Hüsker Dü
El trío Hüsker Dü: Greg Norton, Grant Hart y Bob Mould. Foto: Daniel Corrigan. (Dominio público) (CC BY-SA)

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‘Zen Arcade’, de Hüsker Dü: el mejor disco de rock de los años 80 y el más olvidado

Un disco dinamitó en 1984 las convenciones que uniformaban el guardarropa del hardcore. Creado por el trío Hüsker Dü, ‘Zen Arcade’, álbum conceptual y de larga duración, es un grito brutal contra los prejuicios y la cerrazón. Una obra maestra del ruido que pasó desapercibida, aunque su carga detonó posteriormente: Nirvana, por ejemplo, no habrían existido sin escuchar la salvaje fábula compuesta por Bob Mould y Grant Hart.

Durante la primavera del confinamiento en 2020, el músico andaluz Dani Llamas encontró el momento adecuado para recordar a un amigo fallecido tres años antes, el también músico Grant Hart, y dar forma a una idea que le rondaba desde entonces. Se compró una tarjeta de sonido para poder grabar en casa y, con los instrumentos que tenía a mano, registró un disco compuesto por versiones de canciones firmadas por su colega estadounidense. El álbum se titula, precisamente, Grant.

Hart y Llamas, instruido en el punk en el grupo GAS Drummers antes de iniciar carrera en solitario hace algo más de una década, se encontraron en 2011, hicieron una gira juntos y vivieron algunas aventuras durante un par de semanas, recorriendo la red estatal de carreteras y parando para tocar en Algeciras, Granada, Madrid, Zaragoza y Barcelona. “Mantuvimos el contacto hasta que murió, teníamos planes para que hiciera otra gira por aquí, ya con banda de acompañamiento”, recuerda Llamas. Para él, habituado por su trabajo a tratar con músicos a los que aprecia e idolatra, Grant fue “el mayor artista, en el sentido más clásico de la palabra, que yo he conocido. Una persona bastante libre, estaba muy poco pendiente de todo lo que no es el arte puro, pasaba de la industria. Sabía muchísimo sobre historia de Europa, sobre arte, filosofía. Era también bastante estrafalario”. Llamas ilustra esta última característica de su amigo con una anécdota: “En Granada le robaron a punta de cuchillo toda la pasta que llevaba encima, todo el dinero de la gira, y decidió que su entrada en escena en el teatro donde iba a tocar esa noche tenía que tener un precio simbólico del mismo valor que lo que le habían robado, unos 3.000 dólares. Se montó una película por la que tenía que salir al escenario de una manera bastante teatral, y así lo hizo”.

Por entonces, Grant Hart no era simplemente otro músico veterano más tratando de estirar un poco la vida en la carretera para ganar cuatro perras, que también. Su nombre se había instalado discretamente en el panteón del rock un tiempo antes como batería y compositor de Hüsker Dü junto al guitarrista y también compositor Bob Mould. Ambos dieron vida con sus peleas, neuras y adicciones a canciones fabulosas en una trayectoria que viajó del hardcore ensordecedor al rock muy personal, molde para el futuro. El trío —Greg Norton al bajo completaba el grupo— es uno de los conjuntos más relevantes en la música ruidosa de los últimos cuarenta años, si bien esa consideración se les ha otorgado a posteriori: en activo entre 1979 y 1988, fueron una rareza que se comía los mocos en una escena, la del rock independiente estadounidense, que eclosionó comercial y creativamente tras su separación, reportando fama mundial y cuantiosos dividendos a bandas que habían crecido escuchando sus discos y tomando apuntes de sus canciones. Que copiaban sin mucho maquillaje sus descubrimientos, vaya. Ni Pixies ni, posteriormente, Nirvana —el grupo que desbancó a Michael Jackson de la lista de más vendidos en 1992— habrían ensayado una vez en el local sin Hüsker Dü; los R.E.M. de Michael Stipe serían la cara amable y exitosa de una historia que no se podría escribir sin mencionar al trío de Saint Paul, Minnesota. Pero a Hüsker Dü se les ha reservado el lugar de grupo de culto, sea eso lo que sea.

Bob Mould lo decía claramente en una entrevista publicada en 2019 en la veterana revista Ruta 66: “Con el tiempo R.E.M. se convirtieron en la banda de pop-rock más importante de Estados Unidos y yo me quedé donde estaba. Históricamente, creo que lo que Hüsker Dü tenían que ofrecer en términos musicales acabó revelándose, mutando en una banda como Nirvana. Y cuando esa banda triunfó como lo hizo a finales de 1991, su éxito sirvió para que todo el mundo empezara a escuchar esa música con otros oídos, con un especial interés”. Krist Novoselic, el bajista del grupo liderado por Kurt Cobain, también ha declarado en alguna ocasión que lo suyo no tuvo nada de novedoso y que ya lo habían inventado todo Hüsker Dü.

