Ucrania
A nuestros políticos les atrae la guerra: ridículos, serviles, provocadores e irresponsables

La actitud del Gobierno español en la crisis ucraniana es un claro ejemplo de servilismo que nos aboca al desastre, en abierta entrega a la estrategia de la tensión otanista.
Borrell_desfile
Ingeniero, politólogo y periodista. Profesor jubilado de la Universidad Politécnica de Madrid. Premio Nacional de Medio Ambiente (1998)
29 ene 2022 07:30

Si no fuera porque se les nota las ganas de implicar a España en una guerra, es decir, si no hubiera que calificarlos, ante todo y sobre todo, de irresponsables e infames, a los políticos españoles que protagonizan la actual espiral bélica contra Rusia habría que despreciarlos por lo ridículos, serviles y falsarios que se muestran, ya que a estas notas de comportamiento, verbo y actitud corresponde la imagen que nos dan en estos días, enganchados hasta el entusiasmo al empeño agresivo de la OTAN y al siempre activo intervencionismo norteamericano.

Desde luego, hay que recordar, una vez más, que la tradición de incompetencia en materia internacional (diplomática y militar) de nuestros políticos es, cuando menos, bicentenaria, y que ha alcanzado cotas ciertamente altas con los socialistas en el poder. En efecto, una vez alcanzada la democracia y potenciada la alianza franquista con Estados Unidos, nuestra situación militar-internacional quedó significativamente marcada con la integración en la OTAN, aquella operación genial, a la vez que cínica, orquestada por el celebrado Felipe González y el no menos ejemplar Javier Solana (con el respaldo, claro, de un PSOE histórica e ideológicamente degradado).

Análisis
Análisis Cómo Estados Unidos y la OTAN podrían resolver la disputa sobre Ucrania sin guerra
Esta es una crisis totalmente innecesaria, alimentada en gran medida por la insistencia de Estados Unidos en mantener la política de “puertas abiertas” de la OTAN. Una invasión rusa de Ucrania a corto plazo parece poco probable. Pero podría desencadenarse por un incidente no intencionado, un accidente o un error de cálculo.

Ridícula se nos presenta nuestra ministra de Defensa, Margarita Robles, una jurista reconvertida en belicista a la que habría que investigar cómo es que aprobó, en su día, el Derecho Internacional (Público) porque, o bien se saltó la asignatura o bien su adhesión a la causa socialista la ha hecho olvidarlo del todo, hasta el punto de que le brillen los ojos cuando manda barcos de guerra al Mar Negro y se atreve a decir que está “trabajando por la paz”. Porque sabe perfectamente que a España no le asiste ningún derecho a intimidar, y menos a atacar, a Rusia, con la que no mantenemos ningún conflicto; y que tampoco tenemos por qué sentirnos obligados a una guerra por la OTAN al no asistir ningún contencioso bilateral ni darse el caso de que un país miembro de la Alianza haya sido atacado, ni siquiera intimidado, por Rusia. Desembarazándose del Derecho Internacional y de la Carta de las Naciones Unidas, doña Margarita deja halagar sus oídos por el ardor guerrero de los generales (los propios y los otanistas), con susurros que siempre responden a la voluntad de romper cualquier acuerdo, convenio o tratado internacional y que son, por tanto, no aptos para servidores del Derecho. Pero a doña Margarita se la ve encantada como ministra-sargento, lo que según dicen quienes la conocen se adapta admirablemente a su carácter, digamos, vigoroso. (No consta, en las crónicas recientes, ningún balance público, en boca de la ministra, sobre la última colaboración de las fuerzas armadas españolas con la OTAN en Afganistán, aunque haya sido ella la responsable política de la derrota y la humillante huida de ese escenario).

