Literatura
Layla Martínez: “A veces la ficción permite contar las cosas de una forma más real que el ensayo”

En los últimos dos años, Martínez ha buceado en la historia de las utopías o en el pasado que violenta, para construir un futuro que se despegue del dolor viejo e imagine horizontes mejores.
Layla Martinez
Layla Martínez.
30 ene 2022 13:13

Han pasado casi dos años desde que todo se volviera un poco loco, pero de alguna manera Layla Martínez, escritora, editora, y colaboradora de este medio, sacó el tiempo para escribir dos libros muy distintos, pero, como ella misma explica, conectados. En Utopía no es una isla (Episkaia, 2020) navegaba en la tradición utópica para reactualizarla y detectarla en los latidos del presente. En Carcoma (Amor de madre, 2021), a través de una ficción oscura, rebaña en las heridas de un pasado que no se ha querido cerrar.

Aunque parezca que vivimos secuestradas en el presente, hay mucho que decir del pasado, de otros ahoras que nos cuesta vislumbrar, y de las utopías que apenas nos atrevemos ya a soñar. Martínez conversa y escribe sobre todo ello con una mirada minuciosa, dominando el lenguaje para dar vida a las ideas, tensión narrativa a la historia, y amplitud a lo que está por venir.

¿Hace más de un año que publicaste Utopía no es una isla. ¿Cómo ha sido la vida de este libro después de su publicación?, ¿cómo ha dialogado con sus lectores?
Ahora que ya se puede echar un poco la vista atrás al recorrido, la verdad es que ha sido muy alucinante. Habrá gente a la que no le haya gustado, claro, pero todo lo que me ha llegado han sido cosas muy bonitas. Lo que me ha gustado más personalmente han sido dos cosas: por un lado, que se haya leído en los institutos. Me han llegado como seis profesores, que yo recuerde, que me han dicho que habían cogido algún capítulo del libro para leerlo en clase o incluso habían recomendado el libro entero a los alumnos de la ESO, sobre todo. Creo que es lo que más ilusión me ha hecho. 

En el mundo del ensayo, a veces parece que si escribes sencillo, es como que no tienes mucho que decir. Como si hubiese una cierta voluntad de embrollar un poco las cosas, escribir con una prosa complicada, como si eso le diese cierta prestancia. Tipo: “Fíjate qué listo soy, que he hecho algo que no entiende todo el mundo”. Si lo puede leer un chaval de 14 años no debe ser muy allá, hay esa sensación en el mundo del ensayo, creo que eso viene mucho de la academia universitaria y de algunas carreras más que de otras.

A mí me pasa justo lo contrario. Me parece un logro cuando cuando un ensayista consigue explicar cosas muy complejas con muchas variables, un desarrollo histórico muy largo…, cosas así, para todo el mundo. Encuentro eso más difícil que escribir para cinco iniciados, que todos manejen las mismas referencias, el mismo tipo de lenguaje, los mismos términos oscuros.

Llegar a los institutos me ha hecho sentir muy orgullosa, la verdad. También, porque un libro que está hablando del futuro y de la necesidad de construir horizontes utópicos, de organizarnos para hacer la transición ecológica, sobre todo lo tienen que leer los chavales que ahora tienen 14 años, los que van a estar en esa batalla, porque tienen toda la vida justo por delante.

La otra cosa muy bonita era cuando la gente decía que le había dado como esperanza, que le habían dado ganas de militar o de meterse en un colectivo, de hacer alguna cosa. Y esto, en un clima social —en el que creo que estamos— de mucho bajón colectivo, de mucha tristeza, de mucha ansiedad, de mucho agobio, de mucha precariedad y mucha falta de perspectivas, me parece lo mejor que me pueden decir del libro.

Hablas de la capacidad de hacer y pensar otras sociedades como una constante en el tiempo, algo que se manifiesta, que inspira y, a veces, hasta se pone en práctica a lo largo de la historia, casi como una pulsión humana.
Creo que hay impulsos utópicos muy fuertes. No hablaría tanto de utopía en el sentido de una sociedad edénica perfecta y sin conflicto, creo que eso no ha existido nunca, es más, creo que es negativa esta visión porque conflicto siempre va a haber en un grupo humano grande. La utopía es siempre ese horizonte, que decía Galeano, está en el horizonte, pero siempre sirve para caminar hacia él. Y cuando caminas hacia él, sigue estando más lejos, porque siempre se pueden perfeccionar más cosas. Es ese impulso a caminar, hacia más justicia social, hacia una sociedad más igualitaria. Pero es siempre un impulso, nunca es algo conseguido.

