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Salud
Señor ministro, ¿qué coño hago con mi emocionario pandémico?
Aparte de las muertes, de la escasez de recursos sanitarios, y del catatónico estado de la economía, hay un telón de fondo que puede no parecer urgente, pero que resulta y va a resultar vital: la salud emocional.
Igual me pasa lo mismo que a ti. Puede que le pongas estas mismas palabras. Justo ahora, entre estas cuatro paredes, en esta nueva fase que remite al mes de marzo, pienso en ella. Una y otra vez. Parece el día de la marmota, pero con la marmota devastada.
Casuística emocional #1: sobrevivir al desgaste encerradx.
Si me preguntaran qué palabras definen mi entorno ahora mismo, la primera que brotaría en mi mente es cansancio. La segunda, aislamiento. Cansancio sería el término de referencia en esta crisis política. A veces sustituido por agotamiento o desgaste. No creo que haya que recurrir al personal considerado esencial para estar familiarizado con esa sensación. Aislamiento, aliado del toque de queda, complementaría al anterior, como expresión de una de las consecuencias más graves de las decisiones que se han tomado en nombre de la Salud. Aislamiento vendría acompañado de sus inseparables soledad, abandono, nostalgia y tristeza. Melancolía también encajaría, si te pones en plan romanticón.
Aparte de las muertes, de la escasez de recursos sanitarios, y del catatónico estado de la economía, hay un telón de fondo que puede no parecer urgente, pero que resulta y va a resultar vital: la salud emocional.
Y ahí, a la deriva, me la imagino a ella, provocando llamas. Serena, con nervio, elegante y chabacana, altiva y desobediente, con el moño desordenado y la nuca despejada para recibir soplidos. Me produce rechazo y atracción a partes iguales. Contradictoriamente, cuando ella está me siento más sola, y cuando por fin se aleja se instala en mis entrañas. Realmente no la conozco, pero sé que sobrepasa a pasos agigantados cada decreto, cada frontera y cada piñata.
El desgaste emocional y mental está siendo relegado a un segundo o tercer plano en esta pandemia que nos abruma. Mientras, las plantas de psiquiatría se van desbordando. No trato de capitalizar nuestros dramas y sobreexponer nuestra tristeza minimizando la mortalidad de un virus, pero sí reflexionar sobre ella. La presión que sufre esta sociedad a través de la imposición de ciertas medidas urgentes, cuanto menos debatibles, auguran consecuencias futuras demoledoras a nivel psicoemocional. Baste recordar, sin ir más lejos, que no todxs vivimos acompañadxs y con todas nuestras fuentes de cariño bajo el mismo techo de ocho de la tarde a seis de la mañana. O que puede que necesitemos que nos visiten porque nuestro encierro es entre otros muros, en otras localidades. Puede que además estemos dedicando el resto de las horas del día a mantener la productividad por imperativo mundial.
El desgaste emocional y mental está siendo relegado a un segundo o tercer plano en esta pandemia que nos abruma
El hecho de que a una población desnutrida de educación sexo-afectiva, emocional y relacional se le imponga prescindir de una parte de sus afectos, se le reduzca a un resultado positivo o negativo descontextualizado, y se le aísle por horarios y con contradicciones, produce un malestar generalizado que hará mella en la salud emocional y mental de todxs y cada unx de nosotrxs. La tristeza también es artillería pesada y poderosa. ¡Señoras, vamos a dejar las farmacias vacías!
Con los derechos civiles más básicos vulnerados y el bienestar emocional sin UCIs, algunxs intentan resistir al encierro echándole imaginación a los enredos en nuestras redes afines, aunque sólo sea porque ya se han descargado todas las aplicaciones disponibles para mantener una mínima vida social y no es ni remotamente suficiente. Otrxs tratan de burlar la soledad de su camilla a través de estrategias conspiradas con mayor o menor destreza y éxito. Sin embargo, el ejercicio creativo para escabullirte y no morir de encierro a veces resulta agotador y provoca ansiedad. Estas angustias no están siendo atendidas. Al contrario, están siendo catapultadas, tachadas de ególatras e incluso, de malthusianas.
Casuística emocional #2: ¿no puedes más? Don't panic! O sí.
¡Por las diosas, basta! Quiero un comodín. ¿Por qué no tendré un comodín? O una operación antidisciplinaria, lo más rápida posible. Lo que sea necesario para que esto pare. Igual ella tiene algo, un plan o una vacuna, pero de esas que generan anticuerpos al miedo. O unas medidas sin miedo. Sin miedo a que salga mi vecina con el moralómetro. Sin que suene de fondo en mi cabeza “Claro de Luna” cada vez que veo cómo recogen las terrazas de los bares. Ella, sin embargo, sé de buena tinta que baila reggaetón en secreto, y que no le tiene miedo a la policía.