“Cuando terminan como banda no eran un grupo masivo. Y luego, en los años 90, un montón de bandas que sí fueron masivas les reivindicaron”, recuerda el músico Dani Llamas sobre Hüsker Dü

“Cuando terminan como banda no eran un grupo masivo. Y luego, en los años 90, un montón de bandas que sí fueron masivas les reivindicaron”, recuerda Dani Llamas, quien cuenta una anécdota al respecto tan divertida como reveladora: “Grant decía, con gracia, que le caían mejor Green Day que Foo Fighters porque ambos grupos grabaron versiones de Hüsker Dü pero la versión de Green Day se publicó, y a él le caían derechos de autor por ello, y la de Foo Fighters salió en un single promocional y ahí no le llegaba nada por derechos”.

Nunca te olvidaré

“Los Enemigos hemos escuchado mucho a Hüsker Dü, y yo creo que se nota”, reconoce sin pudor e incluso con algo de orgullo Fino Oyonarte, bajista de la emblemática banda de rock liderada por Josele Santiago. El músico andaluz se instaló en Madrid a mediados de los años 80 y recuerda que, a finales de esa década, las canciones de Mould y Hart sonaban a todo volumen en la furgoneta del grupo, sobre todo las de los discos Flip your wig y Candy apple grey. También las escuchaban en algunos bares de Malasaña, centro de operaciones de Los Enemigos, donde se pinchaban las últimas grabaciones del trío, ya lanzadas bajo la etiqueta de la multinacional Warner, una de las traiciones firmadas por Hüsker Dü. Oyonarte explica que, para ellos, resultó “muy energético y refrescante” conocer la música de los estadounidenses: “Nos flipaba el ruidaco que metían con la guitarra y la mezcla con la melodía. Era una combinación explosiva: la forma de tocar la batería de Grant Hart, muy expresiva aunque no fuera muy técnica, y cómo va encontrando Bob Mould su manera de tocar la guitarra”.

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Los Enemigos han vuelto. Si el enunciado ya es noticioso de por sí, cabe añadir otro motivo para aplaudir: lo han hecho a lo grande, con un disco a la altura de los mejores momentos del cuarteto liderado por Josele Santiago. Bestieza, así se llama, contiene diez nuevos capítulos —potentes, hermosos, honestos con el presente de la banda— del singular monumento al rock esculpido por el grupo a lo largo de más de treinta años.

Oyonarte admite que el eco de Hüsker Dü retumba a lo largo de toda la discografía de Los Enemigos, incluido Bestieza, su último trabajo de estudio, pero precisa un par de títulos. “En La cuenta atrás, con canciones como ‘Brindis’, hay mucha influencia de Hüsker Dü. También Tras el último no va nadie, con ‘Las tornas’ o ‘Clonaciones S.A.’, tiene una atmósfera muy de Hüsker Dü”.

“Hüsker Dü es un grupo fundamental en la historia de la música rock, que dio paso al rock alternativo al introducir las melodías en el hardcore”, opina Fino Oyonarte, bajista de Los Enemigos

El bajista y productor, que grabó el primer disco de Los Planetas, opina que Hüsker Dü es un grupo fundamental en la historia de la música rock, “que dio paso al rock alternativo al introducir las melodías en el hardcore. Escuchas ‘I’ll never forget you’, de Zen Arcade, y es totalmente lo que luego hicieron Nirvana. Hüsker Dü abrió el espectro. También por los textos, más poéticos y personales. Tenían inquietudes musicales y eran ambiciosos para no repetir lo que ya se había hecho, también por la competencia entre ellos dos a nivel compositivo, aunque fuese dura y llegara un momento que el grupo no lo pudo aguantar más”.

Algo que he aprendido hoy

El primer concierto de Hüsker Dü sucedió el 30 de marzo de 1979 en un bar en Saint Paul. Bob Mould —fan de los Beatles, los Who y los Ramones— y Grant Hart —heredero de la colección de discos de su hermano mayor y batería en orquestas de bodas y grupos de garage— se habían conocido en Cheapo, la tienda de discos en la que trabajaba Hart. En sus primeras actuaciones en garitos locales y de Mineápolis, las ciudades gemelas del estado de Minnesota, les llegaron a pedir que pararan debido al volumen del ruido que montaban. Lo suyo era hardcore sin concesiones, tocado a toda velocidad y sin salirse de lo que por entonces sucedía en otros puntos del país como California, con Black Flag, o el efervescente movimiento en Washington DC. En 1981 publicaron su primer single, con dos canciones, a través de Reflex Records, un sello creado por ellos en el que darían salida a grabaciones propias y también de otras bandas de Saint Paul.

