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Música
Aina: “Cuanta más mierda comíamos, más felices éramos”
El cuarteto Aina, leyenda en el rock subterráneo a finales de los años 90, recuerda en esta entrevista unos modos de hacer —y unos nombres propios— abocados al olvido por el paso del tiempo y los vaivenes de las tendencias. En mayo vuelven a subir a los escenarios, con cuatro conciertos programados.
El 16 de julio de 1998, Aina y A Room With a View aparcaron la furgoneta frente al De Nai Club, en Murcia. Iba a ser el concierto número 15 que Aina daba tras 16 días por el norte y centro de España. A Room With a View se habían subido a la furgoneta de los catalanes en Alcalá de Henares, para acompañarles en las siete fechas que les quedaban de gira hasta llegar a la sala Garatge de Barcelona. “Era la cuarta vez que tocábamos con ellos —contaba hace un tiempo el exguitarrista de A Room With a View, Conrado Isasa, en el blog de la discográfica BCore—, pero no vino nadie. Y cuando digo nadie es nadie. Estaban los camareros, los dos que organizaban el concierto, nosotros y Aina. Nosotros estábamos de bajón y Titi (Sola, guitarra de Aina) me dijo que no importaba que no hubiera ido nadie, que el equipo estaba montado y que nosotros estábamos allí. Que eso era lo que contaba y que había que tocar. Recuerdo aquel bolo de Aina, que fue vibrante, tocando para nosotros cuatro y los dos organizadores. Y eso que el sitio era bastante grande, por cierto, pero me sentí muy afortunado de estar ahí. Nadie fue a ese concierto, pero yo lo recordaré toda mi vida. Tenía 21 años”.
Aquello fue hace ya dos décadas, pero Artur Estrada se acuerda perfectamente cuando comenzamos la charla en el Bar Salvatge de Barcelona, en la céntrica calle Verdi, con la excusa de su reunión para los cuatro únicos conciertos que darán este mes de mayo: 17 en Barcelona (sala BeGood), 18 en Vidreres (La Piscina), 19 en Madrid (The Fiest) y 20 en Zaragoza (Arrebato).
Álvaro Sola (bajista) no ha podido venir porque está trabajando y Pau Santesmasses (batería) llegará unos días antes desde Estados Unidos —país al que se mudó cuando el grupo se separó en 2003— para ensayar tres o cuatro veces antes de volver a coger la furgoneta con sus excompañeros.
“Recuerdo aquella conversación con Conrado de bajón, que me decía: ‘Pero apaga los amplis, si está solo el promotor’. Y Titi diciéndole ‘pero por qué, si está todo montado y los micros puestos’. Situaciones como esa nos motivaban mucho, la verdad”, cuenta el cantante y guitarrista de Aina, y de Nueva Vulcano durante los últimos 15 años.
¿Y por qué os motivaba tocar, incluso si no iba nadie al concierto?
Artur: Porque una noche así era ideal para revertir la situación. Y no es que habláramos esas cosas antes, pero todos pensábamos: “Hoy vamos a esforzarnos más que cualquier otro bolo”. Cuando está todo lleno y sales al escenario, vale, bien. Pero en noches como aquella es cuando decíamos: “Hoy, ahora, esto es lo importante”. La tristeza esa de que no venía nadie… nada, nada, vamos a tocar.
Titi: Y porque sabías que tú lo ibas a vivir. Aún escucho a gente decir que “en el primer concierto de At the Drive-in en Sidecar éramos treinta y los pavos se subían por las paredes”. Yo eso lo vi y es verdad. Grupos de fuera que venían a tocar y, aunque fuéramos poquísimos en el público, lo daban todo. Y pensabas: “¡Qué flipe!”. Así que hacías lo mismo.
Aina había echado a andar en Barcelona tres años antes de aquel concierto, con un ojo puesto en la generación anterior de bandas punk y hardcore de Cataluña: Subterranean Kids, 24 Ideas, L’Odi Social, GRB,... Pero con la diferencia de que Pau, Artur y los hermanos Sola consiguieron, a base de dedicación, kilómetros, muchísimos conciertos y nada de dinero, crear un circuito de salas que inmediatamente después recorrieron grupos como Standstill, No More Lies, Half Foot Outside, The Unfinished Sympathy, Tokyo Sex Destruction o los mencionados A Room With a View, por citar solo algunos de quienes aún les reclaman.
Prueba de ello podría ser la respuesta que Santesmasses dio a la web Muzikalia en octubre de 2002, cuando le preguntaron cuántos conciertos habían dado aquel año. “Contando así por encima, unos 130-140. Hicimos una gira por Europa y otros cuantos conciertos por aquí antes de navidad, unos 35-40. Luego hicimos una semana por Alemania, volvimos e hicimos unos 20 conciertos más en abril. En mayo hicimos toda Europa con Engine Down. En junio nos quedamos en Europa e hicimos 10 conciertos más en Suecia y en Alemania, y luego nos juntamos con los Dusters, para dar veintitantos conciertos más en España”.
