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Análisis
Cómo movilizar el voto en las ciudades será la llave del cambio en las elecciones gallegas
En una entrevista reciente, la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo Yolanda Díaz afirmaba que “si Galicia vota igual que en las generales de julio, habrá cambio en la Xunta”. En las últimas generales, las izquierdas consiguieron un 50,2% de los votos en Galicia y en 2019 rondaron el 54% de los sufragios. La afirmación de la líder de Sumar se dirige a evitar lo sucedido en el último ciclo, donde los éxitos en las generales vinieron acompañados por la derrota en las autonómicas de 2020. Por lo tanto, si atendemos a los últimos resultados, la afirmación es acertada: si votamos como en las generales, la izquierda gana. ¿Será suficiente con llamar a votar al pueblo progresista? ¿Por qué las izquierdas pierden tantos apoyos entre unas elecciones y otras?
La Galicia urbana: progresista en las generales, desmovilizada en las autonómicas
Los fracasos de las izquierdas en las autonómicas de 2012, 2016 y 2020 se relacionan con el aumento de la abstención, especialmente en la Galicia urbana y semiurbana, es decir, en los ayuntamientos que se concentran en las provincias de A Coruña y Pontevedra, especialmente en la franja atlántica —donde vive el 75% de la población gallega—, pero también en A Mariña y en algunas zonas de Lugo y Ourense. Un dato de la cuenta del peso demográfico de las urbes: sólo en las siete grandes ciudades gallegas reside cerca del 40% de la población y eso sin contar con sus áreas metropolitanas.
Con los datos de las tres últimas elecciones gallegas, podemos observar que los 86 ayuntamientos de la Galicia urbana y semiurbana tienen mayores niveles de abstención en comparación con los 229 ayuntamientos restantes
Si atendemos a los datos de las tres últimas elecciones gallegas podemos observar que los 86 ayuntamientos de la Galicia urbana y semiurbana tienen mayores niveles de abstención (35,55%, 36% y 40,36%) en comparación con los 229 ayuntamientos restantes (32,67%, 33,13% y 37,03%), que podemos clasificar como semirurales, rurales o muy rurales. Si aislamos los ayuntamientos semirurales, muchos de ellos más próximos a la realidad de un ayuntamiento urbano que de uno rural —pensemos en Noia o Muros (A Coruña) —, las diferencias de participación se amplían hasta más de seis puntos. En los ayuntamientos urbanos, la diferencia de participación entre las generales de 2023 y las autonómicas de 2020 es de más de catorce puntos.
Paralelamente, los resultados muestran que en estos territorios es donde más se reducen los apoyos de los progresistas, perdiéndose más de la mitad de los ayuntamientos urbanos, incluidas tres de las siete grandes ciudades gallegas. Esta abstención urbana, a su vez, se agudiza entre las clases populares, tal y como desgrana la última investigación de Carretando con datos de las siete grandes ciudades gallegas.
La derrota de los progresistas atiende a tres claves: se reduce la participación general en las autonómicas, se produce una mayor abstención urbana y los sectores más empobrecidos son los que más se abstienen
En resumen, la derrota de los progresistas atiende a esta triple condición: primero, se reduce la participación general en las elecciones autonómicas; segundo, se produce una mayor abstención urbana; y tercero, dentro de las grandes villas y ciudades, son los sectores más empobrecidos los que más se abstienen. La Galicia urbana es el bastión del bloque progresista, y sin la movilización de estos votantes no habrá cambio en la Xunta.
Análisis
Análisis ¿Qué dice (y qué no) el barómetro del CIS de Galicia?
¿Qué está pasando en la Galicia urbana?
El último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) nos ayuda a dibujar un panorama de la sensibilidad actual en la Galicia urbana. Los habitantes de las urbes son los que muestran más preocupación por los problemas comunes a todos los gallegos y gallegas: el paro, la sanidad y la crisis económica preocupan más en la ciudad, así como las infraestructuras o la falta de inversiones en sectores punteros. Sin embargo, llama la atención que cerca de la mitad declaran su falta de interés en las elecciones autonómicas.
