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Literatura
De: El Salto Para: Isaac Rosa
De: Pablo Elorduy <pablo.elorduy@elsaltodiario.com>
29 jun 2022, 18:34
Asunto: para Isaac
Hola, Isaac
Un placer escribirte de nuevo, espero que todo vaya bien. Nos mandó Seix Barral un ejemplar de tu última novela y estábamos pensando un formato un poco distinto para sacar algo, ya que en la editorial me han dicho que no va a ser posible un encuentro presencial.
Así que te propongo un breve intercambio epistolar, no tanto un cuestionario al uso, en el que te vuelque algunas de las reflexiones que me suscita la lectura de Lugar Seguro. No sería algo eterno, descuida.
También había pensado que el texto fuera acompañado de viñetas, tú ya has trabajado con dibujantes y creo que te puede apetecer, si te parece bien se lo comento a los compañeros de diseño.
En el caso de que el conjunto de la propuesta te parezca bien, si te parece podemos publicar los primeros mails que intercambiemos, de modo que quede claro así cómo surge y cómo se desarrolla esta especie de conversación. Si no, buscamos otra idea que nos pueda cuadrar, zoom o similares.
Un abrazo
De: Isaac
1 jul 2022, 8:45
para Pablo
Hola, Pablo,
Te agradezco el interés y que contéis conmigo, yo con El Salto siempre con ganas, claro. Me parece muy bien tu propuesta, me gusta ese formato diferente, tanto los correos como las viñetas, adelante. Quedo a la espera de tus reflexiones, preguntas, comentarios, lo que quieras con toda confianza.
Un abrazo,
Isaac
De: Pablo
Para: Isaac
5 jul 2022 18:40
Hola, Isaac
Te iré comentando los avances en cuanto a diseño, dependemos de ellos para saber si finalmente va la revista o solo a la edición online.
Respecto al contenido, ya terminé Lugar Seguro.
Casi por orden de lectura, te voy exponiendo una primera reflexión: en las primeras páginas me pareció arriesgado que el protagonista fuera un tipo reconocible que, creo que para lo malo, está influyendo decisivamente en la vida o al menos la conversación política en todo el mundo: esos hombres entre 35 y 50 años que se encuentran desencantados y están muy cabreados por su rebaja de expectativas o, más bien, por la pérdida de la preminencia que tenían antaño sus padres. Una generación a la que ni siquiera la viagra le va a servir para mantenerse en una serie de posiciones de poder que van desde el poder-poder (desde directores de periódico a jueces del Supremo) hasta el poder o el privilegio “de andar por casa”, de sentar cátedra cuando se habla en las comidas familiares, de no lavar un plato porque yo lo valgo, o de permitirse ser racistas, machistas o clasistas sin que nadie les tosa. Por una serie de circunstancias, el protagonista pertenece a ese grupo de personas en trance de perder sus privilegios y, como te decía, al empezar a leer me pareció una decisión arriesgada en cuanto es fácil caer en el cliché. Sin embargo es algo que has evitado premeditadamente: a pesar de su altísimo nivel de cinismo, no es un personaje que se exprese de forma racista ni explícitamente machista, por ejemplo. El resultado es un personaje que se parece más a mí (varón hetero, de entre 35 y 50, con expectativas defraudadas) de lo que me gustaría reconocer. No sé si en la forma en la que trabajas es habitual que revises para limar los bordes del personaje o si, por el contrario, tenías desde el comienzo claro que no ibas a presentar a un prototipo de liberal radicalizado hacia la derecha como los que abundan hoy en la esfera de medios de comunicación social.
De Isaac: Segismundo empieza provocando rechazo por lo que dice y hace, pero según avanza el libro, el rechazo puede venir porque nos reconocemos en él y no nos gusta parecernos a alguien así
En la misma línea, una vez terminado el libro, me quedo con la idea de que has evitado en todo momento que Lugar Seguro se convirtiera en un juicio de las costumbres y, en cambio, has conseguido una disección de las incertidumbres que planean sobre nuestras sociedades y, trasladándola temporalmente hacia el futuro cercano, has querido exponer algunas razones legítimas por parte del personaje protagonista que se traducirían, bajo mi punto de vista, en la pregunta “¿Por qué las cosas no pueden ser como era antes?”.
Me parece interesante la idea que intuyo de la necesidad de un nuevo suelo sobre el que empezar a construir certezas, más cuando estamos acostumbrados a considerar a los Segismundos Garcías, a los emprendedores, a quienes mantienen la fe inquebrantable en los mercados, como los realistas y los técnicos, los que tienen las certezas. Es un suelo que parece imprescindible desde el punto de vista de la crisis climática y que creo que te has esforzado en desarrollar en determinados extractos de la novela, ¿quizá para combatir la tendencia al cinismo que uno puede encontrar dentro de sí mismo?
En fin, espero que te parezcan interesantes las cuestiones que planteo.
