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Editorial
Vade retro Iñaki Arriola
Recostado orondamente en una butaca, el consejero de Planificación Territorial, Vivienda y Transportes del Gobierno vasco afirmaba que la apatía es el principal problema del 84,5 % de los jóvenes (de entre 16 y 29 años) que todavía no se han emancipado. En su opinión, «el que la busca la encuentra», dijo recientemente refiriéndose a pisos en alquiler por debajo de los 800 euros. La realidad, sin embargo, es que el precio medio en las capitales de Euskal Herria supera con creces la barrera de los mil euros en algunos casos, y se sitúa ligeramente por debajo en los demás. En la práctica, acceder a una vivienda libre se lleva más del 80% del salario medio de las personas jóvenes. Si a ello le sumamos que menos de la mitad de la población juvenil tiene trabajo remunerado (por el alto paro y la falsa o verdadera inactividad), y que una parte importante sufre condiciones de parcialidad, temporalidad y bajos salarios, la crisis social de las nuevas generaciones se muestra en toda su crudeza.
En el fondo, lo que Iñaki Arriola señala es una nota a pie de página del relato de la patronal inmobiliaria. Ya lo dijo hace no tanto, una vez más, el pirómano Gonzalo Bernardos: el que quiera vivir en el centro de nuestras ciudades, que se lo pague. ¿Y qué hay de las personas jóvenes? Que compartan vivienda mientras van haciendo méritos suficientes para ascender socialmente hasta los estratos de las familias de clase media a los que sirven con ahínco y preferencia las instituciones.
“El que quiera vivir en el centro de nuestras ciudades, que se lo pague”
En esa lógica, la mayor parte de las políticas de vivienda están dirigidas bien a parchear las teóricas etapas transitorias (con ayudas a la emancipación juvenil, de complemento de vivienda, etcétera), bien a premiar a aquellas familias (léase aquí en su forma más tradicional) que por herencia y/o composición socio-económica responden a las categorías canónicas de las clases medias. Este segundo apartado incluye tanto las desgravaciones fiscales a la vivienda en propiedad, como las promociones de protección oficial de compra subvencionada, así como los instrumentos económicos destinados a dinamizar la promoción inmobiliaria autóctona (constructoras, agencias, promotoras). En cualquier caso, mecanismos ambos que refuerzan el marco de la vivienda como bien especulativo, que no como derecho.
En paralelo, decenas de miles de hogares plebeyos tienen cada vez más dificultades con la cesta de la compra y, lo veremos en breve, para encender la calefacción en invierno. Y, en el furgón de cola, los sectores más vulnerables van a ver, nuevamente, asomar el fantasma de los impagos de la renta y las notificaciones de los desahucios. Ante este escenario, el movimiento de vivienda tiene que decidir si, además de construir comunidades en lucha principalmente reactivas, asume la tarea de constituirse en un sujeto con capacidad de agencia para articular un programa que imponga el derecho a la vivienda (y a la vida digna) en la metrópoli vasconavarra. Es urgente.
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Sopesando si escritos como este mío pueden resultar indigestos e incluso a priori no muy positivos para El Salto, también algo me dice que es cosa saludable, y que no conviene dejar pasar detreminadas situaciones, que finalmente abocan hacia un estancamiento de estrechas miras, o sea, a un encasillamiento ideológico, que a la postre nos termina matando a todos, bien lejos de la pluralidad y el codo a codo, hoy más imprescindibles que nunca. Arranco con estas premisas.
Viene siendo una pauta por parte de algunos articulistas, hoy es la redacción de Hordago (aventuro que aquellos forman parte de esta), el referirse de forma subrepticia y entremezclada a la población del país vasco con la que no lo es, metiendo en el párrafo final del artículo a los navarros donde no debían estar, con la coletilla calzada de rondón, “la metrópoli vasco navarra”. Ya que lo comentado es la política del señor Arriola, que es consejero del Gobierno Vasco, pero desde luego no del Gobierno Foral Navarro, esto resulta absolutamente injustificable. No queda ahí la cosa, para remachar la manipulación, reproducen la frase de forma preferente junto al titular, seguramente porque es cosa sabida que la mayoría de los lectores no pasan de los titulares –para desgracia de los redactores no es mi caso--, y así te la endilgan directo al inconsciente, quién sabe si en modo discriminación positiva, para contrarrestar el revés secular. La cosa es de órdago, o de expansionismo, según se mire, y qué quieren que les diga, bien claro tengo que no es cuestión de opinar ni sentir ni consideraciones similares: Navarra no forma parte del País Vasco, sencillamente, porque a la pregunta de si usted es vasco, la gran mayoría de los navarros responderán que no. Lo sabemos todos; en 2002 es lo que hay, y añadiré que tan cierto como eso, que mala cosa es el confundir el deseo con la realidad... y que no hay mayor ciego que el que no quiere ver.
Un personaje como este y después de lo de Zaldivar en el cual era el consejero de medio ambiente y todavía en política es algo que nos dice mucho del hacer político en Euskadi.