Cuando se les pregunta por su percepción sobre la situación política y económica de la Galicia actual respeto a la de hace cuatro años, el grueso de los urbanitas dice sentir que todo sigue igual. Y asumen que así seguirá después del 18F: en comparación con el resto de Galicia, el deseo de cambio es mayor, pero la expectativa del mismo es menor. A La pregunta sobre quién cree que ganará las elecciones, un 79,2% declaró que seguro que el PP. Al ser preguntados por quien le gustaría que las ganara, sólo un 37,8 % optó por el PP. Es más, si observamos sólo los datos de Vigo, A Coruña y Ourense —únicas tres urbes con más de 100.000 habitantes— la creencia en la victoria del PP sube hasta lo 82%, mientras que el deseo de que gane baja hasta lo 29,2%.
El pesimismo de esta ciudadanía urbana parece vaticinar una ausencia total de sorpresas en este 18F. La “isla de estabilidad” anunciada por Alfonso Rueda necesita de este mar de pesimismo: no hay sentimiento más desmovilizador que la impotencia. Las gentes de la ciudad valoran peor la gestión del PP y sienten sus ideas más representadas por las formaciones de izquierdas (55,2%).
Análisis
Análisis Alfonso Rueda: de la nobleza del Estado a la presidencia de la Xunta
La urbe es la que menos desea que haya un gobierno del PP pero la que más cree que lo habrá; la que más se preocupa por los problemas del país, pero la que menos atiende a las elecciones; la que más considera que la situación política y económica sigue igual, pero la que peor valora la gestión del PP. La Galicia urbana es una marea de contradicciones, pero también el motor del bloque progresista. ¿Por qué se desmoviliza en las autonómicas?
Una explicación: la Galicia reducida
En su Galicia reducida, el analista Rodri Suárez propone que la desvinculación de las masas urbanas con la política autonómica se relaciona con la extensión de una idea de Galicia que la reduce a un territorio rural, atrasado y que gira alrededor de Santiago. En esta idea de Galicia no está representada su realidad urbana, sus sectores modernizadores ni el resto del territorio que no es Santiago. Este “marco conservador y centralista” atravesaría a todo gallego y gallega, de derechas o izquierdas —de Fraga a Bautista Álvarez—, y beneficia al PPdeG porque no interpela a la población urbana, es decir, a la población más de izquierdas.
Esta idea parte de una fantasía que, en palabras del analista Antón Baamonde, “ve en el campo a expresión genuina del ser gallego”, y produce en nosotros una percepción de Galicia como una rémora del pasado: como algo a conservar, propio de otro tiempo. Estas percepciones se resumen en imágenes que reclaman la nostalgia por un mundo perdido: el del rural, la arcadia campesina y los lazos comunitarios. El autor da innumerables ejemplos de estas imágenes: como el discurso parlamentario de Emilio Pérez Touriño en julio de 2005, donde dijo que “el mundo rural es y será siempre parte del alma más entrañable de esta tierra”; o la reflexión de Castelao en el Sempre en Galiza, en la que decía que la “santísima trinidad gallega” era “Árbol, vaca, pescado”.
Es esta idea ruralizada de Galicia la que se activa cuando hablamos de unas elecciones autonómicas. Una Galicia rural que los sectores sociales urbanos sienten como propia, que incluso aman, pero que está muy alejada de su realidad cotidiana. En las autonómicas, la “lógica defensa del territorio gallego” se convierte en una sentimentalidad conservadora respecto de esta Galicia rural y entrañable.
Es difícil que una trabajadora precarizada de Ponteareas, o un joven en la búsqueda de vivienda en A Coruña, puedan sentirse interpelados por una diagnosis que sobreentiende la condición parasitaria de las ciudades sobre el rural
Esta visión puede explicar la derrota de las derechas en las autonómicas de 2005, la cual se produjo después de una catástrofe para la naturaleza como la provocada por el Prestige, de un “golpe a la Terra”. Las izquierdas pudieron capitalizar la crisis del PPdeG que, en tanto cómplice en la devastación de la tierra, perdió la capacidad de representar esa sentimentalidad conservadora. La crisis de los pellets, de una dimensión distinta, activó esta sentimentalidad de defensa de la tierra y se coló en los temas que más preocuparon a la ciudadanía en el inicio de campaña.