“Fueron el punto de inflexión en el tema de salir de España y hacer giras por carretera más grandes. Más de un mes seguido tocando a diario por Europa y Estados Unidos. Establecieron una forma de trabajo que siguieron después otras bandas como Standstill, a base de furgoneta, meterle caña, picar piedra y hacer carretera”, explica el fundador de BCore, Jordi Llansamà, en la tienda que el sello tiene en la calle Montmany 25 de Barcelona, un par de horas antes de llegar al encuentro con Aina.
Amigos desde que les fichó allá por 1995, Jordi se sumará a esta conversación entre colegas en el bar que ellos mismos han escogido. Fue en su discográfica, fundada en 1990, en la que el grupo publicó sus tres discos —Sevens, Aina y Bipartite—, sus sencillos compartidos con los americanos Rhythm Collision y The Capitol City Dusters y los dos epés con los que se despidieron: Chrisantemum y Peel Session EP. Este último les convirtió en la segunda banda en la historia musical española —tan solo dos meses después de The Unfinished Sympathy— que grababa una sesión en exclusiva para John Peel en la BBC.
Pero empecemos por el final, justo después de despedirnos de Artur. Cuando andamos por la calle Gran de Grácia camino de su furgoneta, Titi insiste, casi como disculpándose, en la idea que ya apuntó en los saludos iniciales: “Cuando hablábamos antes de Enric Montefusco, Standstill o Raül Refree… esa gente sí que sabe contestar a la prensa y darte un buen titular, pero es que nosotros siempre hemos sido muy malos vendiéndonos a nosotros mismos. Se nos daba fatal, no nos gustaba. A nosotros nos molaba tocar y ya. Jordi se ponía negro con nosotros. Nos decía: ‘Joder, os he sacado un disco y no hacéis nada para moverlo’. Si es que no teníamos nada interesante que decir. ¿Qué íbamos a contar nosotros?”.
Hace no mucho contaba precisamente Enric Montefusco que él consiguió vivir de la música desde The ionic spell (BCore, 2001), el disco que Standstill publicó el mismo año que vosotros Bipartite.
Titi: Sí, pero hay una diferencia. Aina nunca quiso vivir de la música. Al menos, yo. Yo tocaba porque me gustaba tocar. Si hubiera hecho de Aina un trabajo habría sido una mierda, como le ha ocurrido a otros muchos grupos. No lo hacíamos por dinero ni mucho menos. Es más, es que no recuerdo ni pedir dinero...
Artur: Si nuestras decisiones hubieran dependido de querer vivir de ello, el grupo habría sido otro. No teloneábamos a ciertos grupos porque quisiésemos llegar a más gente, sino porque nos encantaban esas bandas. Nunca pensábamos en términos de pasta, jamás. No existía ese factor de repartir dinero, hacer carrera ni nada de eso. Nos gustaba no depender de ello para vivir. A Room With a View se partió por eso, de hecho… ¡Fue por culpa nuestra, Titi! ¡Con lo buenos que eran! ¡Para unos que tenían talento! [risas].
“Si nuestras decisiones hubieran dependido de querer vivir de ello, el grupo habría sido otro”, asegura Artur Estrada, cantante y guitarrista de Aina
¿Ni una sola vez se os pasó por la cabeza con todas esas giras de un mes y pico que os pegabais por Europa?
Titi: ¡Jamás, cero! Y varias veces escuchamos a gente que nos venía diciendo: “Si os llevara yo y me dejarais hacer ciertas cosas, os iría de puta madre”.
Artur: Si aparecía alguien con esa idea, enseguida nos mirábamos en plan: “¡Pero qué dice este!”. Era algo evidente entre nosotros.
Titi: Además, hay una cosa clara. Nosotros habíamos ido a tocar a Madrid 25 veces y cada vez venía más gente. Si al final conseguías llenar Moby Dick, como nos ocurrió a nosotros, eran 350 personas. Nosotros no podíamos pensar en más audiencia y esa cantidad genera el dinero que genera. Era ridículo intentar jugar a otra cosa. Si vas a tocar a un sitio y vienen 60 o 70 personas, después de descontar gastos, lo que queda es lo que queda.
Bueno, ahora hay subvenciones y marcas de cerveza metiendo dinero.
Titi: Eso es lo que ha cambiado la música ahora. Es decir, el dinero que los grupos no generan les llega de otras partes. Nosotros sacábamos lo que generábamos y no queríamos que los grupos con los que tocábamos no cobraran y perdieran pasta. Y si venía un tío y nos intentaba robar, reaccionábamos… bueno, a veces hasta nos dejábamos robar, porque éramos así de tontos. Recuerdo una vez que fuimos a tocar a Gijón y juntamos unas 60 personas. ¡Qué guay! Pues al final tuvimos que pagar, porque nos empezaron a descontar los gastos de comida, alojamiento y, además, nos llevaron a dormir a una casa literalmente en obras. El que nos lo hizo luego se convirtió en nuestro colega, encima...
Artur: ¡Eh, no vale decir eso ahora! [risas].
Titi: Vale. Pero, en fin, que nosotros sacábamos lo que generábamos. Teníamos la idea de que si ibas a Mazarrón, venían tres personas y hacías un buen concierto, lo mismo la próxima vez venían quince. Y después treinta y al final lo mismo llegabas a setenta u ochenta. Y ahí ya sabías que te daban de cenar y sacabas 300 eurillos. Esto no tiene ningún secreto. Es lo que siempre hemos sabido que hace Fugazi, ser coherente y mantenerte independiente.