Durante el verano de ese año hicieron una gira por Canadá y la costa Oeste de Estados Unidos, tejiendo lazos con numerosos grupos que operaban en parámetros parecidos a los suyos: autogestión, cacofonías y máximo rocanrol para destruir un mundo que no les gustaba nada. En Seattle tocaron con Dead Kennedys ante casi mil personas, al día siguiente lo harían para una docena en Portland. Sus aceleradísimas canciones, tanto como sus conciertos, quedaron registradas en un primer disco, Land speed record, grabado en directo y publicado por New Alliance, la discográfica de Mike Watt, bajista de Minutemen, grupo hermano de Hüsker Dü en muchos sentidos. El trío no tenía dinero para editarlo en su propio sello.


Entre 1982 y el verano de 1983 Hüsker Dü lanzaron 15 canciones nuevas en el ep In a free land y el disco largo Everything falls apart. Varias giras extenuantes tras las que regresaban a casa con poco más que lo puesto y buenas críticas en el circuito les situaron como uno de los nombres de referencia del hardcore, junto a Minor Threat, D.O.A. o Big Boys. Pero a ellos les resultaba agobiante ese mundillo, sus normas autoimpuestas, su estética obligatoria y hasta sus pretensiones revolucionarias. A Hüsker Dü no les importaba ser famosos, de hecho era uno de sus objetivos, y mucho menos iban a renegar del rock psicodélico sesentero que tanto habían disfrutado como oyentes. Grababan versiones de Donovan o los Byrds si les apetecía, aunque escociese entre su parroquia. De la abstemia predicada por una facción del movimiento hardcore, mejor ni hablar: se pasaron el verano de 1983 improvisando música durante horas y tomando ácido en cantidades industriales, sumando así el LSD a su dieta de anfetaminas y alcohol. En octubre presentaron otra novedad, el ep Metal circus, su estreno en la escudería SST, la discográfica fundada por Greg Ginn, guitarrista de Black Flag. Metal circus incluye tres canciones importantes, que auguraban nuevos caminos para el grupo: las muy críticas con su entorno “Real world” e “It’s not funny anymore”, mucho más melódica que el resto de su repertorio; y “Diane”, inspirada por el asesinato de una camarera. Su destreza como compositores y músicos crecía según acumulaban actuaciones y ese mismo mes de octubre entraron en el estudio para grabar el disco que habían estado preparando en verano. En dos días, y casi todo en primeras tomas, registraron 25 canciones que darían forma al monumental Zen Arcade.

Desde “Something I learned today”, el puñetazo con gancho que lo abre —una de las mayores obras de arte de la historia del punk, según Dani Llamas—, hasta los 14 minutos de bucle infinito de “Reoccurring dreams”, en Zen Arcade se escuchan salvajadas como “Indecision time”, “Pride” o “I’ll never forget you”, se cuelan interludios experimentales, Hart toca el piano en cuatro canciones, y también hay orfebrería pop guitarrera en “Pink turns to blue” o briosos himnos coreables como “Turn on the news”. El resultado es un disco con pocos parientes cercanos, un puzle musical compuesto por numerosas piezas que conforman un ejemplar único que hizo sombra a la mayoría del rock creado durante esa década. En una entrevista publicada por Mondosonoro en 2016, un año antes de morir, Grant Hart revisó críticamente el disco, asegurando que “hay una mitología que ha ido creciendo alrededor de Zen Arcade hasta un punto casi absurdo. Creo que hicimos muchos discos del mismo estilo, pero este sigue siendo el que asombra”. Para él, en sus 70 minutos hay errores que podrían ser fortalezas: “Hay momentos en los que he pensado que algunos de esos elementos hardcore eran un poco innecesarios, y que haber destilado un álbum doble y haberlo convertido en un solo lp podría haber mejorado su sonido. Pero sin esos elementos hardcore no hubiéramos tenido esa audiencia hardcore que fue tomada desprevenida cuando escucharon el piano y elementos pop. Si la inclusión de material más ‘artístico’ hubiera sido mayor, se hubiera visto como un alejamiento más que una inclusión”.


Zen Arcade, publicado por SST el mismo día que Double nickels on the dime de los Minutemen en una maniobra arriesgada y costosa para la discográfica ya que eran dos discos dobles que habían generado expectativas, cuenta además una historia, la de un chico que huye de casa de sus padres, vagabundea por una gran ciudad, casi cae atrapado por una secta, se enamora, pierde a su amada y finalmente regresa al roto hogar familiar. Aparentemente todo resulta ser una pesadilla, ese manido recurso que empaña tantas narraciones. De algún modo, Zen Arcade se puede entender como el reverso oscuro de Born in the U.S.A. de Springsteen, también publicado en 1984, y precursor de relatos ambiciosos en el punk como The shape of punk to come, de Refused; American idiot, de Green Day, o Dose your dreams, de Fucked Up.

En el capítulo dedicado a Hüsker Dü de su libro Nuestro grupo podría ser tu vida (publicado en 2001, con traducción al español en 2013 en la editorial Contra), el periodista Michael Azerrad sostiene que Zen Arcade ensanchó el formato hardcore hasta sus límites más extremos y que “era la palabra definitiva sobre el género, una quema de terreno musical, después de Zen Arcade cualquier música hardcore sería poco original, retrógrada y predecible”.

