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Migración
Los continuos incendios en los asentamientos de Huelva dejan en la calle a las personas trabajadoras migrantes
Y la escriben con la palabra solidaridad como forma de supervivencia. Así lo explica Cheickme Coulibaly (25 años), de Mali, uno de los muchachos que martillea sin cesar los clavos en los palés para levantar el esqueleto de una nueva chabola para su amigo de Gambia, Mohamed Suso (28 años): “Le ayudo porque es mi amigo, porque trabajamos juntos y por solidaridad”. Igual que Cheickme, hay otros diez muchachos echando una mano a Mohamed: señalan el perímetro de la chabola en la tierra aún humeante, retiran los restos del incendio, levantan los palés y fijan las esquinas con una maestría admirable sin perder la sonrisa. Se gastan bromas, se empujan, apenas caben todos en el perímetro de la chabola, sin embargo, todos cumplen una tarea en ese desorden aparente rebosante de optimismo. Nadie podría pensar que la mayoría de esos muchachos acaban de terminar una larga jornada de trabajo en el campo, sin dormir un mínimo de horas. El incendio se produjo sobre las tres de la madrugada y puso en alerta al resto del asentamiento. Después llegaron los bomberos.
El fuego se originó en una esquina del llamado asentamiento ‘Sevillana’, aunque es conocido como “asentamiento de los malienses” porque esa nacionalidad es mayoritaria entre sus habitantes. También le llaman “asentamiento de la mezquita” porque hay una gran chabola donde se celebran los rezos musulmanes. Alguien imprimió sobre el cemento del suelo en la puerta de entrada, la fecha de terminación de la construcción: 28 de marzo de 2024. Es la segunda que se construye.
El incendio del pasado día 4 se produjo cuando todavía no habían terminado de levantar las más de cien chabolas destruidas por el fuego anterior
El 9 de junio del año pasado, un gran incendio acabó con el 95% del asentamiento, incluida la mezquita. Inmediatamente después, comenzaron a reconstruir las chabolas poco a poco. Muchas de las trabajadoras y trabajadores habían terminado la faena en la campaña de la fresa y adelantaron la fecha para viajar a otras campañas agrícolas de la geografía española, como Mamadou [nombre ficticio]. Este temporero maliense dejó su chabola a medio construir y se fue a la campaña agrícola de Segovia: “Allí el empresario me da sitio donde dormir y, una vez a la semana, nos llevan al pueblo para comprar la comida que necesitamos. Aquí ahora, no tenemos nada”, explicaba. No tenían donde dormir, ni asearse, ni cocinar. Lo habían perdido todo. La respuesta a la pregunta sobre los planes a corto plazo siempre era la misma: “Irme cuanto antes”. Nadie tenía un colchón que ofrecer en una chabola porque nada quedó en pie. Algunos levantaron, sobre la tierra arrasada, un trozo de plástico sostenido con cuatro palos para no dormir al raso. Los más afortunados tenían algún amigo en otro asentamiento cercano, otros pudieron encontrar una cama en las fincas donde trabajaban. La zona quedó arrasada, cubierta de hierros retorcidos y troncos de árboles calcinados que tuvieron que retirar con sus propias manos organizando cuadrillas de trabajo. La reconstrucción, paralizada durante el verano, continuó a partir del pasado mes de septiembre cuando los trabajadores temporeros volvieron para trabajar en la planta de la fresa. El incendio del pasado día 4 se produjo cuando todavía no habían terminado de levantar las más de cien chabolas destruidas por el fuego anterior.
Según un estudio de Andalucía Acoge de 2022, Lucena del Puerto tiene 15 asentamientos de chabolas con una población de 616 personas. El resto de municipios que albergan asentamientos son Moguer, con 7 asentamientos con una población que fluctúa, según la estación del año, entre 200 y 600 habitantes; Lepe, con 17 asentamientos y una población entre 500 y 1.000 habitantes, y Palos de la Frontera, con un solo asentamiento, desaparecido el año pasado por dos grandes incendios, donde vivían entre 400 y 1.000 personas. Pero los continuos incendios y la prohibición municipal, en la mayoría de los casos, de volver a construir las chabolas alteran la situación de forma continua.
