Opinión
De la factura al tejado: cómo nace una comunidad energética y por qué puede transformar la vida
Gerente de la cooperativa de energía EnVerde.
En Extremadura, la defensa del territorio se ha transformado, necesariamente, en acción colectiva. Frente al avance del extractivismo y los macroproyectos energéticos, surgen comunidades que entienden la energía como un bien común y no como mercancía. Desde Mérida hasta Piornal, desde Hoyos hasta Llerena, pasando por Montánchez, vecinas y vecinos se organizan para producir y gestionar su propia energía, tejiendo redes de cooperación que ponen la vida -y no el beneficio- en el centro.
En distintos puntos de Extremadura la transición energética no ha llegado de la mano de grandes empresas, macroparques ni discursos vacíos. Se ha hecho desde abajo, desde las conversaciones a pie de calle, desde un vecindario que ha decidido que la energía también puede ser de la gente, gestionada de forma democrática y compartida.
Son comunidades con diferentes ritmos, contextos y desafíos pero todas comparten una misma intuición: cuando la energía se pone en común, se fortalece el territorio y se hace justicia social. Estas cooperativas y asociaciones energéticas son más que una alternativa técnica, son un proyecto ciudadano que resiste lo impuesto y construye lo común desde lo local.
Pedagogía ciudadana: cuando la comunidad aprende a mirarse a sí misma
Los inicios nunca son fáciles pero todos coinciden en algo esencial: sin pedagogía ciudadana, no hay comunidad energética. “Por eso, desde EnVerde, hemos querido impulsar, apoyar y acompañar a todas estas iniciativas extremeñas que nos lo han solicitado. Uno de nuestros objetivos es difundir y fomentar las comunidades energéticas renovables”, explica Yolanda Tomé, presidenta de la cooperativa de Energía EnVerde.
José Miguel Prado, secretario de la Comunidad Energética Renovable Mérida EnVerde, lo expresa con claridad: “Autonomía, rentabilidad y ecología son claves para implicar a los vecinos”. En Hoyos, la vecina del grupo motor María Vázquez cree que la implicación se ha construido a base de cercanía y conversación, haciendo ver que “realizar las cosas en común supone un mayor ahorro” y que la energía puede ser algo cotidiano y compartido.
En Piornal, quizá el ejemplo más sólido de participación, lo tienen claro: “La información es un pilar clave: clara, transparente y accesible. Tres pilares sostienen la implicación: información, democratización y confianza”, según palabras de Ana María Moreno, vicepresidenta de la Comunidad Energética Local Salto del Calderón, de Piornal.
Por su parte, Miguel Ángel Caballero, presidente de la comunidad energética Sierra de Montánchez, añade que la pedagogía tomó una forma de resistencia: primero fue frenar modelos energéticos impuestos (“la implicación surge del movimiento de parar los parques eólicos”, asegura) para luego construir alternativas propias desde el pueblo. La conciencia se multiplica cuando la comunidad entiende que puede ser protagonista.
El proceso colectivo: el grupo motor como fuerza de arranque
Detrás de cada comunidad energética hay un pequeño grupo motor que empuja, sostiene y contagia entusiasmo. Es la semilla que lo inicia todo. En Mérida, José Miguel Prado lo describe como la base: “Un grupo motor implicado en impulsar iniciativas para lo común”. En Hoyos, María Vázquez subraya que se trata de “un proceso de conocernos, comunicarnos con claridad e integrar opiniones diversas”. Para Ana María Moreno, de Piornal, todo comenzó con una charla que se convirtió en movimiento: “De ahí surgió un grupo motor diverso y cercano que genera confianza”.
Y también para Miguel Ángel, de Montánchez, la determinación se convirtió en bandera: “Cuando no nos dieron la subvención del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDEA) todos dijeron: ¡P’alante!, sin subvención y sin nada, pero vamos a hacerlo igualmente”. Ese gesto resume la esencia del proceso colectivo: los proyectos se sostienen porque la comunidad se reconoce capaz, se acompaña mutuamente y se organiza desde el deseo de hacer algo bueno para el conjunto.
Energía compartida: un vínculo más que un kilovatio
Compartir energía no es solo un asunto técnico; tiene un profundo contenido social, emocional y político. En Hoyos el reto de asumir una responsabilidad y una necesidad de manera colectiva, teniendo además en cuenta y acomodando las necesidades y circunstancias de cada miembro: “Las personas limitan sus necesidades en función de las del grupo”. En Piornal, la dimensión de justicia es evidente: “Sin la comunidad sería impensable que personas mayores o sin sol en sus tejados fueran dueñas de su energía. Compartir energía es empoderamiento, cohesión y tejido social”.
