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Ucrania
Ucrania, según el Kremlin
Una de las claves para entender al gobierno ruso en esta nueva crisis en torno a Ucrania pasa por recordar que, durante los últimos veinte años, Vladímir Putin ha construido su política, interior y exterior, alrededor de la idea de que Rusia es un país en guerra permanente. Esta política se ha visto acompañada por una propaganda sistemática, de carácter militarista, que ha acostumbrado a sus habitantes a la idea de que, en cualquier momento… empezará la guerra. Una guerra más.
Así, para el Kremlin, la Federación Rusa se encuentra rodeada de enemigos que trabajan con ahínco para conseguir desmembrar el país, enemigos que temen a una Rusia fuerte y unida (el nombre del partido de Putin, Rusia Unida, no es casual) que juegue un papel de liderazgo en las relaciones internacionales. Desde esta perspectiva, la oposición política no sería más que la prolongación de esos enemigos en el interior del territorio ruso: la quinta columna; el caballo de Troya “occidental”. Este criterio ha servido eficazmente al Kremlin para condenar, por ejemplo, a Pussy Riot, al opositor Alexéi Navalny, a grupos de jóvenes anarquistas o a organizaciones memorialistas y de derechos humanos como Memorial.
La guerra entre Rusia y Ucrania… ya está en marcha. La amenaza actual consistiría en la escalada del conflicto y/o la entrada de nuevos actores internacionales
La presión sobre Rusia de la OTAN y EEUU, además de la Unión Europea, en su papel de enemigos principales, sirvió al Kremlin para justificar, también, la entrada en el territorio de la República de Georgia, en 2008, de las tropas rusas (que siguen, hasta hoy, allí). En 2014, una vez más para evitar la influencia occidental, Rusia invadió la península ucraniana de Crimea, convertida hoy, para el Kremlin (y, por omisión, para el resto del mundo), en una provincia rusa más. También en ese año, paramilitares rusos y ucranianos con el respaldo del Kremlin ocuparon la región ucraniana, limítrofe con Rusia, del Donbás, poniendo en marcha la denominada, por sus creadores, República Popular de Donetsk. Ucrania, claro, no reconoce estas ocupaciones y el conflicto armado, en esa región, continúa desde 2014. Es decir, la guerra entre Rusia y Ucrania… ya está en marcha. La amenaza actual consistiría, así, en la escalada del conflicto y/o la entrada de nuevos actores internacionales. La invasión de los territorios georgianos, la ocupación de Crimea, el cierre de Memorial o la detención de los líderes opositores tienen, como hemos apuntado, algo en común: para el Kremlin son acciones orientadas a luchar contra la influencia externa (occidental), convertida así en la justificación de cualquier cosa que sirva para el objetivo político más evidente que parece tener el líder ruso: perpetuarse en el poder.
Una guerra abierta con Ucrania no necesariamente tendría efectos positivos para la popularidad de Vladímir Putin dentro de Rusia
La ocupación militar de Crimea en 2014 supuso para el Kremlin una especie de fiesta propagandística, acompañada de histeria patriótica y subida exponencial de los niveles de popularidad del presidente Putin (que rozaron, entonces, el 90%). Hoy, según el Centro Levada, esos niveles están en torno al 65%, mientras que los del gobierno no superan el 49%. La tentación del Kremlin de subir esos indicadores mediante una nueva campaña bélica es uno de los argumentos de quienes piensan que dicha campaña resulta un escenario muy posible. No obstante, una guerra abierta entre Ucrania y Rusia no necesariamente tendría efectos positivos para la popularidad de Vladímir Putin y su régimen, especialmente en el más que probable caso de que el conflicto armado se prolongase en el tiempo.
Ucrania y Rusia: algo más que vecinos
La relación entre estos dos pueblos tan cercanos en casi todo se ha deteriorado progresivamente desde la desaparición, en 1991, de la Unión Soviética. Probablemente sea la llamada Revolución Naranja, entre los años 2004 y 2005, la que marca el inicio de la permanente tensión que ha caracterizado las relaciones entre Kíev y Moscú en lo que llevamos de siglo. Entonces, las sospechas de fraude electoral en favor del candidato “prorruso” Víktor Yanukóvich llevaron a una serie de protestas que acabaron con la celebración de nuevas elecciones y la llegada a la presidencia de Víktor Yúshchenko, bestia negra de Moscú durante aquellos años por sus posicionamientos de acercamiento a “occidente”. Yanukóvich llegaría en 2010, sin embargo, a la presidencia, de la que sería expulsado como resultado de las movilizaciones conocidas como el Euromaidán, tras las que Yanukóvich huiría a Rusia. Como hemos ya mencionado, en 2014 se produce la invasión, por parte de Rusia y aparentemente como consecuencia del giro occidental de Kíev, de la península ucraniana de Crimea.
Pocos países conocen mejor que Ucrania lo que significa eso que solemos denominar “la influencia rusa"
Así que, cuando hace unos días Boris Johnson anunció, a bombo y platillo, que Rusia estaba intentando influir en la política ucraniana a través de la promoción de políticos “cercanos a Moscú”, nadie en Ucrania debió sorprenderse demasiado. De hecho, pocos países conocen mejor que Ucrania lo que significa eso que solemos denominar “la influencia rusa”, de ahí que pudiese parecer arrogante que intentásemos explicarles a los ucranianos por qué deben elegir un camino u otro.
