Literatura
“Ya no quiero hablar de hombres, prefiero hablar de chicas no binarias, de mujeres con demencia y de gatas”

Nos citamos un sábado por la mañana en El Caracol, histórico bar de desayunos del barrio de la Victoria de Málaga. Ángelo, artista no binaria que hasta ahora nos había emocionado con su obra poética, acaba de publicar su primera novela. Es 4 de octubre, el día de su cumpleaños, y la cita se parece a su literatura: generosa, honesta, luminosa y llena de celebración por la vida. Entre café, pitufo y churros, hablamos del modelo de ciudad que Málaga ha adoptado en los últimos años y de la hostilidad que está desplegando sobre sus vecinas.
“No hay marcha atrás”, comparte Ángelo, que en 2007 dejó su Lecce natal para instalarse en la capital de la Costa del Sol. La decisión fue política y tuvo mucho que ver con el lenguaje. “Yo no podía hablar de cuestiones de disidencia sexual y de identidad en la calle, lo tenía que hacer en espacios privados de resistencia”.
En España descubrió estructuras para poder nombrar ciertas realidades. “No es perfecto y aún seguimos en el barro, moldeando y construyendo, pero en Italia ni siquiera se puede hablar en lenguaje neutro porque no está en la lengua ni en el debate ni en la sociedad. Y eso significa no poder nombrar ciertas existencias”.
El cansancio también es político
Cuando se trata de nombrarse como persona disidente de género, Ángelo considera importante no querer imponer un lenguaje porque este sistema neoliberal hace que estemos siempre cansadas. “El cansancio también es político, primero nos quita el tiempo y ahora también el sosiego”. A este panorama se le suman las redes sociales y la falta de profundidad que nos dejan. “Esto implica una pérdida y muchas personas no tienen la posibilidad de conocer nuestro lenguaje. Me gusta pensar que, aunque no tengamos ese lenguaje común, puede existir el amor y una forma de querernos y de entendernos”.
En busca de un idioma propio
Al encontrar las palabras para nombrarse y poder pensarse políticamente de forma pública, llegó la escritura. Para Ángelo escribir es plantear preguntas y un diálogo. “Quizá tenga más preguntas que respuestas, pero poder plantearlas hace que para mí tenga sentido la escritura”, nos cuenta.
Desde pequeña estaba obsesionada con el inglés. Con 18 años se fue de Lecce, en búsqueda de otros idiomas. Después llegó a España. “Tenía esa idea obsesiva de buscar otro idioma porque no encontraba el mío”. Leche Cruda está escrita en italiano, español y felino y en estos tres idiomas se comunican Mia, su madre con demencia y la gata Cavalli.
Ángelo nos cuenta que de pequeña sus perras eran sus amigas y con ellas creaba las típicas aventuras que se hacen entre niños. “Por mi realidad he tenido que buscar otro tipo de lenguaje que se encontraba fuera de lo humano. Y allí estaban la música y lo animal. Aunque no se trate de una autoficción, porque es ficción, sí que he querido poner de manifiesto los lenguajes con los cuales yo era feliz, y que estaban fuera de lo humano”.

La música como refugio y revelación
La novela es también un homenaje al poder del lenguaje, ya sea para hablar de la comunicación entre seres humanos o entre humanos y no humanos, o ya sea para utilizar otras formas universales como la música. “Para mí la poesía es música y la música es un punto intermedio entre el lenguaje y la poesía”. Ángelo rinde tributo a las divas italianas de los 70 y 80 a través de la madre de Mia, que ha perdido la capacidad de hablar y solo canta viejas canciones, y también de Mia, que se encierra en su cuarto a escuchar a Mina, Patty Bravo o Franco Battiato. “Para mí Battiato es otra diva, me da igual lo que piense la gente”.
Para Ángelo, la música es un refugio donde imaginar. Habla de Mia Martini, su cantante favorita, cuya canción Almeno tu nell’universo es el hilo conductor de Leche cruda. “Tenía esa canción como un mantra, sabía que me hablaba a mí. Cerrar la puerta de mi cuarto y cantarla era también una forma de descubrirme y de validar mi disidencia”.
Perder el lenguaje para amar sin límite
La protagonista de Leche cruda es una chica empoderada, traductora y disidente, que vuelve a Italia con todo ese bagaje para convivir con dos seres que viven al margen del lenguaje: su madre, que lo ha perdido, y la gata Cavalli, que no lo tiene. “Muchas veces vemos odio donde hay falta de comunicación. La idea de la novela es esa: ¿por qué no conseguimos amarnos fuera de una lengua común?”.