Un abrazo
De: Isaac
Para: Pablo
8 jul 2022 13:55
Gracias por tus comentarios, Pablo.
Me interesa mucho cómo has leído a Segismundo García, y que reconozcas en ti mismo ese parecido más allá de lo deseable. En las primeras páginas puede parecer un “cuñao”, casi más por el tono de sus palabras que por lo que dice, e inicialmente provoca rechazo, es antipático a la mayoría de lectoras y lectores. Pero yo quería un personaje complejo, con varias caras, con aristas y grises; y además quería un personaje que evolucionase en el libro, que cambiase él y cambiase su discurso. No quería un muñeco de trapo que yo manejase a mi antojo para poner en circulación ciertos asuntos.
Segismundo empieza provocando rechazo por lo que dice y hace, pero según avanza el libro, el rechazo puede venir porque nos reconocemos en él y no nos gusta parecernos a alguien así. Creemos que no somos como él, no somos tan cínicos ni misántropos, pero todas tenemos momentos Segismundo, todos decimos de vez en cuando segismundeces. Él rechaza y se burla de quienes intentan cambiar las cosas, pero ¿cuántas veces nosotras mismas, ante alguna propuesta o experiencia que se salen del carril habitual, respondemos con indiferencia, menosprecio o directamente burla? “Eso no llegará muy lejos”, “Es bienintencionado pero ingenuo”, “Es muy poca cosa para la magnitud del problema”, “Ya lo hemos visto otras veces y sabemos cómo acaba esto”..., y luego llegan los chistes y memes. No hablo de quienes segismundean en columnas de prensa, tertulias y tribunas públicas, esos que ante cualquier propuesta de, por ejemplo, reducir el consumo de carne, responden publicando fotos de sus chuletones. Me refiero a quienes, desde posiciones críticas, acabamos usando argumentos similares para descartar ciertos intentos de transformación.
De Isaac: Tendemos a usar incertidumbre e inseguridad como sinónimos, intercambiables en nuestra conversación al hablar del futuro, y no son lo mismo
Además, yo quería un Segismundo que tuviese la lucidez suficiente para hacer reflexiones inteligentes, no solo chascarrillos cuñados; reflexiones que podemos compartir a nuestro pesar, o que nos pueden escocer por certeras. Yo no comparto mucha de su crítica al activismo social (y llevo meses aclarando que yo no soy Segismundo, que no son mías sus opiniones, pues hay quien las pone en mi boca); pero sí creo que su crítica señala, desde el rechazo total y la caricatura, algunas limitaciones, problemas y contradicciones que tienen ciertos activismos y ciertas propuestas de transformación. La cuestión del deseo, por ejemplo, que es la parte de su discurso que más sacude a quienes leen, según me cuentan. Y a partir de ahí es posible pensar y discutir. Pero además, como te decía, el personaje-narrador va evolucionando, no es el mismo al principio que al final del libro, como no lo es su discurso. El tipo sobrado y hasta chulo del principio acaba resultando un hombre perdido, derrotado y solo, y van asomando otras partes de su personalidad, incluidas formas de ternura.
Sí, incertidumbre es la palabra que mejor acompaña a la novela, mejor que miedo o inseguridad, que suelen ser las habituales. Tendemos a usar incertidumbre e inseguridad como sinónimos, intercambiables en nuestra conversación al hablar del futuro, y no son lo mismo. Que el futuro (y el presente) es incierto, no hay duda. Que en esa incertidumbre solo quepa la inseguridad, y su correlato el miedo, no tiene por qué. En esa incertidumbre caben muchas cosas, incluso escenarios que hoy ni siquiera imaginamos, y que no tienen por qué ser negativos o peores. Lo vemos estos días con la guerra en Ucrania, lo señalaba Rebecca Solnit en un brillante artículo al comienzo del conflicto: la guerra ha sacudido brutalmente el tablero, y por ejemplo ha permitido que se abra y se acelere un debate que era urgente y que, sin guerra, podría haber tardado décadas: el modelo energético europeo, cómo producimos, distribuimos y consumimos energía, con la vista puesta en la necesaria transición ecológica. De pronto la guerra obliga a saltar varias casillas y plantarnos en un nuevo escenario que podría haber tardado décadas, en el que es obligatoria y urgente la soberanía energética europea y la renuncia a ciertas fuentes energéticas. Ahí está la incertidumbre que abre puertas impensables. Pero claro, los siguientes pasos dependen de cuál es la relación de fuerzas y cómo actuemos las y los ciudadanos. Porque la salida puede ser (lo estamos viendo) apostar todo al nuclear y comprar gas en otras regiones; o puede ser una verdadera transición sostenible y justa. Lo mismo ocurrirá en el futuro inmediato, en esa incertidumbre: vienen cambios profundos, transformaciones radicales, decisiones apresuradas, por la guerra y otros escenarios imprevistos pero a la vez previsibles, y en cada uno de esos momentos la relación de fuerzas marcará la salida elegida.
