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Fascismo
Andalucía: señas y santos
En un artículo anterior –'El fascismo banal'– se mentaba de pasada la ausencia de veleidades obreristas en la ultraderecha española a diferencia de otras formaciones europeas del mismo cariz ideológico. Entre una cosa y otra (debate de investidura, movilización feminista y toma de posesión mediantes) el análisis del cómo ha podido llegarse hasta aquí no quiere dejarnos.
Admitiendo que si Andalucía posee una característica identitaria es la que deriva de su papel subordinado dentro del Estado ¿cómo ha salvado la ultraderecha la presencia de amplios sectores proletarizados en Andalucía, pudiendo aun así colocar a sus “doce del patíbulo” en el Parlamento? No hay una sola respuesta, desde luego. Sin embargo, la referencia a las “tradiciones populares” en su propaganda nos da una pista sobre los derroteros que holla el éxito del discurso fascista. Que VOX llame a rebato a la españolidad enarbolando el pendón de las tradiciones andaluzas, que han constituido objeto preferencial para expertos sedicentemente izquierdistas y que han sido pródigamente asistidas por el PSOE (y a la programación de Canal Sur nos remitimos), no puede por menos que resultar paradójico. La ultraderecha española abomina de lo que signifique conciencia de clase (de clase obrera, se entiende). Prefiere la afectación del lacayo al orgullo del trabajador y aspira a que el españolismo se imponga como único relato identitario colectivo, eliminando el régimen autonómico andaluz si hubiese oportunidad.
Antes del 2 de diciembre, tales postulados podrían parecer excéntricos y retardatarios. Pero se ha visto que la ultraderecha ha pinchado en blando y puede encontrar una veta casi inagotable de oídos predispuestos, porque el desclasamiento, la exaltación de las jerarquías y el españolismo (valga la triple redundancia) transitan por las tradiciones andaluzas con más desenvoltura de lo que se quiere admitir. En efecto, pese a las interpretaciones apologéticas, las epifanías festivas de las tradiciones andaluzas (salvando el caso irredento del Carnaval gaditano) no dejan de recordar la escena de los indigentes ante los escaparates de los grandes almacenes parisinos descrita por Walter Benjamin, el falso paréntesis en un conflicto social enquistado, la negación de lo que se es. Ya sea con ocasión de una feria, una romería o una procesión, son el espacio paradójico de la distinción donde se pretenden evitar las diferencias de clase a la vez que se exacerban las distancias sociales.
Frente a ese escaparate, el pueblo se despoja de subversión para hacerse aceptar por, e incluso mimetizarse con, los grupos dominantes. Y, como contrapartida, éstos descienden a tolerar la cercanía de la plebe e incluso a tomar de ella ciertos gustos. Si en Bizkaia existe el imaginario de una “hidalguía universal”, en Andalucía podría hablarse del fuero contrario: el de la “gañanía general”. El plebeyismo fluye en un movimiento de convección propiciado por ese “compadreo transversal” tan característico de las sociedades mediterráneas, y tan necesario para el mantenimiento de un conjunto precario.
No son los dueños del cortijo. Todo lo más, en locución siciliana, son "i gabelotti" que mantienen la finca a gusto del amo ausente
Porque, recordémoslo, las élites andaluzas han sufrido igualmente un proceso de pupilaje por parte del poder central del Estado. No son los dueños del cortijo. Todo lo más, en locución siciliana, son "i gabelotti" que mantienen la finca a gusto del amo ausente. Hablando en términos metafóricos, esa superposición festiva de mayorías subordinadas y patricios fatuos nos remite a un personaje-tipo de raigambre española: la del "majo", figura de sainete esbozada en 1769 por Ramón de la Cruz Cano Olmedilla que retrata por igual al menestral patibulario y al aristócrata pardo contemporáneo de la decadencia imperial, opuesto a la Ilustración y embebido del caldo de sentina de la hispanidad católica, oscurantista y pendenciera. ¿En qué lugar iba a triunfar VOX sino en ese imaginario bipolar donde se hibridan lacayos y manijeros ecuestres, “capillitas” y brigantes, beatos y gambiteros, en el de la hipertrofia sentimental, la parálisis intelectual y la deserción de la política?
Si bien es cierto que desde finales del XIX se han tratado de establecer señas de identidad propias, el hecho de que la subordinación con que se construye Andalucía como formación social haya quedado ausente de ellas abunda en la idea de que jamás se ha pretendido romper con el proyecto grancastellano postulante de la unidad (territorial, lingüística, religiosa y cultural en definitiva) dándose implícitamente por buenas las baterías de valores españolistas.