Creo que ese impulso está más en cómo se gestionan esos conflictos que van a surgir, que en el hecho de que no hayan. Que no haya conflictos de hecho es bastante negativo, porque eso significa que se están silenciando. No es negativo en sí mismo que unos tengan unas opiniones y otros, otras. Lo negativo es cuando se imponen siempre unos determinados intereses, como está pasando ahora, como pasa en el capitalismo, cuando se imponen los intereses del capital por encima de lo que sea. Cuando hay un único grupo social o un único tipo de individuos que imponen sus intereses, que además son intereses en contra del resto de la gente, que no pueden ser reconciliados.

El capitalismo está interesado en presentarse a sí mismo como un sistema total, sin grietas y sin fisuras, del que no hay manera de escapar. Pero en realidad, en cuanto miras un poco más de cerca, ves que hay impulsos utópicos muy fuertes en muchos sitios

El capitalismo está interesado en presentarse a sí mismo como un sistema total, sin grietas y sin fisuras, del que no hay manera de escapar. Nunca puedes abandonarlo del todo, te ha colonizado, ha colonizado incluso la subjetividad, la conformación de los deseos. Ha colonizado todo el planeta de alguna manera también porque ya no tiene un gran contrincante, como pasaba con el comunismo. Presentarse a sí mismo así le beneficia mucho al capitalismo, pero en realidad, en cuanto miras un poco más de cerca, ves que hay impulsos utópicos muy fuertes en muchos sitios. Es verdad que probablemente la mayor parte de ellos y los más interesantes se están dando fuera de Occidente. Y yo creo que tenemos una mirada muy occidentalocéntrica. Probablemente, las cosas más interesantes, tanto en construcción teórica como en la práctica, se están haciendo fuera. O cuando se hacen dentro de esos países, se están haciendo por grupos minoritarios.

Entonces, ¿dónde hay que mirar para ver las utopías?
Por poner algunos ejemplos, el Black Lives Matter me parece que tiene un impulso utópico con su petición de abolir la policía, las prisiones, el sistema penal. Porque claro, no piden solo que se expulse del cuerpo al policía implicado en un asesinato racista, o que haya más policías negros, o que haya una reforma. Lo que se ha pedido es la abolición completa del sistema carcelario y policial. A mí eso me parece un impulso utópico, no es una mera gestión un poco mejor de lo que hay. Hay una voluntad de cambiar las cosas de una manera muy profunda.

También me parece que en algunos ejemplos que pongo en el libro, por ejemplo en la India los naxalitas controlan un territorio más grande que la Península Ibérica y están poniendo los cuerpos y las vidas para luchar contra el extractivismo de las empresas. El frente medioambiental, me parece que tiene un impulso utópico en muchas partes del mundo. Además, es gente que está sufriendo una represión terrible, que están siendo asesinados, pero que están realmente en el frente más duro de la crisis ecológica y que son los que están enfrentándose a las grandes petroleras, a las grandes constructoras, a las grandes empresas, a las cárnicas. En América Latina, por ejemplo, en el sudeste asiático, creo que ahí hay también un impulso utópico muy importante.

A veces las huelgas generales parecen casi una cosa del pasado, como del siglo XX. Y sin embargo, la huelga general más grande de la historia se hizo hace dos o tres años, antes de la pandemia, fue en la India: fueron más de 500 millones de personas a la huelga. Nuestra mirada, también occidentalocéntrica, nos impide ver esas cosas, o hace que le quitemos importancia.

Creo que, en su momento, lo que se llamó en Latinoamérica el socialismo del siglo XXI, tuvo un impulso muy importante utópico. Por ejemplo, el segundo mandato de Chávez cuando desarrolló su teoría y su práctica del Estado comunal, de un socialismo desde abajo, construido desde las comunas. Luego por el embargo, por la situación económica, por la muerte del propio Chávez, se ha podido hacer mucho menos de lo que de lo que se hubiese querido en Venezuela. Pero el legado que Chávez le quiso dejar a Maduro, y eso lo dejó muy claro, era el socialismo del siglo XXI y el Estado comunal. Y ahí sí creo que había un impulso utópico, creo que Venezuela en esos años estuvo a la vanguardia del socialismo mundial porque experimentó con algo que no se había experimentado todavía, con una forma de organización que nunca se había puesto en práctica y surgieron cosas muy interesantes de ahí. Todo esto, por ejemplo, se conoce muy poco, incluso por gente que es de izquierda.