De Isaac: ese “antes” no existe, es una ficción, una idealización del ayer que además deja fuera de la foto muchos elementos que no querríamos recuperar, pero que eran imprescindibles para sostener aquel modelo
Como Segismundo, todos nos preguntamos, en efecto, “por qué las cosas no pueden ser como antes”. Algunos lo plantean con todas las letras, incluso convertido en programa, hacen del pasado su futuro, el tiempo en que todo era más fácil, había certezas, nuestros padres podían vivir con un solo sueldo y tener vacaciones y etc. Pero sabemos bien que esa no es la respuesta, que no vale, que en el pasado no hay futuro posible. Porque ese “antes” no existe, es una ficción, una idealización del ayer que además deja fuera de la foto muchos elementos que no querríamos recuperar, pero que eran imprescindibles para sostener aquel modelo (desde el lugar subalterno de la mujer a la dependencia fósil, pasando por otras formas de opresión y desigualdad, locales o globales). Pero es que además si pudiésemos volver a ese “antes”, en pocos años estaríamos aquí otra vez, en el mismo punto, pues ese ayer es la raíz de nuestro presente. No me interesan esas miradas nostálgicas, melancólicas y a menudo reaccionarias, no sirven para construir nada (lo que no significa una enmienda a la totalidad del ayer: por supuesto que hay muchos aprendizajes que salvar de las generaciones anteriores). Pero claro, si miramos al futuro todo es incertidumbre, asimilada de inmediato a la inseguridad y el miedo. Normal que miremos al ayer.
Sí, necesitamos ese suelo y empezar a construir, dar pasos, tomar medidas, cambiar cosas, por limitados que sean esos cambios. Y necesitamos sacudirnos todo este derrotismo, desesperanza y, sí, cinismo, porque de lo contrario ya podemos empezar a ahorrar para un búnker, uno de verdad, no como los remedos que vende Segismundo. Es evidente que nuestra vida va a cambiar drásticamente en los próximos años, es obligado. La pregunta ya no es si cambiamos o no de vida, sino si lo hacemos por las buenas o por las malas: si luchamos por una transición democrática, ecológicamente viable y socialmente justa; o si aplicamos el ”sálvese quien pueda“, y los cambios vienen impuestos y mal repartidos, aumentando la desigualdad y la violencia. Cabe incluso que la elección sea aun menos prometedora, pues nuestro margen de actuación se va estrechando: quizás toque una y otra vez elegir entre lo malo y lo peor; pero entre lo malo y lo peor nos jugamos mucho, todo. De hecho, los cambios no “vendrán”, ya están aquí, estamos viendo cómo estas semanas hay países tomando medidas drásticas en materia energética, económica, fiscal o social, que ya veremos si son pasajeras o configuran nuevas realidades y facilitan próximos pasos tanto o más drásticos.
Todo este batiburrillo desordenado tenía yo en la cabeza cuando empecé a pensar en este libro. La pregunta de partida es muy simple: ¿qué futuro? ¿Qué futuro nos espera, qué futuro estamos dispuestos a defender, qué futuros posibles se nos abren con cada paso que damos o dejamos de dar? No habiendo ningún horizonte revolucionario a la vista, ¿hay alternativa al “sálvese quien pueda”? ¿Cuál es? ¿Son una alternativa las propuestas y experiencias ecosocialistas y ecofeministas que tantas están ya pensando, formulando, llevando a la práctica? Porque si no contestamos a estas preguntas, ya sabemos cuáles serán las respuestas que vendrán. Entonces sí, el búnker. Y el futuro no es el de mis hijas, ni el de dentro de una década; el futuro es mañana, ya.
Sigamos la conversación, te escucho.
Un abrazo,
Isaac
De: Pablo
Para: Isaac
20 jul 2022 15:51
Hola, Isaac
Disculpa el tiempo transcurrido entre tu respuesta y la mía. Han pasado unas cuantas cosas de las que estás al tanto que me podrían servir de excusa por el retraso, pero lo cierto es que voy como vaca sin cencerro, como se suele decir. Ahora mismo, hablando con una compañera le decía que tenía la sensación de que el curso no termina nunca y, releyendo tu mensaje, lo enlazo con esa idea de que el futuro es ya. Parece no haber tiempo para resolver nada y, sin embargo, tenemos que seguir corriendo (si es posible, más rápido) para alcanzar nuestra posición actual.
Creo que Lugar Seguro tiene cierta relación con eso y me lanzo con un par de hipótesis acerca de los posibles finales y sobre la rueda del hámster.
