo daños materiales. El delito de Acción Palestina: traspasar vallas de la base aérea de Brize Norton para pintar de rojo los motores de las aeronaves y provocar daños en la estructura. Volker Türk, alto Comisionado de la ONU, señaló que el gobierno británico “confunde la libertad de expresión y otras conductas con actos de terrorismo”.
En Estados Unidos, se firmó un decreto que permitió deportar a estudiantes por manifestarse a favor de Palestina para combatir el “antisemitismo”. Durante la campaña electoral de 2024, Trump prometió deportar a los “radicales pro-Hamás”. Incluyendo a uno de los líderes de numerosas manifestaciones propalestinas de 2024, Mahmoud Khalil, a quien Trump señaló como un “estudiante extranjero radical pro-Hamás”. Fue detenido, como decenas de manifestantes que se movilizaron para pedir su liberación.
España. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, acusó al PSOE y a Más Madrid de ser cómplices de Hamás. “El pueblo sufre a Hamás. Ustedes están con Hamás”. Una dinámica que se extiende no solo en Israel, sino en distintos países del mundo, donde el castigo, la represión o la criminalización se presentan como fines en sí mismos. Resulta contradictoria la manera en la que, tras haber analizado la educación autoritaria desde que nacemos y tras entrevistar a expertas que sostienen que el castigo solo funciona a corto plazo, se insiste en la violencia como solución. Resulta contraproducente si lo que se busca es justicia.
El discurso político a nivel mundial hoy construye una narrativa en la que el castigo se percibe como algo moralmente justo, como se puede ver en cada ejemplo mencionado anteriormente y con lo que se ha podido observar incluso con los activistas de la Flotilla Global Sumud.
Carlos de Barrón, periodista de El País a bordo de la Flotilla, relató para Cadena SER en el programa Hora 14 ‘Fin de Semana’ el trato recibido en prisión: “Desde el primer minuto ha sido inhumano, hay una frase que lo define muy bien: cuando varios presos han solicitado insulina para dos rehenes con diabetes, la respuesta ha sido ‘no hay doctores para animales como vosotros’. Agresiones, humillaciones, privaciones de sueño… La comida que nos proporcionaban estaba siempre caducada”.
En los comentarios del vídeo difundido por Instagram, mucha normalización de la violencia, cuestionamiento y risas. Un usuario comenta que tendrán que dar las gracias a Israel “cada día que se levanten por dejarles vivos”. Otros defienden que “Israel solo los obligó a bañarse y le llaman tortura” o que no se les ve “muy maltratados”. Algunos se alegraban: “Poco os hicieron” y “¿recibieron agresiones físicas? Pues qué suerte han tenido”.
Otro periodista y colaborador de Público a bordo de la Flotilla, Néstor Prieto, decía para este mismo medio que permanecieron durante cuatro horas en el patio de la cárcel con las manos detrás del cuello: “Me agarraron del pelo, me dijeron ‘mira al suelo, trozo de mierda’, a las tres horas llegó Ben-Gvir y fue él quien habló de aplicar un protocolo ‘antiterrorista’, hizo un show señalándonos ‘tú eres un terrorista’”.
Marcar el terreno
El historiador Rashid Khalidi, en su libro Palestina, cien años de colonialismo y resistencia explica que el sionismo se nutre del poder y de crear un adversario para deslegitimar al “enemigo” y resumir la problemática en ‘buenos vs malos’, generando un discurso reduccionista, simplista e inhumano.
Hay un patrón histórico. No solo se denomina a los palestinos desde lo que no son, “población no judía”, en lugar de árabes —buena parte de ellos—, como hizo Theodor Herzl, considerado el padre del sionismo reivindicador del nacionalismo judío en el siglo XIX, sino que apunta que los “colonizadores europeos”, que buscaron “suplantar o dominar a poblaciones autóctonas [...], se han referido “siempre a ellas en términos peyorativos”.
“En todas las administraciones estadounidenses desde Harry S. Truman ha habido personas involucradas en las políticas sobre Palestina que creen que los palestinos, existan o no, son seres inferiores a los israelíes”. Algo que se demuestra en repetidas ocasiones en la actualidad. Como recogen los medios Haaretz y Euronews, en 2016, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, declaró que rodearía Israel para protegerse: “Debemos protegernos de los animales depredadores”.