El olor a quemado se mezcla en el aire con el repiqueteo de los martillos. No hay tiempo para un duelo necesario por la pérdida del hogar con todos los enseres. No existe otra alternativa que reconstruir a toda prisa. “¿Ha ofrecido el alcalde algún espacio para descansar y ducharse a los afectados por el incendio?”, preguntamos a un grupo de trabajadores que se arremolinan frente a la zona calcinada. “Aquí no ha venido nadie”, responden con rotundidad, al unísono y con cierto malestar.
“En ninguno de los incendios hay ofrecimiento por parte de las administraciones para ofrecer un espacio alternativo mientras vuelven a construir”, afirma Carmen Vázquez, secretaria técnica de la delegación de Huelva de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía. Y aclara que la única opción que les queda es, mientras tanto, irse a vivir a otras chabolas. “Está bien que haya solidaridad entre las vecinas y vecinos, pero de lo que se trata es que no se vulneren los derechos de estas personas que viven en los asentamientos”, afirma.
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A Mebark, de nacionalidad marroquí, solo le dio tiempo a sacar una maleta con ropa. Según explica, su prioridad fue despertar a sus compañeros para que salieran de las chabolas. “No ha pasado nada porque llamamos a todas las puertas hasta que todos salieron corriendo”, asegura. Hasta la fecha han muerto cuatro personas en incendios como estos: dos en Lucena del Puerto, una persona en Palos de la Frontera y la última, hace dos años, en Lepe.
“Ahora me he quedado sin dinero y sin nada que llevar a mi familia”
Un compatriota de Mebark explica que él no vive en esa zona, pero tenía una pequeña chabola donde guardaba tres camas, una nevera y ropa que había comprado para llevar a Marruecos este verano: “Ahora me he quedado sin dinero y sin nada que llevar a mi familia”.
Lo mismo le ocurrió a Kamal. Hace dos semanas se compró un coche para ir a Nador (Marruecos), donde vive su familia a la que no ve hace seis años. Durante el incendio intentó sacar el coche pero no pudo arrancarlo. Las llamas han dejado bastante afectada la parte trasera del maletero. Se acerca a esta periodista para pedir ayuda, necesita hablar con el seguro de su coche pero su precario nivel de castellano no le permite desenvolverse. Al menos su chabola sigue en pie, solo el plástico que la envuelve se ha consumido por las altas temperaturas del fuego. Estamos en la rectal final de campaña de la fresa y muchas de las personas trabajadoras preparan con ilusión su viaje de vuelta a casa.
Los incendios forman parte de la vida cotidiana de los asentamientos. “He reconstruido mi chabola tres veces”, asegura Mohamed Suso, que llegó a España hace cuatro años. Mohamed vivió en Grecia e Italia antes de vivir en España. Llegó a Europa en patera desde Libia y tuvo que atravesar el desierto del Sáhara desde Gambia, su país natal. Toda una odisea para terminar viviendo en una chabola situada frente a un gran basurero donde, aseguran sus habitantes, se pasean las ratas y las culebras a sus anchas.
Las asociaciones son muy críticas con las administraciones públicas por la dejadez, la falta de humanidad y la incongruencia a la hora de aplicar la ley. Así lo explica Alfonso Romera, portavoz de La Carpa de Sevilla: “La vida [en los asentamientos] es insalubre, lo hemos comprobado con los que hemos llevado al hospital, hemos seguido su morbilidad, incluso su muerte”. Romera continúa enumerando las deficiencias de los asentamientos, como la acumulación de basura y la falta de agua, no solo para beber sino para el aseo personal después del trabajo. También critica esa contradicción de los alcaldes por aferrarse a la ley cuando les conviene, en el sentido de justificar su inacción en los asentamientos y que, sin embargo, se saltan la ley cuando se niegan a empadronar en chabolas. Romera es médico jubilado y ha dirigido 121 expediciones de ayuda humanitaria a los asentamientos de Huelva con agua, comida, colchones, ropa y bicicletas entre otros. En estos momentos, explica, están preparando otra expedición para llevar ayuda humanitaria a las personas afectadas por el actual incendio.
Preguntamos en el asentamiento por el origen del incendio. Nadie sabe nada con certeza, pero hay tantos rumores como habitantes. Algunas asociaciones de ayuda a los migrantes, como la Asociación Multicultural de Mazagón, exigen investigaciones a fondo porque la gran mayoría de los incendios, casualmente, se producen justo cuando se acerca el fin de la campaña fresera, que coincide con los últimos días de mayo o primeros de junio.
