Opinión
La derrota de Milei en el país de la “hegemonía imposible”

La noche argentina del 7 de septiembre dejó una escena nítida: en la provincia de Buenos Aires —casi el 40% del padrón electoral y termómetro inevitable de cualquier proyecto nacional— el oficialismo de Javier Milei sufrió una derrota apabullante. La coalición peronista Fuerza Patria se impuso con holgura en toda la provincia (47% contra 34%) y ganó seis de las ocho secciones electorales. La bonaerense no es una elección subnacional más; es el centro de gravedad político, social y económico de la Argentina. Si Buenos Aires vira, tiembla la mesa en la que se apoya el resto del mapa. La provincia se impone en el país centralista por concentración económico-social y por la prepotencia de su demografía.
La derrota no se entiende solo desde la contabilidad electoral. Confirma un diagnóstico: la Argentina es el país de la hegemonía imposible. El empate catastrófico pareció romperse con la aceleración eléctrica que la ultraderecha imprimió a la política criolla, pero volvió a emerger en el domingo sangriento de la provincia “maldita”: las fuerzas políticas tradicionales tienen la capacidad de vetar el proyecto del otro, pero no cuentan con la fuerza suficiente para imponer de manera permanente el propio. Le pasó a Mauricio Macri, después a Alberto Fernández y ahora Javier Milei la sufre en carne propia. Más allá del ruido y la furia impostada del presidente y su camarilla, la relación de fuerzas estructural impuso su ley de hierro.
El entusiasmo condujo a no pocos peronistas a vaticinar que las elecciones provinciales demostraron que una mayoría volvió a abrazar lo viejo que rechazó hace apenas dos años. Se equivocaban
El diagnóstico permite leer con prudencia no solo la derrota de Milei, sino también el triunfo peronista. Hace dos años —cuando llegó a la Casa Rosada—, el libertariano creyó que había dado el primer paso para teñir de violeta a todo el país y lograr la adhesión de la mayoría a su ideología minarquista. En las primeras horas del triunfo bonaerense, el entusiasmo condujo a no pocos peronistas a vaticinar que las elecciones provinciales demostraron que una mayoría volvió a abrazar con fuerza y convicción lo viejo que rechazó hace apenas dos años.
Se equivocan. La crisis de representación —a veces larvada, laberíntica o impredecible— sigue su curso y, salvo los núcleos duros, en las elecciones se vota más “en contra de” que “a favor de”. El famoso partidismo negativo del que habló la politología revela el carácter líquido de las adhesiones. De hecho, el peronismo subió su porcentaje aunque obtuvo medio millón de votos menos que en la primera vuelta de 2023. El tema es que Milei perdió los dos millones de votos que obtuvo de la centroderecha tradicional (PRO) —fuerza que terminó abducida por La Libertad Avanza— en el balotaje presidencial.
En la Argentina contemporánea, ningún bloque logró estabilizar un consenso duradero sin concesiones sustantivas. Y esas concesiones están negadas por la crisis que se devora a todos los proyectos que pretenden administrarla dentro de los marcos del capitalismo dependiente, con la permanente espada de Damocles del Fondo Monetario Internacional sobre su cabeza.
Contención y aceleración —como definieron Daniel Feldman y Fabio Luis Barbosa dos Santos el vínculo íntimo entre bolsonarismo y lulismo en Brasil autofágico (Tinta Limón, 2022)— vienen siendo las dos estrategias fallidas para enfrentar la crisis. Quienes intentan contenerla hoy (como el Frente de Todos antes de Milei) lo hacen con herramientas que la aceleran mañana; y quienes gobiernan precipitándola encuentran rápido sus propios límites explosivos.
La crisis de representación sigue su curso. El peronismo subió su porcentaje en las elecciones del 7 de septiembre aunque obtuvo medio millón de votos menos que en la primera vuelta de 2023
La aceleración mileísta (shock económico) se combinó con excepción (gobierno por decreto) y la épica del ajuste terminó a la defensiva cuando pateó el umbral moral de lo tolerable por cualquier sociedad: ajustar a las personas con discapacidad en el mismo momento en que se filtró que en esa área se cobraban sobornos que recaudaba la hermana del presidente.
Conviene no equivocarse. La corrupción-fraude también tiene una explicación política: era la única forma de “sedimentar” a un grupo de advenedizos sin ideología común y lleno de cuentapropistas y “emprendedores” que entendieron a la política como otro negocio más. El engrudo de la coima era parte sustancial de la estructura libertariana, la garantía de la “unidad”.