Con Nueva Vulcano, Artur, hace no mucho llenaste la sala Caracol de Madrid, que es grande.
Artur: He pensado muchas veces en ese concierto. Debería haber sido el más feliz de mi vida, con 500 personas viéndome... pero lo cierto es que no lo fue. No sé, supongo que tendrá que ver con las sensaciones que genera que te vea mucha gente o menos gente. Aunque es verdad que Nueva Vulcano pilló esa ola de los festis y demás.
¿Qué países recorristeis con la furgoneta más allá de España?
Titi: Estados Unidos, Alemania, Croacia, Eslovenia, Suecia, Dinamarca, Holanda, Italia, Bélgica, Suiza, Austria, el Reino Unido de arriba a abajo y toda Europa. Y algunos de estos países muchas veces. Es que todo era mecánico. Te subías a la furgo y te ponías a conducir. Te daba igual que fueran 200 que 600 kilómetros. Llegábamos a los sitios, descargábamos, matábamos el tiempo por ahí hasta la hora del concierto, porque no teníamos hotel ni nada, tocábamos, te ponías a desmontar hecho una mierda, te ibas a dormir a casa de un tío y al día siguiente lo mismo.
Quizá por eso otras bandas insisten en que fuisteis “los padres” de ese circuito de salas que luego siguieron otras bandas de punk, hardcore o punk rock españolas.
Artur: Sí que fuimos los primeros en hacer giras de cinco semanas…
Titi: Pero bueno, para organizar las primeras giras por España yo cogí la agenda de teléfonos de 24 Ideas. No creo que creáramos nada. Fue una casualidad, porque había muchos grupos de pop, pero nada en nuestro rollo a lo Dischord. Si hubiéramos hecho una música tipo Pearl Jam, habría sido muy difícil que nos hubiéramos ido a tocar por ahí tanto o que hubiéramos levantado ese interés, por muy buenos que hubiéramos sido. Lo que pasó es que justo en aquella época nosotros empezamos a contactar con la peña de Washington DC y a hacer ese intercambio de ir nosotros para allá y ellos venir aquí. Eran muy activos.
Todo eso sin que fuerais amigos antes de formar Aina.
Titi: Exacto, nos conocimos para el grupo. Teníamos unos 17 años.
¿Cómo era pegarte esas palizas —durmiendo, comiendo mal y conduciendo cientos de kilómetros diarios— con gente con la que no tienes esa complicidad? ¿La música estaba por encima de la amistad?
Artur: Sí… Lo cierto es que éramos jóvenes y no meditábamos las movidas. Teníamos algo en común muy importante: que no necesitábamos muchas cosas. A veces íbamos de gira con otros grupos y escuchábamos cosas como: “Yo es que si no me tomo el café de la mañana” o “es que si no me ducho”. Y nosotros: “¡Da igual!”. Íbamos por ahí a tocar y si no comías, pues no comías; y si no dormías, pues no dormías.
Titi: Otros grupos de BCore volvían quejándose: “Hemos dormido en un sitio de mierda, hemos comido fatal…”. Para nosotros todo estaba bien. Menos un día que nos llevaron a dormir al local de los Discípulos de Dionisos y dije: “Aquí no duermo ni de coña” [risas]. Era un grupo en el que el cantante se metía el micrófono por el culo [risas]. Con eso te lo digo todo. ¡Había un sofá cama y había unas ronchas! Y Álvaro y yo, que éramos los más finos, dijimos que nos íbamos a un hostal. Menos ese día, no hemos puesto pegas jamás. Ni pensábamos en la pasta que ganábamos o perdíamos. Éramos unos inconscientes de puta madre.
Artur: Dormir en locales de ensayo o en el escenario de los garitos, como el de la Sala Mogambo (San Sebastián) después de que todo el mundo hubiera escupido, muchas veces. Recuerdo una de las primeras veces que tocamos en el gaztetxe de Buenavista, con aquel agujero en medio desde el que veías las llamas del infierno [risas].
“Una vez salimos de Barcelona y condujimos 24 horas sin parar hasta Berlín, para dar un concierto en una casa okupa, y al terminar nos dieron 50 euros”, recuerda Titi Sola, guitarrista del grupoTiti: Comimos mucha mierda, la verdad, pero nos hacía feliz. Cuanta más mierda comíamos, yo creo que mejor, más felices éramos. Y éramos unos matados. Recuerdo una vez que salimos de Barcelona y condujimos 24 horas sin parar hasta Berlín, para dar un concierto en una casa okupa, y al terminar nos dieron 50 euros. Y para comer, una pasta vegana que no había por dónde cogerla. Y lo hacíamos y era como: “¡Qué guay!”. Encima nos molaba y era una paliza. Allí empezamos una gira con Engine Down de un mes, regresamos a casa para una semana y nos volvimos a ir otras dos semanas con The Capitol City Dusters. Y, sin descansar, lo teníamos que unir con otra gira de una semana por Francia, pero la suspendimos porque no podíamos más. Teníamos que parar. Fue la única vez que suspendimos una gira. Las cosas simplemente pasaban. Recuerdo que nos llamaban para ir de gira cinco semanas y era como: “¡Vale!”. Y nos íbamos sin pensarlo mucho. Y luego… ¿otra gira? “Pues vale”. Yo no sé cómo pasaba, pero siempre decíamos que sí. Y tuvimos algunos momentos críticos, claro.