En el libro hay tres Segismundos. El padre del protagonista pertenece generacionalmente a lo que se ha dado en llamar desarrollismo. Ha resonado en mí porque conozco personas de esa edad con desarrollos biográficos similares: con habilidad y maña para sacar adelante una idea, con picaresca y un progresivo alejamiento del bien común (que se evidencia en la evasión/elusión fiscal). Algo que, de manera indulgente, se puede explicar por la vía de la necesidad, en el sentido de que esos perfiles entendieron la posguerra y el franquismo en su literalidad de lucha por la supervivencia —que tiene su correlato “heroico” en el ensueño autárquico de salvarse “solos”— y vieron una continuidad en el desarrollo posterior del capitalismo en España. Era el momento de su victoria. Degeneraron* de forma muy bestia. como se ve en ese personaje tanto en su desarrollo social —un caso de fraude y la cárcel— como personal —es un putero y ha perdido la confianza y el amor de su hijo—.
De Pablo: con Lugar Seguro has querido responder a esa tendencia literaria que nos lleva a la delectación morbosa respecto al desplome abrupto de las condiciones de vida
El segundo Segismundo, del que hablamos más en los correos anteriores, ha llegado al fin de fiesta. Compite en una escena empresarial en la que, pese a lo que pueda parecer, es mucho más difícil innovar, sacar adelante una idea. Afortunadamente para todos menos para él, la sociedad ya se ha ocupado de salir del salvaje oeste pero, y en esto quiero ampliar sobre lo ya hablado, me llama la atención que sobrevive un constructo social de que esos son los individuos realmente imprescindibles para que todo funcione. Hay una disociación entre lo que sabemos que es el desarrollo y el bienestar económico (con el ejemplo de la cuidadora que aparece también en Lugar Seguro) y la propaganda o publicidad institucional que sigue poniendo el perfil del emprendedor por encima de cualquier otro.
Por último “Segis”, el hijo del protagonista, parte de una situación ventajosa, por primera vez en su familia está cerca de lo alto de la pirámide. Además, tiene talento natural para la innovación, por así decirlo. Sin embargo, el arco del personaje está muy abierto, como corresponde a un adolescente. De alguna manera ha filtrado mejor, o ha tenido la capacidad de comenzar a filtrar, esa incertidumbre de la que hablábamos más arriba.
Después de esta larga introducción, te planteo una pregunta más concreta sobre este asunto. ¿Hasta qué punto has querido que el desarrollo de los tres personajes funcionara en paralelo con la historia del desarrollo económico en España?
El otro tema relacionado con el comienzo del correo y lo comentado acerca del no futuro es el de la distopía. La cuestión de los posibles finales en este trance histórico en el que estamos. En Lugar Seguro remites a una serie de ficción distópica y ficticia, con la que no sé si quieres criticar esa “moda” literaria o cinematográfica en pleno auge.
Al respecto hace poco leía dos mensajes, uno que decía que hemos pasado el momento en el que imposible imaginar el fin del capitalismo y hemos entrado en una fase en la que solo hablamos de eso en términos distópicos. El segundo mensaje decía que lo que hoy nos entretiene como distopías posibles es lo que viven hoy millones de personas no blancas (semiesclavitud, carestía, sequía, abusos policiales o militares, etc).
Me da la sensación de que con Lugar Seguro has querido responder a esa tendencia literaria que nos lleva a la delectación morbosa respecto al desplome abrupto de las condiciones de vida. Al contrario, los “botijeros” plantean una vía de escape del catastrofismo bastante sensata, en términos que ya comentamos en el anterior correo. ¿Has sentido la responsabilidad de plantarte ante tanta distopía? ¿Has encontrado referentes de una literatura, sino utópica, esperanzada? ¿Qué tipo de ficción, qué autoras y autores te parece que pueden entroncar con esa mirada no angustiada hacia el futuro?
En fin, esos dos temas dan para bastante. Sobre las cuestiones más concretas. Jose Durán, el coordinador de Radical, me dio su ok para que publiquemos este intercambio en la revista de septiembre. Así que tenemos tres semanas aproximadamente para cerrar los flecos de la conversación; espero que dé tiempo. Ya me cuentas.
Un abrazo
*Por cierto, no puedo dejar de decir que creo ese tipo de personaje encontró en el rey Juan Carlos I a su máximo exponente y de alegrarme porque en su día publicaras en El Salto ”El retrato de Juan Carlos Rey“, que creo que toca de forma oblicua temas parecidos a los que yo he querido ver en Lugar Seguro.
Régimen del 78
El retrato de Juan Carlos Rey
Al verdadero rey lo empezamos a ver en abril de 2012. El azar del calendario nos regaló una pequeña justicia poética: 14 de abril. Ese día nos despertamos con la noticia de la operación de cadera del rey.
De: Isaac
Para: Pablo
1 ago 2022 18:56
Hola, Pablo,
Ahora soy yo el que me disculpo por la espera, anduve de mudanza estos días y todo patas arriba en casa. Aunque, según me disculpo, dudo de si debemos disculparnos por tardar diez días en responder un correo (además un correo largo y complejo como el tuyo), pues equivale a aceptar los plazos que la inmediatez impone, cómo lo que antes se consideraba “urgente” hoy es la normalidad. Por ahí escribí alguna vez sobre inventar una app de mail que imitase el antiguo correo postal e hiciese tardar varios días la recepción de un correo electrónico, como esperar una carta en el buzón; no estaría mal para ponerle algún palito a la enloquecida rueda de hámster de la que hablas al comienzo de tu correo.
