Opinión
Neocolonialismo en nombre de la hispanidad

El gobierno de Ayuso vuelve a dedicar grandes recursos económicos en conciertos gratuitos a su macroevento “Hispanidad 2025” y este año el país invitado es Argentina. La autora reflexiona sobre la paradoja de disfrutar de tus bandas favoritas en medio de una fiesta que celebra la colonización.
Conciertos hispanidad 2025
Aspecto de uno de los conciertos gratuitos de Hispanidad 2025, en la Plaza Mayor de Madrid.

Activista antirracista 
@_lamaga_

11 oct 2025 06:00

¿Cómo se baila en un escenario montado sobre huesos? ¿Cómo se corea a tus bandas favoritas en medio de una fiesta que celebra la colonización, el franquismo, el orgullo de haber sometido cuerpos y territorios?

Para quienes migramos, el “Día de la Hispanidad” es una fecha atravesada por contradicciones. Es ver cómo se celebra el mismo proceso que partió nuestras historias, que despojó a nuestras tierras, que moldeó las desigualdades que hoy nos empujan a cruzar océanos. Es estar en la vereda de enfrente del festejo, con la certeza de que lo que para ellxs es orgullo, para nosotrxs sigue siendo herida abierta.

Lo que sorprende es el silencio. La juventud española, tan presta a subirse a causas globales, a colgar banderas de luchas lejanas, parece incapaz de interpelar su propia historia. Se emocionan con Palestina, con el feminismo, con el clima, pero cuando se trata de la Hispanidad, miran para otro lado. ¿El debate de la colonización ibérica pa’ cuándo? ¿La memoria de lo que pasó en América, para cuándo?

La teoría queer de la rendición nos habla de eso: de saber cuándo no tiene sentido disputar un espacio, de reconocer que no todo lugar merece ser tomado. Pero, ¿qué pasa cuando tus bandas favoritas tocan ahí, adentro, en ese dispositivo que no te pertenece y que incluso te hiere? ¿Qué hacer con ese conflicto entre el deseo de estar y la conciencia de lo que significa?

Este año, Madrid invita a Argentina como “país invitado” en el día de la Hispanidad. Como si nos tendieran la mano en un gesto de reconciliación, cuando en realidad nos siguen colocando en el lugar del folclore exótico que adorna su orgullo imperial. Y nosotrxs, migrantes, quedamos en el medio: entre el dolor y la necesidad, entre el rechazo y el goce, entre querer bailar y no poder olvidar.

La incomodidad se acentúa cuando vemos artistas argentinos como Dillom subirse a ese escenario y jactarse de jugar para su propio bando por fuera de las industrias, de sostener una conciencia de clase que después se diluye en la práctica, no solo incomoda: desgarra. Porque nos recuerda lo fácil que es acomodarse al aparato, lo rápido que la rebeldía se convierte en espectáculo domesticado y funcional al poder de turno.

Lo mínimo que se le puede pedir a un artista que respetas y al que llevas años pagándole entradas es que se pronuncie o que nos diga cual es la forma en la que va a convertir esto en un reivindicación contra el colonialismo

Cuando vimos el cartel de lxs artistas que se sumaban a los escenarios mandamos mensajes de manera privada a nuestras bandas favoritas como Babasonicos, para decirles el dolor que nos causa verlos en esos carteles. Las respuestas fueron nulas, y no solo eso, en los comentarios donde exponíamos esto eran cancelados u ocultados por la aplicación. Estamos en un mundo que se mueve por estrategias digitales, que vomita likes en función de lo que sea. Lo mínimo que se le puede pedir a un artista que respetas y al que llevas años pagándole entradas es que se pronuncie o que nos diga cual es la forma en la que va a convertir esto en un reivindicación contra el colonialismo. Es urgente y no podemos seguir en la era de los tibios.

Y además, está el detrás de escena político. La invitación a Argentina no es un gesto inocente: es un guiño entre Ayuso y Milei, un pacto de neo-fascismos que se disfrazan de multiculturalidad mientras organizan festivales que pagamos entre todxs, pero sin políticas públicas reales que sostengan a la migración que sostiene el mundo cada día.

Es la reescritura del “vencedor benévolo”: los mismos que celebran el “orgullo de ser colonos” son quienes, al mismo tiempo, endurecen las leyes migratorias, precarizan, expulsan, señalan a la migración como problema a controlar.

Argentina como país invitado no es un gesto de hermandad, si no una puesta en escena de diplomacia cultural mientras el país atraviesa una de sus crisis más profundas. El mismo gobierno que desmantela el INCAA, recorta el INAMU, desfinancia museos y teatros, y llama gastos a todo lo que tenga valor simbólico, hoy se muestra en Madrid como exportador de cultura. Es el oxímoron perfecto: un país que brilla afuera mientras adentro se apaga la luz.

Las embajadas hacen transas “for export“ para quedar bien en la foto, y para la captación del futuro voto latino de este lado, pero ¿quién habla del desfalco y el vaciamiento cultural de Argentina? ¿quién cuenta que detrás de cada artista que viaja, o que es contratado por la Comunidad de Madrid, hay decenas que no pueden seguir creando por que el Estado decidió borrarlos del mapa? Esa es la paradoja: se celebra la cultura Argentina justo cuando su propio gobierno le ha declarado la guerra.

Ayuso y Milei encarnan esa misma corriente corriente global -heredera del trumpismo- que combina neo-liberalismo salvaje con revisionismo histórico, donde se exalta la figura del “emprendedor” y se demoniza al pobre

Los nuevos fascismos no se presentan con botas ni brazaletes: se disfrazan de eficiencia, de libertad económica, de modernidad cool. Hablan de “meritocracia” mientras destruyen los derechos colectivos, promueven la xenofobia en nombre del orden y convierten el odio en una forma de entretenimiento político.

Ayuso y Milei encarnan esa misma corriente corriente global -heredera del trumpismo- que combina neo-liberalismo salvaje con revisionismo histórico, donde se exalta la figura del “emprendedor” y se demoniza al pobre, al migrante, al disidente. Pero este emprendedor que venden no es más que un trabajador aislado, sin sindicato, sin respaldo, sin estado que le ampare. Un falso libre al que le dicen que todo depende de su esfuerzo, mientras le quitan cada red que podría sostenerlo.

La utopía del individualismo total: cada quien salvándose solo, cada quien su propio jefe, cada quien llevando la pelota al partido y si se va se la lleva con él, es la destrucción planificada de las relaciones humanas, la negación del vínculo como posibilidad política.

Así bailamos, mientras nos cuelan que la extranjería es un peligro. Así cantamos, mientras mañana quizás nos rechacen una residencia, una visa, un permiso. Esa es la paradoja: gozamos en un escenario que nunca fue nuestro, sostenido por un sistema que nos quiere afuera. Entonces la pregunta vuelve: ¿qué hacemos ahí? ¿Bailamos igual, aún sabiendo el detrás de escena? ¿Nos negamos al ritual, aunque el precio sea quedarnos afuera?

Tal vez lo importante no sea responder de manera unívoca, sino sostener la incomodidad. No permitir que nos arranquen la pregunta. Bailar con rabia, o no bailar, pero siempre recordar que ningún cuerpo en movimiento puede desligarse del suelo que pisa.

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