¿Cuáles?
Titi: Después de mucho tiempo, igual había un poco más de tensión, pero comparado con muchos de los grupos que conocíamos, se puede decir que nunca tuvimos un problema entre nosotros. Cero. En este sentido había otro componente importante. Una vez vino un amigo con nosotros de gira y después de un rato en la furgoneta, soltó: “¡Hostias, si es que no habláis nada!”. Y era verdad. Nada podía ir mal, porque no hablábamos entre nosotros. Estábamos horas sin abrir la boca.
Jordi: Ahí estaba el truco [risas]. Y hay que recordar que no había tablets, smartphone ni nada de eso.
Titi: ¡Qué va! Llevábamos un móvil para los cuatro y ya. Íbamos simplemente escuchando música, poniendo cintas y cintas y más cintas. Yo conduciendo, alguno leyendo, otro fumando y el Pau pensando cómo haría la siguiente canción.
¿Pero estabais a gusto sin hablar?
Titi: Estábamos muy a gusto. Estábamos haciendo lo que nos encantaba. Esa era nuestra complicidad, la forma en la que nos entendíamos.
Jordi: Yo creo que hablan más ahora entre ellos que cuando tenían el grupo.
Artur: Sí, claro, ahora hay más colegueo.
¿Ese objetivo común se trasladaba también a los ensayos? ¿Echabais muchas horas en el local?
Artur: Cuando hicimos el disco del avión (Aina, BCore, 1999), estábamos en unos locales de Poblenou donde la gente que lo llevaba puso un temporizador para que saltara a las 12 de la noche y se apagaran las luces. No querían que nadie siguiera tocando a esa hora. Pues nosotros nos quedábamos a oscuras muy a menudo. Existía un espíritu de darle muchas vueltas y buscar la exactitud. Fue la época más concienzuda, de método, de repetir mucho.
¿Quién llevaba la batuta?
Titi: El motor principal era Pau.
Artur: Era el que tenía talento, el que componía y el que tenía más inquietud de que sonara bien. Yo lo conocí en el instituto y empezamos a tocar. Nos tiramos un año buscando gente, pero no había forma, la cosa no arrancaba. De hecho, al principio, Pau cantaba, después cogió la guitarra y al final pilló la batería. Cuando ya estábamos los cuatro, Titi y yo éramos de coger la guitarra y “hostias, me ha salido esto sin querer”, pero el artista era Pau. Él era el que traía la mayoría de las ideas al local. Y desde la batería siempre con las baquetas señalando y dando órdenes. La gracia del grupo es que cada uno aportaba su movida, pero Pau era el jefe.
¿Todas aquellas horas de ensayo era por inseguridad de cara a los conciertos, por obsesión hacia la ejecución de los temas o simplemente porque en el local os lo pasabais mejor que en ningún otro sitio?
Artur: Por todas esas cosas un poco, en realidad.
Titi: Inseguridad en los conciertos siempre hemos tenido. Como somos cero musicales, tampoco te lo puedo explicar...
Pero todo el mundo que os veía en directo, por ejemplo en la sala Siroco en Madrid, solía salir alucinado. Hace un tiempo escribía Kiko Amat en Gent Normal: “He visto grupos (locales, ingleses, americanos) palidecer, salir al escenario después de Aina cabizbajos y desmoralizados, arrastrando las guitarras como si fuesen cadáveres recién asesinados. Por vez primera, el equipo local ganaba en todas las ligas, incluso en la de campeones”. ¿No teníais vosotros la misma sensación?
Titi: Pero no era por nuestra técnica, sino por el volumen. Porque tocábamos igual de fuerte que los de fuera. De todas formas, tú dices que en Siroco la gente salía flipando y yo, no sé, no lo recuerdo así. Me acuerdo del follón, pero tampoco recuerdo eso. Y, además, cuando petábamos Siroco era porque tocábamos con A Room With a View, que eran los que traían a la gente.
Artur: Lo cierto es que yo recuerdo ir a tocar a Madrid mucho antes de la época de Siroco y venían siete personas, un gato y su primo. Piensa que cuando empezamos a tocar en Siroco ya éramos un grupo asentado.
Titi: En esa época BCore funcionaba bien. The Unfinished Sympathy y otros grupos del sello tocaban en Madrid e iba mucha gente. Y con Standstill ya ni te cuento.
¿Os acordáis de vuestro primer concierto?
Artur: El 23 de febrero de 1995 en la sala Communiqué de Barcelona. Luego hicimos el segundo en la sala Magic y, acto seguido, otro también en Communiqué con Virtual Noise, para que viniera Jordi a vernos. En los 90 era lo único que podíamos hacer. Y no porque fuera el único sello en el que podíamos publicar, sino también porque nos molaba mucho lo que él sacaba: Innocents, Penguin Village, Corn Flakes… Entraba Jordi por la puerta y para nosotros era como si entrara Michael Jordan.