Sí, las tres generaciones de Segismundo representan tres generaciones de “emprendedores” en la España reciente. Comparten la capacidad de adaptación y de encontrar el negocio en las circunstancias de cada momento, pues eso es común a muchos otros “emprendedores” (mantengamos las comillas): el olfato para encontrar dónde se mueve el dinero más alegremente y con menos controles, ya sea el ladrillo, la financiación de partidos, los productos financieros, las mascarillas o las criptomonedas. Pero cada generación es diferente, sí, y el paso de una a otra avanza en el descrédito de ese modelo social, que el Segismundo protagonista encarna todavía pero desde el cinismo y la conciencia de que el discurso neoliberal es mentira, que el hombre hecho a sí mismo y el primer millón no funcionan ya, la meritocracia está averiada, y que insistir en ese camino de “emprendimiento” le condena a ser un perpetuo buscavidas, vivir en el alambre y en la trampa, seguir los pasos de su padre para acabar igual, y condenar a su hijo a repetir los errores. Pese a todo, él insiste, es una huida hacia adelante que sabe condenada a fracasar y que lo convierte en un hombre averiado, mal hijo, mal marido y mal padre, profundamente solo y falto de afecto. Por eso el hijo, Segis, educado en ese modelo fallido tanto en su familia como en la escuela (el “colegio de los niños triunfadores” que aparece en la novela, con educación basada en valores empresariales, existe tal cual, no es una caricatura, solo le he cambiado el nombre), empieza a darse cuenta de que ese camino solo le lleva a donde ya han estado su padre y abuelo, y que quizás deba apartarse de esa corriente que le arrastra.
De Isaac: Si el futuro va a ser invariablemente un horror, si asumimos y repetimos el “sálvese quien pueda” y el “no hay alternativa”, sobre esas premisas no se puede construir nada, solo cabe empezar a ahorrar para el búnker
En cuanto a la discusión sobre el futuro y la distopía, mi novela está escrita desde una considerable “fatiga distópica” que creo cada vez más extendida. Cansancio de productos culturales distópicos, variaciones sobre el fin del mundo a cual más espectacularizada, pero también cansancio de como el “no hay alternativa” cala en la cultura y en el sentido común. Si el futuro va a ser invariablemente un horror, si asumimos y repetimos el “sálvese quien pueda” y el “no hay alternativa”, sobre esas premisas no se puede construir nada, solo cabe empezar a ahorrar para el búnker.
La serie televisiva que aparece en la novela, “Safe place”, es un trasunto (apenas exagerado, bastante fiel al original) de la serie francesa Colapso, sobre la que tuve alguna discusión con gente afín que decía haber visto una serie de crítica social y advertencias sobre el futuro, donde yo había visto la enésima versión de un relato viejo y reaccionario: la idea de que, cuando sucede un colapso (del tipo que sea), nos matamos entre nosotros, sale lo peor de cada uno, nos convertimos en lobos y matamos por el último litro de gasolina o de agua. Es la idea repetida en el cine hollywoodiense, esas historias de desastres naturales, invasiones extraterrestres, pandemias, zombis o apocalipsis nucleares en los que la gente huye de las ciudades atascando las autopistas, bandas de delincuentes saquean los comercios y asaltan violentamente a las familias en sus casas, la falta de ley y orden facilita los ajustes de cuentas, el pánico incapacita cualquier respuesta, y todo queda a merced de que aparezcan unos pocos héroes individuales. En “Colapso” había crítica al presente, claro, y algo de intención de alertar sobre la emergencia climática; pero el planteamiento al final era el mismo: sálvese quien pueda. Cuando lo cierto, como demuestra Solnit en “Un paraíso en el infierno”, es que en los momentos históricos en que ha habido algún tipo de colapso, ha ocurrido todo lo contrario: ha salido lo mejor de mucha gente, formas de solidaridad, generosidad, cooperación, apoyo mutuo, inteligencia colectiva y hasta alegría para resolver lo que el poder colapsado ya no resuelve. Surge en esos momentos una potente energía colectiva, una creatividad que en circunstancias normales está reprimida, y que una vez pasado el colapso vuelve a reprimirse, pero que muestra por un instante la alternativa, la posibilidad de otra vida, otro mundo. Una enseñanza que debería darnos algo más de esperanza de cara al futuro.
