El pensador Mark Fisher, en una conferencia
El pensador Mark Fisher, en una conferencia.

Adelanto editorial
Las últimas clases de Mark Fisher

La editorial Caja Negra lanza ‘Deseo postcapitalista’, un compendio de textos de las últimas lecciones que Mark Fisher pronunció en el Goldsmiths College de la Universidad de Londres, donde impartía clase de Culturas Visuales. El Salto publica en exclusiva la primera de ellas, la apertura del curso 2016/17.
7 feb 2024 06:00

7 de noviembre de 2016

Estas tres cosas son la inspiración negativa para el presente curso, en el cual voy a plantear la siguiente pregunta: ¿existe realmente un deseo de algo más allá del capitalismo? 

Y esta pregunta está determinada en parte por los debates recientes sobre el aceleracionismo, probablemente la principal influencia del curso. Al aceleracionismo, a decir verdad, fui introducido en dos fases. La primera fue en los años 90, cuando entré en contacto directo con la obra de Nick Land, una figura por demás controvertida sobre la que volveremos más adelante y que desarrolló una variante de —no diría que exactamente de derecha— aceleracionismo capitalista. Su idea era que el capital es la fuerza más poderosa que jamás haya existido en la Tierra, la idea de que la historia terrestre en su totalidad había llevado al surgimiento de este sistema planetario de inteligencia artificial que, por lo tanto, puede ser visto como un sistema que ha conducido retrospectivamente toda la historia hasta su propio surgimiento… un poco al modo de Skynet en las películas de Terminator.

La obra de Land puede reducirse a esta fuerte poetización del poder del capital. Es interesante que surgiera en los años 90, en ese momento de gran triunfo del capital, después del colapso del sistema soviético a finales de los 80. La obra de Land en realidad se valió de —o desarrolló— una especie de remix de un pensamiento anterior, claramente de izquierda, en particular las obras de Deleuze, Guattari y Lyotard, autores que trataron de imaginar precisamente un tipo de postcapitalismo que no implicara un repliegue frente a la modernidad capitalista, sino un intento de llevarla al extremo.

Fue en los últimos años que surgió esa lectura de un aceleracionismo de izquierda… El propio término “aceleracionismo” fue acuñado inicialmente como un término negativo por parte de Benjamin Noys en su libro La persistencia de lo negativo; luego lo reutilizaron Alex Williams y Nick Srnicek… [Mark enfatiza la pronunciación de “Srnicek” como “sur-nek”] Así lo pronunciamos nosotros, que tenemos información de primera mano. Creo que los ancestros de Nick, cuando se mudaron a Canadá, se cansaron de intentar que los canadienses lo pronunciaran bien. [Risas] Pero, en cualquier caso, los autores trataron de reutilizar esta idea de aceleracionismo, esta transición hacia el postcapitalismo desde una perspectiva de izquierda.

Y, de hecho, fue en un seminario, en un simposio aquí en Goldsmiths hace cuatro o cinco años donde, creo, Nick y Alex realmente empezaron a desarrollar esas ideas.

¿Es imaginable el postcapitalismo? ¿Es posible conservar algo de la infraestructura libidinal y tecnológica del capital e ir más allá del capital? Estos son los debates que han moldeado mi pensamiento a lo largo de los últimos años

Esta es entonces la pregunta básica, la pregunta que subyace a muchos de los debates en torno al aceleracionismo: ¿es imaginable el postcapitalismo? ¿Es posible conservar algo de la infraestructura libidinal y tecnológica del capital e ir más allá del capital? Estos son los debates que han moldeado mi pensamiento a lo largo de los últimos años —probablemente uno de los debates más importantes que hayan moldeado mi pensamiento—, de manera que dan forma también a la estructura de este curso.

