Raúl Incertis: regreso del infierno cotidiano de Gaza

Este médico anestesista ha regresado de Khan Younis, donde durante cuatro meses ha estado trabajando en unas condiciones inhumanas para atender a miles de personas víctimas de los ataques israelíes.

Raúl Incertis, el médico anestesista español que ha regresado después de cuatro meses en Gaza, tiene claro que seguirá dando entrevistas. Es, en este momento, lo que puede hacer para ayudar a la gente que ha dejado atrás. Comenta que está “como en una nube”, pero bien, porque según reconoce “es como si hubiese salido de una prisión” y, aunque a veces le asaltan algunas de las imágenes que vio —a través de recuerdos o en los grupos de Whatsapp que sigue compartiendo con sus compañeros del hospital de Khan Younis en el que ha trabajado todas estas semanas—, dice que hay algunas de esas escenas que permanecen escondidas en su memoria.

Las imágenes son más fáciles de describir que de imaginar para quienes no hayan vivido el infierno que narra en la entrevista con El Salto. Cuerpos mutilados, amputados, quemados, aplastados. Proyectiles de bala en la cabeza, en el tórax, en los genitales. Niños y niñas muriéndose de hambre. Es la experiencia que ha vivido en uno de los pocos hospitales que permanecen en pie en Gaza, pese a los seis ataques directos que ha sufrido el centro.

Cómo Incertis decidió llegar a Gaza

¿Qué llevó a este médico a estar en uno de los puntos más peligrosos del planeta, que él mismo ha descrito como un 11M diario, en referencia a la situación vivida tras los ataques terroristas en la ciudad de Madrid en 2004? La historia comienza hace unos años, explica este anestesista nacido en 1982 en Madrid, y tiene que ver con lo que llama una búsqueda de “sentido” en su vida.

Hace cinco años se metió en Médicos sin Fronteras. Con esta organización estuvo en Afganistán y en Yemen, dos territorios en los que vio los estragos del hambre y de la guerra, pero no comparables a lo que ha visto en Palestina. “El contexto es diferente porque este es el contexto de un genocidio, en los otros casos, no”, dice, tajante. “Son cosas diferentes: tiene que ver con el volumen, pero también tiene que ver con la inseguridad que tú sientes, tiene que ver con la inseguridad que sienten tus compañeros, sobre todo”, desarrolla.

En octubre de 2023, cinco días antes del día 7, el que lo cambió todo, Incertis llegó a Gaza. Se trataba de una misión “normal y corriente”, explica, pero el equipo en el que iba se encontró con la venganza lanzada por Israel tras los ataques de Hamás y otras milicias contra la administración colonial israelí. Los facultativos y voluntarios se vieron atrapados.

“Esas tres semanas que estuvimos los cooperantes internacionales —que tuvimos que estar todos juntos— cambiamos de lugar cinco veces huyendo de las bombas, pasamos muchísimo miedo, pensamos varias veces que íbamos a morir y quienes nos ayudaron realmente fueron los gazatíes, los conductores de Médicos sin Fronteras, sobre todo, pero también otros gazatíes que nos llevaban a lugares seguros, nos traían comida, nos traían agua y eso que entonces ya había escasez”.

Después de esa experiencia, algo había cambiado, explica. No en vano, habían vivido las vidas de las personas obligadas a desplazarse, las mismas carencias y los mismos temores, “con la salvedad de que nosotros sí que podíamos regresar a casa, aunque no sabíamos cuándo”. En aquellas tres semanas no pudieron acercarse a los hospitales porque el Ministerio de Salud de Gaza lo desaconsejaba por el alto riesgo; “no había corredores humanitarios”. Salió de allí con sentimiento de culpa, detalla.

La mezcla de la indignación por lo que estaban contemplando, la culpa por no haber podido ayudar “y querer devolverles el favor” por el auxilio recibido, fue la motivación para regresar, un año y medio después, al escenario en el que Israel está cometiendo un crimen de incalculables consecuencias para el conjunto de la humanidad.

“Ellos, por mucho que digan que están bombardeando a alguien de Hamás, desean matar a toda a todos los civiles que están alrededor de esa persona”, dice incertis

Estuvo en Líbano con Médicos sin Fronteras y allí conoció al equipo de la ONG con la que ha llegado a Gaza, la canadiense Glia. Lo hizo bajo el amparo de la Organización Mundial de la Salud, dependiente de Naciones Unidas. El primer traslado fue hacia Jordania y, desde ahí, en un autobús escoltado por el ejército israelí, llegó a Gaza por segunda vez en dos años. El territorio que conoció en octubre de 2023 había cambiado por completo:

“En octubre del 2023 cuando habían caído muchísimas bombas, Gaza todavía estaba en pie. Ahora es como si hubieran caído cinco bombas atómicas —que son las que han caído en realidad. Porque, si sumas la carga explosiva de todas las bombas que han caído, más de 100.000 toneladas, eso es aproximadamente cinco bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki—. Y lo ves en el paisaje. He recorrido Gaza de arriba abajo, salvo Rafah, y está todo arrasado. Menos una pequeña porción en el centro que se llama Deir al-Balah, todo lo demás es como la película de Mad Max. Hay algunos edificios en pie, pero están parcialmente destruidos. La infraestructura sanitaria ha sido destruida. Había más de 30 hospitales, ahora quedan menos de 15, pero funcionando mal, y no son todos públicos. Había aproximadamente 16 hospitales públicos y ahora quedan tres en funcionamiento, funcionan también muy mal y son atacados. Se ha arrasado con las universidades, han arrasado plantas potabilizadoras, han arrasado los colegios, ya no hay escolarización. Es difícil de describir, pero está todo en ruinas”.