No hago ninguna enmienda a la totalidad del género distópico, que en muchas ocasiones tiene una gran capacidad de mostrar los conflictos del presente y anticipar escenarios futuros. Pero sí creo que la generalización de la distopía desactiva esa capacidad, las vuelve inofensivas, un mero entretenimiento, desde la fascinación por el apocalipsis tan extendida. A mí también me gusta ver cómo se derrumba un rascacielos o caen fragmentos de meteorito, ¡más palomitas! Sé que en los márgenes del mercado hay autoras y autores que están proponiendo otros futuros, sobre todo en ciertos subgéneros de la ciencia ficción todavía minoritarios. Me interesan mucho los trabajos de Layla Martínez o Francisco Martorell al respecto, que ponen en la pista de esas otras ficciones. Y creo que esa fatiga distópica, extendida y compartida, está provocando un efecto rebote: cada vez más gente, autoras, activistas, colectivos, se plantean la necesidad de imaginar otros futuros, de ficcionar otros imaginarios posibles, no necesariamente utópicos pero sí contradistópicos.
Literatura
Layla Martínez “A veces la ficción permite contar las cosas de una forma más real que el ensayo”
En el caso de mi novela, no es una distopía pero sí tiene un narrador distópico, que distopiza la realidad al narrarla. Conocemos a los que él llama “botijeros” a través de su relato despectivo y burlón, y debe ser el lector/a quien decida cuánto se cree y cuánto cuestiona del relato de Segismundo: si los ”botijeros” son inofensivos y acabarán siendo “la revolucioncita de cada generación”, o si contienen un potencial transformador que Segismundo no ve, o no quiere que veamos. En ellos asoma la posibilidad de alternativa al futuro distópico, al “sálvese quien pueda”. No es ninguna revolución, lo sé, incluso puede criticarse por insuficiente frente a la magnitud de lo que tenemos por delante; pero es un intento no solo de cambiar las cosas, sino sobre todo de cambiar mentalidades, de eso que tanto repetimos de producir un nuevo sentido común, sin el que nada puede cambiar, pues cualquier cambio en nuestras vidas que suponga una renuncia enfrentará resistencias. Además, las propuestas que hacen los “botijeros” no pueden ser más actuales en este verano que parece el trailer del mundo que viene, con calor extremo, grandes incendios, escasez energética y crisis de suministros básicos que dispara los precios de la energía o los alimentos. Los “botijeros” de mi novela proponen (y ponen en práctica) medidas sobre climatización de edificios, soberanía energética y alimentaria, gestión de la escasez y reconstrucción comunitaria. Y justo ahí estamos, no en el futuro sino hoy mismo.
Y lo más importante: lo que proponen y hacen los “botijeros” de la novela no es ninguna fantasía política: todo lo que proponen y llevan a la práctica en barrios y pueblos existe ya hoy, de forma más limitada pero aquí está, lo conocemos, incluso podemos participar en ello. Es una forma de decir que las bases para otro futuro están aquí hoy, ya hay gente que está pensando, teorizando y llevando a la práctica los posibles cambios que nos saquen del carril distópico y nos permitan apuntar a otros futuros. ¿Les damos un voto de confianza, nos sumamos incluso, o hacemos como Segismundo y los menospreciamos y despreciamos?
Aquí lo dejo, que ya bastante está tardando el cartero en llevarte mi respuesta. Seguimos, gracias.
Un abrazo,
Isaac
De: Pablo
Para: Isaac
16 ago 2022 13:47
Hola, Isaac
En esta ocasión lo que retrasó la carta fueron las vacaciones. Espero no fastidiártelas a ti con la noticia de que tengo la obligación de cumplir un plazo y cerrar o poner un primer punto y final a esta serie de correos. El 24 de agosto cerramos la revista de septiembre, queremos llevar este intercambio como entrevista del número y necesitaríamos un par de días para la corrección o maquetación. Así que, siempre y cuando sea posible, necesitaríamos cerrarlo todo el 22. Y aun hay un par de cosas que quiero plantearte.
Te confieso que no he leído toda tu obra pero me empecé a enganchar a ella a raíz de La habitación oscura, que salió en 2013 un poco después del 15M y que en sus primeras cien páginas me entusiasmó. Así que he disfrutado mucho con el cruce que hay en Lugar Seguro de aquella historia. Para quien no la haya leído, La habitación oscura habla de un grupo de personas que crea su propio “espacio seguro”, pensado en un principio para el goce, que progresivamente se convierte en un lugar para esconderse antes que en un refugio y finalmente no sirve tampoco para eso. La idea que conecta ambas novelas, en mi opinión, es que la seguridad no se alcanza por la vía del aislamiento, algo que ya has desarrollado también en estos emails. Pero me apetece abordar lo que ha pasado en estos nueve años, cómo hemos pasado de la euforia de los movimientos políticos y sociales de 2011 (que se extendieron en ese 2013) a una cierta anomia, una eclosión de pasiones tristes a principios de la década. Afortunadamente, para mí o para todos si la hipótesis es cierta, creo que hay indicios de que estamos saliendo de este lapso de tristeza, desencanto y desconcierto, pero no sé si compartes esa idea. En este caso no hay otra pregunta, solo este agradecimiento por el hecho de haber retomado aquella trama, algo que creo que enriquece mucho eso que se llama tu “universo literario”.