Voy a repasar brevemente cómo pienso la estructura de estas quince semanas. Esta semana veremos tres diferentes explicaciones del postcapitalismo. ¿Qué es el postcapitalismo? No creo que vayamos a saberlo al final del encuentro de hoy, pero hablaremos un poco acerca de tres diferentes explicaciones del postcapitalismo: la de Nick y Alex, la de Gibson-Graham y la de Paul Mason. En realidad, la explicación de Mason es una suerte de relato sincrético, basado en muchas teorías distintas, y creo que la lectura de esta semana es representativa de la mezcla de lecturas que quiero trabajar en el curso: textos con algo de teoría, algo de periodismo y también algo de historia cultural y política. No creo que sea un curso con una impronta fuertemente teórica… Al menos no hay “teoría” como tal todas las semanas…

Esta semana haré entonces una introducción general. Después de eso, adoptaré un enfoque mayormente cronológico.

Pensamiento
Mark Fisher “Tenemos que inventar el futuro”
El Salto publica en exclusiva una entrevista al crítico cultural Mark Fisher, uno de los textos incluidos en el tercer volumen de K-Punk que la editorial Caja Negra pone a la venta el 10 de junio.

Parte de lo que quiero abordar es mucho de lo que hay detrás de los debates aceleracionistas, pero que no ha salido realmente a la luz, y que tiene que ver con un costado más estético de la cuestión, que ciertamente podemos ver en las obras de los 70 de Lyotard, Deleuze y Guattari, etc., obras que hasta cierto punto surgieron de la presión proveniente de la contracultura de los 60 y principios de los 70: la potencial fusión de la contracultura con la izquierda. Se habla mucho del mayo del 68 y todo eso, pero en la narrativa de este curso lo desplazaré un poco del centro de la escena. En muchos aspectos, estoy más interesado en los 70 —en parte en los Estados Unidos, pero también en Italia— y en pensar qué habría pasado si esta fusión de la contracultura y la política de izquierda hubiera sido más exitosa y se hubiera sostenido en el tiempo. Veremos algunos momentos en los cuales prosperó, temporalmente, pero no perduró. Y, de hecho, el período al que prestaremos atención es el período del triunfo neoliberal.

Entonces, lo que quiero analizar la próxima semana son dos formas de abordar esto. Por un lado, el enfoque de Marcuse, en quien veo una verdadera prefiguración de la contracultura. ¡Eros y civilización es un libro increíble! Me di cuenta mientras pensaba sobre esto el fin de semana. Ya he mencionado un par de veces a Deleuze y Guattari, pero ellos no están en la guía de lecturas, aunque son los espectros detrás de mucho de lo que estamos haciendo. Es casi perverso que tengamos que dejarlos afuera… Es que en cierto sentido ya están ahí… Pero también creo que es interesante leer a Marcuse como una especie de precursor de Deleuze y Guattari, en el sentido de retomar a Freud y la pregunta misma por el deseo… El extraordinario Eros y civilización está agotado, como curiosamente sucede con muchos de los trabajos de Marcuse… Marcuse alguna vez vendió cientos de miles de ejemplares de El hombre unidimensional —que todavía se consigue—, considerada como una obra clave, y hoy, como les digo, gran parte de sus libros están agotados. Creo que Marcuse fue muy leído por la contracultura porque su obra anticipaba muchos de los rasgos de esta.

En los años 60, en la contracultura, las personas intentaron vivir de otra manera, de una forma más colectiva y comunal. No funcionó. Se estancó. Fracasó. Salió mal

La semana que viene quiero detenerme en Ellen Willis, una periodista y crítica cultural que vivió la contracultura pero que ya veía en ella sus limitaciones. Y lo que me gusta especialmente del artículo de Ellen Willis que incluí en las lecturas, es el modo en que plantea la cuestión —que veremos más adelante— de eso que Helen Hester llama “realismo doméstico”, que es como un paralelo a lo que he llamado “realismo capitalista”, esto es, la idea de que las estructuras domésticas, las formas en que organizamos nuestras vidas en casa, son fijas e inmutables, y de que no podemos imaginar que sean diferentes. En los años 60, en la contracultura, las personas intentaron vivir de otra manera, de una forma más colectiva y comunal. No funcionó. Se estancó. Fracasó. Salió mal. Es interesante que el argumento de Willis plantea que parte del problema fue la impaciencia. Las personas creyeron que estas estructuras se podrían superar muy rápidamente. Pero estas estructuras son sumamente tenaces y se reafirman allí donde no se las desmantela una y otra vez.