Otra dimensión de este marco conservador es la idea de Galicia como un pueblo atrasado, ignorado, caciquil, tradicional y pobre. De nuevo, son ideas que atraviesan tanto la izquierda como a la derecha. Para el caso de las izquierdas el autor rescata la hipótesis colonial sobre Galicia, condensada en las dos obras más populares: O atraso económico da Galiza, de Xosé Manuel Beiras, y la Problemática nacional e colonialismo, de Ramón López Suevos y Francisco Rodríguez. La idea principal de la hipótesis es considerar que las relaciones sociales y económicas en la Galicia están supeditadas al interés de España —al estilo de una colonia interior según Beiras—, lo cual produce no sólo un subdesarrollo de las fuerzas productivas del país, sino la dejadez y la subalternidad del pueblo gallego.
Ambos libros, publicados en los setenta, son interpretados por muchos sectores del soberanismo gallego como el retrato más acertado de la nación, también en la actualidad. Estas teorías parten de una relación de dominación y expolio entre España y Galicia, entre la ciudad y el campo. Estas explicaciones corren el riesgo de no ser operativas políticamente, es decir, de no servir para explicar los problemas reales que preocupan a la sociedad gallega. Es difícil que una trabajadora precarizada de Ponteareas, o un joven en la búsqueda de vivienda en A Coruña, puedan sentirse interpelados por una diagnosis que sobreentiende la condición parasitaria de las ciudades sobre el rural, o que perciba determinadas identificaciones culturales, tales como hablar en castellano, como elementos alienantes que los alejan de sus intereses objetivos. Esta noción de “atrasismo” e “insulto” manejada por la izquierda soberanista sería otra expresión del reduccionismo de la Galicia realmente existente.
Otro aspecto de este marco es el centralismo compostelano. Tomar la parte por el todo: el compostelanismo como sinónimo de galleguidad. El libro de Suárez narra la disputa por la capitalidad y explica la centralización de los recursos en la capital como parte fundamental en la construcción de la autonomía. También trae a colación numerosos ejemplos de este centralismo en el campo de los imaginarios, como una de las primeras declaraciones de Feijóo como presidente en 2009, donde decía que “Galicia tendrá dos iconos, la catedral de Santiago y el Gaiás”; o las recurrentes convocatorias nacionales de la izquierda en la capital, por no hablar de la concentración de los actos del Día da Patria en la ciudad —coincidente en fechas con el día de Santiago—.
Otras dos historias ilustran el desfase entre la Galicia reducida y la Galicia realmente existente: la primera es la polémica representación hecha por la IA de las mujeres de cada comunidad autonómica española, que para el caso gallego aparecían representadas como mujeres mayores con un gesto amargado. Otra es una anécdota de Manuel Gago, que comenta que frente a la pregunta de “¿qué es Galicia? realizada en un concurso infantil, los niños aludían a la “abuela de la aldea, las vacas, la empanada, la fiesta del patrón, los campos, una carballeira, un mirador, la muiñeira”.
En ambas historias aparecen percepciones sobre lo que es Galicia lejanas de la experiencia cotidiana. La Galicia urbana aparece como un espacio invisible, falto de deseo y carente de imaginación política, no hay un reconocimiento ni de las ausencias ni de las potencialidades de la misma. Esa idea de Galicia no interpela a los sectores de la sociedad que pueden liderar una modernidad posneoliberal, centrada en la dotación de infraestructuras y transportes públicos, la transición ecológica, en la reducción del tiempo del trabajo o en el robustecimiento de un sistema público de cuidados.
Esta Galicia urbana y modernizante existe, pero parte de la misma se queda en casa en las autonómicas, pues no se percibe a sí misma como parte del relato de la autonomía. En estas condiciones, es sencillo para lo PPdeG postularse como “el partido que más se parece a Galicia”.