Entorno a la cuestión de tu trayectoria, y ya como posible cierre de esta serie de preguntas, me interesa saber cómo has vivido tu propia evolución, cuáles consideras que son los principales factores externos que han modificado o ampliado la formación política necesaria para que se haya producido esa evolución. Ampliando el foco de la pregunta y dado que tu narrativa está basada en el conflicto político, me interesa saber hasta qué punto han podido modificar tu estilo (o de forma más grandilocuente tu visión sobre la literatura) las transformaciones políticas que han sucedido desde que empezaste a escribir ficción. Disculpa si la pregunta es demasiado abstracta.
En fin, gracias por la escucha y por la espera de la carta,
otro abrazo
De: Isaac
Para: Pablo
18 ago 2022 13:13
Hola, Pablo,
Te escribo ya de vuelta, para no retrasar más.
Bien visto el cruce con La habitación oscura, incluido guiño en la nueva novela. Entre ambas novelas media casi una década, estos diez años que tanto repetimos que valen por varias décadas por la rapidez e imprevisibilidad de los cambios sucedidos. Publiqué La habitación oscura en 2013, en un momento (personal y colectivo) de desconcierto y no poco desánimo: veníamos de un ciclo alto de movilizaciones sociales (dos huelgas generales, mareas, marchas, 15-M, rodea el Congreso y todo tipo de protestas contra los recortes y el austericidio del último Zapatero y el primer Rajoy), pero después de varios años en la calle no habíamos conseguido parar ni revertir una sola contrarreforma o recorte social. Cundían el cansancio y la desesperación, pues la situación de la gente era cada vez más dura (años récord en desahucios, parados sin prestaciones, aumento de exclusión, desmantelamiento de lo público…). De hecho, las últimas movilizaciones terminaron con enfrentamientos y cargas policiales. Estábamos en un callejón que parecía sin salida: hemos llegado hasta aquí, hemos protestado todo lo posible, ¿y ahora qué? Mi novela en ese momento se planteaba ese mismo “ahora qué”, cuál era la salida, qué otras formas podía tomar la protesta, y planteaba cuáles eran las líneas rojas, hasta dónde se podía resistir, qué pasaría si algunos decidieran usar otros métodos. Reconozco que era una novela que te dejaba en ese callejón sin salida, poca o ninguna esperanza, y respondía a un estado de ánimo, el mío y creo que bastante compartido.
De Isaac: Aquí estamos, a la vuelta de diez años, con sensación de fracaso pese a estar en el gobierno central una izquierda alternativa por primera vez, y haberse conseguido no pocos avances
La sorpresa fue que solo unos meses después, en 2014, la respuesta ciudadana tomó un camino no previsto: la vía política-institucional. Agotado el ciclo de movilizaciones, aparecen nuevas formaciones políticas (el primer Podemos, en seguida las candidaturas municipalistas y otras fuerzas por todo el Estado) y cada vez más gente es partidaria de explorar esa vía: cambiar las cosas ganando poder institucional, entrando en parlamentos y ayuntamientos, influyendo en gobiernos o directamente gobernando. Fue un giro de guion sorprendente y controvertido, que a toro pasado es fácil criticar y señalar sus debilidades de origen, los errores cometidos y los peajes pagados, pero yo asumo (pese a que desde el principio desconfié mucho de esa vía) que en aquel momento no había otra alternativa, agotado el ciclo de movilizaciones sin resultado. No parecía muy descabellado probar ese camino, y hay que reconocer la inteligencia de Pablo Iglesias y su grupo inicial para ver el momento y lanzar la apuesta. Lo que pasó después, ya lo sabemos, hasta llegar aquí. Podemos discutir si ha merecido la pena, si estaríamos peor sin haber ganado ayuntamientos y cogobernado en comunidades y en el gobierno central, si gracias a eso se han logrado avances sociales y amortiguar destrozos económicos...; o si por el contrario el balance es pobre, se ha desperdiciado una oportunidad y se ha quemado toda una generación y sembrado desencanto para varias décadas. Es fácil hacer balances de salón. Siendo yo muy crítico (desde primera hora, pero no me gusta el “ya lo decía yo…”), y siendo muy consciente de las limitaciones y problemas (internos y externos) que ha enfrentado, valoro mucho el trabajo de tanta buena gente que en estos años se lo ha creído (o ha hecho como que se lo creía) y lo ha dado todo, su tiempo, su energía, su talento, para intentar cambiar las cosas. Y en algunos ámbitos, sí, han conseguido importantes cambios.