Bien. Esto establece ciertas coordenadas entre la contracultura y la izquierda, y creo que ese es el tipo de socialismo democrático o comunismo libertario que Marcuse quería; tengan en cuenta que Marcuse era un fuerte crítico del sistema soviético realmente existente.

Parte de lo que también quiero pensar en este curso —o más bien en este módulo— es entonces la cuestión de la conciencia, que en los últimos años creo que ha retrocedido.

A medida que surge el realismo capitalista, a medida que la idea de que no hay alternativa al capitalismo se vuelve un supuesto político generalizado, la conciencia retrocede

Aquello que justamente llamé “realismo capitalista” y que podría decirse que es la sombra de lo que aquí denomino “deseo postcapitalista”. Por eso es que este curso va a tratar también acerca del realismo capitalista y su surgimiento. A medida que surge el realismo capitalista, a medida que la idea de que no hay alternativa al capitalismo se vuelve un supuesto político generalizado, la conciencia retrocede. Conciencia en el sentido de “conciencia de clase”, tal como la teorizara inicialmente Lukács, pero también como se la presenta en el invaluable libro de Nancy Hartsock sobre la conciencia desde una perspectiva feminista socialista, que habla no solo de conciencia de clase sino de lo que yo llamaría una “conciencia de grupo” subyugado, y de la importancia de esta.

Marcuse, en el texto que les doy para leer para la semana 2, habla del fantasma de un mundo que puede ser libre, y creo que este es un momento proto-aceleracionista de su obra. Marcuse plantea que el problema de la escasez efectivamente está resuelto bajo el capitalismo: el problema no es que no haya suficiente comida para alimentar a todo el mundo, sino la distribución de esa comida. Entonces el problema del capitalismo no es la escasez, sino la reproducción de la escasez: la producción de una escasez artificial tendiente a ocultar la abundancia, podríamos decir, y una escasez de tiempo tanto como de bienes, servicios, etc. Marcuse dice que, una vez superada la escasez, el capitalismo tiene que esforzarse al máximo para impedir la posibilidad de que las personas determinen sus propias vidas y se comporten de una manera más autónoma. Yo diría que este es, en cierto sentido, el motor del surgimiento del realismo capitalista —y el neoliberalismo es parte de ello—: tener que estar constantemente frustrando el potencial advenimiento del postcapitalismo, la posibilidad de que las personas vivan de formas que estén más allá de los imperativos del capitalismo. Como veremos, Gibson-Graham sostienen que ya estamos haciendo eso, de hecho, la mayor parte del tiempo.

Bien. De modo que el problema pasa a ser, de alguna manera, inhibir el surgimiento de la conciencia. Veremos esto en la semana 3 con la lectura de Lukács y Hartsock, que luego determinará mucho de lo que haremos en las semanas siguientes.

Cuando hoy se usa la palabra “interseccionalidad”, parece que a lo único a lo que se alude es a horribles peleas en Twitter, personas criticándose unas a otras y ese tipo de cosas

En la semana 4 nos dedicaremos a la historia del movimiento obrero: nos centraremos en un momento increíble a principios de los 70 en el que, en los Estados Unidos, muchas de estas corrientes que estamos mencionando confluyeron en una serie de demandas en el lugar de trabajo; un momento en el que se unieron los derechos civiles, el feminismo y la lucha de clases. Cuando hoy se usa la palabra “interseccionalidad”, parece que a lo único a lo que se alude es a horribles peleas en Twitter, personas criticándose unas a otras y ese tipo de cosas. Se trata simplemente de un problema que surge allí donde las cuestiones no se cruzan de un modo apropiado; allí donde, en lugar del desarrollo de una conciencia de grupo consolidada, lo que hay son disputas identitarias entre estos grupos. ¿Y si fuera al revés? ¿Y si hubiera sido posible desarrollar una forma de lucha política que generase una intersección genuina de todas estas formas de subordinación a fin de superarlas? Hubo indicios de ello a principios de los 70 en los Estados Unidos.

