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Migración
Pintadas contra lo andaluz
Twitter. Una foto con una pintada en euskera. Otra pintada más, pensaría cualquiera. Otra pintada más, pensé yo mismo. Sin embargo, a pesar del poco euskera que chapurreo y entiendo, hay algo en el tono de los tuits que me llaman la atención. Y la sorpresa va dando paso, poco a poco, al enfado. Y el enfado, por último, cede su lugar a la pena.
Llevo unos días pensando en la pintada, en el mensaje que hay detrás y, bueno, en el hecho de ser andaluz en Euskadi.
Pero, primero, un apunte: ¿reclamar que, en Euskadi, Osakidetza, el servicio público de salud, te atienda en euskera supone un problema? En absoluto. De hecho, faltaría más. No es eso lo que está mal en la pintada. Yo mismo voy a clases de euskera y estuve como voluntario en el final de la última Korrika. Si llegas a un lugar donde se habla un idioma toca hacer un esfuerzo por aprenderlo.
¿Reclamar que, en Euskadi, Osakidetza, el servicio público de salud, te atienda en euskera supone un problema? En absoluto.
Lo problemático es poner el foco en que la sanidad vasca esté llena de andaluzas. Que esté llena de profesionales (la mayoría mujeres) que estudiaron y trabajaron en Andalucía pero que, por culpa de las pésimas condiciones laborales que ofrece el SAS (el Servicio Andaluz de Salud), tuvieron que hacer la maletas y acabaron trabajando para Osakidetza, muchas de ellas en lo peor de la Covid-19.
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En el fondo el problema nisiquiera es que te hable alguien de origen andaluz. Que se cuelen los “quillo”, “cabesa”, “perita o “pushero” en las hablas diarias. O desde luego no lo es cuando las costas almerienses, malagueñas y gaditanas se llenan en verano de acentos de Oñati, Zumardi o Elorrio apoyando y acelerando, de paso, los procesos de gentrificación y turistificación en todos esos lugares.
Al final, como en tantas otras ocasiones, el problema es el espacio desde el que te habla ese acento andaluz. Que te sirvan la cervecita en perfecto andaluz es mucho más agradable, parece, que que tu médica te diga que “erderaz, mesedez”. Porque, por lo que sea, en Canal Sur no sale el hijo de Argiñano hablando en euskera.
Yo trabajo como cajero en un supermercado y nunca he leído ninguna pintada pidiendo que no le atienda un andaluz en la caja registradora. A nadie, en ninguna parte, le parece raro escuchar un acento andaluz -o extremeño, o latino...- cuando te recita la lista de tapas, te dice el precio de la compra o te pregunta dónde te lleva el taxi.
Y es que lo andaluz parece estar íntimamente ligado a lo subalterno y, por tanto, fuera de lugar en cualquier posición de autoridad -ya sea en la voz de un médico, de un profesor universitario o, como nos contara Jesús Jurado aquí, en la de una ministra de Hacienda.
Asistimos, pues, a la construcción identitaria de “lo bueno” y “lo andaluz”. Desgraciadamente ni siquiera es un fenómeno propio de Euskadi: lo vemos también en Madrid o Cataluña. Vemos la creación de una línea que separa y divide a los pueblos. El norte, laborioso, trabajador, pulcro, merecedor de todo lo merecible. Si las cosas van bien es por méritos propios porque, claro, nadie le ha regalado nada. Y al otro lado de esa línea lo que hay es un sur lleno de fiesta, de jarana, de algarabía, de diversión, de borrachera.
Que te sirvan la cervecita en perfecto andaluz es mucho más agradable, parece, que que tu médica te diga que “erderaz, mesedez”.
Un sur al que ir de vacaciones. Unas ciudades que recorrer de despedida de soltero. Un lugar que se visita pero, y he aquí el principal problema, que se debe quedar en su sitio. Y que, si viene, tiene que ser bajo unas normas. Adaptarse a lo que hay. Integrarse. Andaluces que dejan “lo andaluz” allí abajo. Porque, bueno, aquí solo hay gente ordenada. Nada más. Circulen.
A todo esto tenemos que sumar la propia crisis que vive el sistema público de salud vasco. Osakidetza, aunque no tanto como otros sistemas de salud públicos en España, ya tenía problemas profundos que el Covid no ha hecho más que sacar a la luz y agrandar. Falta de personal porque los contratos que se ofrecen son demasiado cortos, bajas que no se cubren, exceso de carga de trabajo, listas de espera que van en aumento, etc. Y todo eso, claro, lo acaba sintiendo en sus propias carnes la población que necesita de una sanidad pública a pleno rendimiento por culpa de la pandemia y las diferentes crisis económicas que ha hecho estallar.
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Pero lo cierto es que ni Osakidetza ni la economía vasca pueden sobrevivir sin la llegada de fuerza de trabajo foránea. No hace falta irse a los 50, 60 o 70 para encontrar datos al respecto. En el año 2019, justo antes de la pandemia, el saldo migratorio en Euskadi fue positivo en más de 19.000 personas. Incluso en el 2020, con la pandemia todavía a todo tren, el saldo migratorio fue positivo en 4.500 personas. Yo, que llegué un 28 de diciembre del 2020, fui una de esas 4.500 personas que llegó aquí buscándose la vida. Como tantos otros andaluces que yo. Como tantos otros andaluces lo harán después.
Pero lo cierto es que ni Osakidetza ni la economía vasca pueden sobrevivir sin la llegada de fuerza de trabajo foránea.
Que en Euskadi la extrema derecha española sólo consiguiera un escaño en las últimas elecciones vascas no significa que no haya ni racismo ni aporofobia. Acentos, lenguas, migraciones, crisis económica, sanitaria y agotamiento de una población a causa del covid, la inflación, estantes en los supermercados vacíos, etc. Ausencia de esperanza en un mañana porque carecemos de ninguna certeza hoy que nos permita fijar un horizonte de futuro. Así que apuntamos al de al lado.
Quizás sea todo esto lo que hay detrás de una pintada. Quizás no sea nada de esto y, simplemente, alguien tuvo un mal día porque su médica andaluza no le pudo atender porque estaba hasta arriba de trabajo y decidió cargar las tintas en esa dirección.
Quizás sea todo eso y nada a la vez.