Y aquí estamos, a la vuelta de diez años, con sensación de fracaso pese a estar en el gobierno central una izquierda alternativa por primera vez, y haberse conseguido no pocos avances; y con la perspectiva de un cambio de ciclo que, tememos, se confirme en las venideras elecciones municipales, autonómicas y generales. De modo que la pregunta vuelve a ser la misma, diez años después: ¿y ahora qué? ¿Qué viene ahora, hacia dónde vamos, qué pasos dar, cómo seguir resistiendo, cómo ser capaces de algo más que resistir? Yo no soy optimista pero sí tengo esperanza, incluso esperanza desde el pesimismo. Mira, puede parecer algo menor, anecdótico, pero hace unos días, en mi barrio sevillano, en Triana, se montó una movilización vecinal de la nada, en pleno puente de agosto y sin organizaciones detrás, para defender un ficus centenario que iba a ser talado, con gente subida al árbol y decenas de personas poniendo el cuerpo delante de la grúa. Es algo menor, sí, pero igual podemos hablar de tantas movilizaciones laborales de los últimos años, especialmente en sectores muy precarios y de baja sindicalización, y en muchos casos luchas ganadas. Sí creo que, pese a todo, el ciclo político de esta década no ha quemado ni agotado a la gente, y que el malestar creciente no nos ha ultraderechizado a todos, como sostienen ciertos discursos. En cualquier momento prenderá otra chispa, no sabemos dónde ni cómo. Y mientras tanto, hay mucha gente y colectivos que no están en casa esperando ni lamentándose, sino organizándose y trabajando por cambiar las cosas en sus barrios, el colegio de sus hijos, su universidad o su centro de trabajo. No estamos perdidos.
De Isaac: [En mi evolución] Hay un propósito de construir otro relato y otra mirada, donde quepan la esperanza y el ejercicio compartido de la imaginación política
Volviendo a mi novela, y perdona la parrafada, yo quería mirar al futuro cercano, al tiempo venidero, desde esa pregunta: ¿ahora qué? ¿Qué viene ahora, a dónde vamos, qué hacemos? Agotada como parece la vía política-institucional, estando baja la marea de la movilización ciudadana, no esperando una revolución de ningún tipo en el horizonte, y en un contexto de máxima incertidumbre, ¿qué futuro tenemos? Un futuro posible está muy claro: sálvese quien pueda. El búnker, el metafórico, el identitario, el del discurso reaccionario, y finalmente el búnker real, de hormigón. Frente a eso, en la novela propongo otro futuro posible, con todas sus limitaciones y contradicciones, claro: el de quienes no se resignan al “sálvese quien pueda” y están ya intentando cambiar las cosas, cambiar la vida, en sus barrios y pueblos. Podemos menospreciarlos, decir que es poca cosa, burlarnos, ridiculizarlos, como hace Segismundo García; o podemos sumarnos y empezar a transformar la vida en cada espacio donde tengamos capacidad de hacerlo.
Me preguntas por mi evolución como escritor, y yo creo que se ve clara en el salto entre esas dos novelas, La habitación oscura y Lugar seguro, en diez años; una evolución que he ido recorriendo paso a paso en la escritura de cuentos en estos años, los que recogí en Tiza roja. Hay un propósito de construir otro relato y otra mirada, donde quepan la esperanza y el ejercicio compartido de la imaginación política. Ir más allá de la crítica al presente y el diagnóstico sombrío, ser capaz de imaginar y escribir otras formas de resistencia, otras formas de convivencia, otras formas de vida. No diría que es algo programático, pero sí está muy presente en mi escritura de estos años: en los cuentos, en los cómics de los que hice guion (y que eran una apuesta clara por la acción colectiva, pensando además en lectores más jóvenes), en otras colaboraciones de estos años y en otros proyectos en que ando ahora metido. En ese cambio tuvo mucho que ver la recepción de La habitación oscura (una novela “amarga” y “desoladora”, era el comentario más repetido), y sobre todo el contacto con la PAH y otros grupos de vivienda, conocer formas de resistencia colectiva basadas en el apoyo mutuo y que pueden servir de ejemplo para otras luchas sociales. Es un propósito como ciudadano antes que como escritor: la convicción de que no podemos permitirnos el derrotismo, el fatalismo, el cinismo. Y tampoco podemos permitirnos ficciones derrotistas, fatalistas, cínicas. Yo al menos no quiero que las mías lo sean, ni que contribuyan a extender más derrotismo, fatalismo y cinismo. Y en eso creo que estamos cada vez más creadores. Venga.
Si quieres seguir este intercambio (que supongo ya demasiado largo), o aclarar algo, aquí me tienes.
Gracias, un abrazo,
Isaac
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Muy interesante el formato y una gozada disfrutar el resultado. A propósito del ficus en Triana, hay o va a haber "respuesta comunitaria" al atropello?
Muchas gracias por vuestro intercambio de correos me ha gustado mucho, un abrazo de un aprendiz de botijero.
Muy buena la idea, de un una entrevista en formato diferente.
No había leído aún el libro, pero corro con ganas a ver si lo pillo en la biblioteca. Gracias por el deleite compartido a traves de vuestras reflexiones.