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Fotografía
Elvira Megías: “Ahora mismo no se fotografía para la vida, se vive para la imagen”
Elvira Megías llega cansada a la redacción de El Salto. Hay algo de ruptura de los marcos en esto de entrevistar a alguien de la casa, saber que esta vez la conversación será publicada. Elvira habla bajo y despacio. Es la cadencia de la reflexión y también de una cierta intimidad. Un ritmo y un volumen que pueden encontrarse en sus fotos, en sus retratos, que invitan siempre a quedarse a mirar y escuchar.
La autora de las imágenes que han protagonizado la contraportada de la edición impresa de El Salto durante sus últimos meses de publicación mensual lleva dos décadas largas pulsando el disparador. Ha dejado registrados tras de sí miradas y gestos, silencios y temblores. Pero también episodios de luchas compartidas. Instantes de eventos y saraos que alguien le encargó fotografiar, y también cientos de hechos noticiables. Una vez, en redes, la periodista Patricia Simón calificó a Elvira como la Patti Smith de la fotografía. Parece un paralelismo justo, hay ahí algo de espíritu punk, de cultivar un espacio propio y al mismo tiempo una mirada cercana.
Elvira no tiene muchas ganas de que la entrevisten, no acaba de convencerle el argumento de que es feminista también escuchar a quienes tenemos cerca, celebrar a nuestras compañeras. Con todo, su voz se esfuerza por poner orden y claridad a las ideas, mientras la grabadora se afana en captar esas frases que van discretamente sembrando la conversación de hallazgos. Pues, aunque lo de hablar de sí misma no va con ella, como también sucede con sus fotografías, mostrar lo concreto, el detalle, lo cercano, empuja a trascenderlo.
Fotogalería
Adolescencia Adolescentes: una mirada atenta
La fotografía como mirada
“La fotografía tiene la capacidad de hacer trascender las cosas: una imagen de algo particular puede estar hablando de algo mucho mayor, al igual que un retrato de una persona puede estar hablando de ti, o una fotografía de ti misma puede estar hablando de todas”, empieza Elvira con fuerzo. Se trata, dice, de un “poder mágico” que estaría también en la pintura o la escritura, la “capacidad de evocación”. “Hay distintos planos de lectura. Cuando hablamos de calidad fotográfica, creo que hablamos de eso, no tanto de cuestiones técnicas, encuadre, luz, sino de la trascendencia, la capacidad que tiene la imagen de hablar de otras cosas que no se ven”.
Pero nadie fotografía en la nada: “Hacer una foto es una relación entre varias partes, entre lo que está a cada lado de la cámara, pero también en la relación de la cámara con ellas. Y esa relación va cambiando. En momentos de más hostilidad o de más cabreo o de más euforia, todas y todos nos movemos de una manera o de otra. Quienes hacemos fotos no vamos solos por el mundo decidiendo cómo se captura y cuándo. Es como una coreografía”.
En estos tiempos acelerados, cabría preguntarse también si la fotografía nos permite detenernos un momento, focalizar por unos instantes. “Depende —objeta Elvira—, porque si se trata de la fotografía en las redes, no hay nada más frenético que eso. No hay nada que esté dinamitando nuestra percepción más, nuestra capacidad de concentración”. Pero después concede: “Hacer fotografía es prestar atención, entender un poco lo que te rodea en la medida que le prestas atención, y también posicionarte”.
La fotografía, sería, además, una vía de acceso a otras realidades. “Yo, gracias a la fotografía, conozco el mundo, porque si no, no tendría el poder de introducirme en realidades en las que me introduzco por el curro. Hay algunas que me gustan o con las que empatizo y otras que no, pero eso es lo enriquecedor. Es un privilegio ser fotógrafa en ese sentido”.
Dice que llegó al fotoperiodismo “de carambola, como a todo”, desde el trabajo con medios independientes al que se dedica ahora a la trayectoria con “medios hegemónicos” de la que viene ha hecho “todo tipo de reportajes, he hecho todo tipo de retratos a todo tipo de personas. Me ha espabilado mucho, me ha quitado muchísimos prejuicios ideológicos y al mismo tiempo me ayuda a entender cómo funciona el mundo. El puto capitalismo de los cojones”, ríe.
