Memoria histórica
            
            
           
           
Olvidadas por la historia: las mujeres del Patronato
           
        
         
Una mañana cualquiera, Consuelo García del Cid recibió la  visita de su médico para ponerle la vacuna contra la gripe. La cogieron de los  brazos y a las 24 horas se despertó en una habitación que no reconocía de nada.  Con tan solo 17 años, se caracterizaba por ser una joven rebelde y activista,  los detonantes para que su familia tomara la decisión de internarla. “Me asomé  a la ventana, muerta de miedo, vi que pasaban los coches, pero todas las  matrículas eran ‘M’, y entonces en ese momento me di cuenta de que me habían  llevado a Madrid”. Así recuerda ella su primer día en las ‘Adoratrices’, uno  de los centros más conocidos del Patronato de Protección a la Mujer en la  capital de España, lejos de su Barcelona natal.
Los ojos que vigilan y juzgan a las mujeres van más allá del  país, la religión o el momento histórico, sino que pertenecen a un sistema de  valores que determina lo que debe ser y cómo debe comportarse una mujer. Unas  normas y valores que conocen de primera mano todas aquellas mujeres víctimas  del Patronato de Protección a la Mujer, cuyas vivencias marcaron un antes y un  después en sus vidas.
Con el inicio de la dictadura franquista nace el Patronato  de Protección a la Mujer, enmarcado en el Ministerio de Justicia, con el fin de  “dignificar la moral de la mujer, especialmente de las jóvenes, para impedir su  explotación, apartarlas del vicio y educarlas con arreglo a la Religión Católica”. Así lo describía el decreto por el que  se creó el 6 de noviembre de 1941, cuando se le otorgó la misión de acabar con  la prostitución clandestina de menores de edad.
¿Cómo acabar en el Patronato?
“Una mujer caída podía ser cualquiera. Besarse en un  cine, bailar agarrado, fumar a escondidas, llevar la falda más o menos corta,  ser víctima de una violación, ser homosexual, negarse a rezar o ser  pobre”, explica Consuelo García. Había varias formas de llegar, normalmente  el círculo más cercano de la joven, ya sean familiares, amigos o vecinos,  propulsaba una denuncia a las autoridades indicando que no estaba llevando un  comportamiento adecuado. El régimen había conseguido que la sociedad  interiorizara de una manera tan profunda el discurso moral, que esta se  convirtió en el aliado perfecto para trabajar con el Patronato.
No obstante, el papel fundamental en la captación de mujeres  lo tenían las celadoras, que conformaban la policía moral de la época, funcionarias  de entre 28 y 45 años que se dedicaban a visitar zonas “calientes de pecado” y  cuando divisaban cualquier comportamiento que consideraban que no era adecuado,  avisaban a la policía. Normalmente se hacían redadas policiales en cines y  bares, lugares que frecuentaban mujeres jóvenes que salían para divertirse, con  el fin de encontrar cualquier excusa para coartar la libertad de estas jóvenes,  cuyas tutelas pasaban a las manos del Patronato.
Posteriormente, la mayoría eran llevadas al Centro de Observación  y Clasificación donde se les hacía un examen ginecológico en el que las jóvenes  que no habían tenido relaciones sexuales contaban en su expediente como  “mujeres completas”, y “mujeres incompletas” las que sí. A esto se le sumaban  una serie de pruebas y exámenes de tipo psicológico. Los resultados eran  determinantes para el destino de la joven. Podían ser destinadas a dos tipos de  centros: de prevención o rehabilitación, siendo el primero destinado para  aquellas jóvenes que no suponían ningún “problema moral” mientras que el  segundo estaba orientado para jóvenes que habían “pecado” y “había que sanar”.  El procedimiento culminaba con un expediente elaborado por el personal adscrito  al centro, que acompañará a la joven en toda su estancia en el Patronato.
Las monjas pertenecientes a diversas órdenes religiosas  gestionaban la organización de los centros del Patronato, que se caracterizaba  por ser extremadamente disciplinada. La rutina diaria estaba marcada por tres  tipos de tarea sin excepción: rezar, fregar y trabajar en talleres, donde se  hacían trabajos para grandes marcas.
 
