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Hoy he recordado mi adolescencia. Hoy, en el hoy eterno que se cristaliza en estas líneas. Aquí siempre será hoy. Mi adolescencia estuvo marcada por la fobia social; es decir, el miedo, irracional, a las relaciones sociales, un miedo que, en menor medida, me acompaña hasta el día de hoy.
Antes que nada, permitidme el tono más personal, más íntimo, en este texto. En fin, siempre acabo pidiendo permiso o pidiendo perdón, no lo puedo evitar, forma parte de mi ser. Así que perdonad que pida perdón. ¿Perdonar es reconocer, torcerse y doblegarse?, ¿es mostrarse inseguro?, ¿o íntegro? Es igual, no escondo nada. También es una cuestión de estilo, “¡muéstrate seguro, reforzará tu exposición!” ¿Por qué aparentar algo que no soy? Tienen razón en cierto punto, desde luego. Aun así, perdón y mil veces perdón, de corazón. Perdón, sobre todo –a lo que venía– por mi estilo. Perdonad por este tono impostado (¡exclamaciones!), no creo que este estilo sea la mejor forma de expresar algo. Pero es igual, es el que me sale más natural, nunca he buscado ofender. Perdonad mi inseguridad: quizás sea mi mayor fortaleza.
Filosofía
“Pacientes sospechosas”: biopolítica y psiquiatría
¿Saben qué? He olvidado escribir, no soy capaz de escribir, lo intento, pero no puedo. Esto está siendo un reto para mí. Aunque no es lo único que he olvidado, no es lo único en lo que me veo incapacitado. Leer, salir, socializar… así con todo. No obstante, puestos a olvidar, he recordado. Esto ya lo he sentido, ya lo he vivido. No me malinterpreten, lo que fue entra dentro de lo posible y vale, en este caso, para esto y su contrario. Ya no tengo 16 años, tengo amigos, salgo, interactúo y me relaciono sin relativos problemas. No soy tímido, nunca he sido tímido, esto no es timidez. El miedo paraliza. Dicen que el deseo no se corresponde con el interés, y vaya si es cierto; el deseo de socializar y el miedo a la socialización, en otras palabras: incapacidad, frustración y depresión. Que quede claro, no es este lugar para una conceptualización teórica (no me apetece, o no soy capaz –¿hay diferencia? –), me centraré en mis experiencias, en mis propias vivencias y si a alguien le puede servir para sentirse identificado y, quizás, reconfortado, eso que habremos ganado.
Abrirse a los demás, relacionarse… ¿qué es si no una forma de acoplarnos a las estructuras sociales vigentes, a las relaciones de producción, a la inmensa picadora de carne que es la sociedad capitalista?
Miren, al final todo es más sencillo. Abrirse a los demás, relacionarse… ¿qué es sino una forma de acoplarnos a las estructuras sociales vigentes, a las relaciones de producción, a la inmensa picadora de carne que es la sociedad capitalista? Claro, no hay momento previo entre ser socializado y socializar (la ansiedad social no es resistencia, es angustia). La socialización no es independiente de la división social y de las relaciones productivas que las posibilitan, esto es una obviedad, pero siempre se acaba olvidando en contextos de exposición psicológica. Pero socializar también supone consuelo y resistencia, también es organización y también autoconciencia de grupo. La emancipación es autoemancipación, social e individual, y la superación de las enfermedades mentales solo puede ir de la mano (¿o acaso no es una misma cosa?) de la abolición de la sociedad capitalista.
A veces no queda otra y aceptamos ser tratados y diagnosticados para así poder vivir con nosotros mismos, sin angustia, en una sociedad productora de miseria; pero, “ansiedad social”, o “fobia social –más allá de su estudio clínico y científico (en el que no entro, no soy experto, ni un necio)– no dejan de ser meras etiquetas, generalizaciones imprecisas, simplificaciones de una realidad (o realidades) mucho más complejas y que abarcan experiencias vivenciales muy diferentes. El tratamiento psicológico y psiquiátrico, aunque completamente necesario, no debe ignorar las condiciones sociales que posibilitan la ansiedad y la depresión, no lo olvidemos. El aumento exponencial de enfermedades mentales en el último siglo va de la mano de un capitalismo cada vez más salvaje.