Ridícula se nos presenta nuestra ministra de Defensa, Margarita Robles, una jurista reconvertida en belicista a la que habría que investigar cómo es que aprobó, en su día, el Derecho Internacional (Público)

Ridículo y servil se muestra nuestro ministro de Exteriores, José Manuel Albares, un diplomático que también debió de saltarse, cuando estudiaba en Deusto, importantes lecciones sobre relaciones intereuropeas, el problema del Mar Negro y los Estrechos, más el acoso inútil a Rusia de las potencias occidentales. Supongo que, cuando se preparaba en la Escuela Diplomática ya no se estilaba, por desgracia, el estudio del prestigioso Renouvin, de Historia de las Relaciones Internacionales, sino que serían manuales de ideología occidentalista y pervertida visión eurocéntrica los que lo nutrieran de los rudimentos de política internacional. De momento, bastante tiene con que, en las reuniones de Bruselas, sus colegas reparen en su menguado discurso, su inoportuno lío con Marruecos y su contribución a la farsa con fragata y media. No impresiona demasiado cuando declara que “España está preparada”.

Y el súper ministro europeo Josep Borrell, a lo ridículo de su “quiero y no puedo” como responsable comunitario en Exteriores y Defensa, une su abyecta entrega a la causa norteamericana, lo que parece incapacitarlo para percibir los sensibles matices diferenciales entre los países de la UE, que él cree indisolublemente unidos en esta patraña; más ese aire provocador con el que quisiera intimidar a Rusia, a la que acusa de exhibir tropas en sus fronteras interiores y a la que amenaza, si invade Ucrania (sobre lo que nunca ha dicho nada Moscú) con pagar “altos costes”: menos mal que viene calificando estos costes, en las últimos días, como “económicos”, mordiéndose la lengua cuando quisiera decir “y militares”. “La OTAN no es ofensiva”, dice este socialista, un ingeniero aeronáutico que ha acabado erigiéndose en lacayo europeo en jefe del Imperio norteamericano, cuya experiencia internacional se resume en los años en que presidió el Parlamento Europeo, esa cámara de refinado (y bien pagado) guirigay y persistente impotencia, marca fidelísima de las instituciones comunitarias. Con 50 años de coche oficial, parece mentira que no le haya dado tiempo a leerse la historia de esta iniciativa antisoviética de 1949, a la que tuvo que responder el Pacto de Varsovia en 1955 y que, cuando se derrumbó la URSS en 1991 y se disolvió ese Pacto, creyó el mundo el mundo que iba a desaparecer por falta de enemigo y a inaugurarse un periodo de esperanzadora paz internacional; pero fue entonces cuando la OTAN se lanzó a cercar e intimidar a la nueva Rusia y a ampliar su ámbito teórico de agresiones al planeta entero: pura ofensividad.

Poco hay que decir sobre el presidente Pedro Sánchez, que en esta relación de ignominias personalizadas y de políticos irreflexivos que no parecen medir las consecuencias de su belicosidad simplemente se ciñe a mostrarse deudor de las obligaciones contraídas con la OTAN y a ver qué pasa. Si con la tensión creciente a esperar en los próximos días, tanto en el Mar Negro como en el Mar Báltico, donde ya estaban o se apostan ahora fuerzas navales y aéreas españolas, se produce algún error, difícilmente evitable en ámbitos físicos de una guerra fría que se recalienta por momentos, que estos personajes citados más arriba no vayan a escurrir el bulto y respondan ante una opinión pública que está mayoritariamente contra su empecinamiento belicoso. Procuren nuestras fuerzas armadas incrementar su prudencia, ya que se les ha visto buscando problemas en el área de los países bálticos (disparo accidental de un misil aire-aire en Estonia, 2018; provocación al avión en que viajaba el ministro ruso de Defensa sobre el Báltico, 2019), beneficiándose de la paciencia rusa (que podría ahora, con la crispación, no serlo tanto).