También está Rojava. Es un experimento radical de organización que, además, no es una cosita pequeña, no es un bloque de vecinos —que ya estaría bien—  son cientos de miles de personas las que están ya viviendo de otra forma. Por supuesto con sus limitaciones, y encima en una situación de guerra, pero ahí se ha hecho una revolución. Tenemos que salir de esa cosa tan occidentalocéntrica que tenemos los europeos y los estadounidenses de creernos que estamos a la vanguardia en la izquierda. Hace mucho que no lo estamos, ni en la teoría ni en la práctica. Creo que hay muchos impulsos utópicos que pueden guiar. Aprender tanto de las cosas que no han salido bien, como de las cosas que sí que han salido bien.


Utopía no será una isla, pero parece que se necesita de una cierta insularidad, un espacio pequeño, nuevo, desde el que empezar de cero. ¿Se puede escalar la utopía a una ciudad, a un Estado, a un continente?
No solo creo que se pueda escalar, sino creo que debemos hacerlo. La crisis ecológica se está produciendo a una escala planetaria, con lo cual todo lo que sea menor de esa escala no puede combatir con toda su potencia a la crisis ecológica. No valen soluciones a una escala muy pequeña, aunque creo que hay que empezar por ahí, porque si no dices, “como esto lo tiene que solucionar la ONU, pues ya está”. La necesidad de pensar a una escala global puede llevar a la parálisis. Las dos cosas tienen que ir juntas, y por lo local es mucho más fácil empezar y luego hacer que lo pequeño provoque cambios sísmicos de alguna manera, que se vayan extendiendo hacia dimensiones más grandes.

No valen soluciones a una escala muy pequeña y la necesidad de pensar a una escala global puede llevar a la parálisis. Las dos cosas tienen que ir juntas, por lo local es mucho más fácil empezar y luego hacer que lo pequeño provoque cambios sísmicos de alguna manera

La crisis ecológica es un desafío que no respeta fronteras. Todo está interconectado, todo afecta a todo. Es el desafío más grande, probablemente, al que se ha enfrentado la humanidad. Esto puede sonar muy grandilocuente así dicho, pero es que es cierto. El ser humano nunca se ha visto ante un peligro tan grande, que amenace la vida en el planeta de esta forma, y no solo la vida humana, sino toda la vida del resto de seres que lo habitan. Entonces, claro, ahí necesitamos una escala muy grande de cambio social.

Una de las cosas que justamente paralizan cuando se piensa en la lucha contra la crisis ecológica, es que se ve algo tan grande, que nos sentimos impotentes individualmente. El problema de las utopías a una escala muy pequeña es que tienden a ser escapistas, de huida. Personalmente puedo entender esa necesidad de huida, yo la tengo, cuando estoy mal de la ansiedad, por ejemplo, ¿qué pienso?, ojalá irme a un pueblo y vivir en una casa y olvidarme de todo, en un sitio que tenga naturaleza y no ver a nadie. Pero claro, eso no se puede plantear como opción colectiva, como opción política, porque no es asumible por todos y porque no nos vale tampoco con eso, no frena el peligro que tenemos delante.


Si la idea es un nuevo inicio, ¿qué se hace con lo viejo?
Creo que en lo viejo hay cosas que salvar y cosas con las que acabar. Y esta decisión sobre qué se salva, qué se queda y qué se va, a veces será una decisión consciente, otras veces no quedará otra, los propios límites del planeta toman muchas decisiones por nosotros sobre qué se queda y qué no. El verso de la Internacional dice que hay que hacer añicos el pasado. Creo que del presente no hay muchas cosas que salvar,  porque hay demasiadas cosas mediadas por la subjetividad capitalista, por el deseo capitalista. Creo que hay muchas cosas que construir nuevas, pero que eso también es un proceso, un proceso social, un proceso cultural, en el que las cosas van cambiando.

Parece que los cambios culturales se producen en períodos históricos muy largos y esto es verdad. Pero también es verdad que a veces también se pueden producir muy rápido. Con la revolución soviética, los primeros años son todo un estallido de experimentación con utopías, algunas cosas muy locas, como la idea de los robots proletarios, las primeras ideas de colonización del espacio que surgen súper pronto, la idea de la destrucción de los ídolos del pasado, como por ejemplo los pianos de cola, que se considera un instrumento burgués porque solamente se lo podía permitir un rico, a diferencia de las guitarras o los acordeones. Hay toda una explosión de cambio en todos los aspectos de la vida.