Poco aporta aplicar catecismos políticos a conflictos complejos, porque parten de un problema fundacional: son catecismos y dificultan, por ello, el librepensamiento
Y sin embargo, ese parece ser el caso de muchas interpretaciones que, sin tener demasiado en cuenta el destino de la población de aquel país, observan el conflicto con las lentes habituales de las tertulias televisivas, diseñadas para enganchar audiencias proponiendo discusiones facilitas y emocionalmente intensas: tendríamos de elegir, por lo tanto, y otra vez… entre “izquierda y derecha”. Según esta mirada, el conflicto se reduciría al enfrentamiento entre el “eje euroatlántico” y Rusia (es, por cierto, la interpretación mediática que comparten Washington, Bruselas y Moscú). Así, y simplificando aún más, si mis simpatías están en la izquierda, la línea principal de mi argumentación sobre Ucrania debería ser la crítica a la actuación imperialista de EEUU y la OTAN en la zona… y poco más. Por otra parte, si me encuentro ideológicamente en el llamado centro-derecha, me veré obligado a cantar con satisfacción las acríticas alabanzas a cualquier actuación de EEUU y la OTAN, en el entendido que ambos buscan el triunfo de la libertad y la prosperidad del pueblo ucraniano.
Poco aporta, en mi opinión, aplicar catecismos políticos a conflictos complejos porque, precisamente, parten de un problema fundacional: son catecismos y dificultan, por ello, el librepensamiento. Aunque es innegable que el enfrentamiento geoestratégico entre la OTAN y Rusia se está produciendo, en una especie de doble mortal con pirueta los seguidores del catecismo “izquierdista” podrían acabar apoyando al reaccionario y contrarrevolucionario Putin, cuyas políticas harían las delicias de los militantes de VOX.
El papel de los medios oficialistas en Rusia
Veinte años de propaganda militarista han creado una máquina mediática bien engrasada. La represión al periodismo mínimamente independiente ha hecho de éste una rareza en la Federación Rusa, de forma que al primer toque de corneta los grandes medios, oficiales y oficialistas, con sus perfiles en redes sociales echando humo, se han alineado alrededor del discurso ya habitual: denuncia de la desinformación occidental, así como del bloqueo de EEUU, la OTAN (y el perro faldero de éstos, la UE) a cualquier intento de negociación propuesto por el Kremlin. Por el camino, Ucrania es representada como un país gobernado por nazis que pretende invadir, con las armas de la OTAN, no sólo el Donbás, sino territorios de la Federación Rusa (invadir, aclarémoslo, está mal si lo invadido es Rusia), un nido de traidores prooccidentales que ya colaboraron con los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial… y vuelven a hacerlo hoy. Mientras, la solución militar se ofrece como la mejor posible. De hecho, los medios oficiales hacen a menudo de punta de lanza de la propaganda de guerra, llamando a su gobierno (el de Putin) a no esperar más, a dejar de negociar con políticos hipócritas y blandengues y pasar, de una vez por todas, a la acción.
La OTAN, los EEUU y la UE
Son muchos, y algunos cargados de argumentos de peso, los análisis que subrayan que la UE no aprovechó la oportunidad, en los inicios de siglo, de establecer relaciones más amistosas con un Putin entonces más receptivo al diálogo. Otros apuntan que la OTAN y EEUU no tratan “de igual a igual” a Rusia y, además, sus políticas están violentando la “zona de influencia” de ésta en el antiguo espacio de dominio soviético. Si bien es cierto que Rusia tampoco trata de igual a igual a nadie si no se ve obligada a hacerlo, también lo es que la ampliación, en 2004, de la UE al este de Europa significó el endurecimiento de la relación con la Federación Rusa. En este sentido, la crítica a los aspavientos histéricos y visceralmente “antirrusos” de gobiernos como el polaco deben complementarse con el análisis de los motivos que han llevado a estos países a adoptar posiciones de ese tipo.
Nadie parece sentirse cómodo formando parte de una “zona de influencia” que, básicamente, implica limitaciones aún mayores de las habituales para tomar decisiones soberanas. Quienes se han mantenido firmes en su denuncia de las políticas imperiales que EEUU ha llevado a cabo durante décadas en regiones como Latinoamérica, despectivamente descrita a menudo como “el patio trasero de EEUU”, deberían afrontar con el mismo espíritu antiimperialista la mera existencia de un “patio trasero de Rusia”.
Quizás deberíamos tratar de entender a quien desea alejarse del vecino que ha invadido su territorio y con el que lleva, en guerra, ocho años
Ucrania no lo tiene fácil. Elegir entre lo malo y lo peor no es plato que guste a nadie. Y muchos ucranianos, aunque probablemente cada vez menos, desean mantener una relación cercana con un país hermano en todos los aspectos, como sin duda es Rusia. Sin embargo, los tambores de guerra permanentes no ayudan a tener la conversación sosegada que, idealmente, debería llevar al país a tomar sus decisiones más complejas. En estas circunstancias, quizás deberíamos tratar de entender a quien desea alejarse del vecino que ha invadido su territorio y con el que lleva, en guerra, ocho años. No parece tan difícil.
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Cuando pienso en un país en estado de guerra permanente me viene a la cabeza EEUU, país que cuenta entre sus atrocidades el apoyo a grupos nazis paramilitares en Ucrania. Esto no es justificable, desde ningún punto de vista, independientemente de lo que otro Estado/organización/persona enemiga haga por su lado. Sobre los propios ucranianos, ¿apoyaríamos nosotros a grupos nazis españoles, con dinero y armamento, si, por ejemplo, nos invadiese Francia? ¿y cuando nos preguntasen responderíamos que solo queremos vivir en paz?