Titi: Antes habíamos ido a llevarle una cinta grabada del local a la presentación del disco de Corn Flakes Whispering a tango to a teddy (BCore, 1993), en Garatge [duda al decir el nombre y seguramente se refiera a Double bed (BCore, 1995)].
Jordi: Ellos insisten en que me la trajeron y que no les hice ni caso, pero yo no lo recuerdo.
¿Y cómo fue aquel primer concierto?
Titi: Fue guarro, pero estuvo bien para mí. Ya se veía por dónde íbamos a tirar.
Artur: Por mi parte hubo muchos años de tensión y desafinación. Yo antes de aquel primer concierto tocaba el bajo, que era mi idea. Ni siquiera quería cantar. Fue por eliminación, porque ninguno de estos quería [risas]. Yo estaba ahí con el micro y lo pasé muy mal durante mucho tiempo. Pero a la gente aquel primer concierto le gustó mucho. Ten en cuenta que lo estaban esperando, porque hacía mucho que decíamos que teníamos una banda y no tocábamos nunca. Pero desde el primer momento siempre hubo gente. Tuvimos a los colegas desde el principio.
Moviéndoos en una escena muy hardcore, pero siendo un grupo más rockero, siempre tuvisteis el apoyo incondicional de la gente que os escuchaba. Hace poco contaba Raül Refree que a los conciertos de Corn Flakes en esos años iba gente a llamarles “vendidos” o “pijocores” porque cambiaron su estilo.
Jordi: Eso siempre ha ocurrido.
Titi: Pero bueno, vamos a ver, estamos hablando de Raül Refree. A este sí que le mola todo este rollo, ve más allá.
¿A qué te refieres?
Titi: Pues que alguien fuese a un concierto suyo a meterse en primera fila para chillarles “vendidos” precisamente a Corn Flakes… pues no sé. Suena a farandulero.
Jordi: Yo sí que recuerdo a gente metiéndose con Corn Flakes y con BCore por muchas cosas. Simplemente por utilizar un ordenador o vender discos. El tema hardcore era muy militante y muchas cosas no estaban bien vistas. Y más en la época que Raül tocó en Corn Flakes, que era más pop, cuando sacaron Mênage (BCore, 1996). En realidad viene de una actitud muy talibán. Ya les pasó con su primer disco, porque ellos estaban en un entorno muy punk y fueron los primeros en llegar a un público más adolescente y universitario. Hasta ese momento, el punk era una cosa muy de la calle y del barrio. En el primer disco creo que ya les llamaban “pijocores”.
¿Es verdad, Jordi, que poco antes de eso habías organizado un concierto de Green Day en Siroco y tuviste que cancelarlo porque no se vendió ni una sola entrada?
Jordi: Yo solo organicé el de Barcelona, pero es posible que ocurriera, porque aquí lo hicimos en La Báscula y, como mucho, éramos 30 o 40 personas. Y de esas, 25 eran amigos de los teloneros, Innocents. Cuando vinieron en esa gira, nadie los conocía [el concierto se celebró el 29 de noviembre de 1991 y la entrada costaba 700 pesetas].
¿Había muchos prejuicios en aquella época?
Jordi: ¿Prejuicios musicales? Todos. Yo mismo los tenía todos… y aún tengo algunos.
Era una época en la que te encantaban Los Planetas o los odiabas. Y si escuchabas a Fugazi, que nadie te oyera decir que te gustaba El Último de la Fila.
Jordi: En la primera época si escuchabas punk no podías escuchar nada más. Nada. Pero creo que, aunque quede mal decirlo, fue positivo para arrancar todo este movimiento punk o hardcore. Esa actitud de todo lo demás es una mierda y esto es lo bueno.
Titi: Mucha de esa gente empezó luego a escuchar a Los Planetas, un grupo que toda la vida nos había sudado el rabo, y se hizo súper fan. Pero porque nunca los habían escuchado.
Jordi: Es una cosa que se hace mucho en el punk. No escuchar algo que está fuera de tu rollo no sea que te vaya a interesar. Yo sigo haciéndolo un poco…
¿Por qué teníamos que fijarnos en Los Planetas o Benicassim si teníamos ya a un montón de grupos yanquis buenísimos en el festival de Sant Feliu? O cada martes en el SidecarArtur: ¡Para no caer! [risas]. Hombre, yo escuchaba a El Último de la Fila, pero no mucho más. Pero, ¿por qué teníamos que fijarnos en Los Planetas o Benicassim si teníamos ya a un montón de grupos yanquis buenísimos en el festival de Sant Feliu? O cada martes en el Sidecar, donde tocaban Unwound, Karate, At the Drive-in… No es que odiaras a ciertas bandas, es que ya teníamos suficiente con nuestra movida. Hubo un momento en que el nivelazo de grupos que venían, que además eran musicalmente muy abiertos, era increíble. Acuérdate de June of 44, bebían de todo. Todas estas bandas nos contagiaron esa apertura musical. Cuando coincidías con ellos te decían: “Artur, tío, déjate ya de los Jawbox. Escucha la música negra”. Recuerdo que Fred Erskine (June of 44, Hoover, The Boom, The Crownhate Ruin, Him, The Sorts) me preguntó una vez: “¿Qué grupos te molan, Artur?”. Yo le empecé a decir los típicos grupos de post-hardcore hasta que me cortó: “¡Bah, escucha a Marvin Gaye!”.