Por su parte, The Times of Israel señala que Eli Ben-Dahan, exviceministro de Defensa de Israel, mostró su rechazo hacia los palestinos cuando habló en 2023 para una radio: “Para mí, son como animales, no son humanos”. Moshe Feiglin, exdiputado israelí de extrema derecha, subrayó que “cada niño en Gaza es un enemigo” y admitió, de paso, que los israelíes estaban en “guerra contra la existencia de Gaza”, que no Hamás, en declaraciones para la cadena Canal 14.
“El enemigo no es Hamás, ni siquiera el ala militar de Hamás, como nos afirma el jefe de la fiscalía militar, cada niño en Gaza es el enemigo, tenemos que conquistar Gaza y colonizarla, no hay otra victoria”. Yoav Gallant, exministro de Defensa israelí que aparece en uno de los vídeos de Instagram del popular medio Aljazeera, afirmó estar luchando contra “animales humanos” en 2023.
Netanyahu dio un discurso en el asentamiento Ma’ale Adumim el pasado mes de septiembre, como recoge Aljazeera, donde reafirmó su promesa de que no habrá un Estado palestino: “Este lugar nos pertenece”. En todos los ejemplos mencionados se observa estigmatización y el marco narrativo de la deshumanización, etiquetas generalizadoras, se dan condenas morales sin explicación, se cuestiona la pertenencia y se normaliza el lenguaje peyorativo y la violencia. Elementos del punitivismo, que no promueve el diálogo o la integración, sino que resume la sociedad en inocentes y en culpables, y aboga por el castigo como fin.
Ze’ev Jabotinsky, líder sionista defensor del militarismo en Israel, repudiado en su momento por simpatizar con ciertos elementos del fascismo, como el autoritarismo o el nacionalismo, defendía la idea del uso de la fuerza para garantizar la existencia de Israel. “La colonización sionista [...] solo puede avanzar bajo la protección de un poder independiente de la población autóctona [situado] tras una muralla de hierro que esta no pueda traspasar”, recoge Khalidi. De este toma ejemplo Netanyahu, afirmando en su libro Un lugar entre las naciones, que los palestinos solo pueden vivir como “extranjeros” bajo dominio israelí. En 2015, y lo recoge el Gobierno de Israel en su web, el primer ministro israelí expresó, en la conmemoración de Jabotinsky, que este “sabía que una patria no se entrega como un regalo”. Para este, solo un país “capaz de luchar contra sus enemigos y controlar su destino puede garantizar su derecho a la existencia”.
“El legado que cultivó y legó a nuestro pueblo [...] se transmitió a las organizaciones clandestinas que lucharon por nuestra independencia y, posteriormente, a las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI)”. Fuerzas de Defensa que hoy buscan dejar Gaza “plana”, incluso aunque los rehenes regresen, como muestran los propios soldados en conversaciones con el tiktoker palestino Hamzah (@Hamzah en TikTok).
En otra conversación, otro soldado confirmó no importarle los habitantes: “Bombardearé Gaza, la destruiré, quiero que muera toda Gaza, lo quiero convertir en un centro comercial”. Haciendo un repaso, casi todos en los que el tiktoker habla con ciudadanos israelíes —excepto uno en el que aparece un joven israelí con el que puede debatir en serio y el trato es humano por parte de ambos— son de burla, risas, insultos y uno hace como que le dispara. El ‘ojo por ojo, diente por diente’ ideal. La medicina perfecta.
Netanyahu continuó con su discurso. “Jabotinsky dijo: ‘durante siglos, las naciones del mundo se habían acostumbrado a oír que los judíos eran derrotados aquí y protegidos allá [...] Es hora de mostrar al mundoun fusil judío con una bayoneta judía’”. Acto seguido incluía el principio del Muro de Hierro del líder sionista. “Un poderío militar continuo que se fortalece. Esta era una creencia inquebrantable en la justicia del sionismo [...] Nuestra constante fuerza y resiliencia los llevaría a reconciliarse con nuestra existencia”. Fuerza y reconciliación en una misma frase.
Hoy se pone en duda que la reconciliación sea el objetivo de Israel, pese a que Netanyahu afirmara, hace no mucho, tal y como señala The Times of Israel, no querer ocupar Gaza. El discurso de Netanyahu es tramposo: por mucho que diga que busca la paz, la coexistencia, no dominar a los palestinos —como se saca del discurso que dio en la Universidad Bar Ilán en el año 2009 y que registra el gobierno israelí— es relevante preguntarse: ¿a qué precio quería llegar Israel a esa paz o convivencia con los palestinos? En ese mismo discurso asegura que cuando la ONU propuso la partición en 1947 para que conviviesen ambos estados, el árabe y el judío, los árabes se negaron.
