Coronavirus
Ruido blanco

Vivimos en agitación continua, braceando en mares de adrenalina que no sirve para escapar de las bestias.

Fotógrafa

21 feb 2021 06:00

Lo que nos pasa

Es difícil saber por dónde empezar a contarnos lo que nos pasa. Extraer nuestra propia voz de en medio de todo el ruido y enunciar alguna frase firme que no sea un triste eco de las noticias. Callar y que todo se acalle adentro. Vivimos en agitación continua, braceando en mares de adrenalina que no sirve para escapar de las bestias.

Repetimos palabras como distopía, apocalipsis, abismo. Consumimos memes sobre desastres, consumimos desastres para pasar la tarde. Acumulamos mascarillas y mascarillas no siempre en las mejores condiciones porque nosotras tampoco lo estamos. No estamos en buenas condiciones, sea lo que sea que quiera decir eso. ¿Y quién está bien en estos tiempos?, oiremos decir en tertulias, salas de espera, o entre vecinas que se encuentran en el rellano.

Nuestros ojos no ven la muerte que los medios nos cuentan, así que a ratos nos abstraemos de todo, reímos y hacemos el idiota como si estuviésemos en cualquier otro año. Algunas veces la bestia da zarpazos más cerca, sacude a gente querida, se lleva incluso a algunas cuyo nombre y voz conocimos. Por un momento, lo que vemos y lo que nos cuentan se toca, y sentimos una consciencia gélida de los números que cantan en los telediarios. Pero luego se imponen la rutina, la agitación y las brazadas. Nunca llegamos a la orilla, pero al menos nos mantenemos a flote.

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Este momento histórico

Todo tiempo histórico construye sus propios imaginarios, sus esperanzas y sus demonios. Se diría que de los últimos vamos sobradas, que hay competencia en el capítulo de los avernos: virus, fascismo, pobreza, inquietud, no le dejan el espacio que le correspondería a una promesa de futuro, a la posibilidad de un camino que ofrezca otra cosa diferente al retorno o a la huida. Si es que aún queremos ir adelante. Si es que aún alguien puede imaginar un adelante hacia el que merezca la pena ir.

Estamos creando imaginarios sin rostro. Una era donde las personas comunes son cifras y los hombres y mujeres relevantes acaban siendo personajes. Fuera de marco, la experiencia concreta de no poder abrazar a quienes te importan, de morir solo entre pitidos de máquinas, o varado por decisión administrativa en una residencia de ancianos. Fuera de radar, la gente entrando un día tras otro en internet, si es que puede, para ver cómo va ese trámite de un subsidio o prestación que le permita subsistir. Fuera de foco, los cuidados que reivindicamos centrales y los malestares que engendrarán el dolor del mañana: en esa resaca de recelo hacia el otro, sufrimiento mental, soledad, y miseria que se va conjugando tras las cifras, que van preparando los personajes que acaparan los marcos, los radares, los focos.

Hay algo terrible en la desaparición masiva de la sonrisa de los otros, pero también en el ocultamiento de la voluptuosidad de los labios, el rictus de agotamiento, o la horizontalidad apática, que pueda mostrarnos una boca. Hay algo sofocante en que nuestra respiración sea una amenaza para las demás. Si las redes sociales nos atomizan, y el exceso de estímulos nos anestesia, la mascarilla a ratos acaba por desdibujarnos. Faltos de imaginación y empatía, tantos se van contagiando de desconfianza hacia el otro: el otro irresponsable, el otro que nos pone en peligro, siempre el otro. Se leen y se oyen los peores augurios para ese enemigo abstracto y al mismo tiempo como infiltrado entre la gente de bien: ¡covid, UCI, exilio, muerte!, se les desea. Si algún día acaba esto y retomamos las crisis de siempre con esta crisis de ahora cerrada, ¿hacia dónde se canalizará todo ese odio? ¿Cuántos serán los otros a señalar?