Mientras que en Mérida es también una forma de autonomía real: modos eficientes de “producir y consumir nuestra propia energía”; en Montánchez, aunque todavía no han empezado a compartir energía materialmente, sienten ya el tejido social que se activa: talleres, encuentros y conversaciones que fortalecen la identidad colectiva. La energía compartida se convierte en metáfora: organización común, responsabilidad compartida y futuro compartido.
Acompañamientos y apoyos: nadie transita sola
Ninguna comunidad lo ha hecho sola; todas han necesitado respaldo técnico, institucional y humano. Desde Mérida destacan el acompañamiento de Impulso Verde y el aprendizaje de otras cooperativas. Para Hoyos, EnVerde tuvo un papel esencial desde los inicios, junto con la Diputación de Cáceres y el Ayuntamiento.
En Piornal, el apoyo ha sido decisivo en todas sus formas. Aquí nadie sobra y el apoyo institucional es crucial para este tipo de proyectos. En el caso de Piornal, tras el impulso inicial de EnVerde, el ayuntamiento, la Diputación provincial y la OTC de Cáceres aportaron confianza, facilitaron procesos burocráticos y permitieron avances significativos.
Por su parte, Miguel Ángel Caballero refuerza una idea poderosa: la réplica funciona por contagio territorial. “En la comarca de Montánchez los municipios actuarán por imitación cuando vean que el proyecto es posible”, afirma. Por tanto, el acompañamiento no es sólo técnico, es también emocional, político y organizativo.
Un mensaje para otros pueblos: esperanza, autonomía y valentía
Si algo une a las cuatro comunidades esel deseo de inspirar a otras. Todas comparten la misma idea: sí, se puede, y merece la pena. María Vázquez, de Hoyos, lo resume sin rodeos: “Que lo hagan, que merece la pena”. En Mérida subrayan que construir comunidad “crea lazos sólidos” y rompe con la imposición del oligopolio y las multinacionales.
Piornal amplía el horizonte: una comunidad energética es una oportunidad de crecimiento, para luchar contra la despoblación, para empoderar a la ciudadanía y para impulsar economías circulares. En Montánchez, el mensaje es libertad energética: “Tenemos que ser libres energéticamente. Es posible producir energía propia”. La transición justa necesita referencias y estas comunidades las están construyendo desde sus pueblos, desde lo cotidiano.
Dificultades y tensiones: aprender luchando
No todo es fácil y tampoco se esconde: las distribuidoras ponen trabas; las administraciones públicas muchas veces entorpecen lo que deberían facilitar y la burocracia retrasa procesos durante meses o años. Montánchez lo explica sin filtros: “Hemos tenido viento en contra todo el tiempo. La Administración Pública era un lastre, todo eran zancadillas. Deberíamos estar operativos hace dos años”.
Hoyos también lo reconoce: la gestión de subvenciones supuso pérdida de autonomía. Mérida denuncia que la distribuidora demora sistemáticamente los trámites, que con frecuencia las respuestas, que llegan meses después de presentadas las reclamaciones, son incoherentes e imprecisas y que ante los mismos procesos responden de forma distinta, sin lógica aparente. Sin embargo, estas comunidades no se rinden: aprenden, se reorganizan e insisten. Y EnVerde es el nudo invisible que participa del éxito de estos grupos locales, de la voluntad popular por cambiar las dinámicas y hacer que las comunidades energéticas tengan acceso al bien común sin un coste medioambiental, social y económico que siempre se ha exigido a nuestra tierra y a sus gentes.
La energía del futuro se construye desde los pueblos
En la Extremadura rural, donde la despoblación y la dependencia energética han marcado durante años la vida cotidiana, estas comunidades energéticas están demostrando que otra realidad es posible. No solo producen kilovatios: generan sentido, vínculo, autonomía, democracia y esperanza.
Cada instalación de autoconsumo compartida es también un acto de soberanía local. Cada taller, una lección de futuro. Cada decisión colectiva, un paso hacia una transición justa. Y cada grupo motor, un recordatorio de que el cambio siempre empieza en pequeño: en unas cuantas personas que deciden que es el momento de encender otra forma de vivir la energía.
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