 A lo mejor no vas a poder viajar dos veces al año al extranjero por simple placer, pero a lo mejor podemos, no sé, hacer un año sabático cada cinco, y en ese año sabático a lo mejor sí puedes viajar, pero de otra forma, irte en bici o irte en tren

Yo creo que a veces la historia nos enseña que lo viejo a veces cambia poco a poco y a veces cambia de una vez, que las opciones están abiertas, que serán definidas colectivamente también, y algunas simplemente tendrán que ser abandonadas por los propios límites del planeta. Lo bueno es que que no se vea como una pérdida, sino que se vea con lo que se gana a cambio: a lo mejor no vas a poder viajar como gente que antes de la pandemia viajaba incluso dos veces al año al extranjero por simple placer, pero a lo mejor podemos, no sé, hacer un año sabático cada cinco, y en ese año sabático a lo mejor sí puedes viajar, pero de otra forma, irte en bici o irte en tren. Yo pensaría también en lo que ganamos, en lo que se puede ganar y no sólo en lo que hay que perder. Creo que políticamente también es más estratégico hacerlo así.

De crear mundos nuevos a arrastrar nuestros muertos, las sombras y los odios: ¿cómo fue el tránsito de Utopía no es una isla a Carcoma?

Este tránsito me ha preocupado porque con Utopía, que tuvo bastante repercusión, me invitaron a muchas mesas redondas, programas de radio, me entrevistaron bastante, se ha vendido bastante, así que cuando dije que se iba a publicar otra cosa tenía miedo de que la gente esperase, aunque fuera ficción, una utopía o algo así. Venía de algo como muy esperanzador, muy centrado en el futuro, hasta este otro libro, muy oscuro, y muy centrado en el pasado, que parecen casi dos reversos de una cosa misma. Yo estaba muy preocupada por ese cambio.

Pero creo que está gustando, está teniendo bastante más repercusión que Utopía. También, claro, la novela la lee más gente que el ensayo, es lógico. Creo que, en realidad, aunque son muy diferentes, creo que sí tienen más puntos en común de lo que parece,  en el sentido de que también Utopía en el fondo toda su primera parte son sucesos históricos del pasado. No quería dar una mirada nostálgica, que, aunque la pueda entender, creo que es muy problemática políticamente, quería que ese pasado, de alguna manera, nos empujase hacia adelante.

Hay autores que han hablado de que en la transición ecosocial lo que necesitamos es una especie de salto de fe, que es algo común a todos los grandes cambios, a todas las revoluciones. O sea, un momento de ir contra la lógica, algo relacionado ya ni siquiera con la esperanza, sino con la fe, en el sentido de creer y querer creer aunque no haya pruebas. Saltar hacia esa fe sin pararte a hacer un cálculo de pros y contras y de cuántas posibilidades tenemos de ganar. Las revoluciones necesitan un cierto punto de locura, de irresponsabilidad en el mejor de los sentidos. De una iluminación colectiva, no individual.

Tú no decides ir a una manifestación o hacer una huelga en función de pros y contras. Lo decides en función de otras cosas mucho más relacionadas con lo emocional, o sea, con creer en ese proyecto, con formar parte de algo. Ese tipo de cosas son las que también están en la política todo el rato, aunque a veces creo que se han dejado muy de lado en los análisis. Están en las movilizaciones pequeñas, pero también en los grandes cambios.

Creo que, de alguna manera, utilizar el pasado como algo que se tiene que ocupar, algo en lo que tú te tienes que apoyar para saltar, eso estaba en Utopía y yo creo que de alguna manera está en Carcoma. Lo que pasa es que en Carcoma está contado con los recursos del terror, de una zona más oscura. Pero también en Carcoma, de alguna manera, está toda esa historia sepultada que tiene este país, todos esos muertos que siguen acechando. La cosa es que esos muertos de alguna manera son nuestros.

Creo que la conexión está por ahí, en esa visión del pasado como algo a lo que te tienes que aupar para poder dar ese salto más fuerte. Algo que está de tu parte, que está de tu lado, hay mucho dolor acumulado que puede ser utilizado políticamente. Mark Fisher tiene un texto en K-Punk, muy cortito, pero me parece muy iluminador sobre la idea del resentimiento. Cómo el resentimiento es una potencia, es potencia política. Él lo confrontaba con la envidia de clase, en el sentido de que el capitalismo nos intenta inculcar un deseo de ser como las élites, querer tener su nivel de vida. Entonces él decía, frente a eso, el resentimiento: tú tienes que pagar por lo que has hecho, porque además no has pedido perdón, no te has arrepentido, sigues haciéndolo. Hay que ajustar cuentas, y para eso sirven también los fantasmas, para eso sirve el pasado, porque hay muchas cuentas pendientes.