Yo soy fotógrafa por el laboratorio, es lo que más me gusta. Un material sensible, hecho con plata que reacciona con la luz, me pone muchísimo. Un pixel no me pone nada. Es una cuestión de gustos. Escucho música en vinilo, tengo problemas con el paso del tiempo
Y luego ya Elvira hace fotos, las suyas, las personales, en blanco y negro y en analógico, ¿tendrá algo contra el paso del tiempo? “Soy muy carca, sí”. “Lo primero es que soy muy fetichista. Me gustan los objetos y la felicidad que me produce una cámara analógica no me la produce una cámara digital”. Lo digital, reconoce, es útil para el oficio, es un medio de trabajo. Pero “yo soy fotógrafa por el laboratorio, es lo que más me gusta. Un material sensible, hecho con plata que reacciona a la luz, me pone muchísimo. Un pixel no me pone nada. Es una cuestión de gustos”, e insiste en que es carca: “O sea, escucho música en vinilo, tengo problemas con el paso del tiempo, no me gusta nada que las cosas no tengan fisicidad. Me gusta lo material orgánico, lo que envejece, lo que se puede tocar, lo que te acompaña durante toda la vida. Lo digital no acabo de entenderlo, de apreciarlo”.
También le gustan los desnudos, “lo demás es como si quieres fotografiar a un gato y le pones un abrigo. No hay nada más bello que un retrato de toda la piel”. Solo que los desnudos no se llevan bien con las redes: “Hago muy pocos porque como estoy en un puto mundo donde me tengo que vender a mí misma y tengo que exhibir mi trabajo y tengo que subirlo al instagram, y en el instagram no se puede, me resulta absurdo hacer desnudo”.
No siempre fue así. Antes de la pandemia, las fotos de Elvira, analógicas, en blanco y negro, no abandonaban el estado de objeto, no estaban en redes. “En la pandemia me obligué a estar y a partir de ahí empecé a enseñar a la gente mi trabajo más personal y más íntimo. Y es que me duele muchísimo tener que poner en los pezones movidas para que se pueda compartir”.
Sin embargo, comenta que ya se ha pasado la pantalla de la contradicción interna entre lo que una quiere hacer y lo que puede. “He tenido un montón de tiempo esa batalla interior, pero creo que era ingenua, naíf y romántica esa pelea. La verdad es que la he matado porque la lucha por la supervivencia es como que arrasa con todo. Te dice: haz lo que tengas que hacer para ganar dinero, guapa”. Pero luego confiesa que aún se escuchan los ecos de otra voz interior que la piensa distinta: “Pero tú no ganas dinero con lo que a ti te gusta hacer, guapa, eres una mercenaria al final”. ¿Es esto tan así? Admite que no tanto. “A ver, la vida es una concesión permanente. Estamos todos esclavizados. La libertad no sé lo que significa, pero no soy idiota, también sé que mi vida tiene mucha precariedad, pero no muchas concesiones, en el sentido de que hago lo que quiero dentro de mis posibilidades”.
Coronavirus
Fotografía Ruido blanco
Un autorretrato no es lo mismo que un selfie
Actualmente, hacer fotos, o hacerse fotos, probablemente sea uno de los actos más repetidos y comunes. “Ahora mismo, efectivamente, no se fotografía para la vida, sino que se vive para la imagen. La vida tiene valor en la medida en que se exhibe y se representa”, apunta la fotógrafa. Que piensa que tanta foto no tiene afán de conservación, que ya ni se descargan ni se vuelven a ver, la cosa tiene más que ver con certificar la experiencia: “Experimentar las cosas pasa por capturarlas con el móvil. Vivimos en cuanto a que nos representamos a nosotros mismos. Somos en tanto que nos exhibimos, somos en tanto que nos ven, que nos perciben. Vivir en el anonimato es como no existir ahora mismo”.
A Elvira una alumna de un taller le cuestionó una vez sus reservas ante el mundo de la imagen en las redes. “¿Pero qué diferencia hay entre un autorretrato y un selfie?”. La fotógrafa aborda la respuesta por partes: “Yo hago retratos porque la cámara me sirve para acercarme a las personas que me fascinan y admiro y que de otra manera no me atrevería. Y luego también me hace sentirme muy bien conmigo misma el poder devolver con una fotografía toda la belleza que me inunda de las personas”. Por otro lado, concibe el autorretrato desde una perspectiva terapéutica: “Me tranquiliza, me reconforta, porque siempre he tenido un gusto narcisista por auto-observarme y analizarme. Me gusta romper los límites del miedo a mirarme”.
“La fotografía es tiempo. Es espacio. Y es experiencia. No es para nada lo mismo tomarte todo ese tiempo y todo ese trabajo y toda esa tarea mental, a coger un móvil y hacer pam, pum, pam, pum, pum, pam”
Y aquí viene la respuesta a la duda de la alumna: “Un autorretrato no es un selfie, no porque tenga mayor o menor calidad artística o fotográfica, sino porque la intencionalidad con la que te enfrentas al ejercicio de autorretratarte es diferente. Requiere más tiempo y requiere pensar un lugar donde hacerlo, un encuadre que tomar y una actitud que mostrar”. En fin, concluye: “La fotografía es tiempo. Es espacio. Y es experiencia. No es para nada lo mismo tomarte todo ese tiempo y todo ese trabajo y toda esa tarea mental, a coger un móvil y hacer pam, pum, pam, pum, pum, pam. No dice lo mismo de ti una cosa espontánea que haces para mostrarte a los demás, que una cosa que haces para encontrarte contigo misma un ratito. Es decir, uno es un ejercicio hacia afuera y otro es un ejercicio hacia adentro”.