Construir un relato de Galicia nuevo, una sentimentalidad gallega progresista, es necesario para atraer a las masas populares urbanas hacia la política autonómica. Se trata, más que de una traducción automática de los intereses en votos, o de la llamada a activar el voto progresista, de una política del deseo: de construir una idea de Galicia centrada en su potencial de modernidad, en el que puede llegar a ser. Sólo así puede competir la izquierda gallega con los marcos conservadores del PPdeG (“La Galicia que somos”, “La Galicia que funciona”).
La desmovilización de los progresistas de las urbes ya es un hecho que está siendo interpretado por las izquierdas. Encontramos esta inteligencia estratégica en el liderazgo de Ana Pontón y en los giros comunicativos del BNG, con el abandono de los discursos más esencialistas en torno la identidad gallega, como por ejemplo respecto al idioma. También en Sumar, con medidas especialmente dirigidas las mujeres y a la población urbana y joven, como por ejemplo la propuesta de un metro ligero en las áreas metropolitanas de Vigo y A Coruña.
De momento, la estrategia parece estar dando resultado. En el Preelectoral del CIS, más de un 80% de los habitantes de la Galicia urbana dicen que irán a votar con toda seguridad, casi diez puntos más que en las anteriores elecciones autonómicas. Veremos si el próximo 18F las izquierdas evitan los sucesos de 2020, donde perdieron un 20% de los apoyos recibidos en las generales de 2019 y las ciudades fueron responsables del 44% de los votos perdidos.
Análisis
A Galiza urbana: como mobilizar o voto nas cidades será a chave do cambio nas eleccións galegas
Nunha entrevista recente, a vicepresidenta segunda e ministra de Traballo Yolanda Díaz afirmaba que “se Galicia vota igual que nas xerais de xullo, haberá cambio na Xunta”. Nas últimas xerais, as esquerdas acadaron un 50,2% dos votos en Galiza, e en 2019 rondaron o 54% dos sufraxios. A afirmación da líder de Sumar diríxese a evitar o sucedido no último ciclo, onde os éxitos nas xerais viñeron acompañados pola derrota nas autonómicas de 2020. Polo tanto, se atendemos aos últimos resultados, a afirmación é acertada: se votamos como nas xerais, a esquerda gaña. Será suficiente con chamar a votar ao pobo progresista? Por que as esquerdas perden tantos apoios entre unhas eleccións e outras?
A Galiza urbana: progresista nas xerais, desmobilizada nas autonómicas
Os fracasos das esquerdas nas autonómicas de 2012, 2016 e 2020 relaciónanse co aumento da abstención, especialmente na Galiza urbana e semiurbana, é dicir, nos concellos que se concentran nas provincias da Coruña e Pontevedra, especialmente na franxa atlántica —onde vive o 75% da poboación galega—, pero tamén na Mariña e nalgunhas zonas de Lugo e Ourense. Un dato da conta do peso demográfico das urbes: só nas sete grandes cidades galegas reside preto do 40% da poboación, e iso sen contar coas súas areas metropolitanas.
Cos datos das tres últimas eleccións galegas podemos observar que os 86 concellos da Galiza urbana e semiurbana teñen maiores niveis de abstención en comparación cos 229 concellos restantes
Se atendemos aos datos das tres últimas eleccións galegas podemos observar que os 86 concellos da Galiza urbana e semiurbana teñen maiores niveis de abstención (35,55%, 36% e 40,36%) en comparación cos 229 concellos restantes (32,67%, 33,13% e 37,03%), que podemos clasificar como semirurais, rurais ou moi rurais. Se illamos os concellos semirurais, moitos deles máis próximos á realidade dun concello urbano que dun rural —pensemos en Noia ou Muros (A Coruña)—, as diferencias de participación amplíanse até máis de seis puntos. Nos concellos urbanos, a diferencia de participación entre as xerais de 2023 e as autonómicas de 2020 é de máis de catorce puntos.
Paralelamente, os resultados amosan que nestes territorios é onde máis se reducen os apoios dos progresistas, perdéndose máis da metade dos concellos urbanos, incluídas tres das sete grandes cidades galegas. Esta abstención urbana, a súa vez, agudízase entre as clases populares, tal e como debulla a última investigación de Carretando con datos das sete grandes cidades galegas.