Eso se ve mucho en la transición, ecosocial, ecológica. La contaminación que hay ahora en la atmósfera viene desde la propia revolución industrial, está acumulada. Entonces digamos que estamos sufriendo también a los muertos de la Revolución Industrial, estamos sufriendo las consecuencias del pasado ahora mismo. El tiempo está fuera de quicio, como decía Hamlet, y tiene que volver a ser ajustado, tiene que volver a ponerse en marcha mediante un cierre colectivo de heridas. El presente tiene que ser presente y el futuro tiene que ser futuro.

‘Utopía no es una isla’ está más centrada en el futuro y Carcoma está más centrada en el pasado. Pero los dos de alguna manera tienen que ver con esa necesidad de volver a poner en marcha los relojes, de volver a poner en orden el tiempo

El pasado nos está afectando ahora y no hay futuro, hay un futuro negativo, un deseo de que no llegue el futuro. Una sensación como de apocalipsis que no acaba de llegar. Es como si el pasado y el futuro hubiesen colapsado sobre el presente. Y hay que volver a ordenar la línea temporal de alguna manera. Ahí yo creo que los dos libros concuerdan muy bien: porque Utopía está más centrada en el futuro y Carcoma está más centrada en el pasado. Pero los dos de alguna manera tienen que ver con esa necesidad de volver a poner en marcha los relojes, de volver a poner en orden el tiempo.

En Carcoma hay una cierta “insularidad” pero atiborrada de pasado: una casa que se te echa encima, muertos que no se van, sombras que acechan. ¿Qué hay detrás de la elección de este ambiente opresivo y oscuro?
El terror me parece un género muy bueno para hablar de los traumas. De hecho, probablemente, sea el género que mejor habla de los traumas individuales y de los traumas colectivos, de las heridas abiertas. Un fantasma al final, en el esquema clásico, es alguien que ha muerto de forma violenta, de forma traumática, bien porque se ha suicidado, bien porque ha sido asesinado. No ha muerto plácidamente en la cama y tiene algo sin resolver, algo pendiente. Por eso vuelve y sigue repitiendo una serie de actos, o sigue atormentando a una serie de personas, o se ha quedado atrapado en un lugar hasta que se resuelve lo que tiene pendiente.

Me parecía que el terror es un género que sirve muy bien para hablar de esos traumas colectivos porque codifica mucha información, en el sentido de que da mucha información con unos símbolos que además todo el mundo conoce. Cuando aparece un fantasma en una película de terror o una novela nosotros, por lo menos en Occidente, ya sabemos toda esta información que acabo de decir, la película no hace falta que lo explicite. Para hablar de los traumas heredados dentro de una familia y de los traumas sociales el género de terror es muy válido justamente por eso. Con una serie de símbolos: la casa encantada, el fantasma, el vampiro, tienen ya mucho subtexto cuando aparecen. Eso es muy útil también para hablar sobre la violencia estructural de clase y de género.

La elección de este ambiente un poco oscuro tiene que ver con eso y con el hecho de que en nuestra sociedad esa herida no está cerrada. Aquí no hubo un cierre colectivo de la guerra civil y del franquismo. No hubo un exorcismo social. No desapareció esto que poseyó al país durante tanto tiempo. No lo pagaron, no pidieron perdón. Con el terror se puede hablar muy bien de los traumas colectivos y de las heridas abiertas que seguimos teniendo como sociedad y que siguen estando dentro de las familias por ese trauma heredado que va de generación en generación.

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Layla Martínez, Miquel Iceta, Samantha Hudson, Chill Mafia, Elvira Dyangani Ose o Tomás Fernando Flores son algunos nombres propios de las culturas en España durante 2021, el segundo año en que este sector económico y creativo ha continuado en gran parte paralizado por la expansión del coronavirus.

Utopía no es una isla ya está narrativizado, humanizas lo histórico, dotas de corporalidad a los personajes, ¿qué supone en Carcoma volver a la libertad de crear personajes, y qué tienen esos personajes de real?
Hay mucha diferencia de escribir ensayo a narrativa. En cosa de dos años he escrito las dos cosas seguidas y, aunque lo intuía, he visto más clara la diferencia. El ensayo, en cierto sentido, es más sencillo porque no necesitas hacerlo verosímil. Si un personaje histórico hizo una tontería en un momento dado,  algo que no tiene ningún sentido, da igual, lo hizo, tú no te lo inventas. No tienes que hacerlo creíble, tú solamente cuentas o das otra visión a sucesos que pasaron. La ficción, de alguna manera tiene que ser más real que la realidad. Hay cosas que pasan en la realidad que no funcionarían en la ficción. Se exige una verosimilitud que la realidad no tiene.