Así pasaban los días en los centros del Patronato, el  siguiente igual que al anterior. La monotonía y la ausencia de libertad,  propició que para algunas internas los planes de fuga se convirtieran en el  pasatiempo más excitante.
Consuelo García fue una de estas chicas que logró escaparse.  “Me levanté un día por la mañana, me acordaré toda la vida, era un 2 de abril,  y dije: “hoy es el día en el que me escapo”, entonces bajé y me encontré con  una interna nueva que llevaba poco tiempo y le dije: “mira esto, porque lo que voy  a hacer, lo harás tú. Este es el momento, el minuto y el segundo en que yo me  voy a escapar. Mírame bien. Suerte. Acabarás haciéndolo tú también, y dile a  todas que Consuelo se ha escapado y que nunca volverá”, relata. No obstante, no  tuvo mucha suerte. Su familia la localizó con rapidez y en menos de un mes fue  internada en otro centro, esta vez en El Buen Pastor de Barcelona.
El sexo en el franquismo
La sexualidad se convierte en la piedra angular para la construcción  del modelo ideal de mujer que el franquismo impulsó con éxito: virgen antes del  matrimonio, sumisa en las relaciones íntimas y madre como único objetivo. Estas  ideas calaron profundamente en la sociedad, y muchas mujeres sentían  culpabilidad ante la relación sexual, e incluso pensaban que habían pecado o  traicionado a Dios. En definitiva, la sexualidad femenina se movía en un  espacio con unos límites establecidos: a nivel individual, como símbolo de  pureza; a nivel familiar, como elemento de placer para el esposo y a nivel  nacional, con el objetivo de proporcionar nuevos individuos a la patria.
En una sociedad en que la virginidad era el bien más  preciado de una joven, el embarazo fuera del matrimonio representaba una  vergüenza perpetua y un escándalo social que, muchas veces, los padres o la  propia joven no podían soportar. “Me quedé embarazada con 18 años y a mi  familia no le vino bien. Entonces me echaron de casa y me tuve que buscar la  vida”, relata Itziar del Santo, que entró en Peñagrande en el año 1970. Como  ella, miles de jóvenes vivieron su gestación dentro de los muros de Nuestra  Señora de la Almudena, conocido popularmente como Peñagrande, uno de los  centros maternales del Patronato más importantes de todo el país.
“Nos castigaban sin poder subir para darle el pecho a nuestros hijos”
La rutina de las internas de Peñagrande comenzaba a las  siete de la mañana y era similar a la de los otros centros. Se encargaban de  tareas para el mantenimiento, como la limpieza o la cocina, además de los  talleres de trabajo. “Si no acabábamos el trabajo a la hora del mediodía nos  castigaban sin poder subir a la guardería para darle el pecho a nuestros hijos,  era una forma de hacernos producir más”, explica María García, que también  estuvo en Peñagrande.
Pasaban las semanas y llegaba el momento del parto,  indudablemente uno de los más duros. Las internas daban a luz en paritorios,  sin ningún tipo de anestesia, tras pasar largas horas con contracciones,  completamente solas, en una pequeña habitación llamada “la dolorosa”. Cuando  llegaba el momento estaban presentes las comadronas, entre ellas “la bisturí”,  llamada así porque utilizaba esta herramienta para dejarle a estas mujeres una  cicatriz en sus partes íntimas con el objetivo de que no olvidarán su pecado.  “Mientras chillaba de dolor me decían que tenía que dar a la niña en adopción,  que tenía que firmar los papeles”, explica Itziar.
“Es una historia de la maternidad culpable”
El trato vejatorio no cesaba desde que entraban por la  puerta. “Es una historia de la maternidad culpable, te hacían sentirte mal,  mala madre. Todo esto para que vieras que no puedes criar a tu hijo, que no le  puedes dar amor, que no puedes ser responsable, para que dieras a tu hijo en adopción”,  argumenta María García.
El abuso no era únicamente psicológico, sino que también  físico. “Durante el parto se sentaban encima de tu tripa, tengo un ovario  lesionado que estuvo a punto de provocarme la muerte por hemorragia, aún sigo  teniendo problemas de salud por esto”, argumenta María.
María e Itziar pudieron salir del paritorio con sus hijos en  brazos, sin embargo, no todas tuvieron la misma suerte. Consuelo vió a muchas  compañeras llegar al centro con las manos vacías y llenas de dolor. “Las que se  quedaban embarazadas ya no volvían, pero las que se habían quedado embarazadas  y las habían llevado al reformatorio de Peñagrande, les robaban al hijo y las  traían a ‘Adoratrices’, y llegaban con el pecho vendado y soltaban mucha sangre  en el lavabo”, explica.
En la investigación de Consuelo García del Cid es crucial un  documento que revela la importancia que tenía Peñagrande en la trama de bebés  robados. En el mismo, el Secretario de la Junta Nacional del Patronato de León  pide “ayuda” porque un amigo suyo quiere “prohijar una criatura”. Resulta  prácticamente imposible conocer el número de las miles mujeres y niñas que han  pasado por los pasillos de Peñagrande, menos aún los bebés. Algunas estaban  solo los meses de gestación, otras permanecían hasta dos o tres años porque  tenían otra forma de sobrevivir. El resto se quitaron la vida arrojándose de la  última planta del edificio de la escalera o por el tejado, cuando subían a  tender la ropa que lavaban a mano.
 
