Andalucía tiene más desaparecidos que los provocados por la dictadura de Videla en Argentina y multiplica los números del régimen de Pinochet en Chile.
El movimiento ciudadano atado a la memoria histórica es el soporte vital básico de una región que ha estado a la vanguardia de las políticas públicas en la materia. El empuje a la apertura de fosas y cunetas ha sido importante en los últimos años, con un centenar de tumbas colectivas abiertas y localizadas. Y otras decenas previstas, algunas con trabajos de enorme envergadura en marcha. Es el caso de los cementerios de Córdoba y Sevilla, cuyas fosas comunes albergan alrededor de 4.000 y 4.500 ejecutados respectivamente.
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Fuentes de Andalucía (Sevilla). “Se han llevado a las más nuevas”, decían en el pueblo. Los fascistas arrancaron a un puñado de jóvenes de sus casas. Corre el verano del 36. Las llevan al cortijo de El Aguaucho. Y allí se emborrachan, las obligan a servirles comida, abusan de ellas y las acaban ejecutando.
La saña ejemplarizante del terror fascista tiene un objetivo de género. No va a caer en saco roto la osadía de las mujeres que cuestionan, desde la esperanza republicana, la asfixiante estructura machista de una España que las quiere sumisas y devotas. La esencia criminal del patriarcado aplica un castigo específico contra el naciente feminismo: cárcel, tortura, violación y muerte.
Eran Coral García Lora, de 16 años, y su hermana Josefa, con 18, la misma edad de María Jesús Caro y Joaquina Lora, o Josefa González, con 17... Los cuerpos nunca aparecieron en el pozo al que los asesinos dijeron que las habían tirado. Cumplieron su doble cometido: matar y ocultar el crimen. Pero la memoria de las niñas del Aguaucho ha vencido al olvido.
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Paterna de Rivera (Cádiz). “Mis niños, mis niños”, gritaba Catalina Sevillano mientras cae arrastrada escaleras abajo. Un grupo de falangistas saca al arrastre a la mujer, que enfila un desenlace inequívoco: la muerte a balazos. Dos de sus hijos asisten a la terrorífica escena por los restos tatuada en la memoria de Luis Vega. Tiene siete años. El trabajo arqueológico en la comarca de La Janda logra rescatar una decena de cuerpos. Pero ninguno de los huesos corresponde a Catalina ni a su marido, Francisco, también asesinado por los golpistas. Luis sigue buscando a sus padres.
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El Madroño (Sevilla). Un lugareño musita resignado la suerte corrida por las víctimas sepultadas en la fosa del cementerio. “Como a perros”, dice. Así acabaron con ellos y así los enterraron. En el pequeño municipio de la Sierra Norte sevillana, con poco más de 300 habitantes, la tierra guardaba los huesos de 35 personas. Entre ellas, varias mujeres con quienes los fascistas “se divirtieron” antes de acabar con ellas.
El terrorismo de las huestes de Franco quedó ejecutado con saña ejemplarizante. En cada pueblo. La matanza fundacional del franquismo tiene su máximo escenario en Andalucía y ocurre, en muchos casos, en lugares donde nunca hay guerra. Con Sevilla como plaza segura para el tráfico y Cádiz como vía marítima por donde ingresan en España las tropas africanas compuestas por legionarios y mercenarios marroquíes que visten de barbarie el avance fascista.
Una isla, una fortaleza que en manos rebeldes mudó de carácter para convertirse en uno de los primeros baluartes de la victoria franquista. Como frontera marina, el destructor Churruca y el buque Ciudad de Algeciras finiquitan la resistencia popular en la mañana del 19 de julio. Los primeros tercios rebeldes desembarcan en la península desde el norte de África. Y, en una ciudad sin enfrentamiento bélico, estalla una fría venganza que tiene como primer testigo el foso de las Puertas de Tierra.
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San Fernando (Cádiz). La fosa de los militares leales a la República. De las 204 víctimas de Franco en la antigua Isla de León, 108 eran miembros de la Armada que se opusieron al “glorioso Alzamiento Nacional”, como lo definían los golpistas. Los soldados fueron ejecutados junto a otro centenar de defensores de la democracia en el sitio isleño, clave en el inicio de la guerra civil.
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Benamahoma (Grazalema, Cádiz). En la sierra gaditana hay un lugar donde la crónica del genocidio rebelde tiene nombre: el grupo de falangistas conocidos como los Leones de Rota. En la aldea, los golpistas dejan medio centenar de muertos en apenas un mes. Uno de ellos es Antonio Sarmiento. Ocho décadas más tarde, los huesos asoman de la tierra abierta. Las hermanas Sarmiento, Ana y María, están junto a la fosa donde quedó tirado su padre. Con una mezcla, dicen, “de alegría y tristeza”.
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Nerva (Huelva). Huesos enredados en tierra rojiza y metálica. Es la escena que desvela la posible mayor fosa común del franquismo en zona rural. La tierra del cementerio guarda el paradigma de la venganza fascista contra le resistencia minera. El pueblo, asediado por tierra y aire, se rindió con un pacto en la mano: que no hubiera más sangre. Las tropas rebeldes, sin embargo, traicionan el acuerdo y hacen expirar henchido de barbarie el mes de agosto del 36.
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Camas (Sevilla). A la espalda de la cruz “se arrojaban cadáveres”, según marcaban los testimonios orales. En sendas intervenciones arqueológicas aparecen los mineros onubenses que cayeron presos de una emboscada en La Pañoleta, a las mismas puertas de Sevilla, que evitó cambiar la historia. Las víctimas rescatadas de las fosas recibieron sepultura digna en un mausoleo, ochenta años después, en un acto multitudinario.