El crítico musical Marcos Gendre, colaborador de El Salto y autor de Hüsker Dü: encrucijada en la cumbre (Quarentena Ediciones, 2016), coincide en que el disco es una impugnación total de la ortodoxia del hardcore, pero no cree que sea una de las mayores expresiones de este estilo: “Desde el mismo momento en que Zen Arcade rompe con las miras estrechas del género ya se convierte en una exaltación de otra cosa, de lo que el periodista Simon Reynolds definió como punk neopsicodélico”. En su opinión, no hay muestra “más representativa que una canción como ‘Standing by the sea’, que está vertebrada en torno a un ostinato de bajo, un fondo de musique concrethe, más la épica de Led Zeppelin en el estribillo”.

Más allá del umbral

Durante los años de crecimiento de Hüsker Dü, en España también se desarrolló un movimiento musical inspirado en el hardcore estadounidense y completamente al margen de industria y medios de comunicación. En 1985 comenzó a ensayar en Madrid el grupo SDO 100% Vegetal, que participaría en ese ruido de mil demonios. Su cantante era Miguel Ángel Sánchez Gárate, quien recuerda que el primer disco del trío de Saint Paul que escuchó en aquellos años fue Metal circus. Le pareció una joya. “Lo descubrí en casa de Jaime, el guitarrista de SDO 100 % Vegetal, mi banda por entonces. En esas sesiones en el tocadiscos del salón de su casa caían clásicos del punk y del hardcore como ‘Hersham boys’ de Sham 69 o ‘Tied down’ de Negative Approach. He de decir que Hüsker Dü me atrapó por su mezcla de melodía y guitarras ruidosas, y también por el binomio de voces del tándem Hart y Mould, que me parecía que combinaban muy bien según fuera el formato de la canción que abordaban”.

“‘Zen Arcade’ tiene un poso iniciático parecido, salvando las distancias, a ‘En el camino’, de Jack Kerouac, aunque poniéndonos en la piel de un adolescente con problemas existenciales que no encuentra su lugar en el mundo”, valora Miguel Ángel Sánchez Gárate, punk veterano

Pasado algún tiempo escuchó Zen Arcade, que le dejó “noqueado y un poco descolocado”. Luego lo asimiló completamente y hoy valora que lo más interesante del disco es “la colisión de sonidos, que te teletransporta a una montaña rusa con sus subidas y bajadas vertiginosas. Esas atmósferas tan antagónicas entre sí se insinúan como una banda sonora al vagabundeo del protagonista del disco en busca de un lugar mejor en el mundo”. Precisamente, él destaca que lo importante del disco no radica tanto en la música como en “el mensaje de búsqueda interior que pretende transmitir. Se puede decir que tiene un poso iniciático parecido, salvando las distancias, a En el camino, de Jack Kerouac, aunque poniéndonos en la piel de un adolescente con problemas existenciales que no encuentra su lugar en el mundo. La moraleja podría ser ‘tu casa está donde está tu corazón’. Puede más el amor filial y el hijo pródigo retorna a casa en una especie de final feliz un tanto agrio, fruto de ese aprendizaje en el mundo exterior”.

Para este veterano del punk, que a finales de los años 90 tocaba el bajo en Zinc, grupo que grabó una versión de “I’ll never forget you”, Zen Arcade es equiparable en tono argumental y de fondo a discos como The reality of my surroundings de Fishbone o la ópera rock Tommy de The Who.


“Este disco en los años 80 pasó totalmente desapercibido, ya que en el circuito hardcore no tuvo ningún impacto, al menos aquí en España. Ni el disco, ni la banda”, considera Jordi Llansamà, otro viejo conocido de estos saraos y nombre clave en la importación de sonidos subterráneos ruidosos. Fundó la discográfica BCore en 1990, tocó el bajo en 24 Ideas y recuperó la memoria de aquellos años 80 en el libro Harto de todo: historia oral del punk en la ciudad de Barcelona (1979-1987).

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Llansamà opina que Zen Arcade no es ortodoxo y que por eso “no se coló en el circuito hardcoreta, pero escuchándolo ahora evidentemente sabes que bebió de esas fuentes”, y también recuerda que “el único disco de Hüsker Dü que se coló por aquí en los 80 fue el Land speed record y aún estamos intentando asimilarlo. Era y es inescuchable”. Según su mirada cronológica, el trío empezó a tener impacto por aquí con el álbum New day rising, el posterior a Zen Arcade, y se hizo más conocido “con el disco de multinacional Warehouse: songs and stories. Aunque hay años de diferencia, lo tengo totalmente asociado a cuando petó R.E.M.”.

