Violencia Vicaria
‘En el nombre de la madre’, una película de ficción frente a la violencia vicaria
Hablar de violencia vicaria sigue siendo, todavía hoy, un acto profundamente político. Como señala Sonia Vaccaro, psicóloga experta en violencia vicaria, que puso nombre a este tipo de violencia de género en 2012 y que ha asesorado el proyecto audiovisual, “nombrarla implica disputar un imaginario jurídico y social que durante siglos ha colocado al pater familia en el centro del derecho, incluso cuando ese poder se ejerce de forma violenta”. Por eso no es casual que el título En el nombre de la madre funcione como una declaración de principios: “desplaza el eje, cuestiona la autoridad patriarcal y abre un espacio para escuchar a quienes históricamente han sido silenciadas”, coincide el equipo, que prevé producir un largometraje desarrollando la historia de este trabajo.
Para Mariló Rubio —presidenta de la Asociación de Mujeres de Psicología Feminista de Granada, colectivo impulsor de este proyecto y también del hasta ahora primer y único estudio de la violencia vicaria extrema— este 2025 ha sido “el año de la violencia vicaria”, una etapa que percibe como el resultado de muchos años de trabajo. Tras décadas de estudios, defensa de madres protectoras y acompañamiento de casos “muy difíciles y complejos”, sostiene que por primera vez comienzan a apreciarse avances tangibles. “Estamos yendo a la avanzadilla con respecto a Europa”, afirma, destacando la incorporación de la violencia vicaria como eje específico dentro del Pacto de Estado. A su juicio, este paso es decisivo porque implica que “los presupuestos llegan” y permiten poner en marcha medidas y actuaciones tanto en grandes como en pequeñas entidades.
El término se refiere a una forma específica de violencia de género en la que el agresor daña a las hijas y a los hijos —o amenaza con hacerlo— con el objetivo de castigar, controlar y someter a la madre. “No es una violencia secundaria ni colateral: es un mecanismo central del ejercicio del poder patriarcal”, subraya Sonia. Sin embargo, para Vaccaro, continúa siendo una de las violencias más incomprendidas, negadas o minimizadas, especialmente en el ámbito institucional.
Ha sido precisamente en 2025 cuando el Ministerio de Igualdad ha presentado un anteproyecto de ley que tipifica la violencia vicaria como delito específico y que avanza en paralelo a la reforma de la LOPIVI, la Ley Orgánica de Protección Integral a la Infancia y la Adolescencia frente a la Violencia. La iniciativa plantea modificaciones en normas clave como el Código Penal o la Ley Integral contra la Violencia de Género, y el propio Ministerio la justifica como una respuesta inaplazable a una realidad sostenida por los datos: desde 2013, 65 menores han sido asesinados por violencia vicaria; nueve niños y niñas en 2024 y tres en lo que va de 2025.
Cifras que no son estadísticas aisladas, sino la expresión más extrema de una violencia estructural que el activismo feminista lleva nombrando y luchando muchos años y ahora el cine y la intervención política empiezan a situar en el centro del debate público.
El largometraje, subvencionado por el Ministerio de Igualdad, es producido y dirigido por Samuel Sebastian, cineasta y activista con más de veinticinco años de trayectoria en producciones nacionales e internacionales vinculadas a la defensa de los derechos humanos, que ya ha realizado el estudio de campo basado en entrevistas con profesionales, madres protectoras, hijos e hijas víctimas, así como especialistas del ámbito jurídico y psicológico. El filme, que comenzará su fase de grabación en 2026, será íntegramente de ficción y según el equipo está “basado en un caso concreto” y enriquecido con elementos transversales extraídos de muchas otras historias, con el objetivo de visibilizar los indicadores y mecanismos más significativos de la violencia vicaria.
Samuel, como persona que sufrió la violencia vicaria en la infancia, define este trabajo como un reto que le ha llevado a abrir “un cajón de los recuerdos que nunca abrías”, removiendo experiencias de violencia vividas a una edad muy temprana, cuando “no existía ningún concepto que definiera lo que habías vivido”. Con el paso del tiempo, añade, esa violencia “de una manera u otra siempre ha continuado”, como el hecho de que su abuela materna había eliminado el nombre de su madre de su partida de nacimiento.
Samuel pone el acento del trabajo artístico en su dimensión social. Lo que realmente le impulsa es que “lo que hemos vivido las víctimas no lo vivan otras posibles víctimas en el futuro”. En ese sentido, defiende que el activismo cultural, ya sea a través de películas o charlas, “debe cumplir una función social: debe removernos y hacernos pensar que las cosas tienen que cambiar”, especialmente en un contexto actual de “regresión que amenaza con devolver la sociedad a etapas ya superadas”.
La elección de la ficción frente al documental, comenta, responde a esa misma lógica. “La ficción te plantea preguntas y el documental te suele dar las respuestas”, explica. Considera que este formato ofrece una ventaja clave cuando se abordan cuestiones sociales, ya que “no expone a las personas” y permite reconstruir partes de sus historias “sin comprometer a las víctimas”.
El reconocimiento de la violencia vicaria para derrumbar el patriarcado
Sonia Vaccaro asesora el desarrollo de “En el nombre de la madre”, un título que ella misma propuso y que remite a lo que considera uno de los grandes malentendidos que persisten en torno a la violencia vicaria: la falsa separación entre la violencia ejercida contra la mujer y la que afecta a la infancia. “Durante años se protegía a la madre y se dejaba absolutamente expuestas a las hijas y a los hijos”, recuerda. Los sistemas de protección, explica, operaron durante décadas como si ambas realidades pudieran disociarse: se adoptaban órdenes de alejamiento o medidas cautelares para la madre mientras se mantenía intacto el vínculo del agresor con las criaturas.