A derrota dos progresistas atende a tres claves: redúcese a participación xeral nas autonómicas, prodúcese unha maior abstención urbana e os sectores máis empobrecidos son os que máis se absteñen
En resumo, a derrota dos progresistas atende a esta tripla condición: primeiro, redúcese a participación xeral nas eleccións autonómicas; segundo, prodúcese unha maior abstención urbana; e terceiro, dentro das grandes vilas e cidades, son os sectores máis empobrecidos os que máis se absteñen. A Galiza urbana é o bastión do bloque progresista, e sen a mobilización destes votantes non haberá cambio na Xunta.
Análisis
Análise Que di (e que non) o barómetro do CIS sobre Galiza?
Que está pasando na Galiza urbana?
O último barómetro do Centro de Investigacións Sociolóxicas (CIS) axúdanos a debuxar un panorama da sensibilidade actual na Galiza urbana. Os habitantes das urbes son os que mostran máis preocupación polos problemas comúns a todos os galegos e galegas: o paro, a sanidade e a crise económica preocupan máis na cidade, así como as infraestruturas ou a falta de inversións en sectores punteiros. Porén, chama a atención que preto da metade declaran a súa falta de interese nas eleccións autonómicas.
Cando se lles pregunta pola súa percepción sobre a situación política e económica da Galiza actual respecto á de hai catro anos, o groso dos urbanitas din sentir que todo segue igual. E asumen que así seguirá despois do 18F: en comparación co resto de Galiza, o desexo de cambio é maior, pero a expectativa do mesmo é menor. Á pregunta sobre quen cre que gañará as eleccións, un 79,2% declarou que seguro que o PP. Ao ser preguntados por quen lle gustaría que as gañase, só un 37,8 % optou polo PP. É máis, se observamos só os datos de Vigo, A Coruña e Ourense —únicas tres urbes con máis de 100.000 habitantes— a crenza na vitoria do PP sube até o 82%, mentres que o desexo de que gañe baixa até o 29,2%.
O pesimismo desta cidadanía urbana parece vaticinar unha ausencia total de sorpresas neste 18F. A “illa de estabilidade” anunciada por Rueda precisa deste mar de pesimismo: non hai sentimento máis desmobilizador que a impotencia. As xentes da cidade valoran peor a xestión do PP e senten as súas ideas máis representadas polas formacións de esquerdas (55,2%).
A urbe é a que menos desexa que haxa un goberno do PP pero a que máis cre que o haberá; a que máis se preocupa polos problemas do país pero a que menos atende ás eleccións; a que máis considera que a situación política e económica segue igual, pero a que peor valora a xestión do PP. A Galiza urbana é unha marea de contradicións, pero tamén o motor do bloque progresista. Por que se desmobiliza nas autonómicas?
Unha explicación: a Galiza reducida
Na súa Galicia reducida, o analista Rodri Suárez propón que a desvinculación das masas urbanas coa política autonómica relaciónase coa extensión dunha idea de Galiza que a reduce a un territorio rural, atrasado e que xira arredor de Santiago. Nesta idea de Galiza non está representada a súa realidade urbana, os seus sectores modernizadores nin o resto do territorio que non é Santiago. Este “marco conservador e centralista” atravesaría a todo galego e galega, de dereitas ou esquerdas —de Fraga a Bautista Álvarez—, e beneficia ao PPdeG porque non interpela á poboación urbana, é dicir, á poboación máis de esquerdas.
Esta idea parte dunha fantasía que, en palabras de Antón Baamonde, “ve no campo a expresión xenuína do ser galego”, e produce en nós unha percepción de Galiza como unha rémora do pasado: como algo a conservar, propio doutro tempo. Estas percepcións resúmense en imaxes que reclaman a nostalxia por un mundo perdido: o do rural, a Arcadia campesiña e os lazos comunitarios. O autor da innumerables exemplos destas imaxes: como o discurso parlamentario de Emilio Pérez Touriño en xullo de 2005, onde dixo que “o mundo rural é e será sempre parte da alma máis entrañable desta terra”; ou a reflexión de Castelao no Sempre en Galiza, na que dicía que a “santísima trindade galega” era “Árbore, vaca, peixe”.