“Hüsker Dü elaboraron una plantilla musical, pero también una trayectoria dentro del negocio de la música, para todo el rock alternativo estadounidense de finales de los 80 y principios de los 90”, resume el periodista César Luquero

Buscando las causas de ese desconocimiento del disco e incluso del grupo, el periodista César Luquero, jefe de redacción en la web Rockdelux, apunta a la dificultad de acceder desde España en 1984 a este material: “La sensación es que en Estados Unidos fueron muy influyentes y tocaron la fibra a un montón de grupos que merecen la pena, como The Lemonheads, Superchunk o Pixies. Y que en el resto del mundo, por así decirlo, se les valoró cuando se les pudo escuchar”. Luquero incide en las muchas lecturas que propone Zen Arcade y aprecia que el grupo no rompa del todo las amarras, logrando un resultado “extraño, sorprendente todavía, apabullante en muchas ocasiones, siempre emotivo. Consigue abrir un nuevo camino para un género con demasiadas reglas, pero no abjura de su espíritu. En todo momento, incluso en los minutos que más se alejan de las formas hardcore, se percibe una especie de runrún que mantiene el vínculo con ese género”. Él resume los méritos de Hüsker Dü en lo formal y también más allá: “Elaboraron una plantilla musical, pero también una trayectoria dentro del negocio de la música, para todo el rock alternativo estadounidense de finales de los 80 y principios de los 90”.

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El Paso es una ciudad texana en la frontera que separa Estados Unidos y México. ELPASO pudo ser también un grupo de punk chicano que creció y perdió a finales de los años 80 en esa ciudad bisagra. ELPASO. A punk story, de Benja Villegas, es un libro que cuenta una historia que no es real pero sí es verdad.

De una parte de ese rock al margen bebió uno de los grupos que mejor tradujo en España la herencia de Hüsker Dü: los catalanes Aina. Tirando de carretera y ganas, con el apoyo de BCore, consiguieron establecer un camino que, al final, les fue reconocido, asfaltado por canciones y discos fundamentados en el aprendizaje por vía indirecta de lo que habían iniciado Mould y Hart. Su cantante y guitarrista, Artur Estrada, asume el paralelismo: “No querían pertenecer a una escena, crearon ellos mismos la escena en la que querían tocar. Con Aina tampoco era nuestra intención pertenecer a una escena concreta, ni vestir de una manera concreta ni escribir un tipo de letras. Y en Hüsker Dü esto es clarísimo. Acabaron siendo un grupo pionero a partir del cual han crecido cosas, a partir de esa manera de ser”.

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Estrada, posteriormente al frente del trío Nueva Vulcano, recuerda cómo conoció a Hüsker Dü junto a su amigo Pau Santesmasses, quien tocaría la batería en Aina. Era 1991 y ellos, dos quinceañeros que, después del instituto, iban a las tiendas de discos de la calle Tallers en Barcelona. “Allí nos compramos a pachas el Metal circus y Flip your wig. Tuve la suerte de quedarme yo más tiempo el Metal circus. Esto fue muy al principio, no conocíamos aún ni a Green Day, Hüsker Dü fue de los primeros grupos de hardcore que escuchamos. A mí me sigue flipando el Metal circus. Pero es verdad que nos gustaban más los grupos que salían en aquel momento, que claramente habían escuchado mucho a Hüsker Dü: Mega City Four, Samiam, Jawbreaker…”.


En el circuito de bares, centros sociales y culturales por el que Aina transitaron a finales de los años 90 se movía también Leaf, un trío madrileño que tenía a Bob Mould y Grant Hart en un altar. Pablo Santoro era su bajista y después ha seguido tocando porque sí, por placer, en un buen número de proyectos motivados por la curiosidad musical, como Pablo Prisma y Las Pirámides, el más reciente. Preguntado por Zen Arcade, echa la vista atrás y reconoce que el primer contacto le abrumó: “Al principio me apoyaba en las canciones más normales, eran mis favoritas, pero le fui pillando el truco a lo bruto y ahora diría que es lo que más me gusta del disco. Ahora me parece, como a tanta gente, probablemente el mejor disco de Hüsker Dü, el más completo, el que junta todo lo fascinante del grupo, todos sus extremos”.

Tras mencionar que se suele comentar que es el disco que mostró “todo lo que se podía hacer partiendo de la descarga adrenalínica brutal de ese hardcore primigenio” y que supuso la mayoría de edad del hardcore estadounidense junto a Double nickels on the dime, Santoro asegura que hoy sigue embelesado por tres cosas de Zen Arcade: “El sonido de guitarra de Bob Mould, abrumador, omnipresente, casi diría que es como un predecesor lo-fi de las guitarras de My Bloody Valentine; las melodías preciosas enterradas bajo ese manto de ruido, gritadas como si les fuera la vida en ello; y la energía incesante que tiene el disco, que no te suelta ni un momento”.

Casi cuarenta años después de su publicación, Zen Arcade aún conserva los ingredientes que lo convirtieron en un disco tan especial. Santoro hace una evaluación en la que lo pone de manifiesto: “Hüsker Dü siempre me pareció un grupo totalmente honesto, sin artificio, sin doblez, quizá menos ‘político’ a priori que otros grupos hardcore, pero mucho más personales, más emocionales, como exponiendo sus miedos, dudas e inseguridades. Estoy escuchándolo ahora mismo y me sigue sonando a eso mismo, una música en parte ‘violenta’, pero a la vez muy frágil, sin machirulismo alguno. Eso me flipa”.