Las emociones son las grandes olvidadas y, a su vez, sobreexplotadas, de esta coyuntura. Por un lado, se las convoca continuamente a fin de manipular a la ciudadanía para que sacrifique sus necesidades por el bien común. Para según qué fines, todo es correcto. Eso sí, siempre con el añadido de que es algo temporal, no vaya a ser que la plebe se rebele más de lo razonable. Sin embargo, la temporalidad se desmorona en la era de la inmediatez, cuando se confirma que, al menos hasta el 9 de mayo de 2021, tu vida va a estar supeditada a un BOE ¿semanal? La cuesta se empina.
Las emociones son las grandes olvidadas y, a su vez, sobreexplotadas, de esta coyuntura
Si a dicha alteración consciente de la subjetividad colectiva, eufemísticamente hablando, se le suman unas dosis de pánico y ansiedad provocadas por el incesante goteo alarmista de los medios de comunicación, los resultados del electrocardiograma social se tornan preocupantes. Se nos pide calma y colaboración. Se nos inyecta preocupación y desasosiego. Viene la dama a dar mate con un beso. Algunas de las consecuencias de esa dicotomía están presentes en ese sutil burnout que va más allá del evidente desgaste físico y psíquico del personal sanitario, y que podría proyectarse a otros sectores. El cansancio es acumulativo y desbordante.
La discordancia generada por mensajes incompatibles a la hora de afrontar una crisis sanitaria, el sentimiento de culpa por replicar las actividades inocuas de la vida cotidiana pre-pandémica, el desgaste profesional de determinados puestos de trabajo que se hayan en el ojo del huracán o las inalcanzables expectativas de los sacrificios individuales y colectivos... son, sobre todo, un ataque a la salud emocional. A mí, sinceramente, me sorprende que dichos resultados no sean aún más incendiarios.
Casuística emocional #3: desolé.
Si me preguntas cómo saldría del hastío de la desolación te diría que eso es algo muy personal. También añadiría que para mitigar los efectos secundarios de las cuarentenas nada me parece más interesante y arriesgado que tú y ella, ese desequilibrado, cuidado y fantasioso acompañamiento que me saca del aburrimiento. Es mejor que las pastillas. Es la fascinación de lo irresoluble. La difícil convivencia de anhelos. El arte de la negociación relacional sin abusar de los privilegios. Ese tipo de relaciones agrestes e indómitas en las que está todo claro y el desamparo no tiene cabida.
Porque ¿qué hay tan desolador como el aislamiento? Al contrario que para manipular, tener en cuenta la subjetividad para otras cuestiones resulta incorrecto. Apelar a las emociones para conseguir que funciones de determinada manera sí, hacerme cargo de las consecuencias emocionales de mis medidas, ya veremos. El dolor de la pérdida, la soledad sin despedida, o el sentimiento de vacío guardan en común el poder de las emociones que generan y la potencia de sus secuelas. A la hora de tomar decisiones sobre las medidas sanitarias, se nos olvida rápidamente lo poderosas que son las emociones.
Racionalmente, puedo entender por qué tengo que privarme de muchas cosas, pero razón y emoción no tienen por qué ir de la mano. Las emociones son mucho más fuertes que cualquier teoría, que cualquier explicación. Se las está utilizando para inocular ciertos hábitos y actitudes en la ciudadanía, pero no se están teniendo en cuenta las consecuencias emocionales.
Casuística #4: recurrir a las expertas.
Podemos entender las consecuencias de la soledad desde diferentes perspectivas. Desde tiempos inmemoriales, buscar relaciones estables y de intimidad que nos acompañen era uno de los máximos vitales de una gran parte de la población. En la actual era covidariana, e independientemente de la amenaza constante del individualismo neoliberal y del consumismo de cuerpos, satisfacer esta necesidad humana se ha convertido en la búsqueda de la piedra filosofal. La docilidad generada por el miedo a la soledad, en este mundo de apología de lxs solitarixs, puede acarrear consecuencias en nuestro bienestar físico y emocional.
La imposibilidad de generar nuevas amistades, de conectar redes o de cortar bruscamente con tus rutinas genera vacíos, contacta con nuestras ausencias y despierta angustias. Si nuestras emociones y necesidades afectivas no pueden ser atendidas aparecen la frustración y el malestar. La frustración señala dónde tengo mis límites, pero si la caja de herramientas para manejar turbulencias emocionales está precarizada, ¿cómo regulo mis emociones y atiendo mis estados de ánimo en una coyuntura que genera ansiedad y promueve el aislamiento?