Milei y La Libertad Avanza agraviaron demasiado a los de abajo con un ajuste infinito y no terminaron de convencer a los de arriba, que pretendían —aquí y ahora— reformas estructurales (laboral, previsional e impositiva) y no solo un “mero” ajuste fiscal. Tenían el sueño húmedo de domar a la Argentina contenciosa de la mano de un “loco” que parecía enviado por las fuerzas del cielo. No pudo ser.
En la economía, el dogma neoliberal de “todo el poder al poder” tampoco funcionó. Las desregulaciones, la apertura indiscriminada, la retirada del Estado terminaron con las reservas extenuadas
En la economía, el dogma neoliberal de “todo el poder al poder” tampoco funcionó. Las desregulaciones, la apertura indiscriminada, la retirada del Estado de áreas necesarias incluso para el funcionamiento del capital y la timba financiera terminaron con las reservas extenuadas, la actividad paralizada, los ingresos licuados y una inflación contenida, pero que solo unos pocos pudieron aprovechar, porque la mayoría —incluso con dos o tres empleos— no llega a fin de mes. Una verdadera “sorpresa”: que un plan que no funcionó en ningún lugar, tampoco anduviera en la Argentina.
En el mes previo a las elecciones ya se habían encendido unas cuantas luces rojas. El Gobierno venía de sufrir palizas parlamentarias en un Congreso que actuó como termómetro y marcó fiebre. La combinación de prepotencia mesiánica, ajuste y escándalo hizo que hasta los más colaboracionistas entre las fuerzas parlamentarias —que habilitaron gran parte del marco legal del plan de Milei— pasaran a la oposición tardía.
La derrota bonaerense de Milei también resignificó las movilizaciones que lo enfrentaron durante todo este tiempo. Desde las jubiladas y los jubilados que se manifestaron cada miércoles frente al Congreso hasta las y los trabajadores del Hospital Garrahan —símbolo pediátrico— o las familias de personas con discapacidad que coparon las calles y lograron restablecer la ley de emergencia en el sector que el presidente había vetado. El movimiento universitario, el feminismo y la diversidad, que el año pasado protagonizaron movilizaciones multitudinarias, y la miríada de conflictos contra despidos o por salario que recorrieron la Argentina en estos dos años. De estos movimientos se dijo muchas veces que “no lograban nada” porque estaban disgregados y no se canalizaban a través de una acción unificada. Era una verdad a medias: horadaron la autoridad del Gobierno y agujerearon la bandera de la épica del ajuste. La Argentina contenciosa no se expresó en una manifestación única, pero mostró en cuotas su vitalidad y terminó impactando en el tablero político. El Frente de Izquierda, que acompañó estos movimientos —muchas veces en soledad—, también fue beneficiario de la ola que castigó a Milei y consagró a dos diputados provinciales en la Tercera Sección electoral bonaerense.
La derrota bonaerense de Milei también resignificó las movilizaciones que lo enfrentaron durante todo este tiempo, movimientos de los que se dijo muchas veces que “no lograban nada”
Como en un déjà vu de 2018 —cuando entró en crisis el Gobierno de Macri—, el lunes posterior a la derrota los mercados comenzaron su propia revuelta. Más allá de la promesa de Milei de continuar con la hoja de ruta económica y corregir errores que solo identificó en la esfera política, el capital percibió la debilidad espantosa en la que quedó el proyecto libertariano: el dólar perforó el techo de la banda en la que quería sostenerlo el Gobierno ($1.400); el riesgo país superó los 1.000 puntos y las acciones de empresas argentinas se desplomaron en Wall Street.
El Gobierno quedó grogui y, más allá de si logra algún reflejo o hace control de daños, lo de Buenos Aires no fue un accidente. En su primer discurso, Milei leyó mal el resultado: dijo que repararía los errores políticos, pero seguiría con el mismo programa económico, cuando las y los bonaerenses votaron políticamente con la economía entre sus principales preocupaciones.
El establishment ya empieza a buscar alternativas para que otro eventual personal político haga “mileísmo con buenos modales” como si el problema de Milei estuviera en las formas y no en el programa económico. Están a la caza del “Tony Blair” de este “Thatcher” frustrado. La hegemonía imposible no es un callejón sin salida que nos condene a hacer lo mismo por otros medios con la pretensión de obtener resultados diferentes, sino la condición para que otros —desde abajo— tengan la posibilidad de escribir su propio guion.
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