Este es un gran libro de teoría cultural, aunque no es exactamente teoría, sino historia político-cultural de los últimos años. Se trata de Stayin’ Alive: The 1970s and the Last Days of the Working Class [Mantenerse con vida. Los años 70 y los últimos días de la clase trabajadora], de Jefferson Cowie. El texto se divide en dos mitades: la primera está dedicada a la explosión positiva del comunismo libertario, la izquierda existencialista, etc., y la segunda se centra en cómo esa sensación que generaba la nueva izquierda fue derrotada como lo había sido antes la vieja izquierda. Si la vieja izquierda había sido estafada, el surgimiento de la nueva izquierda fue bloqueado.

Siguiendo entonces con esta línea, tenemos el texto de Lyotard “El deseo llamado Marx”, de su infame libro —lo que más tarde podríamos llamar su libro “malvado”— Economía libidinal. Lyotard plantea el argumento, particularmente sólido, de que no es posible retraerse del capitalismo: no hay un afuera primitivo al cual podamos volver, tenemos que ir hasta sus últimas consecuencias. Y lo plantea en términos sumamente específicos.

Luego pondremos el foco en Italia, con las explicaciones de Federici y Nicholas Thoburn sobre el rechazo del trabajo. Verán cómo algo de esto se materializó en la práctica, especialmente en la Italia de los años 70.

Si hoy podemos hablar de estos últimos cuarenta o cincuenta años como décadas moldeadas por el fantasma de un mundo que puede ser libre, es posible notar ese fantasma en las formas en que el capital se ha encargado de impedir el surgimiento de la conciencia, la autonomía y el rechazo del trabajo

Las semanas posteriores a eso las dedicaremos a la contrarrevolución propiamente dicha, donde vemos el deseo postcapitalista en negativo, a través de la sombra que proyecta. Si hoy podemos hablar de estos últimos cuarenta o cincuenta años como décadas moldeadas por el fantasma de un mundo que puede ser libre, es posible notar ese fantasma en las formas en que el capital se ha encargado de impedir el surgimiento de la conciencia, la autonomía y el rechazo del trabajo. El terrorífico campo de pruebas de esto es, en primer lugar, Chile: un proyecto de democracia socialista cercano a los Estados Unidos, muy diferente de todo lo que tenga que ver con el bloque soviético, tecnologizado, que sufrió la destrucción de la llamada “internet socialista”, CyberSyn… No puede decirse “ah, lo que pasó en Chile no funcionó”. No funcionó porque hubo un golpe de Estado apoyado por la CIA para destruirlo (la destrucción militar del gobierno de Allende en Chile), que creo que constituye una especie de prototipo de lo que vendría después. En lugares como el Reino Unido, el boicot no fue tan inmediatamente violento. Hubo violencia (la huelga de los mineros, etc.), pero el país funcionó como una suerte de laboratorio del realismo capitalista que le permitió al capital experimentar con estas nuevas formas de sujeción.

Semana 8: vamos a detenernos en lo que he llamado “la invención de la clase media”, a partir del libro de Carl Freedman The Age of Nixon [La era de Nixon], y el libro de Penny Lewis Hardhats, Hippies and Hawks [Obreros conservadores, hippies y halcones]. En cierto sentido, aquí se trata nuevamente de la supresión de la conciencia, en especial de la conciencia de clase.