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La Campana (Sevilla). La gente supo que aquel pozo era el infierno cuando una mancha de humo emergió del camposanto. Como rúbrica de la orgía de muerte. La génesis de una carnicería que se cobró la vida de unas 150 personas. Bajo la tierra, el panorama era terrorífico. Un puro túmulo de huesos a medio calcinar.
La pedagogía del terror tiene además un objetivo de clase: sancionar a la combativa masa obrera andaluza. Los jornaleros alimentan sus reivindicaciones históricas al calor de la República y señalan al poder latifundista como una de las claves de su pobreza atávica. El señorito nunca acabará perdonando al bracero.
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El Coronil (Sevilla). Un bebé tirado a la fosa. Una menor violada. Y otras 119 personas muertas a tiros. Las tropas franquistas asumen la aniquilación del adversario social y político. El escarmiento cubierto de sangre.
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Álora (Málaga). Un castillo domina desde las alturas el valle del Guadalhorce. Sus añejos muros serán testigos silentes de los fusilamientos que alcanzan su máxima expresión en la conocida desde entonces como “la noche de los 60”. Los jornaleros habían peleado el pan durante la etapa republicana. Y tras el golpe de Estado, quedaban sometidos a una calma tensa que acabó destrozada a balazos. Las paredes de la fortaleza y el forjado de algunas puertas guardan todavía muescas de los tiros.
Josefa Barba narra los sucesos de Colmenar (Málaga): “Mi padre me contaba que ahí mataron a unos pocos”. La memoria oral es en muchas ocasiones el último vestigio de los crímenes. Y sirve, a menudo, para localizar los cuerpos arrojados a cualquier cuneta. En ese pueblo, recuerda, los franquistas trajeron “en un camión” a un puñado de criaturas. Ella sabe la historia de primera mano: su padre fue obligado a cavar la fosa.
La represión rebelde no cesó con el final de la guerra civil española. Continuó hasta bien entrada la dictadura. Sobre todo en los montes, donde las batidas de guardias civiles apoyados por mercenarios falangistas acometían verdaderas cacerías contra los guerrilleros antifranquistas.
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Marmolejo (Jaén). La madrugada despierta a bombazos. Las batidas para cazar guerrilleros antifranquistas tienen éxito. Cada vez más. Ya hace cinco años que terminó la guerra civil. Y aquella redada nocturna en el cortijo de Loma Candelas va a ser mortal para cuatro maquis y su enlace en la sierra.
El odio de clase provoca sonoras matanzas que definen el terror fundacional de la dictadura franquista. La memoria avanza. Y vence al terror.
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Castro del Río (Córdoba). Cinco de la tarde del 18 de julio. Unas gotas de sudor corretean las sienes palpitantes del coronel Ciriaco Cascajo. Bate con fuerza la calima en el cuartel de Artillería de la ciudad califal. El militar lee el bando de guerra golpista y acata el mandato criminal de Queipo. Las instrucciones son claras: tomar posiciones estratégicas. Y matar. Los días quedan empapados de sangre. Como los trece hombres paseados en una cuerda de presos, ejecutados y enterrados en el paraje de Santa Rita.
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Villaverde del Río (Sevilla). En un saco, y a flor de tierra, estaban los restos de una maestra, un joven, un pescador y un vendedor de melones. Apiñados, como si fueran cualquier cosa. La zona ajardinada del camposanto escondía el ejemplo de la represión en la vega del Guadalquivir.
“La memoria es un derecho ciudadano”, declara a El Salto el último director general de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía, Javier Giráldez. La memoria, decía, es una apuesta “transversal” que debe quedar “fuera del ámbito del debate político partidista”. Porque “trabajar en memoria es hacerlo por las víctimas, y esto hace más fuerte a la democracia”, añade Giráldez.
El nuevo Gobierno andaluz de las derechas no parece estar por la labor. En un lado de la balanza están los derechos humanos; en el otro, seguir construyendo el muro que garantiza la impunidad de los crímenes franquistas.
“A decir paz y esperanza, bajo el sol de nuestra tierra”, canta el Himno de Andalucía. Los andaluces siguen buscando a las personas “de luz” que entona la copla escrita por Blas Infante. Que siga siendo tierra de memoria. Sea por Andalucía libre. Por los pueblos. Y por la Humanidad.
El suelo andaluz está sembrado de fosas comunes y desaparecidos forzados: al menos 45.566 víctimas del terrorismo franquista yacen en 708 tumbas ilegales, un tercio del total en España.
La ofensiva legislativa de gobiernos autonómicos como el de Castilla y León y el País Valencià, adoptan un enfoque revisionista que amenaza los avances en el reconocimiento memorialista.
Hasta la aprobación en 2022 de la Ley de Memoria Democrática, los fiscales tenían orden de oponerse a cualquier investigación en torno a los crímenes del franquismo.
Atopan no cemiterio de Bértoa as primeiras evidencias dos posibles restos de Francisco Miguel Fernández, Juan Boedo, Andrés Pinilla e Pedro Pinilla, represaliados polos falanxistas no ano 36.
Los partidos de derecha del Régimen del '78 muestran un absoluto desprecio por las víctimas de la genocida represión fascista del '36. Un claro ejemplo de que son sus herederos ideológicos.
Al igual que sus víctimas, Andalucía no encontrará la paz mientras siga orbitando en el eje españolista.
Andalucía Libre, por los Pueblos y la Humanidad.
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