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Coronavirus
Diario íntimo de un confinamiento
En dos semanas los muros de las casas se han hecho más sólidos y la vida respira por las ventanas. Mientras, nosotras en cada habitación sembramos abrigo, resistencia y un patasarribismo que viene a revolverlo todo.
Cerca y lejos. Dos semanas después podemos decir al menos, que los cercas y los lejos se han trastocado. Tenemos la calle muy cerca, inmediatamente detrás de las ventanas a las que cada vez nos asomamos menos, como si estuviéramos desarrollando un síndrome de estocolmo hacia los tabiques y suelos que contienen este confinamiento hogareño.
Y al mismo tiempo se aleja la calle, los sentidos que tenía la calle, de encuentro, juego y pararse bajo el sol. Y solo conserva una calidad de trámite, espacio procesual hacia una tienda o un puesto de trabajo.
La calle que ahora vemos ya no es la calle, y por eso intentamos recrear el encuentro el juego y el pararse bajo el sol en nuestros pequeños pisos urbanos.
La gente cercana también se quedó lejos y hay veces que sin embargo, parecen estar más cerca que nunca. Es un estar cerca sensorial, un viajar juntos a través de las mismas pantallas de un juego que nos gustaría apagar: susto, aceptación, frustración, hartazgo, indignación, incertidumbre.
Sabemos tanto del proceso de los otras que a veces no queremos más hablar, y solo contamos días que no acaban y abrazamos fuerte a quien aún podemos abrazar, pensando en quienes el confinamiento encontró solos, y en cómo pesarán ya sus brazos. Qué privilegio poder sonreír a alguien sin una pantalla de por medio.
La ventana es ya un altar, pero no nos comunica con ninguna divinidad, no hay dioses a los que rezar en las pandemias del nuevo milenio. Nosotras rendimos pleitesía a lo terreno, a los adoquines fríos, la hierba irregular de algunos parques, la primavera urbana que año a año nos empuja en hordas a las calles.
Nosotras entramos en comunión con la gente tras las ventanas de en frente, las que añoran sus propias primaveras. Y si de apelar a lo celestial se trata, bendecimos la ración de cielo que divisamos desde la habitación. Porque hay quien ni a un pedacito de cielo ha tocado en este reparto desigual de suerte que toda crisis comporta.
Sucede que a las tardes, el cielo también pesa, los días del colapso se van haciendo densos. Tú buscas el abrigo de lo quieto, una buena novela cuya narrativa no ha alterado la pandemia, una serie, una película, con un inicio un nudo y un desenlace, linealidad, frente a este avanzar a trompicones de los últimos días. Finitud, frente a la incerteza de cuándo se cierra este capítulo.
Pero la jornada, con sus toneladas de información, cientos de mensajes, hectáreas de incertidumbre, se te instala sobre las espaldas, te zumba en la cabeza, te revolotea entre las neuronas, estás infectada de inquietud, ya puede ser el libro bueno.
Te intentas confinar contra el confinamiento, tras la mampara de la ducha, debajo del agua caliente. Rodeada de vaho, bien puede estar la jodida guerra mundial Z tronando afuera. Conciencia de la piel, saberes del cuerpo, cuando la mente, en su afán de poner orden en todo esto, pone cien y mil trampas.
O hacer el payaso, como estrategia doméstica de resistencia. Lo niño y lo adulto, en nuestras casas, se ha trastocado, los mundos pequeños y los grandes han acabado patas arriba, y así, remezcladas, con la responsabilidad y la risa redistribuidas, el juego y el trabajo, la energía loca y la reflexión quieta se han colectivizado. Qué mierda. Nos ha hecho falta una cuarentena para esto.
También juntas, probamos a desconfinar las ganas que aún tenemos de revolverlo todo, no solo adentro de casa, sino también afuera. Que un patasarribismo arrase con los negocios que se hacen contra la vida y a nadie más le parezca normal nunca hacer de la salud objeto de lucro.
Que se acabe ya esta cuarentena de más de cuarenta años contra un sentir republicano, que se venza a esta corona que aún infecta nuestra democracia. Tú le pegas a la cacerola, yo grito con todas mis fuerzas. Nos contestan las convencidas baterías de los vecinos.
Relajamos, volvemos a mirar por la ventana. Esto se alarga. Diría que nos está creciendo el pelo. Si el cerca y el lejos se han alborotado, qué vamos a decir del tiempo. Solo llevamos dos semanas en esto, en esta privación de libertad light por un bien mayor. Hay gente que pasa meses y años encerrados, lejos de la calle y de la vida, y esto a muchos reaccionarios, a la vengativa justicia facha, nunca le parece suficiente.
Qué contarán del tiempo, los internos de los CIE, que pasan hasta dos meses detrás de ventanas de rejilla, con la amenaza de una expulsión al otro lado de la puerta. A nosotras, detrás de la puerta, solo nos espera la calle.
El tiempo afuera sigue a su bola, tal vez un poco agitado. Quizás ahora, como de tantas cosas, nos cueste menos llevar registro de las tormentas, los días de sol, las nieves inesperadas de marzo, el disruptor granizo.
Puede ser que despojadas de las idas y venidas por los circuitos rutinarios, forzosamente quietas, hayamos dado un mayor lugar, una mejor escucha, al clima y sus humores. Tampoco hay que descartar que, atravesados por cierto espíritu de época, los elementos anden también militando caos.
Venga vale, todo va a ir bien. Tampoco nos pongamos gilipollas. Allá afuera hay gente que se muere en hospitales colapsados, en residencias desbordadas. Hay quien no tiene ya casi pasta para bajar un momento a comprar comida con la que parapetarse en casa. Hay quien lleva quince días peleando aún más lo que ya venía peleando antes: que no le quiten la casa misma. Nosotras tenemos acuarelas. No podemos permitirnos estar tristes.
Cerca y lejos. Las distancias se han trastocado. Nosotras elegimos estar cerca. Bien cerca, en el espacio de un abrazo. Cerca de las vecinas, de la gente que aún vemos, a través de la ventana o de las pantallas. De la gente cuyas emociones comprendemos porque son en gran medida las nuestras.
Algunos quieren reivindicar el lejos, la distancia emocional con el otro, y juegan a delatar presuntos desertores de la alarma desde los balcones, o pretendan armar trincheras en mitad de la pandemia contra sus vecinos. Por eso nosotras gritamos con cada abrazo que hay que estar más que nunca con las otras. Aunque sea desde detrás de la ventana.
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gracias por compartir un sentir propio y libre, no entiendo por que la gente espera que el otro diga lo que ellos piensan. Si no vas a sumar mejor callar. Y a mi estas fotos y reflexiones me suman.
gracias por compartir un sentir propio y libre, no entiendo por que la gente espera que el otro diga lo que ellos piensan. Si no vas a sumar mejor callar. Y a mi estas fotos y reflexiones me suman.
Feminismo en estado puro, con su clásico exclusismo, en todo el globo terráqueo solo existen mujeres, los hombres para nada.
Vosotras mismas os estáis cavando vuestro ataud
La pancarta está mal escrita, sería "Everything is gonna be alright"