Para Elvira, quien vuelve a puntualizar que no quiere ser carca, pero que seguramente lo es, en las redes sociales uno no busca mostrarse a sí mismo: “Todo eso es una ficción. Es lo que quiero que se vea de mí”. Para otra alumna que le cuestionó en otro taller —la cosa toma tintes de brecha generacional—, lo de Elvira no es menos ficticio. “Tú solo muestras lo que quieres de ti en un autorretrato”, le replicó. “Y la verdad es que tiene razón. Pero es evidente que un selfie pretende decir: estoy aquí, en este sitio, soy feliz. Este es mi estilo de vida y esto es lo que yo vendo de mi misma”, concede la fotógrafa.
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En dos semanas los muros de las casas se han hecho más sólidos y la vida respira por las ventanas. Mientras, nosotras en cada habitación sembramos abrigo, resistencia y un patasarribismo que viene a revolverlo todo.
Pequeña memoria material del oficio
Un conocido me contó que una vez unas chavalinas le abordaron por la calle para pedirle que les hiciera un selfie. Lo que querían es que les hiciera una foto, pero para ellas. Foto ya se decía selfie, aunque la tomara una tercera persona. La fotografía ya no es lo que era, y con lo aceleradas que han pasado las últimas décadas, no es necesario ser muy mayor para poder ofrecer cierta perspectiva del paso del tiempo. Y es que lo personal no solo es político, también es histórico. Fue en los años 90, como una chavala más haciendo fotos con su cámara automática a sus amigas, en vacaciones y otros momentos fotografiables, cuando Elvira se topó con las ganas de ser fotógrafa. “Primero descubrí que tenía ciertas aptitudes, cierta intencionalidad en las fotos que hacía, y luego, de adolescente, el padre de una amiga mía me enseñó el cuarto oscuro y ya me quedé prendada”.
Por aquella época, recuerda, hacer fotos “era un pequeño lujo”. Mirado con perspectiva, el ejercicio de la fotografía, la que le gusta, sigue siendo caro. “Yo no gano lo que invierto ni muchísimo menos, nunca lo he hecho y no consigo todavía hacerlo. Ya no tanto por tiempo y por trabajo inmaterial y todo eso, sino porque yo además me dedico a la fotografía analógica, que es más cara aún que cuando comencé”.
Paralelamente, lo que se fue haciendo más barato era el trabajo de los fotógrafos y fotógrafas, gracias también a la entrada de la fotografía digital. “Se ha democratizado mucho la técnica. Lo digital ha facilitado el acceso a la fotografía, con lo cual hay muchísima más gente. Las condiciones han empeorado notablemente, como con todos los gremios”.
A finales de los años 90, Elvira, veinteañera rasa, empezó a trabajar. Por aquella época, recuerda, la gente aprendía con maestros. “Era, ya te digo, una profesión difícil de aprender. Así que era eso o tener dinero para pagarte cursos privados”. Aquellos maestros no hablaban solo de lo técnico, “insistían mucho en cómo había que cobrar y valorar tu trabajo. A mí me parecían marcianas las cifras que manejaban ellos. Cuando empecé a trabajar no me sentía lo suficientemente buena para pedir esas tarifas. Me regañaban por ello, porque decían que si no era capaz de pedir esas tarifas, estaba devaluando el precio de ese trabajo”.
“Estoy en plan: a ver, deja tu capacidad de trabajo de lado y mira a ver si tienes capacidad para generar tu marca. Es un poco el reto en el que me encuentro con casi 50”
Como muchos y muchas jóvenes a finales de los 90, de cualquier gremio, Elvira pensaba que lo de cobrar poco era algo transitorio, una fase juvenil, hasta alcanzar la plenitud profesional. “En ese momento yo creía que cuando tuviera la edad de mis maestros iba a cobrar lo que ellos me estaban diciendo que había que cobrar. Pero no, cobro la mitad de lo que ellos cobraban, ellos también están cobrando la mitad”. La cosa, considera, afecta a todos los trabajos técnicos. “También es cierto que al fotógrafo antes se consideraba un técnico de prestigio, y ahora no”.