Llegó a Gaza pocos días después de que Israel decidiera romper unilateralmente el alto el fuego iniciado en marzo. Eso cortó las esperanzas de miles de gazatíes. No hay esperanzas en un futuro que nunca volverá a ser como el pasado que quedó atrás: “Ellos saben que ya no van a volver a su casa, piensan que a saber dentro de cuántos años podrán reconstruirse la casa que acaban de perder”.

En estos meses no ha habido espacio para pensar en una solución. “Hubo algunos momentos en los que parecía que iba a haber un alto el fuego, especialmente hace un mes, que sí que noté cierta ilusión, pero muy contenida, muy, muy contenida, porque ellos llevan ya prácticamente dos años con promesas de alto el fuego que no se concretan. Entonces, la población está desesperanzada, no tiene esperanzas, tiene un deseo, pero es un deseo muy apagado”, explica Raúl Incertis.

Vida cotidiana en el infierno

Reconoce que se fue porque estaba agotado; su trabajo había dejado de ser efectivo. No podía más. Durante los cuatro meses que ha permanecido en Gaza ha atendido a miles de personas. El hospital en el que trabaja, que tiene 270 camas, está atendiendo a una cantidad objetivo de un millón de personas. El centro está eternamente saturado, durante mucho tiempo al doble de su capacidad. La gente espera o duerme tirada en los pasillos, en el patio interior del hospital, a veces son atendidos en el mismo suelo del hospital porque no hay camillas. Falta de todo.

“Faltan vendas, faltan gasas, falta morfina, falta fentanilo, antibióticos... Tenemos que reutilizar las jeringuillas, reutilizar material que normalmente se tira. Hay falta de especialidades quirúrgicas. Falta de médicos. Porque los médicos —aunque haya suficientes, porque hay bastantes médicos gazatíes— están agotados, con lo cual deberían de hacer turnos más cortos y no los pueden hacer. Entonces, es muy difícil trabajar”, relata Incertis.

“Aparte de la labor médica, a lo único a lo que te limitas es a observar lo que has visto y a ponerlo por escrito sin hacer ningún juicio de valor. Es la labor forense por excelencia”, dice este doctor.

Regresa una y otra vez sobre la cuestión del agotamiento. Cansancio mental, pero sobre todo físico, de una población exhausta tras casi dos años huyendo de las bombas, los fusiles y los drones. Escapando de la muerte. Raúl Incertis ha conocido esa cotidianeidad de la mano de sus compañeros del hospital. Él se detiene para hablar de un amigo enfermero que fue asesinado cuando estaba con su familia, hace tres semanas. Solo su mujer, embarazada, sobrevivió porque en ese momento se encontraba en el hospital.

“La vida de la gente que atendíamos y la de los compañeros sanitarios es la misma: los compañeros vienen a trabajar, hacen turnos muy largos, de 60 a 70 horas a la semana y cuando salen de trabajar en este hospital se van a su chabola, porque antes igual vivían en su vivienda parcialmente destruida, pero, desde que yo llegué, las órdenes de evacuación aumentaron muchísimo. Fueron obligados a desplazarse a una estrecha franja de playa donde hay más de un millón de personas hacinadas en kilómetros y kilómetros de chabolas, de tiendas muy precarias. Cuando llegan por la mañana, después de haber hecho el turno de noche, no descansan porque tienen que atender a sus hijos; sus hijos igual no han dormido porque por la noche el ejército bombardea y mata a gente en estos campos de desplazados. Y además, tienen que llevar a los niños a la letrina, que está muy sucia; tienen que ir a buscar harina porque no hay harina suficiente; entonces, el papá tiene que ingeniárselas para ver dónde puede comprar harina. Tienen que ir a por agua. El padre y los niños de cinco o seis años van, cargados con garrafas de siete o diez litros, al camión que distribuye agua, que suele estar muy lejos. Tienen que buscar trozos de madera para hacer fuego porque no hay gas. En fin, que no paran de trabajar cuando han salido del trabajo. La vida de los gazatíes es intentar llevarse comida a la boca. Hay poquísima comida, y hay que estar todo el día buscando agua e intentando calmar a los niños que hace dos años que no van al colegio. Y además, tienen que hacer frente al dolor emocional... todos mis compañeros han perdido a familiares de primer y de segundo grado”.