Jordi: Titi y yo fuimos a Washington hace años y lo primero con lo que flipamos fue con eso precisamente. Hicimos un viaje con Kerosene 454 en furgoneta y esperábamos que pusieran grupos del rollo. ¡Qué va! Ponían reggae, ska, jazz, James Brown y cosas así. Nos descolocaban. “¿Qué hacen escuchando eso teniendo a todos los grupos del rollo post-rock de aquí?”. Pero no escuchaban nada de eso.
Artur: Una vez nos llamó Kiko Amat porque tenía que entrevistar a Superchunk en la sala Bikini. Sabía que nos molaba y quería que le echáramos una mano. Yo tenía 19 o 20 años. Le pregunté al bajista: “¿Qué música te mola?”. Y me suelta: “Los Rolling Stones, estoy todo el día escuchándolos”. Pensé: “¿Pero qué dice este idiota?”. ¡El bajista de Superchunk que, además, venían con Seam de teloneros! Para mí, Kurt Cobain era un matado al lado de estas dos bandas. Y bueno, luego con los años escuchas a los Rolling y reconoces que, claro, no están tan mal. ¿La relación que tuvisteis con muchos de aquellos grupos extranjeros fue muy estrecha?
Artur: El contacto fue continuo, sobre todo durante los conciertos que les organizábamos en España y durante nuestras propias giras. Íbamos a tocar a Viena, por ejemplo, y de repente aparecían June of 44 por nuestro concierto: “Es que no nos han dejado entrar a Praga con la furgoneta y nos hemos venido para acá”.
Jordi: Con toda la escena de Washington DC y los grupos de Dischord hubo un contacto no solo musical, también personal, bastante grande. Fue una relación que, culturalmente, nos aportó mucho a ambos lados. Nosotros buscábamos el origen de toda la música que oíamos y ellos buscaban… ¡nuestra good life mediterránea! [risas]. Claramente. Que si una cervecita por aquí, la comida, la terracita, el sol… se quedaban locos. De hecho, creo que eso es una cosa que ha marcado nuestra relación.
Titi: Cuando ellos te llevaban por Estados Unidos y veías cómo vivían… ¡menuda mierda! Se comían los mocos.
Artur: Llegó un momento en que sabías que iba a sonar el timbre de tu casa y te ibas a encontrar a músicos de fuera. Cuando llegaba el buen tiempo, aparecían un montón. Alec Bourgeios (cantante y guitarrista de The Capitol City Dusters), por ejemplo, se vino a pasar las Navidades a mi casa dos años seguidos.
¿Qué más okupas tuvisteis?
Jordi: Hubo un tiempo en que me alquilaba una casa en la Costa Brava y, sin avisar, aparecía Fred Erskine con su mujer y se quedaba unos días. Al final nos juntábamos con más gente y todos allí cocinando, pescando…
Titi: Todos los grupos, tanto si venían a tocar como si no, dormían en las casas de la peña. Ninguno se pillaba un hotel. Pau, de hecho, acabó arreglándose una parte de su casa, en Sabadell, para que los grupos pudieran quedarse a sobar. Pusó un altillo de madera y los metía ahí a saco. Su madre les cocinaba de puta madre y ellos encantados.
Artur: Y en mi casa de Cambrils, mi familia ha visto a muchas bandas durmiendo. At the Drive-in, por ejemplo.
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¿Cuáles eran vuestros trabajos entonces?
Titi: Artur curraba en el estanco de su familia. Mi hermano Álvaro y yo, con mi padre en el tema de los muebles. Y Pau trabajaba en BCore y hacía otras cosas por su cuenta. Aparte, él y yo llevábamos a otros grupos de Houston Party de gira con la furgo.
¿Nunca tenía la cuenta de Aina algo de dinero ahorrado?
Titi: ¡Qué va! Aunque tengo que decir que perder, no perdimos casi nunca. Recuerdo perfectamente el día que fuimos por primera vez al País Vasco y, al llegar al peaje de Martorell, leer: 5,40 euros. Y juntar todo el dinero que teníamos y sumar 5,60. Ni siquiera pensábamos si teníamos pasta para volver, pero nos daba igual. Yo diría que parar a comer pagando nosotros mismos no lo hicimos nunca o casi nunca. En Europa la gente era más generosa y nos llevábamos cosas del concierto para la furgo: fruta, sándwich, bebida...
Artur: Recuerdo a aquel tío en Francia que nos dio un jamón y, al día siguiente, Álvaro y yo cortándolo para comérnoslo mientras íbamos en la furgo. Y si había cerveza del concierto anterior, pues cerveza. Es lo que te decía, no necesitábamos nada. Recuerdo otra vez que estábamos de gira por Estados Unidos y recibí una llamada de mi madre que fue como caída del cielo: “Artur, hemos vendido la caravana y te ingreso el dinero que te corresponde”. Y, ¡hostias, podemos seguir!
¿Los festivales han estropeado todo ese circuito de salas pequeñas?