Si leemos el libro de Carl, el papel que Nixon tuvo en esto consistió en generalizar una forma de lo que Marx había caracterizado como una “psicología pequeñoburguesa”, que es la idea de estar en una posición de clase que nos sitúa fuera de toda clase: “Hay un sistema de clases, pero en realidad no perteneces a él”. Este es el llamamiento que Nixon hizo a la población —al supuesto “Estados Unidos de la clase media”— y que alentó a las personas a verse a sí mismas como parte de y desde la perspectiva de esta pequeña burguesía, lo cual pudo luego ser generalizado como una forma de suprimir la conciencia de clase. Así, los trabajadores empezaron a verse a sí mismos en términos de pequeña burguesía, y Nixon pudo hacer que este planteamiento sonara convincente debido a su propio origen. A diferencia de Kennedy, por ejemplo, Nixon no provenía de un entorno privilegiado, se abrió paso desde abajo, y esto es clave para la psicología pequeñoburguesa: la idea de que podemos crear nuestra propia posición en la sociedad mediante el trabajo duro.

Analizaremos el modo en que, a pesar de la humillación y el fracaso de Nixon, su paradigma se convirtió en algo que se extiende hasta nuestros días. La Sra. Thatcher era muy similar a Nixon en muchos sentidos —orígenes similares, valores similares, similar defensa de esta psicología pequeñoburguesa general—, y veremos cómo esto se plasmó en términos de esta imagen de obreros conservadores contra hippies. Creo que fue en 1970 que algunos trabajadores de la construcción atacaron a manifestantes contra la Guerra de Vietnam, dando lugar a esa triste imagen de una clase trabajadora reaccionaria versus estudiantes decadentes que aún persiste en nuestros días. Y los trabajadores, por lo tanto, están del lado de la “clase media”, de la mayoría silenciosa de los Estados Unidos de la clase media, etc., y esta producción de una “clase media” crea entonces un espacio paradójico. ¿Cómo pueden pertenecer todos a la clase media? Es imposible.

Cuando John Prescott, político del Nuevo Laborismo, dijo que “ahora todos somos de clase media”… bueno, si ahora todos somos de clase media, ¿qué es aquello con respecto a lo cual estamos en el medio? Pero este planteamiento parece tener sentido como una forma de supresión directa de la conciencia de clase.

Luego pasaremos al “posfordismo y los nuevos tiempos”, con Stuart Hall teorizando los nuevos tiempos desde una perspectiva y Virno y los postautonomistas italianos abordándolos desde otra. El posfordismo es, entonces, el gran cambio en la infraestructura del capitalismo, un cambio hacia lo que hoy llamamos precariedad, flexibilidad, flexibilización, precarización, etc., con la infotecnología adquiriendo una importancia central. Veremos esto en la semana 9.

Semana 10: tecnofeminismo; ciberfeminismo —que podríamos inscribirlo dentro de una genealogía del aceleracionismo—, el tecnofeminismo de Shulamith Firestone, quien realmente pensaba que muchos de los problemas de género eran material y tecnológicamente resolubles. Según ella, por ejemplo, una vez que sea posible engendrar niños a partir de vientres artificiales, esto obviamente cambiará de manera radical las relaciones de género, etc. Comparen a Firestone con la Sadie Plant de los 90, que en cierto sentido podemos entender como una forma neoliberal de ciberfeminismo. De hecho, en los 90 Sadie Plant trabajó en estrecha colaboración con Nick Land. He omitido el ciberfeminismo más famoso, que es el de Donna Haraway, porque probablemente lo conozcan y en todo caso lo veremos de manera tangencial. Pueden completar esa parte por su cuenta. Un poco como con Deleuze y Guattari, que pueden ser añadidos como un extra.

Pensamiento
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Dado que la destrucción del planeta no se va a frenar negándola ni minimizando el impacto evidente de sus efectos, la bióloga Donna Haraway sugiere como salida una alianza multiespecies. Lo hace en Seguir con el problema, una suerte de manifiesto fundacional para una nueva civilización en el que hibrida la utopía con el hecho científico y el relato de pequeñas experiencias que apuntan en esa misma dirección.