Llegó la crisis de 2008, y todo se complicó para todas. Elvira intentaba convencerse de que estaría a salvo. “Me decía: yo en este mundo laboral capitalista de muchísima competencia, siendo tímida y siendo reservada, vendiéndome tan mal y sin ponerme a generar mi propia marca, lo que tengo es un oficio adquirido, tengo mi capacidad de trabajo y con mi capacidad de trabajo seré capaz de hacerme un hueco profesional, ¿no?”. Ya se responde a sí misma: “Y una mierda. Hace poco que sé que eso no existe”. Entonces se rebate: “Bueno, hasta cierto punto sí existe y por eso sigo manteniéndome de ello”. Para después matizar: “Pero me mantengo de ello porque puedo seguir cargando la cámara, cuando no pueda seguir cargando la cámara, ni hacer tanta calle, tanto bolo o tanto evento, veremos”.
¿Cómo adaptarse a los tiempos? “Estoy en plan: a ver, deja tu capacidad de trabajo de lado y mira a ver si tienes capacidad para generar tu marca. Es un poco el reto en el que me encuentro con casi 50. Bastante lamentable, creo”, sonríe. Se trata de una batalla de época en la que seguramente no esté sola: “Estoy empezando ahora a intentar transformar mi profesión de tal manera que sea capaz de seguir físicamente soportando el ejercerla. Porque estoy cansada y cada vez voy a ser más mayor y cada vez voy a estar más cansada. Es decir, dejar un poco de hacer lo que me va cayendo y lo que me van encargando con una dinámica que no tengo tiempo para parar porque tengo que pagar mis recibos y entonces tengo que decir que sí a todo. Así no puedo dar un volantazo y diseñar mi trabajo como a mí me gustaría”. A continuación resume su objetivo a una aspiración fácil de compartir: “Asumir el control y ajustar mi profesión más a mi persona y no tanto ajustar mi persona a la profesión”.
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Un cierre feminista
Asumir el control es también vencer al fantasma que acompaña a tantas mujeres a lo largo de sus carreras profesionales, especialmente cuando deciden desarrollarlas en espacios muy masculinizados. Elvira tiene un par de cosas que contar al respecto. “Cuando empiezas muy chavala tienes que tener cierta perspectiva para analizar cómo se manifiesta el patriarcado que hay en tu profesión”. Algo que no es tan fácil si no se llega con conciencia feminista. “Por supuesto que hay machismo a saco en mi profesión, como en la vida, pero sobre todo, de la manera en que más se me ha manifestado para mí es generándome una absoluta desconfianza acerca de mi capacidad como fotógrafa”. Un síndrome de la impostora que hace que una achaque todos sus méritos a factores externos: “He estado más de la mitad de mi vida profesional pensando que lo que querían era follarme y por eso estaba ahí trabajando”.
Sin embargo, desarrolla, más allá de que hubiera —que alguna vez la hubo, puntualiza, pero no tantas— evidencia en sus sospechas de que la contrataban por ser una tía y estar buena y no por su trabajo, “lo más visible que te puedes encontrar siendo mujer fotógrafa y empezando a finales de los 90 es que tus compañeros digan: hostia, pues si eres tía y estás aquí es porque lo haces bien. O que te traten como ‘la guapa que nos alegra el día en el trabajo’”. Luego hay otro tema que no se queda atrás, y que Elvira resume como “la puta conciliación, que no hay manera, es con lo que yo me he encontrado, con la imposibilidad de conciliar”.
“Por supuesto que hay machismo a saco en mi profesión, como en la vida, pero sobre todo de la manera en que más se me ha manifestado a mí es generándome una absoluta desconfianza acerca de mi capacidad como fotógrafa”
Cuando Elvira empezó a trabajar, encontrarse con una mujer fotógrafa “era marciano, había poquísimas”. Una excepcionalidad que propiciaba “muchísima amistad y muchísima camaradería”. Pero también recuerda que del patriarcado nadie se salva, y que ella misma se encontró analizando más el trabajo de estas mujeres que el de los compañeros, como si para ellos, la validez del trabajo viniera confirmada por defecto. O se descubrió cuestionando que compañeras trabajasen con tacones.
El feminismo deconstruyó inercias machistas y plantó sororidad a tope: “Ahora, además de apoyarnos, hacemos fuerzas, hacemos otras cosas mucho más activas”. Y en lo que se refiere a la fotografía pura y dura, Elvira considera que lo que hay ahora interesante no es tanto una mirada femenina, sino feminista: “Los temas que las mujeres abordamos y la manera en que los abordamos tiene mucho que ver con esa manera de socializarnos, más privada, más íntima, más enraizada en lo afectivo, en los cuidados, en lo personal. Y eso es algo que estamos reivindicando”.