El desarrollo local de las fuerzas productivas ha condicionado la ausencia de una burguesía ilustrada y autónoma que cumpliese con su “papel histórico”: la reforma agraria y la revolución liberal, que arrebatase al clero sus competencias y a las aristocracias sus privilegios y que asumiera la reivindicación de una colectividad con voluntad política. Una carencia que se ha prolongado hasta la actualidad. Lo que sí existe es un nutrido grupo de algo parecido a lo que André Gunder Frank denominaba “lumpenburguesía”, una burguesía no ilustrada que comparte los valores aristocratizantes basados en la propiedad y el ocio y que sostiene mucho del pensamiento clasista andaluz, su carácter anti-obrero, opuesto a las transformaciones sociales que pudieran beneficiar a las clases subalternas y, de últimas, fuertemente emparentado con el proyecto de la recentralización del Estado.
El cerro de papel gastado en estudios etnográficos, laudables en su mayoría, no puede desmentir que las señas de identidad andaluzas constituyen, con todos los matices que se quieran, la Arcadia feliz de la españolidad. En descargo, puede hablarse muy propiamente de hurto y de manejo interesado de los símbolos. Puede dibujarse de frente y de perfil un panorama de postergación tal que hasta la propia identidad andaluza ha concluido sirviendo a la explotación y al desarrollo desigual, un estado de cosas en el que los andaluces se hallan presos de sus señas de identidad.
Pero no caigamos en el error de conferir absoluciones colectivas. España está cómoda en Andalucía como el prócer, copa de brandy en mano, arrellanado en su sillón de cuero del casino. Y, por su lado, buena parte de los andaluces asume la visión que de ellos se tiene, no sin un pálpito de orgullo por el hecho de que el poder adopte (vale decir: maneje) las “tradiciones andaluzas” como un elemento más a través del que expresarse extirpando de ellas, si es que alguna vez lo tuvieron, el menor viso de andalucismo reivindicativo.En el marco de una hipotética división del trabajo simbólico, a Andalucía se le asigna la producción de una parte importante de la semántica del españolismo
La Antropología y la Historia se han convertido en instrumentos para adivinar en cualquier manifestación popular una inveterada resistencia al poder, o una barricada contra el sátrapa de turno. Pero “lo popular” no tiene por qué ser insurrecto y sus manifestaciones festivas, siendo políticas stricto sensu, tampoco tienen por qué constituirse en bastión de los subordinados. En esta ocasión contemplamos todo lo contrario: dentro del juego identitario del Estado, Andalucía desempeña (desde luego que no en solitario) el papel de corifeo. En el marco de una hipotética división del trabajo simbólico, a Andalucía se le asigna la producción de una parte importante de la semántica del españolismo.
En ausencia de clases ilustradas con ascendencia suficiente, la identidad andaluza actualmente se constituye por agravio comparativo, no contra el Estado, sino contra procesos de autodeterminación (institucionalizantes o no) como el vasco o el catalán, actualizando el viejo adagio: “no hay mayor señal de sumisión que tomar como propios los enemigos del amo”. Y la mejor imagen que puede ofrecerse de ello es la que dieron los andaluces que, al grito de “¡a por ellos!” en Huelva, Almería o Córdoba, hicieron corro al paso de las columnas motorizadas que partían para Catalunya con la misión de impedir el referéndum del primero de Octubre de 2017. Esa Andalucía no es la metáfora de España, ni su metonimia, sino su metástasis.
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VOX siempre estuvo aquí
http://laotraandalucia.org/?columna=andalucia-2d-vox-siempre-estuvo-aqui
Despues de vivir en Andalucia, me di cuenta de que las tradiciones (toros, faralaes, procesiones, guasa...) eran el intento de constituir una identidad fraguada en la inseguridad económica que, excepto con el turismo, que requiere cierto nivel de servilismo, no ha habido una industria que uniera al proletariado y diera alas a una clase media crítica.
No obstante, conocí personas notables intelectual y politicamente que luchaban contra la dependencia casi total de las ayudas del estado.
Comprendo el hartazgo del regimen PSAista que en 40 años no ha sido capaz de transformar esa Andalucia que se revuelve ante la sumisión a los latifundistas. ¿Por qué no se afrontó una "desamortización" de tierras para devolverselas a quienes llevan siglos trabajándolas?
Que un "jauntxo" vasco como Abascal haya entendido las frustraciones de 400.000 andaluces (ayudado por la abstención del reprecariado andaluz) es triste pero necesario para un rearme político y cultural de las andaluzas.