La parte buena sería que la ficción da más libertad. Puedes decir muchas más cosas y ponerte mucho más bestia, o hacer cosas mucho más exageradas, mucho más cuestionables moralmente, que en un ensayo. Si tienes un poco de responsabilidad social y colectiva, pues en un ensayo no vas a proponer según qué cosas. En cambio en una novela, y más en el terror, encima, puedes asesinar a doscientas personas y ese personaje puede seguir siendo adorable. Y en cambio, si tú haces un ensayo sobre una persona que ha hecho eso en la realidad, por responsabilidad, no deberías presentarlo como adorable, ¿no?

Da mucha libertad para decir cosas y para que los personajes hagan cosas terribles o amorales o inmorales. También es cierto que los personajes de Carcoma sí tienen algo de real, en el sentido de que la historia que se cuenta es un poco la historia de mi familia, también de las mujeres de mi familia: de cuatro generaciones. Es la historia de las violencias que ellas vivieron, que fueron la violencia de clase, la violencia de género, que fueron las dos violencias que le tocaron a mi familia. Y es un poco la historia de la casa de mi abuela materna.

A veces la ficción permite contar las cosas de una forma más real que el ensayo, permite contar cosas que fueron verdad de una forma más libre que el ensayo. A lo mejor, si yo hubiera  entrevistado a las mujeres de mi familia, simplemente hubiese escrito un ensayo sobre su vida intentando pegarme lo más posible a los hechos. Probablemente habría quedado menos real, pues la ficción permite decir cosas que no se pueden decir, hablar abiertamente de cosas que incluso están mal o que si las dijese alguien desde la perspectiva de la no ficción, serían escandalosas, incluso monstruosas. En cambio, la ficción lo aguanta.

Traes al centro de la narrativa la cuestión de la clase: el desprecio de clase de los de arriba y el orgullo y odio de los de abajo, ¿de qué manera una cierta ficción de paz social de la democracia ha invisibilizado el desprecio de los de arriba y difuminado el orgullo de los de abajo?
Me parece una cuestión bastante compleja. Creo que por un lado, en general en la producción cultural hay una sobrerrepresentación de las clases altas, porque son ellos los que producen la novela, la poesía, los cómics, los videojuegos y las películas. Por eso está sobrerrepresentada su visión del mundo. Y claro, el universal es el hombre CIS, hetero, blanco, pero además de clase media o alta. Entonces, todo lo que no sea eso, es el otro. La clase trabajadora es el otro siempre que aparece en la ficción, generalmente. Los personajes de clase obrera aparecen muchas veces como arquetipos, o como representantes de su clase, en vez de como individuos complejos por su variedad de ideas, gustos, aficiones y deseos. Con sus cosas buenas y sus cosas malas. Esa complejidad parece solo reservada al sujeto.

La clase obrera, así, solo ha aparecido como un conjunto, que es lo que pasa con la otredad, no tienen derecho a la subjetividad, siempre aparece como parte de un conjunto. Y eso ha pasado incluso en el cine o en la literatura de denuncia

La clase obrera, así, solo ha aparecido como un conjunto, que es lo que pasa con la otredad, no tienen derecho a la subjetividad, siempre aparece como parte de un conjunto. Y eso ha pasado incluso en el cine o en la literatura de denuncia. Eso no deja de ser una cierta otredad también, aunque sea con buenas intenciones. Hace un tiempo leía una entrevista a Ice Cube, el rapero. Era de los años 90 y hablaban del Gangsta Rap y toda la polémica que hubo en su momento. Había sido vista de dos maneras, o bien señalando a los raperos como los violentos y agresivos chavales del gueto: “Usan la violencia y no quieren trabajar, solo quieren vender droga y llevar armas y mira cómo son, son delincuentes”. Eso por un lado, y por el otro, una especie de visión un poco paternalista o de verlos casi como Robin Hood, exigirles una conciencia social, cosas que no se exigen a otros. Ice Cube en la entrevista venía a decir que meterlos en cualquiera de los dos arquetipos era violento, porque eso no se exige a los sujetos, solo se le exige al otro: “Tener que tener conciencia, por qué nos lo exigís a nosotros, y no se lo exigís al blanco de clase media que está en su chalet. Ellos pueden escribir sobre el amor, sobre lo que han visto y parece que nosotros, no. Parece que nosotros tenemos que ser una cosa u otra, y eso es violencia también. Ese verlos como arquetipos, ya sea desde una visión un poco paternalista o condescendiente, o desde el ataque racista directo. Yo creo que la clase obrera como otredad, ha sido vista de todas estas formas tan problemáticas y tan violentas.