Entre un 2 y 3 por ciento de la población mundial (aunque depende del estudio) sufre ansiedad o fobia social, aunque su número aumenta exponencialmente si se incluyen a todos aquellos con cierto grado de timidez social. No obstante, pese a ser un trastorno relativamente común y extendido cuenta con poca visibilidad mediática. Que quede claro, porque la acusación es recurrente, la ansiedad social no es asocialidad. Los que la padecemos no solemos disfrutar de la soledad, la angustia es por partida doble: en el acto social y en su evitación. Tampoco es una cuestión de cobardía o de falta de voluntad, es un miedo paralizante, que nos consume diariamente, nos cierra puertas, nos incapacita…
La ansiedad social no es asocialidad. Los que la padecemos no solemos disfrutar de la soledad, la angustia es por partida doble: en el acto social y en su evitación
Pero mientras pasan los días uno busca superarse, levantarse, mirarse al espejo y descubrir que hoy no será un día cualquiera. No es una cuestión de autorrealización o de superación personal. El reto es colectivo y de apoyo mutuo, proyectarse en los demás no es solo un ejercicio individual, es un ejercicio de construcción comunitaria. Pero ¡ay el alivio que me provoca escribir aquí!, sin propósito, objetivos, metas, da igual, solo abrirme a los demás. Todo sigue su curso. Se abren senderos que permanecerán abiertos. Discurrir y seguir, seguir y seguir. Vuelvo y retomo lo empezado. Que nada permanezca cerrado, pensamientos brutos o bruto pensamiento. ¿Adónde va todo lo no-escrito?, qué desperdicio… Atisbos de somnolencia, fragmentos oníricos. Siempre hay algo, pero se pierde… No queda escrito. ¡La cantidad de arte que se ha disuelto en el discurrir de un pensar no plasmado en el texto! Pero, es igual, para un fóbico social hasta la más pequeña de las acciones sociales es un acto de rebeldía.
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Regreso a la teleología de la modernidad: la superación de las enfermedades mentales solo puede ir de la mano (¿o acaso no es una misma cosa?) de la abolición de la sociedad capitalista.
En serio...ahora...
Venga ya...
100 años después de El malestar en la cultura.
Toda represión de los instintos naturales causa malestar. Si pudiésemos partirnos la cara unos a otros en lugar de tener que andar peleando con la palabra, la apariencia, etc, estaríamos menos enfermos. Necesitamos más violencia y menos cuidado, y cuando digo violencia no estoy diciendo tortura sino una violencia que pueda ser contestada, de la que te puedas defender. Llevamos la violencia en la sangre.
Pero lo importante es vernos como 2 cosas separadas: razón e inconsciente: así se consigue separarse uno mismo de la programación natural, de los miedos y demás. Hablo de rechazo a los sentimientos, impulsos, necesidades, etc. El cuerpo es el enemigo. Yo no soy lo que siento. Yo no pido perdón porque bajo el yugo del ADN no tengo ninguna libertad de elección.
Se agradece la transparencia de la fragilidad. La sensibilidad desagrada en un contexto de indiferencia y crueldad prescritas como virtudes sociales.
Hay un relato corto autobiográfico de Thomas Mann en el que describe un encuentro, un acto de socialización en que el interlocutor percibe la fisura, la falla, el sufrimiento, y lo emplea para herir con impunidad.
Esa sensación de desvalimiento que antes que compasión produce repulsión y agresión. Esa violencia generalizada que late por todos lados, esa guerra de todos contra todos liberal. Temer relacionarse desde la sensibilidad no es una elección, es un acto de autoprotección.
Que produce ansiedad socializar, miedo, claro. Quienes no hemos perdido el contacto con lo otro, quienes sentimos el dolor de estar vivos tenemos que cuidar unos de otros.
Gracias, el verano suele ser especialmente duro.