Como si los palestinos tuviesen que olvidar toda la opresión que sufrieron mucho antes y el establecimiento de las colonias judías con el apoyo de la Declaración de Balfour de 1917. Una declaración que buscaba crear un “hogar nacional para el pueblo judío”. Una cosa es lo que se dice y, otra, lo que se hace. Resulta curioso negar la creación de un Estado palestino, como ya se ha mencionado, y hacer uso de la fuerza que defiende Jabotinsky, de quien coge ideas Netanyahu para buscar la soberanía israelí. El uso de la violencia carece de sentido si lo que se quiere es transformar la sociedad.
Pensar para construir
Decían la educadora social y graduada en Derecho, Laura Macaya, y el abogado José Castilla durante la charla sobre las alternativas al enfoque punitivo del evento Alianzas Rebeldes celebrado en Sevilla el pasado 3, 4 y 5 de octubre que, a mayor daño, mayor “necesidad de un proceso restaurativo”, porque cuando lo que se busca es una vida en comunidad, no tiene sentido no optar por la transformación. La justicia restaurativa busca transformar las condiciones cuyo objetivo es la “mejora de la convivencia” a través de la “reparación de los daños de todas las partes” y este es el paso “necesario” para conseguir restaurar la “convivencia comunitaria”.
El 'ojo por ojo' diente por diente' hace entrar en un bucle sin salida, por lo que el uso de la fuerza, defendido por Jabotinsky y Netanyahu, no tiene sentido, ya que no generan transformación ni convivencia.
“El sistema penal no debe basarse en el sentimentalismo y no se puede tomar el poder desde un lugar de dolor en el que uno se mueve a través de la emoción, porque piensas cosas terroríficas”, añade esta divulgadora en la charla “Antipunitivismo con Laura Macaya” para el pódcast de Sabor a Queer. Hace hincapié en que se ha “perdido” el hecho de quela violencia es algo estructural. “Ahora hay que activar toda la racionalidad colectiva para solucionarlo, pero no para que tú hagas tu numerito, esto no va de numeritos”, subraya.
Con todo, no es casualidad que hoy la Corte Penal Internacional haya emitido una orden internacional para arrestar a Netanyahu por crímenes de guerra y lesa humanidad. La historia no comenzó el 7-O con los actos de Hamás: los primeros congresos sionistas datan de 1897 y 1898. Pero, incluso aunque así fuera, ¿es proporcional el uso de la violencia de Israel a la de Hamás? 1.200 asesinados y 251 secuestrados por Hamás frente a 67.000 asesinados —y faltan por contabilizar los miles de desaparecidos—, tal y como contabiliza Naciones Unidas (ONU). No pueden mentir todas las organizaciones mundiales ni todos los medios del planeta.
La historia, según defensores de la nación judía y del único Estado de Israel, comenzó con Judea. Sin embargo, antes existía la región de Canaán —habitada por otros pueblos y tierra que abarcaba los actuales Palestina y el Estado de Israel hasta Líbano, entre otros—. Incluso en la Edad de Bronce ya existían las ciudades de Gaza, Jerusalén y Jericó, “origen del pueblo palestino”, según la prestigiosa revista cultural National Geographic en su artículo Palestina: breve historia de una tierra siempre en disputa. “El territorio ha cambiado de manos frecuentemente [...] y fue ocupado en varias ocasiones por otros pueblos semitas como los hebreos, los fenicios o los cananeos”, subraya. En 1150 a.C. llegaron los filisteos y el encuentro con los hebreos derivó en los “primeros conflictos” por el control de la tierra. “Este momento histórico originó los reinos de Israel y Judá”.
Ahora bien, aunque la historia comenzara en Judea, ¿es justificable la violencia, el lenguaje criminalizador, la destrucción de inmuebles y el desplazamiento forzado, entre otros, para ocupar una tierra donde antaño convivían judíos y árabes? ¿Cuántos 7-O ha vivido el pueblo palestino? La aniquilación del otro no es argumento válido cuando lo que comienza como autodefensa se transforma en doctrina y, esta, en justificación. Mucho menos cuando la etiqueta sustituye a la empatía y la venganza se disfraza de justicia.
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