Titi: El problema no es el festival en sí, es el dinero que necesita y no genera por sí mismo. Y, por lo tanto, se convierte en Estrella Damm, San Miguel o Heineken poniendo millones. Si vivieran de lo que generan, como el que vamos a tocar en Madrid (The Fiest) estaría bien.
Artur: Peor aún es la ilusión que genera en los grupos jóvenes. A muchos les afecta si no tocan en ellos, les produce un bajón cuando no debería. ¡Pero si ya lo estáis haciendo bien! Y ya no es la pasta, es la frustración. Nosotros tocábamos con los grupos que nos gustaban en garitos pequeños, donde el factor humano era muy importante.
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¿Y por qué aceptasteis telonear a Metallica en el Estadio Olímpico de Barcelona en 2003?
Titi: Eso fue una paja mental de Víctor Calderón, el único manager que hemos tenido como banda. Es un colega. El tío, pues lo mismo, se pensó que nos podía catapultar a no sé dónde. Tocamos por 50.000 pesetas.
Artur: Y nos hizo gracia también. ¿Te acuerdas, Titi? Estábamos de gira durante dos semanas tocando en gaztetxes por el País Vasco. En la plaza de Tolosa cargamos todo, condujimos toda la noche hasta Barcelona para llegar a hacer la prueba de sonido temprano por la mañana, tocamos como a las 16.00, por la noche yo me fui a ver a Death Cab For Cutie, pasé de ver a Metallica, y por la mañana temprano volvimos al País Vasco a continuar con la gira. Ese concierto fue una puta anécdota en aquella gira.
Titi: La anécdota de aquel concierto fue que un amigo, Pablito…
Artur: ¡Ahora viene lo bueno, nos os vayáis de antena! [dice acercándose la grabadora a la boca y riéndose].
Titi: Le llamamos para decirle que íbamos a tocar con Metallica en Barcelona. “Oye, pues voy para allá”. Y nosotros: “Para, para, que nosotros no tenemos invitaciones y no te podemos pasar”. Pero colgó y no hizo ni caso. Y cuando ya nos habíamos olvidado del tema, recibimos una llamada de teléfono y era él. Miramos y le vemos encima del escenario con su tabla de surf [risas]. El tío se había colado diciendo que era de Aina. Y después, cuando a la mañana siguiente nos volvíamos rápido, vemos que se sube a la furgoneta con la tabla y se acabó viniendo con nosotros toda la gira del País Vasco. Y luego regresó con nosotros a Barcelona y se quedó una semana más durmiendo en mi casa. ¡Pues así era todo! Y este era el tío que nos organizó el concierto en Asturias. Nosotros flipando. Desde entonces, que viniera Pablito era lo normal.
¿No os han tentado desde algún festival para que os juntéis a tocar?
Titi: Bueno, hay gente que te pregunta por ahí, pero… no sé.
¿Qué quieres decir?
Titi: Bueno, que después de dejarlo nos hemos juntado para tocar en sitios donde, por alguna razón, había un vínculo personal. Si no existe, pues no.
¿Pero no os ha llegado, por ejemplo, el Primavera Sound y os ha ofrecido dinero por tocar algún año?
Titi: Bueno, algo hubo, pero fue una cosa muy rara y quedó en nada.
Artur: ¿Sabes lo que pasó? Que el Primavera no ofreció mucha pasta y… [risas].
Y unos queríais tocar y los otros, no.
Titi: Sinceramente, es que nunca hemos tocado por dinero.
Artur: ¡Que sí, que unos querían y los otros no! Yo veía los billetes y quería cogerlos [risas].
Titi: Mira, para que te hagas una idea. El tío que monta el festival de Madrid, cuando nos llamó le preocupaba el tema del dinero. “¿Cuánto os tengo que dar?”. No paraba de preguntar. “Lo que tú quieras, lo que te vaya bien. ¡Qué te voy a pedir yo!”, le respondíamos. Supongo que se entiende después de todo esto que lo importante no es el dinero.
¿Echáis de menos conducir 600 kilómetros, tocar en sitios pequeños, cargar la furgo de nuevo, dormir mal, comer poco y volver a hacer 600 kilómetros?
Titi: No, yo no lo echo de menos. Me la pela hacerlo o no hacerlo. Ahora, con Tokyo Sex Destruction a veces lo hago y me da igual dormir con un saco en casa de un tío. Pero no es que lo eche de menos… porque tonto no soy. Echo de menos a los colegas que hicimos en muchas de las ciudades a las que fuimos a tocar. Eso sí.
Artur: No echo de menos toda aquella infraestructura, pero sí que me apetece todo ese divertimento que teníamos y que experimento en ocasiones como esta cuando, cada mucho tiempo, nos volvemos a juntar para dar algún concierto. Recordar lo bien que lo pasábamos tocando.