El súper ministro europeo Josep Borrell, a lo ridículo de su “quiero y no puedo” como responsable comunitario en Exteriores y Defensa, une su abyecta entrega a la causa norteamericana, lo que parece incapacitarlo para percibir los sensibles matices diferenciales entre los países de la UE

Pocos son los analistas, no alineados con esta ruidosa hipocresía, que entienden el fondo de la agresividad y la obstinación occidental frente a Rusia dado que, a diferencia del enfrentamiento ideológico de la Guerra Fría, se trata de dos esferas político-económicas muy similares: de economía capitalista, institucionalización parlamentaria e incluso de muy similar corrupción política y económica, así como de paralela erosión de libertades públicas: prudentemente, en las declaraciones de los líderes occidentales apenas se incluye ya lo de la “defensa de la libertad”, sustituida por la no menos cínica de “defensa de Europa”. Porque si en esta pugna los occidentales creen que pueden imponer a Rusia la instalación de la OTAN en Ucrania, un capricho necio y criminal, mera provocación, saben que eso cuesta una guerra de perfiles absolutamente impredecibles, en la que la ventaja estratégica es evidentemente rusa. No ya Putin o el Kremlin, sino la mayor parte de la población rusa contempla con ira el cerco intimidatorio que la OTAN ha tramado desde Estonia hasta el Mar Negro, y lo compara con el escenario, muy semejante, de la invasión nazi de junio de 1941 a lo largo de los casi 3.000 kilómetros de ese mismo frente, atacando con 200 divisiones y tres millones de hombres… para acabar siendo derrotados (no sin la terrible mortandad de ciudadanos soviéticos cuyo recuerdo perdura); la bien conocida “Operación Barbarroja” pretendía esclavizar a millones de rusos al servicio del Reich y también anexionarse Ucrania, con sus notables recursos naturales. Y no carece de lógica entender esta turbulenta crisis como un intento de despejar cualquier veleidad pacifista en la estrategia de la OTAN, tras el fracaso de Afganistán.

Ucrania
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Si no es la guerra, sino el castigo económico lo que se pretende, sin que sea posible precisar la ventaja neta para Occidente de las sanciones que vayan a aplicarse a Rusia por considerar que amenaza con invadir Ucrania (que es todo el motivo hasta ahora esgrimido), el resultado será la consolidación de una alianza económica y militar de Rusia con China, más otros Estados que aborrecen el intervencionismo de Estados Unidos y sus Estados títeres, lo que dará lugar en tiempo breve a una potencia continental inconmensurablemente más fuerte que la anglosajona, en lo militar y lo económico, con un altísimo grado de autosuficiencia en todos los sentidos.

Se trata de dos esferas político-económicas muy similares: de economía capitalista, institucionalización parlamentaria e incluso de muy similar corrupción política y económica, así como de paralela erosión de libertades públicas

España asiste con una sorprendente inconsciencia que alimentan la mayor parte de los partidos políticos y el alineamiento antirruso de casi todos los medios de comunicación convencionales, con nefastas plumas especialmente activas a este recalentamiento belicista, con un PSOE en el poder que nos ha colocado en primera fila de la provocación y la intimidación entre los más temerarios países europeos. Y se mueve hacia una nueva crisis, de tinte y origen militar, a añadir a la económica de 2008 y la pandémica de 2020, lo que destruye cualquier perspectiva positiva de futuro.

Esta situación, en manos de un Gobierno de irresponsables ―además de ridículos, serviles, provocadores, etcétera―, no tiene precedentes, y desde la ciudadanía más preocupada y reflexiva se debe condenar con dureza, ya que nos lleva al desastre. Y el atribulado socio en este marco angustioso, IU-Podemos, debe actuar rápida y decididamente, amenazando con romper la coalición antes de tiempo (lo que en cualquier caso está previsto), y liberándose de esta carga sin demasiados escrúpulos ni consideraciones: es lo que se pide y espera de una izquierda que no debe adherirse al empeño de esta cuadrilla de peligrosos insensatos.

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