É esta idea ruralizada de Galiza a que se activa cando falamos dunhas eleccións autonómicas. Unha Galiza rural que os sectores sociais urbanos senten como propia, que mesmo aman, pero que está moi afastada da súa realidade cotiá. Nas autonómicas, a “lóxica defensa do territorio galego” convértese nunha sentimentalidade conservadora respecto desta Galiza rural e entrañable.
É difícil que unha traballadora precarizada de Ponteareas, ou un mozo na procura de vivenda na Coruña, poidan sentirse interpelados por unha diagnose que sobreentende a condición parasitaria das cidades sobre o rural
Esta visión pode explicar a derrota das dereitas nas autonómicas de 2005, a cal se produciu despois dunha catástrofe para a natureza como a provocada polo Prestige, dun “golpe á Terra”. As esquerdas puideron capitalizar a crise do PPdeG que, en tanto cómplice na devastación da terra, perdeu a capacidade de representar esa sentimentalidade conservadora. A crise dos pellets, dunha dimensión distinta, activou esta sentimentalidade de defensa da terra e colouse nos temas que máis preocuparon á cidadanía no inicio de campaña.
Outra dimensión deste marco conservador é a idea de Galiza como un pobo atrasado, ignorado, caciquil, tradicional, pobre. De novo, son ideas que atravesan tanto a esquerda como á dereita. Para o caso das esquerdas o autor rescata a hipótese colonial sobre Galiza, condensada nas dúas obras máis populares: O atraso económico da Galiza, de Xosé Manuel Beiras, e a Problemática nacional e colonialismo, de Ramón López Suevos e Francisco Rodríguez. A idea principal da hipótese é considerar que as relacións sociais e económicas na Galiza están supeditadas ao interese de España —ao estilo dunha colonia interior segundo Beiras—, o cal produce non só un subdesenvolvemento das forzas produtivas do país, senón o desleixo e a subalternidade do pobo galego.
Ambos libros, publicados nos setenta, son interpretados por moitos sectores do soberanismo galego como o retrato máis acertado da nación, tamén na actualidade. Estas teorías parten dunha relación de dominación e espolio entre España e Galiza, entre a cidade e o campo. Estas explicacións corren o risco de non ser operativas politicamente, é dicir, de non servir para explicar os problemas reais que preocupan á sociedade galega. É difícil que unha traballadora precarizada de Ponteareas, ou un mozo na procura de vivenda na Coruña, poidan sentirse interpelados por unha diagnose que sobreentende a condición parasitaria das cidades sobre o rural, ou que perciba determinadas identificacións culturais, tales como falar en castelán, como elementos alienantes que os afastan dos seus intereses obxectivos. Esta noción de “atrasismo” e “aldraxe” manexada pola esquerda soberanista sería outra expresión do reducionismo da Galiza realmente existente.
Outro aspecto deste marco é o centralismo compostelán. Tomar a parte polo todo: o compostelanismo como sinónimo de galeguidade. O libro de Suárez narra a disputa pola capitalidade e explica a centralización dos recursos na capital como parte fundamental na construción da autonomía. Tamén trae a colación numerosos exemplos deste centralismo no eido dos imaxinarios, como unha das primeiras declaracións de Feijóo como presidente en 2009, onde dicía que “Galicia terá dúas iconas, a catedral de Santiago e o Gaiás”; ou as recorrentes convocatorias nacionais da esquerda na capital, por non falar da concentración dos actos do Dia da Patria na cidade —coincidente en datas co día de Santiago—.
Outras dúas historias ilustran o desfase entre a Galicia reducida e a Galiza realmente existente: a primeira é a polémica representación feita pola IA das mulleres de cada comunidade autonómica española, que para o caso galego aparecían representadas como mulleres maiores cun xesto amargado. Outra é unha anécdota de Manuel Gago, que comenta que perante a pregunta de “que é Galicia?” realizada nun concurso infantil, os nenos aludían á “avoa da aldea, as vacas, a empanada, a festa do patrón, os campos, unha carballeira, un miradoiro, a muiñeira”.