No volveré a hablar contigo

En julio de 2012, el proyecto musical colectivo Fundación Robo lanzó “No vuelvo a hablar contigo”, una versión de “Never talking to you again”, una de las canciones más sorprendentes de Zen Arcade al tratarse de un tema acústico. “Es perfecto, sintético, con cuatro frases arma una historia, es una melodía linda, la guitarra suena increíble, la voz de Grant Hart acuna y sí, es un remanso de paz en un álbum que aturulla”, explica Carolina León, autora junto a sus hermanos de la adaptación. La versión nació inspirada en la idea principal de Fundación Robo —“que tenía ese lado de reapropiarse de la canción protesta en sus propios términos, también remezclando: es una versión muy libre, la letra está solo medianamente traducida y adaptada”—, pero ella añade que también surgió de una fijación antigua por Hüsker Dü, “una de las bandas fetiche de mi juventud, a la que escuchaba sin entender demasiado, pero me llenaba de la rabia y la energía que en ese momento post-15M nos sentaba tan bien. Es una canción de amor despechado, o de amistad rota, pero es muy fácilmente traducible a mensaje político y me vino de perlas para reescribir un rechazo a toda la política corrupta, a las instituciones ciegas que funcionan en contra de todas nosotras, a todos aquellos que preferían mirar a otro lado mientras nos roban la vida y las esperanzas. Fue muy divertido hacerla e incluso se la dediqué a grandes políticos de la época”.

“Cuando tenía 18 años, ‘Zen Arcade’ traducía mi desesperación juvenil, pero sigue haciéndolo ahora que tengo 48, me sirve para canalizar todo lo que trago en la vida adulta, y encima es hermoso”, asegura Carolina León

En su larga relación con la música de Hüsker Dü, Carolina León, librera y colaboradora de El Salto, señala que el grupo era una suerte de excepción en sus gustos, orientados a otros estilos. “Aun así —recuerda— insistí con todos sus discos, aunque su música me arañara y me golpeara y me resultara enormemente ruidosa, porque tienen un ruido lleno de melodía, siempre, no sé cómo lo hacen, y me hace estallar cosas increíbles en la cabeza y en el cuerpo. Zen Arcade es mi favorito, aunque existan otros discos más amables de la banda, porque el recorrido emocional del álbum es simplemente perfecto. Cuando tenía 18 traducía mi desesperación juvenil, pero sigue haciéndolo ahora que tengo 48, me sirve para canalizar todo lo que trago en la vida adulta, y encima es hermoso”.

El rosa se vuelve azul

Tras Zen Arcade, Hüsker Dü continuaron con su vertiginoso ritmo de conciertos, composición y grabación de discos. El mundo a su alrededor había cambiado, sus vecinos The Replacements firmaban con una multinacional y otro ilustre de la región, Prince, lo partía con Purple Rain. Pero ellos seguían a lo suyo: en dos años publicaron otros dos discos, New day rising y Flip your wig, que refinaron la fórmula propuesta en Zen Arcade y le sacaron punta, con algunas de las canciones más conseguidas de su trayectoria hasta entonces. Fueron discos que sonaron con profusión en las radios universitarias estadounidenses y en algunas emisoras fuera de ese ámbito. También supusieron su despedida de SST, tras varias desavenencias causadas, entre otros motivos, por deudas de la discográfica con ellos, convertidos en su principal activo, el grupo que más discos vendía. Warner les puso un contrato en la mesa, algo que nunca hizo SST, y firmaron, siendo una de las primeras bandas de su entorno en dar ese paso. El primer disco fuera de la independencia fue Candy apple grey, tal vez el mejor ejemplo del recorrido trazado por Hüsker Dü en su exploración de un terreno intermedio entre el hardcore y el rock. En el fondo, mapa solo había uno, pero las dos cabezas pensantes y sus enfrentamientos continuos —algo de lo que posiblemente se benefició el grupo en términos de resultados artísticos— propiciaron que se hable de dos Hüsker Dü, los hardcore y los más poperos, los de Mould o los de Hart. Después de entregar otro disco doble a Warner, Warehouse: songs and stories, decidieron dejarlo. Mould continuaría con su carrera en solitario y también con Sugar, que obtendría una repercusión más amplia que la de Hüsker Dü, mientras que Hart formaría el grupo Nova Mob y también grabaría varios discos en solitario, siendo The argument, publicado en 2013, un notable trabajo de madurez.