El 13 de mayo del año pasado, un incendio acabó con el mayor asentamiento de la provincia de Huelva, en Palos de la Frontera. Situado junto al polígono industrial San Jorge, este asentamiento, que sufrió anteriormente varios incendios, llegó a acoger hasta mil trabajadoras y trabajadores. El alcalde, Carmelo Romero, del Partido Popular, prohibió la reconstrucción de las chabolas después del incendio y la ausencia de alternativa habitacional ha provocado que, en la actual campaña agrícola, los trabajadores y trabajadoras se hayan visto obligados a dormir en los bancos de las plazas del pueblo y en tiendas de campaña en el lugar donde estaba situado el asentamiento, como asegura Abdoulaye Sanogo, presidente de la Asociación de Malienses de Mazagón.
La misma situación ha ocurrido en el municipio de Lepe. Los numerosos incendios han acabado con muchos de los 17 asentamientos construidos en este municipio por los propios migrantes. La prohibición municipal de reconstrucción de las chabolas, la ausencia de suficientes alquileres y las reticencias de una parte de la población a alquilar a las personas extranjeras han provocado la aparición de personas sin techo durmiendo en la calle desde hace varios años. Decenas de migrantes duermen en tiendas de campaña, junto al polígono comercial del municipio, con la obligación de retirar este campamento improvisado a las 8 de la mañana para volver a levantarlo a las 8 de la tarde. La presencia diaria de guardias del Ayuntamiento por la zona recuerda la obligación de cumplir con la orden municipal. Mientras tanto, el albergue municipal, con capacidad para 150 personas, abrió sus puertas el pasado 30 de abril después de estar cerrado más de un año y medio desde la conclusión de las obras. Según la Fundación Samu, organismo privado que lo va a gestionar, el albergue está ocupado, en la actualidad, por 28 personas que pagan 5,28 euros por día.
Lahrach Rahhal lllegó a Lepe en febrero y alquiló una habitación por 155 euros donde dormían dos personas más: “No podíamos movernos en la habitación y no teníamos ni donde poner la ropa así que decidí dormir y comer en mi coche”, comenta Rahhal mientras come con avidez una lata de atún de un lote que acaba de repartir una ONG junto al albergue municipal cerrado. “El Gobierno debería hacer albergues y nosotros podríamos pagar por dormir”, opina enfadado este migrante marroquí que lleva 22 años en España.
La ausencia de albergues y alternativa habitacional para las personas trabajadoras temporeras agrava una situación que dura ya más de 25 años
La campaña agrícola de la fresa en Huelva absorbe más de cien mil puestos de trabajo, según las asociaciones agrarias, y los alojamientos situados en las fincas agrícolas no son suficientes para la mano de obra que se desplaza de unas campañas a otras. La ausencia de albergues y alternativa habitacional para las personas trabajadoras temporeras agrava una situación que dura ya más de 25 años. El número de chabolas, única alternativa habitacional hasta el momento, sigue disminuyendo de forma significativa debido a los incendios.
Temporeros
Asentamientos chabolistas 25 años de asentamientos chabolistas de migrantes en las zonas freseras de Huelva
Un gato enfermo se pasea entre los montones de basura en el asentamiento de los malienses en Lucena del Puerto. A veces, el hedor es insoportable. Son las siete de la tarde y el resto del asentamiento se despereza de una merecida siesta. Algunas personas migrantes pasan en bicicleta delante de la zona calcinada. Se dirigen a un punto de agua no potable, cerca del asentamiento, para llenar sus bidones, y observan curiosos el trajín de reconstrucción. Se escuchan los rezos de la mezquita. Tres hombres y una mujer están sentados a la sombra de una antigua torre eléctrica, situada junto a la chabola de Kamal, y se muestran cabizbajos y vencidos. Tres de ellos han perdido sus chabolas en el fuego, no tienen ganas de hablar, pierden la mirada en el horizonte. Cansados. Sonríen a esta periodista pero quieren estar tranquilos. Quizás hayan pasado más veces por este difícil trance y conocen el duro camino de volver a una normalidad incomprensible. Mientras tanto, el revuelo aumenta entre los amigos de Mohamed. Esta vez la solidaridad ha llegado de alguna persona vecina en forma de dos grandes platos de cous cous que plantan en el suelo. Es la primera comida del día después de una larga noche.