Aquí yo creo que hay otro elemento más, que es la forma novela, por centrarnos en la literatura, la forma de novela que tanto en sus temas como en sus formas es muy conservadora o ha sido muy conservadora durante mucho tiempo. Esto es una discusión que hay en los estudios literarios desde hace mucho, de que la novela ha evolucionado muy poco desde el siglo XVIII. Por ejemplo, el relato o la poesía han evolucionado mucho más, pero la novela es muy conservadora en sus formas.

¿Estamos saliendo de ahí?
Hay muchas discusiones sobre ello. Por ejemplo Wu Ming, los escritores italianos que escriben en colectivo, dicen que la novela nace con la burguesía, que es un género eminentemente burgués que responde a sus gustos y que nunca va a ser otra cosa. Hay otra gente que cree que la novela es reapropiable, que se pueden hacer otras cosas. Yo sí que creo que las novelas que se publican generalmente hoy se podrían publicar en el siglo XIX y nadie notaría la diferencia en cuanto a forma, en cuanto a estructura, en cuanto al tratamiento de los personajes.

Eso ha pasado en general, pero creo que también ha pasado en España, especialmente por la historia del país, porque la gente que estaba haciendo vanguardia literaria en los años treinta fue asesinada o se tuvo que ir al exilio, con lo cual lo que quedó en los años 40 y 50 era la gente con gustos muy conservadores y forma muy conservadoras y temáticas muy conservadoras, que eran las que el régimen permitía también y las que quería alentar en la sociedad. Yo creo que eso está empezando a cambiar y creo que está cambiando en gente muy joven, sobre todo mujeres, de 40 años para abajo. Por supuesto, hay excepciones siempre. Y también puede que yo sea muy optimista, pero sí tengo la sensación de que está cambiando un poco y que hay cierta más voluntad de experimentación ahora, como en temáticas como en forma.

Estoy pensando, por ejemplo, en Cristina Morales. No solo con Lectura Fácil, sino con Los combatientes también, que fue su primera novela. O en Panza de burro, que la historia en sí es más convencional, pero la forma en la que está escrito, todo el estilo, es arriesgado. Pienso en muchos, en Canto yo y la montaña baila, por ejemplo, que también hay cierta voluntad de arriesgar, de contar otras cosas y de otra manera sobre todo. Por otro lado también está la influencia latinoamericana, que creo que ahora es más grande que hace unos años. Pienso que lo más vanguardista, probablemente ahora mismo en literatura en castellano, se esté haciendo en América Latina más que en España.

Estoy pensando, por ejemplo en México, que es un país donde está publicando gente como Yuri Herrera, Emiliano Monge, Fernanda Melchor, que sí que tienen cierta voluntad de contar las cosas de otra forma, de cambiar el estilo y de contar otras cosas, desde más abajo, pero que además estilísticamente son diferentes, una cosa no puede ir sin la otra. Pero bueno, también Mónica Ojeda, por ejemplo, María Fernanda Ampuero, el propio Alejandro Zambra. Me parece ver cierta voluntad de romper esos moldes tan estrechos que ha tenido la novela hasta ahora. Es una suerte enorme que lleguen tantas cosas, creo que están haciendo que se salga de esas costuras tan apretadas que ha tenido tanto en tema como en estilo, la novela, en todos sitios, pero más todavía aquí por la historia del país.

También traes al centro las clases sociales como un continuo histórico, ¿qué relación hay entre una anémica memoria histórica y una lánguida conciencia de clase?
Si el futuro está colapsado por defecto, porque no hay, porque no somos capaces de imaginar un futuro en el que queramos vivir, el pasado está colapsado por exceso de remakes y repeticiones y retromanía y nostalgia y mirada melancólica. Yo creo que esto tiene mucho que ver con la propia historia de la izquierda en los últimos años.