Yago García, periodista cultural y miembro del dúo de pop electrónico Color Clash, matiza ese tópico que atribuye a Mould la vertiente más ruidosa de Hüsker Dü y a Hart la más melódica. “A lo mejor sus contribuciones al repertorio del grupo, así como sus carreras posteriores, permiten validar esa idea, pero supongo que también pueden darse otras razones, como la ambición por salirse del corsé impuesto por las olas anteriores del punk y del hardcore, así como de ese ideal mitad monje, mitad soldado codificado por Minor Threat y compañía. Cuando el orden del día era tocar lo más rápido posible y a más volumen que nadie, hacer una canción como ‘Never talking to you again’, solo con guitarras acústicas, debía de tener algo de liberación”.

García también introduce otro elemento en la ecuación, el hecho de que los dos miembros principales del grupo tuvieran una sexualidad no normativa —Mould, homosexual, y Hart, bisexual— debió de influir muchísimo, en su opinión, en esa sensación de “no encajar en ninguna parte que está tan presente tanto en la narrativa de Zen Arcade como en su sonido o en el conjunto de la obra del grupo”. En la citada entrevista en Mondosonoro en 2016, Hart mencionaba esa extrañeza: “Nuestro rock‘n’ roll era ‘extraño’, nosotros éramos ‘extraños’ y todo estaba bien con eso. Las personas estaban, naturalmente, atraídas sexualmente más a un género que a otro, pero no era gran cosa si rompías los patrones de comportamiento y agregabas un poco de caos en la escena. Los clubes de punk, y los bares de homosexuales, en las ciudades grandes, eran zonas seguras donde el respeto por el individuo y su expresión de deseo eran cosas primordiales”.

“‘Zen Arcade’ está escrito desde la perspectiva de un chico enemistado con su familia y en busca de su lugar en el mundo, una temática que le resultará demasiado familiar a muchos oyentes LGTB”, dice el periodista Yago García

Para García, la orientación sexual de Mould y Hart “arroja muchísima luz sobre temas recurrentes en sus letras como la depresión o la alienación: solo podemos especular sobre cómo sería para ellos vivir en los EE UU de los 80, con el sida haciendo estragos y la homofobia campando a sus anchas, pero sus canciones dejan claro que no debía de ser agradable, por decirlo suavemente. En el caso concreto de Zen Arcade, además, el álbum está escrito desde la perspectiva de un chico enemistado con su familia y en busca de su lugar en el mundo, una temática que le resultará demasiado familiar a muchos oyentes LGTB, máxime si vivieron aquella época o años posteriores en los que la homosexualidad y la bisexualidad —no digamos ya las identidades trans— eran prácticamente inmencionables, incluso dentro de un contexto ‘alternativo’”.

A diferencia de Hüsker Dü, el grupo de hardcore extremo Toys Sarasas, practicantes de maricore arrabalero según sus propias palabras, levanta hoy la bandera de la disidencia sexual y títulos de canciones como “Muerte al Estado y que viva el cruising” o “Fuera heteros de nuestros barrios” dejan poco lugar a la duda. No creen que el componente LGTB fuera importante en Hüsker Dü y, desde el correo electrónico, razonan su respuesta: “Cuando eres maricón, bollera, bi o trans es difícil que, aunque no lo visibilices, eso no permee en tu música y letras, pero desde luego en Hüsker Dü hay que ponerle mucho de tu parte para ver alguna referencia, de hecho en las letras, salvo tal vez en la de ‘Green eyes’ y de aquella manera, no hay apenas nada. Siempre subyace esa poética del inadaptado, pero no hay mucho más. Esto puede ser por maricón como podría ser por gordo o nerd. De todas formas, esto no es un ajuste de cuentas a Hüsker Dü, cada una hace lo que puede con las cartas que le tocan. Además, Bob Mould siempre ha reconocido que le sabe fatal no haber sido más visible en este tema”.

Sobre la lírica de Hüsker Dü, y la ausencia en ella de alusiones a su sexualidad, García precisa que el trío rechazaba “hasta cierto punto” el tono politizado de la escena hardcore, “reclamando su libertad para explorar temas más cercanos a lo emocional que a las consignas militantes. En términos más prácticos, hay que tener en cuenta que Bob Mould y Grant Hart no salieron del armario hasta principios de los años 90, con el grupo ya disuelto: debido a ello, las referencias de sus letras a la disidencia sexual —y a la marginación que esta conlleva— es algo que solo podemos juzgar a posteriori, pero eso no las hace menos punzantes”. También recuerda que la escena punk de la época no era precisamente un oasis libre de homofobia: “Cuando los líderes del cotarro son grupos tan machotes como Black Flag —no digamos ya Bad Brains, que llevaban su odio por bandera por cuestiones religiosas—, vivir libremente tu sexualidad es algo que no puedes ni plantearte”.