Una de las poquísimas veces que eso ha ocurrido desde que Aina se separó hace ya 15 años fue el concierto que dieron en 2007 para recaudar fondos para el hijo de J. Robbins (productor y guitarrista de bandas como Government Issue, Jawbox o Burning Airlines). A Cal, así se llamaba el chaval, le habían diagnosticado una enfermedad genética degenerativa y necesitaba dinero para el tratamiento en Estados Unidos. Acudieron 1.000 personas. La cola daba la vuelta a la sala Apolo. Y la crónica de Muzikalia empezaba así: “Dicen los rumores que los Aina solo ensayaron juntos durante un día, y que Pau llevaba casi tres años sin tocar la batería, desde el momento en que el grupo decidió separarse y se marchó a vivir a Nueva York. Uno desconoce si la rumorología acierta en esta ocasión, pero si así fuera, el tirón de orejas de Aina a la escena barcelonesa fue antológico. Con tan solo un día de ensayo demostraron estar en mejor forma que el 80% de bandas barcelonesas que deambulan por los escenarios catalanes creyéndose los reyes del mambo”.
La conversación acaba entre bromas. Titi insiste en pagar la cuenta. Artur se hace el remolón y sugiere, bromeando en voz baja, que pague el periodista, pero no hay manera. Comentan que tan solo dejaron dos temas sin grabar de todos los que compusieron a lo largo de aquellos nueve años: “Icetime” y “Shine”.
La grabadora marca casi dos horas de charla, un tiempo excesivo para unos tipos a los que nunca les gustó hacer entrevistas y a los que les costó aceptar esta. “Si es que no teníamos nada interesante que decir. ¿Qué íbamos a contar nosotros? A nosotros nos gustaba tocar y ya”.
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Vaya pasada de entrevista. Y vaya pasada de grupo. Solo tenía 18 años cuando se separaron, pero pude disfrutarlos varias veces en directo antes de que se separaron. Por supuesto, acudí al concierto benéfico de Cal Robbins. Aina marcaron mi adolescencia, mi manera de entender el Rock y la música. Tenía una banda en aquel entonces, que ahora estamos intentando retomar y Aina fue y será siempre nuestra gran fuente de inspiración. Para mí, son leyenda.
Estos no trabajaban ni tenian alquiler y etcs no? visto asi pinta todo muy guay y aventurero, pero tu me diras...
eso lo cuentan en la entrevista, pero claro, para eso hace falta leerla.
Aina son droga, se echan de menos, aunque los sigamos viendo un año sí otro no. Dentro de unos años hablaremos igual de Betunizer.
PD: el 19 arde Madrid, o al menos el Wurli
hum ...sí muy bonito. En España más que en ninguna parte nos encanta que los músicos se mueran de hambre. No vamos a verlos, no les hacemos ni puto caso, pero 15 años después y desactivada la envidia y la amenaza hacemos un artículo y decimos que eran muy auténticos y que se merecían más.............................aburreeeee.
Me aburren los aburridos que gastan su tiempo en una web para no decir nada, en vez de empezar algo nuevo que nos divierta a todos. España es lo que cuentas, envidiosa y cainista, maltratadora de animales y personas, con un personal dispuesto a dejarse a mear en la boca por cualquiera que aparezca en la tele, etc. Pero a veces tiene momentos de lucidez y nos da unos Aina. Yo viví ese momento y fue algo bonito entre tanta miseria moral y humana con la que convivía en esos años y con la que convivo ahora. Eso sí, antes no teníamos internet y sólo oías opiniones de quién te importaba. Ahora me canso de oír exabruptos de alguien que es un número, como un DNI o un algoritmo intentando venderme algo que no voy a comprar.
No es un crítica al grupo sino a la tradición anticultural española. Lo sabes...pero caiste en la trampa, la de ese absurdo encanto de que no se comieran nada, la de todo el rato insistiendo en la miseria económica , la de " no queriamos cobrar" etc...Es tan ibérico....y lo pagas con la frasecita final. No seas amargao jaja
Aprendimos más con Aina que con los planes antiguos universitarios. Y el potencial lo tenían, aunque no se lo creyeran: en todos los años que estuvieron más activos nadie, ni una persona, que fuera a verles por primera vez, salió defraudada del concierto. Aina solo tenía fans o gente que todavía no les conocía.
Aina han sido un ejemplo para todos los que hemos venido detrás. Sus discos son impresionantes. Eso sí, En Superchunk tocaba el bajo una chica. El amante de los Stones debe de ser el guitarrista. 😉
Aún recuerdo la primera vez que les monté el primer concierto en Madrid... Iban con el primer bajista, no estaba ni Álvaro, y flipaba porque se cayó la fecha de Madrid y sólo tocaban en Alcalá y fueron 4 gatos y yo estaba abrumado porque aquello era una cagada tocha de pasta y a los tíos les dio igual. El Titi me animó más a mí que yo a él por la situación... Aún conservo la sudadera Violeta que les compré para ayudarles de alguna forma. Eran (y espero que sigan siendo) de otra pasta.
Maravillosa entrevista. De Aina aprendí tantas cosas...un recuerdo: tras tocar con ellos (y Shanty Rd., si no me falla la memoria) en la sala Garatge, vino Pau y nos dio a A Room su dinero del concierto porque nosotros seguíamos unos días más de gira. Había leído sobre Fugazi y los había visto en directo y todo eso, pero conocer a Aina y tener la suerte de vivir su música y su espíritu fue una de las cosas más inspiradoras que me han pasado en la vida. Admiración eterna.