En ambas historias aparecen percepcións sobre o que é Galiza afastadas da experiencia cotiá. A Galiza urbana aparece como un espazo invisíbel, falto de desexo e carente de imaxinación política, non hai un recoñecemento nin das ausencias nin das potencialidades da mesma. Esa idea de Galiza non interpela aos sectores da sociedade que poden liderar unha modernidade posneoliberal, centrada na dotación de infraestruturas e transportes públicos, a transición ecolóxica, na redución do tempo do traballo ou no robustecemento dun sistema público de coidados.
Esta Galiza urbana e modernizante existe, pero parte da mesma queda na casa nas autonómicas, pois non se percibe a si mesma como parte do relato da autonomía. Nestas condicións, é sinxelo para o PPdeG postularse como “o partido que máis se parece a Galiza”.
Construír un relato de Galiza novo, unha sentimentalidade galega progresista, é necesario para atraer ás masas populares urbanas cara a política autonómica. Tratase, máis que dunha tradución automática dos intereses en votos, ou da chamada a activar o voto progresista, dunha política do desexo: de construír unha idea de Galiza centrada no seu potencial de modernidade, no que pode chegar a ser. Só así pode competir a esquerda galega cos marcos conservadores do PPdeG (“A Galicia que somos”, “A Galicia que funciona”).
A desmobilización dos progresistas das urbes xa é un feito que está a ser interpretado polas esquerdas. Atopamos esta intelixencia estratéxica no liderado de Ana Pontón e nos xiros comunicativos do BNG, co abandono dos discursos máis esencialistas en torno a identidade galega, como por exemplo respecto ao idioma. Tamén en Sumar, con medidas especialmente dirixidas as mulleres e á poboación urbana e moza, como por exemplo a proposta dun metro lixeiro nas áreas metropolitanas de Vigo e A Coruña.
De momento, a estratexia parece estar dando resultado. No Preelectoral do CIS, máis dun dun 80% dos habitantes da Galiza urbana din que irán a votar con toda seguridade, case dez puntos máis que nas anteriores eleccións autonómicas. Veremos se o vindeiro 18F as esquerdas evitan os sucesos de 2020, onde perderon un 20% dos apoios recibidos nas xerais de 2019 e as cidades foron responsables do 44% dos votos perdidos.
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Xosé Manuel Beiras “La izquierda estatal a la izquierda del PSOE lleva año y medio dando un recital de apoyo al PP”
A la derecha le interesa mantener ese ideal tradicional y rural, para mantener el orden capitalista y que nada cambie. Pero, realmente, ellos son los que hacen más daño al campo y sus trabajadores, con su agronegocio y pesca industrial.
Los gallegos merecen un gobierno popular!
En Galicia y en tantos sitios se necesitan cambios de progreso, los cuales en bastantes comunidades se dieron precisamente por el líder de Podemos Pablo Iglesias. Pero el régimen, oliéndose lo que podría haber sido con nada más que medio millón de votos. Toda la maquinaria, cloacas, medios fácticos, jueces, partidos fachas, ultras, neoliberales como el P$0E, prefirieron hacer un Gobierno con C´S, y ¡Mandar al gallinero a Podemos!
Ahora el P$0E usa a YO Yo Yolanda, para con tres puestecitos a "dedo" ¡Está haciendo el trabajo sucio, muy sucio!
¿Para qué buscar más enemigos? Si estos te dicen de ir juntos y ya tiene "colocados" a los "ególatras" sin primarias. Tampoco las necesitan. . .¡Con los "contratados" se valen!
Cada pueblo tienen lo que se merecen, y es hora de cambiar el signo comenzando por Galicia. NO más "narcotraficantes", franquistas, gobernando siempre. Se dijo: ¡¡NUNCA MAIS!!
A ver si es verdad.
Podemos y Sumar deberían retirar sus candidaturas y pedir el voto para el BNG, al fin y al cabo son todos socialdemócratas. De otro modo son votos perdidos de los que se beneficiará el PP.
Porque no les pide eso a los votantes del PSdG-psoe? Déjenos a los votantes de IZQUIERDAS votar al único partido de IZQUIERDA del país y que es PODEMOS.