Pasemos a la semana 11: aceleracionismo. No he elegido a Nick Srnicek y Alex Williams porque los veremos ahora y porque en realidad están en la base de todo el curso. Pero analizaremos el artículo de Jameson “La utopía como replicación”, donde hace el famoso llamamiento —bueno, no tan famoso, o famoso en ciertos círculos— a pensar Walmart como una forma de utopía… Pensamiento dialéctico… Un gesto típicamente aceleracionista que consiste en decir: ¿y si la infraestructura de Walmart fuera reutilizada con un uso totalmente distinto?... Mejor dicho: reutilizada para fines totalmente distintos. También tenemos el texto “Deseo maquínico” de Nick Land, que es la expresión típica de su forma de aceleracionismo. Así, concluimos con una especie de careo entre un aceleracionismo de izquierda y un aceleracionismo de derecha.

Entonces, gran parte del debate aceleracionista surgió de los impasses o los fracasos de los movimientos anticapitalistas desde 2008. Parte de esos fracasos tuvieron que ver con el horizontalismo, que implicó una crítica de la idea de estructuras jerárquicas. Para esta perspectiva hay algo problemático en las estructuras jerárquicas de la organización política. Cuando se instalan, ya son opresivas. De manera que, si queremos prefigurar un mundo postcapitalista, tenemos que ser horizontalistas. Tenemos que trabajar en pos de eliminar las jerarquías dondequiera que aparezcan. Muchos de los textos aceleracionistas de izquierda surgieron de una insatisfacción frente a esta situación.

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Parte de este pensamiento es, por lo tanto, una especie de fusión de corrientes anarquistas con teoría de redes. Un ejemplo de esto es ese tipo de política peer-to-peer que será el tema de la semana 13 y cuyo representante quizá más famoso es Michel Bauwens. En la semana 12 también abordaremos los pensadores más famosos de la multitud: Hardt y Negri, la teoría no oficial —¿o cómo decirlo de forma no jerárquica?—, la “inspiración” detrás de Occupy, etc.

Hardt y Negri, desde ya, estuvieron involucrados con el autonomismo y todas esas luchas en la Italia de la década de los 70. Por lo tanto, hay una relación directa con temas que discutimos anteriormente. Luego vamos a repasar la crítica de Jodi Dean a esto. Dedicaremos dos semanas al análisis de la multitud. Primero leeremos una larga sección de Commonwealth de Hardt y Negri —que creo que es su mejor libro—, y luego nos detendremos en el concepto de peer-to-peer y la crítica de Jodi Dean.

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Semana 14: de vuelta a terreno sombrío —a la “captura de pantalla táctil”, como lo he llamado—, nos concentraremos en Baudrillard, quien creo que da una explicación asombrosamente premonitoria de eso que él llama “poder táctil”. “Vienen a tocar”, dice el autor. Muchos pasajes de sus escritos de los 70 suenan como si Baudrillard hubiera viajado en el tiempo hasta nuestros días y estuviera hablando de Twitter y de la interfaz de pantalla táctil.

A continuación, la famosa crítica de Franco Berardi a las condiciones actuales de info-trabajo y precariedad. Berardi: uno de los pocos pensadores contemporáneos que se toma en serio a Baudrillard.

Luego, para terminar con un tono más positivo: “Prometeo renacido” —aunque probablemente esta sea una forma demasiado orgánica de expresarlo—. Creo que algunas de estas corrientes confluyen de una manera fascinante en el Manifiesto xenofeminista de 2015 —esto es, recién el año pasado— y en el artículo de Helen Hester “Trabajo prometeico y realismo doméstico”. Estos textos brindan toda una serie de estimulantes posibilidades para una política postcapitalista en la situación actual, así que trataremos de terminar con un tono más optimista.

Esta es entonces la idea que está en la base de toda la estructura del curso… ¿Alguna pregunta sobre eso?

Interrúmpanme cuando quieran. Espero no hablar tanto en las próximas semanas, pero supongo que necesitamos entrar en calor. ¿Les parece? ¿Es más o menos lo que esperaban, o alguno se siente terriblemente decepcionado?

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