Hilos

Dejaremos el futuro lleno de documentos escritos sobre estos tiempos. La mayoría estarán en la nube, pujando por no caer en el olvido. Hay ya libros y habrá tesis. Hay ya sesudos artículos y probablemente habrá películas. Materiales contradictorios, fuentes con visiones opuestas, un festival de donde dije digo, decisiones incomprensibles con la perspectiva del tiempo, aberraciones que se llevarán capítulos en los libros de texto. Qué difícil será para las generaciones que vengan desbrozar tanta maleza.

Quizás para explicárselo y explicárnoslo, tendría sentido intentar entender las cosas ahora, que las tenemos frescas y al alcance de la mano. Buscar los hilos centrales que articulan la maraña. No tienen nombres científicos, ni son neologismos que nos separen de lo de siempre. Rascando al fondo, tocando suelo, nos encontramos que las vidas son vulnerables, que es caro protegerlas, pero que es rentable cuando esa protección se subcontrata, al menos económicamente y para algunos. Escarbando lo mínimo se nos revela que la vida no puede depender del trabajo, la medicina del mercado, el techo de los fondos buitre. Que somos vulnerables porque somos humanas, pero también porque el sistema en el que vivimos nos quiere así, frágiles, nos vulnerabiliza. Y todo lo demás es secundario.

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Descabezadas

Un enjambre de preguntas nos zumba entre las sienes de la mañana a la noche. Y no hay silencio, solo nos queda ruido blanco, un silencio adulterado que no concede tregua. Quién no pagaría por sacarse la cabeza, que hubiera aire libre circulando sobre la cumbre de nuestro cuello. La más fascinante nada coronando nuestros hombros que de un tiempo a esta parte aguantan tanto peso. Ser cuerpos despojados de las peligrosas fosas nasales y la contaminante boca. Quién pudiera avanzar descabezada hasta que se acabe todo esto.

Hordas de pollos sin cabeza, correteando por un páramo irregular, imprevisible, manteniendo la distancia social en lo posible. Guiados por una mezcla de inercia y miedo. Del miedo conocemos sus peligros, pero la inercia es una forma de fuerza infravalorada. La inercia sedimenta regímenes, y normaliza lo inaceptable, la inercia aliñada de miedo es el ingrediente x de la banalidad del mal.

Cifras y redes sociales, noticias y distancias, obligaciones y urgencias zumban. Ante eso, todo refugio es provisional. Toda estrategia efímera. Y no puedes sacarte la cabeza. Ni echarte a dormir hasta el verano.

Sobre este artículo...
Elvira Megías (Madrid, 1976) es fotógrafa documental y fotoperiodista. Desde el confinamiento en marzo de 2020, ha explorado el potencial visual de la intimidad y los cuidados, un trabajo en construcción del que forman parte estas imágenes que ella hace con ayuda de su hija “para no enloquecer”, en sus palabras.
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#83168
21/2/2021 9:57

Acabo de leer el articulo, y compruebo que solo el arte puede decir lo indecible, me refiero concretamente a la foto en la que el rostro de una joven esta cubierto por un cuadro en blanco. Esa foto es una alegoria del delirio psicotico, como algunos autores franceses lo definen: 'blancheur' o 'cadre vide'. El delirio no es mas que un mecanismo de defensa ante una realidad insoportable, un infierno. Y en este sentido la foto lo grafica sin dramatismos: el unico recurso que encuentra el psicotico para protegerse pero que, al mismo tiempo, lo despersonaliza, lo mata en vida. El 'aire libre circulando' y la 'fascinante nada' son otras maneras de nombrar el delirio. La mascarilla como instrumento de decapitacion: cada vez que te pones la mascarilla, de algun modo, te decapitas. Perder la cabeza, dormirse como decia Hamlet, un célebre psicotico de la ficcion: perder la razon, la lucidez, la conciencia de estar en el mundo real. Muchedumbres enmascaradas en las calles como pollos sin cabeza

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herrerocm
2/2/2021 14:08

Del miedo conocemos sus peligros, pero la inercia es una forma de fuerza infravalorada. La inercia sedimenta regímenes, y normaliza lo inaceptable, la inercia aliñada de miedo es el ingrediente x de la banalidad del mal.

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