Tender puentes y dejar de ver al otro como amenaza es esencial para ella. “Amar es un riesgo. Enseñas algo muy frágil y vulnerable, y te arriesgas a que la otra persona te haga daño. Pero el otro no nos viene a hacer daño por defecto: también puede amarnos”.
Poner el cuerpo en la vía pública
En una sociedad cada vez más individualizada, abstraída y con más presencia en lo digital que en el mundo real —y en un presente donde los discursos de odio de la ultraderecha cobran protagonismo mientras asistimos a un genocidio en directo—, para Ángelo es fundamental poner el cuerpo, muy ligado al pensamiento, en el espacio público.
“Es importante que las manifestaciones por el genocidio en Gaza se canalicen también en la calle. Nos dicen que invadimos la calle, pero la calle es nuestra, es el lugar donde están los cuerpos, es el espacio público. Si se corta el tráfico durante una hora, la gente tiene que pararse en su coche y mirar lo que está ocurriendo. Si no lo hacemos así, el sistema neoliberal está tan bien armado que no nos detenemos a pensar. Entonces hay que poner el cuerpo en lo público y parar por un momento este sistema que nos está quitando el pensamiento”.
Esa acción encarna una genealogía. “Hoy podemos hablar de personas no binarias porque otras reivindicaron con su cuerpo en la calle —sobre todo mujeres, personas trans y racializadas en Stonewall—, pero esas personas sufrieron violencias y murieron. Venimos de ahí, no podemos olvidar eso”.
Pero poner el cuerpo no siempre es fácil para las vidas disidentes que han construido sus lugares seguros en los márgenes. Por eso le agradezco a Ángelo que lo haga: en sus redes, en entrevistas con medios no siempre afines, en sus presentaciones y en su literatura. “Todas las personas que tenemos un foco, aunque sea muy pequeño, tenemos que hacer un poco de caballo de Troya, para dinamitar el sistema, para sacudirlo. Y también obligarte así a salir de tu burbuja cuando se pueda”.
Para Ángelo, la escucha es una práctica política que choca con los tiempos acelerados del neoliberalismo y las redes: el sosiego es condición previa para pensar y escuchar. “Escuchar significa darte cuenta de que existe un otro… el pensamiento no cabe en un reel”. Y añade: “Nos están quitando la capacidad de escucha porque nos estamos escuchando siempre a nosotras mismas”.
La observación, dice, también es una forma de escritura. Viajar en autobús, mirar a la gente, leer las tramas que generan los algoritmos. “Cada red es un mundo, porque el algoritmo es político también”. Los algoritmos no son neutros: favorecen los discursos de odio y censuran ciertas corporalidades y relatos. “El algoritmo dice mucho… la extrema derecha lo tiene clarísimo. No poder usar la palabra genocidio o mostrar un pecho es una forma de censura: están estructurando un pensamiento”.
Lo queer como espacio para un nosotres
Cuando se trata de imaginar una sociedad capaz de resistir al capitalismo, de escuchar al otre y abrirse al diálogo, Ángelo lo tiene claro: lo queer, los transfeminismos y los feminismos queer son los lugares desde los que soñar ese mundo.
“Para mí lo queer significa pensar en un nosotres, que tú no eres tú sino porque estás conectada con otra persona. El yo no existe, existe un nosotres”. A menudo —añade— se encierra lo queer dentro de las siglas LGTBIQA+, “pero yo no estoy muy de acuerdo. Aunque las siglas del colectivo son fundamentales, muchas veces se cuelan discursos heteronormativos, especialmente desde lo masculino. Y para mí lo queer rompe con los binarismos y abre territorios”.
La protagonista de Leche cruda transita identidades del mismo modo que lo hace su autora. Ángelo cita a Orlando de Virginia Woolf como una revelación: “Leyéndolo entendí que las identidades se transitan y se arrastran. En mi caso soy una persona no binaria, pero he transitado la identidad masculina, me he criado como un hombre, he vivido lo que significa ser un hombre y ser maricón también. Eso está ahí, y dentro de mí existe esa identidad; hay que aceptarlo. Cuando hablamos de nosotres, esa multitud también está dentro”.
Aunque se reconoce migrante, lo hace con cautela: “No me atrevería a llamarme así, aunque lo sea. Como persona blanca que habita el primer mundo tengo privilegios. Es importante tener conciencia de eso, saber de dónde venimos. Aunque yo me haya ido por razones políticas, vengo del primer mundo. Si yo he vivido el odio, especialmente desde que entró Vox en el gobierno andaluz, imagina el joven inmigrante marroquí, la persona que viene de China o de América Latina”.