El comienzo del fin
La vida del Patronato de Protección a la Mujer se prolonga  hasta 1985, a pesar de que la democracia había llegado a España unos años  antes, lo que empujó a buena parte de las internas a rebelarse contra la  dictadura en la que seguían viviendo. Chavela, Isabel, Begoña y Aurora. Más  tarde se sumaría Elena, algo más joven que las demás. Estas fueron las jóvenes  que cambiaron por completo el transcurso de los acontecimientos.
Elaboraron una denuncia que se mandó por triplicado a la  sede del PSOE, a nombre de su secretario general. “Somos un grupo de residentes  de la Maternidad de la Almudena, conocida como Peñagrande, y queremos  informarles de la situación que estamos viviendo más de trescientas mujeres y  doscientos niños que vivimos en el centro. Padecemos un trato carcelario,  vejatorio y humillante. La atención sanitaria que tenemos es más que  deficiente. En muchos casos, supone poner en riesgo nuestra vida y la de nuestros  hijos. Pasamos hambre. Sabemos que en el centro se están adoptando niños de  forma irregular y según nuestras noticias, previo pago de cantidades muy altas  de dinero (quinientas mil pesetas por niño). No firmamos por miedo a  represalias”.
Es entonces cuando el Tribunal de Menores, con Enrique Miret  a la cabeza, comenzó a moverse e hizo una visita al centro acompañado de TVE  con el fin de grabar un documental. Las Cruzadas Evangélicas, la orden  religiosa que custodiaba Peñagrande, se preparó a conciencia para que todo  saliera a su favor.
Pero allí estaban ellas, sentadas en lo alto de la puerta  principal, para que cuando llegara el equipo de televisión se sintieran  forzados a cederles la palabra. Consiguieron reunirse con Miret Magdalena y a  partir de ahí, comenzaron los cambios. Una inspección cerró el paritorio debido  a las irregularidades sanitarias, y las visitas de trabajadores sociales  comenzaron a formar parte de la rutina. También se obligó a las monjas a estar  presentes en cursos de planificación familiar. Se les impusieron unas normas  que no quisieron aceptar, por lo que abandonaron definitivamente el centro. Es  en este momento cuando los centros del Patronato de Protección a la Mujer  cierran sus puertas para siempre.
“En mi caso me trajo problemas mentales, soñaba que me volvían a llevar, mi madre tenía que dormir conmigo. De eso nadie habla”, argumenta María García. Los años han ido desgastando las ruinas que quedan de Peñagrande, así como del resto de centros, que han sido abandonados o reformados. Sin embargo, las secuelas de su paso por la vida de miles de mujeres siguen presente, día tras día. “Estuve solo 6 meses, pero fue muy traumático. Todavía sueño con ello muchas noches”, explica Itziar del Santo.
 
En la actualidad, el Patronato de Protección a la Mujer es considerado como una de mayores instituciones de represión contra  las mujeres en nuestro país. A pesar de ello, estas mujeres no están  consideradas como víctimas según la Ley de Memoria Democrática.
La Federación Feminista  Gloria Arenas, fundada en 2011 con el objetivo de trabajar la incidencia  política del feminismo ante instituciones y la ciudadanía, lleva más de tres años luchando  por la inclusión específica de las mujeres del Patronato en la Ley de Memoria  Democrática, sobre lo que no ha obtenido aún respuesta clara. “En esta ley se  hace una relación específica de situaciones concretas por las que una persona  va a ser considerada  víctima. Se llega al final y nunca se menciona al Patronato”, explica Pilar  Iglesias, representante de la Federación Feminista Gloria Arenas.
Se ha encontrado con cargos políticos que ni siquiera  conocían la existencia de la institución. “A esto se le suma la construcción  patriarcal, pues de las mujeres siempre queda atrás. Las asociaciones de  memoria en España todavía la imagen de persona represaliada suele ser el  hombre, normalmente asesinado y tirado a una cuneta, pero es que también había  mujeres”, argumenta Pilar.
En  la actualidad, las Cruzadas Evangélicas siguen dirigiendo dos centros para  madres necesitadas, la residencia Materno Infantil Ascensión Sánchez, en  Madrid, y el Centro Materno Infantil Ave María en Salamanca. Además, tienen  colegios y residencias en otras partes de España. “Absolutamente ninguna de esas  órdenes ha perdido perdón la metodología aplicada, y reconocer que aquello era  abuso y violación de derechos humanos. Este acuerdo Iglesia y Estado sigue  estando ahí, es uno de los temas que puede ser más escabroso a la hora de pedir  una exigencia al estado español porque siguen teniendo acuerdos con las mismas  órdenes religiosas”, explica Pilar.
“Seguiremos luchando para que todas sean reconocidas”
A  pesar de que el pasado es invariable, aún se puede lograr justicia y algo de descanso  para estas mujeres. “Seguiremos luchando para que todas sean reconocidas”,  explica Pilar.
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