Gaza Khan Younis - 3
Palestinos inspeccionan el lugar donde se produjo un ataque aéreo israelí contra la tienda de Salah al-Bardawil, miembro del Buró Político de Hamás, y su familia, en Jan Yunis, sur de Gaza, 23 de marzo de 2025. Desde que Israel rompió el alto el fuego y reanudó sus bombardeos masivos el martes pasado, han muerto al menos 730 palestinos, entre ellos al menos dos periodistas. Varios dirigentes de Hamás también han sido objeto de ataques y han muerto junto con miembros de sus familias. Foto: Doaa Albaz/Activestills.

Testigos para Naciones Unidas

Tal vez un día Raúl Incertis será llamado a declarar en la Corte Internacional de Justicia o en el Tribunal Penal Internacional. Él es consciente de que, además de su labor como médico, su papel es ser testigo de los hechos que han acontecido en Gaza. “Diariamente teníamos que rellenar informes en los que, de manera anónima para el paciente, se recogían el número de heridos, se hacía la división por sexo y por edades, el mecanismo de lesión, el tipo de operaciones a las que eran sometidos, si la lesión estaba directamente relacionada con el evento traumático. Entonces, recogí centenares de de estos informes diarios y además he recogido fotografías con datos de historia clínica en donde hay patrones de intencionalidad”.

La intencionalidad es la clave en los procesos seguidos por genocidio en los tribunales internacionales. No se trata de hechos militares, sino de una política decidida de exterminio de la población, un genocidio, sentencia Raúl Incertis, demostrado en la intencionalidad de matar: disparos recurrentes en la cabeza, en los genitales, en el tórax; un modus operandi que no distingue a miembros de Hamás y a sus familias. “Ellos, por mucho que digan que están bombardeando a alguien de Hamás, desean matar a todos los civiles que están alrededor de esa persona”, dice, en referencia a las prácticas documentadas de selección de objetivos a través del algoritmo “Where is daddy” (¿dónde está papá?), con el que las Fuerzas Armadas de Israel (FDI) lleva a cabo sus ataques.

“Aparte de la labor médica, que es la primera, a lo único a lo que te limitas es a observar lo que has visto y a ponerlo por escrito sin hacer ningún juicio de valor. Es la labor forense por excelencia. Los juicios de valor los tendrán que hacer los jueces. Estamos hablando de miles de civiles. He perdido la cuenta de los civiles que atendí con perforaciones por metralla, en la mayoría de los casos, en la cabeza con salida de material encefálico, en el tórax, en el abdomen, con perforación intestinal, amputaciones, a veces de las dos piernas, de un brazo, de una pierna, quemados, aplastados. Y entre estos, muchos niños, muchas, muchas personas por debajo de 18 años. Y muchas mujeres”, relata.

“Hemos recogido pedazos de proyectiles de gran calibre en el abdomen de pacientes civiles. Les disparaban con morteros, les disparaban con drones. Y todos los pacientes, que estaban suficientemente conscientes o sus familiares, todos relataban que estos ataques eran realizados sin aviso previo. Es decir, que estaban recogiendo comida y de repente, sin mediar aviso, les disparaban”. Incertis tiene claro que es un genocidio, perpetrado por Israel, pero también por Estados Unidos, Alemania, Francia y Reino Unido, que venden las armas que emplea la FDI.

“Mis compañeros y varias personas más, lo que decían es “nos pueden seguir bombardeando si quieren, pero, por favor, que entre comida”, sentencia

En el territorio de Gaza apenas hay un gramo de esperanza para pasar los días. La hambruna se ha extendido desde hace meses: “Todos los pacientes que atendíamos, todos, estaban desnutridos. No encontré ninguno que no lo estuviera. Todos mis compañeros han perdido entre 25 y 30 kilos de peso desde que empezó la venganza israelí. Yo perdí 12 kilos”. “Internamente siento desesperanza, siento vacío, indignación”, concluye, “pero independientemente del grado de derrota que siento, eso no quita para que haya que luchar y para que haya que visibilizar lo que está pasando, por eso estoy dando entrevistas”.

Faltan vitaminas, faltan proteínas, faltan hidratos, falta agua, lo que agrava las heridas, que tardan en cicatrizar y se complican e infectan. “Es una población informada, pero están absolutamente desesperanzados. Para empezar, notan una desesperanza muy grande hacia los países árabes; eso es lo que peor llevan. Y luego, en cuanto al resto de países, ellos son conscientes de que la sociedad civil de muchos países o gran parte de la sociedad civil de muchos países está con ellos, pero que las personas que podrían hacer que esto cambiara —los gobernantes de Estados Unidos o la Unión Europea— no están con ellos; esto se acabaría rápido si Alemania, Francia o Inglaterra dejaran de venderle armas a Israel, esto se acabaría mañana”.

Mañana, sin embargo, seguirá la vida cotidiana en un infierno, el cansancio y la búsqueda de alimentos que, refleja este médico anestesista, es la mayor preocupación de la población palestina. “Mis compañeros y varias personas más lo que decían es “nos pueden seguir bombardeando si quieren, pero, por favor, que entre comida”, sentencia. Raúl Incertis lo tiene claro. Volverá a Gaza. Tal vez ese día ya se haya declarado un alto el fuego, confía, porque, concluye, no es lo mismo la falta de esperanza que el cinismo.

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