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Opinión
El ficus se queda
“La tierra ama nuestras pisadas y teme nuestras manos”, Joaquín Araujo
Nada ha impedido que a pesar del calor sevillano en el mes de agosto, cientos de personas hayan decidido movilizarse y crear una multitudinaria protesta social para paralizar la tala del ficus de la Parroquia de San Jacinto. A pesar del clamor popular, el párroco de la misma decidió mirar hacia otro lado y encargar la tala del árbol centenario, declarado Bien de Interés Cultural (BIC), aludiendo que el mismo era un peligro para viandantes. Peligro que, dicho sea de paso, se podría haber evitado si el eclesiástico hubiera aportado dinero para su mantenimiento. Con la Iglesia hemos topado, otra vez. Debido a esa supuesta peligrosidad, el párroco decidió cortar por lo sano y muerto el perro se acabó la rabia, a pesar del daño que ha causado a toda la biodiversidad que habitaba en el árbol monumental.
El primer día de tala de varias de sus ramas, la movilización ciudadana ya era latente. Fue ya el segundo día cuando varios activistas respondieron al ataque subiéndose a la copa del árbol a modo de protesta. Otras personas apoyaron y se encadenaron a las rejas de la parroquia. Expresaban así su descontento y su rabia ante una acción unidireccional y completamente perjudicial para la ciudadanía y el medioambiente. Los operarios se dieron prisa para ejecutar la matanza del árbol, se afanaron en el trabajo incluso más allá de su horario laboral, no fuera a llegar la orden judicial que impidiera la mutilación que se traían entre manos. Algunos de los habitantes, más longevos, miraban atónitos las rama cayendo, ya inertes, y con ellas sus recuerdos, bajo la sombra que les proporcionaba el árbol en el caluroso verano andaluz.
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Derecho a la ciudad Más allá del ficus: políticas arboricidas en Andalucía
A pesar de la gran movilización social, y del eco que se hicieron los medios de comunicación, la tala no ha podido evitarse, quedando únicamente el tronco con las raíces aéreas, tan descompuesto, tan desvestido, desprovisto de vida, desnudo, a pesar de seguir estando arropado por los y las activistas y la ciudadanía que observaba rabiosa el resultado de tanta animadversión hacia nuestros árboles. El biólogo Tomás García daba esperanza desde sus redes sociales y relataba que “…el magnífico árbol de Triana, de amplia historia y emblema del barrio, seguirá viviendo y en pocos años recuperará su vigor y fortaleza”.
Los discursos bienintencionados del Gobierno y la agenda 2030 quedan en papel mojado si se siguen permitiendo estos atropellos y atentados medioambientales
El hartazgo contra la tala de árboles en Sevilla es generalizado y el crimen del ficus de San Jacinto no es un hecho aislado. También hay otras previstas como la llevada a cabo en Nervión para el nuevo tramo del tranvía o una propuesta en el barrio de Tablada donde está planificada la tala del 80% de los árboles. La Plataforma Salva Tus Árboles Sevilla comparte contenido en redes y denuncia todas las tropelías que está cometiendo el ayuntamiento sevillano y se ha manifestado contra la tala silenciosa de centenares de árboles en la capital andaluza. Esta plataforma, que es ya un movimiento ciudadano, empezó sus andanzas tras la tala de varios árboles de la Plaza del Pumarejo, árboles que cobijaban a vecinos que pasaban allí sus tardes.
La política arboricida es por desgracia, algo generalizado en nuestro país. Los discursos bienintencionados del Gobierno y la agenda 2030 quedan en papel mojado si se siguen permitiendo estos atropellos y atentados medioambientales. Nos piden bajar la temperatura a 27 grados, algo que recibimos de buen agrado (corbatistas patriotas de medio pelo aparte), pero necesitamos medidas urgentes y valientes que pongan de verdad la vida en el centro, y no solo la nuestra, también la del medioambiente en este contexto de crisis climática.
Sin embargo, nuestro antropocentrismo nos impide entender que no estamos por encima de ninguna especie, ya sea animal o vegetal. Existe aún muy poca conciencia ecologista y animalista y las instituciones deberían hacer un gran esfuerzo por fomentar la convivencia con otras especies, antes de que terminemos por extinguirnos gracias a nuestra soberbia e inmadurez medioambientalista.
La lucha contra la tala de árboles en Amazonas es el ejemplo quizá más representativo de personas que ponen el cuerpo para parar la crueldad que supone deforestar uno de los pulmones del mundo, aunque Martínez Almeida, el alcalde de Madrid, prefiera donar dinero a la Catedral de Notre Dame antes que a repoblar el Amazonas. Dicho y hecho, ya que gobierna a la espalda de los árboles y ha rediseñado la Puerta del Sol convirtiéndola en una zona diáfana con la ausencia de cualquier árbol. Su política arboricida ha quedado de manifiesto cerrando los parques de la capital a pesar de las olas de calor que hemos vivido este verano. Los cerró supuestamente para evitar daños a quienes accedieran a los mismos, pero una vez más y repitiendo lo ocurrido en Sevilla, debido a la falta de mantenimiento.
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A pesar de que está demostrado que las zonas verdes tienen efectos positivos para nuestra salud, ¿por qué se mira hacia otro lado? O en el caso sevillano, ¿por qué el párroco desoye la petición popular de mantener el ficus con vida?, ¿por qué existe tanta aversión a las zonas verdes? Contaba Marta Tafalla en Filosofía ante la crisis ecológica que un equipo de científicos concluyó que vivir a menos de 500 metros de una zona verde urbana reducía la mortalidad prematura por todas las causas. Y ni por esas aprendemos a cuidar nuestro entorno.
Este ha sido un verano traumático desde el punto de vista medioambiental, los montes se han quemado, no ha llovido, la sequía va en aumento y los pantanos llegan a mínimos históricos. Unido a ello, tenemos que sumar la tala de árboles. Me pregunto hasta dónde vamos a tener que llegar para hacernos conscientes de la importancia de cambio de modelo mental y de sistema que se necesita con urgencia si queremos seguir poblando el mundo en el que vivimos. Necesitamos con urgencia poner en marcha otro modelo socioecológico, anticapitalista y antiespecista. Vivimos tiempos extraños en los que la distopía se ha hecho realidad, y en los que no cuidamos ni protegemos a quien nos da la vida, el pulmón que nos permite respirar y vivir cada día. Quizá algún día seamos capaces de entender la magnitud del problema ante el que nos encontramos con la crisis climática, si es que hemos sobrevivido para remediarlo.