“Creo que es muy importante posicionarse con claridad frente a los discursos de odio que están permeando. Me preocupan especialmente las nuevas generaciones. Hay discursos a los que no hay que dar posibilidad de escucha porque son radicalmente terribles. No me importa tu mundo ni quiero conocerlo: si no hay amor, no se puede. A la gente facha no le da miedo decir lo que piensa porque no ve al otro. Y las personas con otra sensibilidad tanteamos el terreno, tenemos cuidado. Si tú no me ves, yo tampoco quiero verte”.

La escritura como un juego
Leche cruda es la cuarta novela escrita por Ángelo Néstore, aunque la primera publicada. Cuando le pregunto por ello, responde que cree profundamente en los procesos creativos y en la belleza del fracaso. “Una de las cosas bellas que te enseña lo queer es reapropiarte del fracaso como algo bonito, porque fracasar también significa darle dignidad a los espacios que el sistema neoliberal te quita: el sistema del esfuerzo, del ‘si quieres, puedes’”.
Ese discurso meritocrático, dice, es violento. “Es normal que nos frustremos cuando no conseguimos algo, porque nos han enseñado que si nos esforzamos, alcanzaremos nuestros deseos. Pero lo queer te anima a ver el fracaso como una posibilidad, a salir de esa lógica. Te permite pensar desde otro lugar, más libre, más rico. Cuando sales de ahí, te relajas, y la relajación permite el pensamiento”.
El fracaso, para ella, está íntimamente ligado al juego. “El juego te saca de las reglas del heteropatriarcado porque todo es posible”. Cuando dejamos de ser niñas, dejamos de jugar, porque el sistema exige productividad; y así el juego pasa a ser visto como pérdida de tiempo. Pero para Ángelo, escribir es jugar, y jugar es algo muy serio.
“Es muy serio tomarte la vida de una forma distinta a la que se supone que tiene que ser. Por eso los niños son los mejores poetas: no están vinculados a la producción y tienen una mirada mucho más mágica. Les adultes también tenemos esa magia, no la perdemos; el sistema nos hace olvidarla”.
La escritura se convierte así en un territorio de libertad, un lugar donde la magia y el pensamiento se dan la mano, donde todo puede existir al mismo tiempo.
Hacia una verdadera literatura universal
En esos juegos de fracaso Ángelo escribió tres libros antes de Leche cruda. En 2018 recibió un encargo de otro sello de Penguin, que se había fijado en sus poemas y le propuso desarrollar la historia de un chico gay y su padre en Italia. “Yo ya había escrito esa novela incluso antes del encargo y se la entregué a la editora. Pero para mí escribir implica dialogar, poner en el centro unas preguntas. Y las que había en ese libro ya no me interpelaban. No podía defenderlas”.
Rechazó publicarla. No por falta de oportunidad, sino por coherencia. “Lo importante no era el ego de publicar en un gran sello, sino que el texto hablara y generara preguntas”. Así nació Leche cruda, cuando decidió dar voz a otras corporalidades y experiencias: “Ya no quiero hablar de hombres. Prefiero hablar de chicas no binarias, de mujeres con demencia y de gatas”.
En un panorama literario históricamente masculino, Ángelo celebra que otras voces estén cambiando el canon desde dentro. “Estamos viendo una tendencia muy bella: poetas que están escribiendo novela —Violeta Niebla, Carla Nyman, Pol Guasch, Sara Torres, Alana Portero…—. Es hermoso que los márgenes de la poesía ocupen ahora un espacio que antes solo pertenecía a lo masculino. Siempre hemos estado ahí”.
Leche cruda coloca a la gata Cavalli en el centro: puente entre lenguajes y espejo ético. Para Néstore, la mirada animal abre otros modos de entender el mundo. “En Leche cruda, un personaje clave es la gata: la mirada horizontal hacia lo animal nos ayuda a entendernos mejor entre nosotres”.
Observa en los animales lecciones de vida: “La disposición de un perro a mostrarnos la barriga es una enseñanza sobre confianza y vulnerabilidad que deberíamos aplicar entre humanos. Si supiéramos que la vulnerabilidad es una riqueza… viviríamos mejor entre humanos”.
Reivindica poner en primer plano lo que históricamente fue considerado fondo: lo animal, lo vegetal, lo queer. “Me gusta la idea de dar protagonismo a lo que siempre ha estado en el margen de la foto”.Para Ángelo, la escucha y el sosiego son también prácticas políticas que posibilitan el amor y la atención. “Escuchar significa darte cuenta de que existe un otro”.
“Si puedo dejar un mensaje sería este: cuidémonos, cooperemos entre nosotres, porque la verdadera extranjería está en la tumba. Solo somos extranjeros allí. Cuando morimos es cuando ya no hay comunicación; todo lo demás es posible. Lo importante es tener voluntad de encender esta mecha de la comunicación: porque puedes comunicarte incluso con quien no habla tu idioma, pero cuando morimos, ya no”.

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