Hoy en día, señala Vaccaro, la evidencia acumulada a partir de estudios y de experiencias devastadoras ha dejado claro que la violencia vicaria no sería posible sin una condición clave: el acceso del agresor a sus hijas e hijos, o a los de su pareja. “Mientras un hombre violento siga teniendo acceso a las criaturas, la violencia vicaria seguirá siendo posible”, advierte. Durante años, los juzgados han permitido ese contacto incluso en contextos de violencia acreditada contra la madre. El anteproyecto de ley contra la violencia vicaria introduce ahora, por primera vez, la posibilidad de suspender la patria potestad, una medida largamente reclamada que Vaccaro considera un avance sustancial.
“En contextos de violencia de género, las hijas y los hijos son siempre víctimas, no testigos pasivos. Separarlos de la madre o ignorar su situación supone dejarlos en una situación de vulnerabilidad extrema frente a un hombre cuya peligrosidad ya ha sido acreditada”, Sonia Vaccaro.
Sin embargo, comenta, ninguna reforma será suficiente sin un cambio profundo en la formación —y en la selección— de juezas y jueces. “La perspectiva de género y de infancia no puede ser opcional. La neutralidad judicial es una ficción cuando se aplica desde un marco patriarcal que lleva 2.500 años definiendo quién tiene derecho a mandar”. Para ella, la violencia vicaria viene precisamente a desmontar esa lógica. En contextos de violencia de género, las hijas y los hijos son siempre víctimas, no testigos pasivos, “Separarlos de la madre o ignorar su situación supone dejarlos en una situación de vulnerabilidad extrema frente a un hombre cuya peligrosidad ya ha sido acreditada” afirma Vaccaro.
Desde esta mirada, las críticas que tachan el concepto de violencia vicaria de “adultocéntrico” o que acusan de invisibilizar a la infancia se alejan, para Vaccaro, de su sentido real. “La violencia vicaria es un mecanismo conceptual para que nunca más se separe a las hijas y a los hijos de la protección que necesitan”, explica. Antes de poder nombrarla, añade, “las criaturas quedaban fuera de toda protección efectiva. Hoy, el concepto existe precisamente para impedir esa omisión”.
Uno de los hallazgos más contundentes de los estudios pioneros sobre violencia vicaria extrema —realizados precisamente por el equipo que impulsa este proyecto audiovisual— es que los agresores no responden a perfiles patológicos excepcionales. “No están enfermos: son hombres sanos del patriarcado”, afirma Vaccaro. No se trata, mayoritariamente, de personas con trastornos mentales graves ni de adicciones que expliquen su conducta, “Son hombres sanos dentro de un sistema patriarcal que legitima la posesión, el castigo y el control”, afirma.
Este dato resulta especialmente incómodo porque desmonta la coartada de la excepcionalidad. La violencia vicaria no es una anomalía, sostiene Vaccaro, sino “una posibilidad estructural allí donde el derecho, la cultura y las instituciones siguen reconociendo al padre como titular de un poder casi incuestionable sobre sus hijas e hijos”.
Escuchar a la infancia: mucho más que oír palabras
Entre los avances legislativos recientes destaca la eliminación del límite de edad para que niños y niñas sean escuchados en sede judicial, un paso fundamental que, sin embargo, para Sonia, exige una correcta aplicación. “Escuchar no es solo oír palabras: es interpretar silencios, dibujos, juegos y conductas”, subraya Vaccaro. Por ello, advierte de que no todas las personas profesionales están capacitadas para esta tarea: “La psicología infantojuvenil y evolutiva es una especialidad en sí misma, y su ausencia en muchos procesos judiciales sigue siendo un grave déficit”. Una criatura que calla, evita responder o repite un discurso aprendido, añade, “puede estar diciendo mucho más de lo que parece”.
“Una criatura que calla, evita responder o repite un discurso aprendido, puede estar diciendo mucho más de lo que parece”, Sonia Vaccaro.
Respecto a una supuesta colisión entre la protección de las víctimas y la libertad de expresión entiende que hay que considerar un principio básico del derecho democrático: y es que ningún derecho es absoluto. “La libertad de expresión termina donde empiezan los derechos humanos de las víctimas”, resume, especialmente cuando se trata de personas en situación de especial vulnerabilidad. “El Estatuto de la Víctima no es un adorno jurídico, sino un mandato claro: la dignidad, la intimidad y la seguridad deben prevalecer frente al sensacionalismo o al daño revictimizante”.
“Si el concepto de violencia vicaria logra contribuir, aunque sea mínimamente, al derrumbe de un patriarcado que sigue castigando a las personas más vulnerables, habrá cumplido su función histórica”, Sonia Vaccaro.
Para Vaccaro, el futuro de la lucha contra la violencia vicaria pasa por una transformación real, no solo normativa. “Si el concepto de violencia vicaria logra contribuir, aunque sea mínimamente, al derrumbe de un patriarcado que sigue castigando a las personas más vulnerables, habrá cumplido su función histórica”. Para ella, colocar de verdad el interés superior de la madre y las niñas y niños en el centro y desplazar definitivamente al pater familia como eje del sistema, “ya me doy por satisfecha. Nombrar es el primer paso. Romper el silencio, el siguiente”.
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