La salud es un aspecto que se define socialmente, pero se vive individualmente. Tampoco es la simple ausencia de enfermedad
Jara A. Pérez López, feminista y terapeuta cuya lucha se centra en aceptar aquellas emociones y formas de sentir mal vistas por la sociedad, considera que “tener una red social satisfactoria es tan fundamental que puede, incluso, aumentar la esperanza de vida de las personas que la poseen”. Afirma que: “Por mucho que nos guste estar solos, siempre hay vacíos que otras personas nos ayudan a llenar. El ser humano no viene solo al mundo y es una jodienda que nos metan en la cabeza que debemos ser lo suficientemente autónomos como para enfrentarnos a las dificultades por nuestros propios medios, porque esto lo único que genera es culpa y frustración al hacernos creer que no somos capaces de hacer lo que se espera de nosotros”. Los seres humanos somos interdependientes. Esto no significa que tenga que estar acompañada en todo momento, pero sí que el afecto y el cariño son básicos en nuestro desarrollo vital y social. Puede que ahora más que nunca.
Así mismo, y con el fin de resignificar estas situaciones y otorgar un tinte oportunista a la resignación, podemos advertir la otra cara de esta moneda solitaria. Autoras como Marcela Lagarde, antropóloga feminista, hacen alusión a la soledad como ese recurso metodológico imprescindible para construir autonomía. Propone hacer de la soledad un espacio de desarrollo del pensamiento propio, de la afectividad, del erotismo y la sexualidad propias. Considera que es necesario dejar hueco a la duda, la cual genera la posibilidad del pensamiento crítico, abierto, flexible, en movimiento y que no aspira a construir verdades absolutas, evitando de esta manera pensamientos dogmáticos. Se trata de aprovechar la soledad como ese espacio donde pueden pasarnos cosas interesantes, donde gozar y nutrirnos. Oportunidades ahora mismo para practicar esto, a tutiplén.
El cansancio, el desgaste, el aislamiento y la soledad forman parte de nuestras nuevas rutinas
Sin embargo, la triste realidad es que hasta que alcancemos el Marcela style la soledad puede llevarnos a echar mano de medidas desesperadas en los escenarios más variopintos. Así, nos lanzamos a los brazos de citas por videollamadas, como si de un orfidal virtual se tratase, con un quiromántico ex yonki de Badalona que ve Netflix, va al monte con su perro y documenta todo perfectamente en varias instantáneas desenfocadas que comparte sin pudor alguno, cuando podríamos estar tomando una cerveza en un banco (eso no es botellón) mientras la Golden del barrio nos ilumina. O podrías estar en tu casa acompañada por dos fabulosas con un podcast de “Deforme Semanal”. Que cada unx se gestione sus soledades como quiera, pero que la falta de opciones generada por los aislamientos no aumente nuestra vulnerabilidad y nos sumerja en la tristeza.
Casuística emocional final: con amor y rabia, todo junto.
A mí el síndrome de abstinencia agudo que me provocan los decretos es considerable. Se me junta con ese efecto lata vacía que me lleva a desear canalizar la rabia y gastar el amor en un sofá contigo (perdóname Marcela), sin mirar el reloj, en un encuentro báquico y desenfrenado, con vino y sin frenos (perdóname Fernando Simón). Esos encuentros serán bienvenidos con cada alineación de astros que surja. Toda la alegría generada hará llevadero el resto de mi encierro. Todxs deberíamos tener la oportunidad de decidir los deslices evasores. Ella, inteligente y mordaz tiene preparados otros planes. Paciente, esperará su turno, o no.
La salud es un aspecto que se define socialmente, pero se vive individualmente. Tampoco es la simple ausencia de enfermedad. Es importante entender la salud holísticamente: no hay salud física sin salud emocional. Las heridas emocionales que pueden provocar el cansancio y el aislamiento tardarán en cicatrizar tanto como nuestros pulmones y requerirán recursos y ayudas. La responsabilidad debería ser también social. La carga individual de un problema estructural puede hacernos sentir responsables de nuestro bienestar o del de nuestras redes de una manera que no podemos manejar. Tratar de evitar otros desgastes añadidos, el de amigxs convertidxs en terapeutas involuntarixs por falta de recursos o el de la culpa autoflagelada, nos alejará del riesgo a estropear amistades por el camino o a quedarnos nosotrxs en él. Las cajas de resistencia para terapia están al caer y serán muy necesarias.
El cansancio, el desgaste, el aislamiento y la soledad forman parte de nuestras nuevas rutinas. Sus consecuencias se insertan en la gran masa de daños colaterales de esta crisis. Por ello, se plantean como inexcusables las negociaciones sin abuso del poder, el reparto de los recursos, y la inversión en herramientas de gestión emocional, para poder mediar carencias, deseos e inquietudes desde lo común, sin perversiones individualistas en nombre de la seguridad sanitaria. La regulación emocional hay que contextualizarla y atenderla también colectivamente. Lo interesante sería dejar de criminalizar prácticas cotidianas de supervivencia emocional por no haber articulado una distribución de los recursos eficientes, en su momento y en este momento, que ponga en el centro la vida y la Salud, tanto la física como la emocional. Porque, si no, señor ministro, ¿qué coño hago con todo esto?