Yo sigo a Mark Fisher aquí, cuando dice que el neoliberalismo es una contrarrevolución. A mí me parece que esa idea es muy interesante —es el libro que dejó sin acabar, el de Comunismo Ácido— decía que en los años 60 y 70 se produce ese impulso revolucionario otra vez. Hay otra generación que ya no es la generación que ganó la Segunda Guerra Mundial y construyó el Estado del bienestar y su época dorada, una época con una forma de vida muy buena para la clase trabajadora, comparativamente a cómo había sido antes y a cómo fue después.

La generación que vino después se radicaliza mucho más. De hecho aparecen por todo el mundo guerrillas, son mucho más ambiciosos y quieren volver a cuestionar muchas cosas que incluso sus padres no habían cuestionado, como la familia tradicional, como el papel de la mujer. Hay mogollón de grupos revolucionarios armados que aparecen en esa época en Europa, las Brigadas Rojas, la Baader Meinhof, el IRA. En muchas partes, en Japón, en Latinoamérica, en Estados Unidos pasa lo mismo. De alguna manera el neoliberalismo es una contrarrevolución, algo que ponen en marcha las élites para acabar con esa ofensiva y ganan en los años 80. Además lo hacen a sangre y fuego, es decir, los asesinan directamente. Los líderes de las Panteras Negras son asesinados en su casa. Ulrike Meinhof  es ahorcada en la cárcel, asesinada en la cárcel, junto con casi todo el resto de la Baader Meinhof. Hay una ofensiva además de guerra sucia en muchos casos, contra todo esto.

 Pero además estas ideas se quieren erradicar, se quieren sacar de raíz de la sociedad, se quiere acabar con esto como sea. Entonces no solo se ataca a las guerrillas, a los grupos armados, a los miembros que están más entregados a esa revolución, o que están a la vanguardia de ese cambio social, sino que se despliega un ataque contra las condiciones de vida de la clase trabajadora.

Eso deja a los sindicatos a la defensiva. Empiezan a pelear a la defensiva, desbordados cómo están, con la pérdida de derechos laborales, la desindustrialización, decisiones políticas que se toman para aumentar el margen de ganancia del capital, por supuesto, pero también para acabar con esto. Es un ataque a una forma de vida, porque si no, probablemente la revolución vaya a más. Se despliega muchísima violencia contra la izquierda y deja a la izquierda a la defensiva, defendiéndose de los golpes como puede. Pierde la iniciativa de imaginar mundos mejores: Aquí es cuando se pierde realmente.

No se construye nada desde la melancolía o desde las posiciones defensivas. Se necesita una ofensiva siempre en política, necesitas tener tu propio plan de acción, tener tu propio lugar al que dirigirte, porque si no, no funciona

¿Cómo se sale de esa pulsión de derrota?
Yo tengo la sensación de que la izquierda se ha refugiado un poco en esa melancolía, en esa idealización y romantización del pasado. Sí creo es que esto está empezando a descascarillarse, que ya hay generaciones, probablemente de la generación X para abajo, que ya no están tan atrapados por esa romantización del pasado, porque no han conocido esas mejores condiciones laborales. No están tan atrapados por la melancolía.

Creo que ahí hay cierta posibilidad de volver a desplegar todas las posibilidades de futuro, de dejar de colapsar por exceso del pasado y centrar un poco también en el futuro el esfuerzo. Y sí que creo que hay cierta radicalización respecto a la generación de nuestros padres. Por supuesto esto no va a venir del cielo. Esto dependerá de la organización política que se cree, de las decisiones políticas que se tomen. También puede acabar en nada o puede acabar incluso en cosas malas.  Sí detecto cierta recuperación de la conciencia de clase. Una mirada menos llena de nostalgia y más críticas, como de tomar la historia para rearmarse de alguna manera, que es para lo que debería servir, y no tanto para echarla de menos.

No se construye nada desde la melancolía o desde las posiciones defensivas. Se necesita una ofensiva siempre en política, necesitas tener tu propio plan de acción, tener tu propio lugar al que dirigirte, porque si no, no funciona. Si no te quedas defendiéndote de los golpes, pero nunca puedes desarrollar un proyecto propio, que es lo que se necesita. Yo creo que hay razones para ser optimista. Veo cierto vigor, cierta recuperación. Creo que hay razones para ser optimista.  Pero claro, tampoco un optimismo idiota, sino un optimismo que tiene que ir acompañado, de acción política y de organización política. 

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Hoy en día, la preservación de la diferencia antropológica y el sentimiento de fragilidad indígena son tropos comunes en la extrema derecha europea.
Carlos
30/1/2022 19:47

Qué bien tener mujeres como Layla, que enriquecen nuestra cultura y nos dan luces nuevas.

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