Años después de la separación de Hüsker Dü, numerosos grupos del entorno hardcore/punk trataron abiertamente su sexualidad e hicieron canciones y discos al respecto, como Tribe 8, Pansy Division, Limp Wrist, Against Me! o GLOSS. En Toys Sarasas es parte fundamental de su discurso, lo que da pie a una reflexión al respecto, elaborada desde la propia experiencia: “Cuando nace un movimiento artístico, siempre hay un componente de libertad y tolerancia que se va desvaneciendo a medida que el movimiento se asienta, expande y estandariza. Pasó con el punk, con el hardcore. Siempre en los inicios de estos movimientos hay cierta diversidad que participa activamente en propulsar el movimiento y que, conforme este triunfa, desaparece. Son ventanas de oportunidad que se acaban convirtiendo en puertas cerradas. Así que sí, las escenas siempre acaban siendo sitios donde homofobia, misoginia y racismo se normalizan. La escena hardcore/punk de esa época, y de posteriores, ha tenido estas actitudes, en este caso hablamos de homofobia pero aplicaría a otras subalternidades. Así que entendemos que para ellos fuera difícil visibilizarse. De hecho, entendemos perfectamente que Hüsker Dü no se significaran mucho más en este aspecto porque es un dilema que aún pervive, puede que hoy en día en la gente más joven por fin se haya difuminado, pero lo hemos vivido, como tantas compañeras, siempre tienes que estar luchando por no ser el grupo de tías o de maricones. Quieres que te vean como un grupo de X que además resulta que está formado por mujeres, bolleras, maricones… Tienes que demostrar tu valía como grupo de música, cosa que nunca se cuestiona a otros grupos. Por eso entendemos esa ambivalencia de Hüsker Dü, por ejemplo, y que de alguna manera quieres ser asimilado por la escena y no ser la nota discordante. Hemos estado ahí, debatiéndonos si somos una escena aparte o si formamos parte de esa misma escena”.

La industria más nueva

En un disco publicado en 1996, Bob Mould escribió una canción titulada “I hate alternative rock” en la que parecía ajustar cuentas con esa etiqueta de rock alternativo en los años 90, si tenía o no algo de alternativa o se había convertido, industria mediante, en la corriente mayoritaria, vaciando el sentido que hubiera podido tener ese otro modo de hacer. En una entrevista publicada por Mondosonoro en 2019 explicaba esa canción, apuntando las diferencias entre esa cultura alternativa de 1996 con respecto a aquella en la que él se había criado. “Siempre pasa lo mismo con la música popular: cuando algo que surge del underground es advertido y se convierte en popular, tradicionalmente —al menos así era en el negocio de la música en el que yo crecí— las grandes compañías de discos se peleaban entre ellas y gastaban millones de dólares creando bandas que pudieran capitalizar ese sonido del underground, o encontrando bandas que pudieran comprometer sus ideales y su sonido para hacerlo más popular. Ocurrió con los Beatles, ocurrió con The Mamas & The Papas, ocurrió con Kiss, ocurrió con cualquiera que se hiciera muy popular en cuestión de meses. En 1996, lo que la gente llamaba rock alternativo se había convertido en una pálida imitación de lo que en su momento fue una forma de arte. Y eso es todo. Sentí que habíamos llegado a un punto en el que se promocionaban cosas que eran como una tercera generación de copias de otras cosas anteriores. La copia de la copia”.

“Para Hüsker Dü, el punk no es más que una cierta manera de reordenar las fichas de la cultura pop de los 60, y la suya una modalidad de reescritura de los textos sagrados de la contracultura”, valora el escritor Xandru Fernández

Es una declaración interesante porque Mould parece asumir que, en el fondo, no hubo ruptura entre la irrupción del punk y la contracultura precedente de los años 60. Una idea que Michael Azerrad destaca en Nuestro grupo podría ser tu vida, cuando menciona que “como muchos punks, los miembros de Hüsker Dü en realidad aceptaban los valores de la contracultura de los 60, pero menospreciaban a los hippies por haber traicionado esos valores”. En el ensayo Las horas bajas (Lengua de Trapo, 2020), el escritor asturiano Xandru Fernández incide en ese argumento al recordar que “Hüsker Dü consideraban que estaban haciendo más o menos lo mismo que los cantantes folk de los años 60”.

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Preguntado al respecto, Fernández afirma que, para Hüsker Dü, “el punk no es más que una cierta manera de reordenar las fichas de la cultura pop de los 60, y la suya una modalidad de reescritura de los textos sagrados de la contracultura, ahí está esa versión del ‘Eight miles high’ de los Byrds que grabaron como sencillo poco antes de Zen Arcade, de la que Mould siempre dijo que en todo momento pensaba que estaba tocándola igual que lo hacían los Byrds”.

Fernández entiende que la continuidad con respecto a la contracultura de los 60 es “un elemento fundamental para entender la obra de Hüsker Dü —algo parecido les pasa a compañeros suyos del circuito hardcore como The Minutemen o Minor Threat—, y sirve para explicar incluso su aspecto, su puesta en escena, esa estética normie, el bigote de Norton, tan poco punki, las greñas de Hart, la guitarra Flying V de Mould, todo muy ajeno a la pomposidad del pop de la era Reagan”.

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